(AM): “La verdadera rebelión, más que política, es metafísica. No se trata sólo de subvertir un orden social injusto, sino de algo mucha más radical y profundo: de rebelarse contra cuestiones insolubles como el sufrimiento, el mal y la muerte” (La condición rebelde, p.102).
En esta era del cibermundo, la complejidad del pensamiento tecnocientífico ha dado como resultado diversas corrientes filosóficas, sociológicas, neuroéticas, entre otras, como lo es el poshumanismo, que apuesta por la superación de los límites en el plano humano en cuanto a lo biológico y a ciertas condiciones físicas e intelectuales, e incluso como utopía se mueven para vencer la propia mortalidad del ser humano. ¿El poshumanismo es una rebelión o una ficción?
FM: El poshumanismo es una alucinante ficción de este nuevo siglo-milenio, otro pos más en una época de epílogos, de puros pos y neos. Un saber ambicioso en un mundo convulso, caótico y fragmentado, consciente de amplios sus alcances, pero incapaz de reconocer sus límites. Una nueva utopía, febril y delirante, otra narrativa “emancipadora”. ¿Acaso hay poshumanidad? ¿Neohumanismo? Eso de querer vencer la propia mortalidad física (que no la artística, o literaria, o científica) es de una soberbia babélica. Más importante que superar los límites es intentar resolver las contradicciones, los antagonismos que nos marcan y desgarran como sociedad y como civilización. Es claro que estamos bien lejos de ello.
(AM): Ese libro tuyo hace referencia al simulacro, la hiperrealidad, conceptos que forman parte del discurso filosófico de Jean Baudrillard, quien entra en la era del cibermundo. Pero este filósofo francés no asume la relación compleja y dialógica del espacio y del ciberespacio, de lo virtual y lo real, sino que nulifica esta diferenciación y coloca el signo de lo virtual, del simulacro, como si fuese lo único que cobra existencia. Según Baudrillard, la Guerra del Golfo no se dio en la realidad, fue solo un simulacro, una virtualidad, en la que los dispositivos digitales trasformaron el escenario en juego de Nintendo. Así, deja de lado la complejidad de tal acontecimiento, que, después de tres décadas, no cesa de tener consecuencias a nivel global.
De ahí que, adentrándonos de forma crítica en el pensamiento de Baudrillard, nos damos cuenta de que haces una interesante referencia a él, lo cual se puede entrever con la siguiente consideración: “En esencia, la hiperrealidad suprime la diferencia entre lo real y lo imaginario. La realidad virtual, el holograma, las comunicaciones globales, las tecnologías visuales y el arte en general –todas expresiones regidas por un código– serían ejemplo de ella” (p. 110). Lo hiperreal, como enfoque filosófico-cibernético innovador, en esta era del cibermundo, entra en esa relación compleja de lo real y lo virtual ¿Crees que lo virtual ha sustituido a lo real?
FM: De más en más, la pretensión de lo virtual parece ser sustituir a lo real. Hoy, en esta era del cibermundo que mencionas, no se procura mantener una relación compleja y dialógica entre lo real y lo virtual. De lo que se trata es de disolver y reducir a pura virtualidad aquello que llamamos “lo real”, “la realidad”. (No entrar ahora en la distinción que hace Jacques Lacan de ambos conceptos). Baudrillard tenía razón: vivimos en la era de la simulación, del simulacro, de la hiperrealidad en todo, pero sobre todo en el mundo de la “gran política” y su cínico ejercicio. Los “fake news” y la llamada posverdad son pruebas de ello.
Es claro que la Guerra del Golfo sí existió: las atrocidades fueron reales, las víctimas fueron reales. Y también existió la Segunda Guerra del Golfo (la Guerra de Iraq), que fue una guerra de agresión y despojo justificada con puras y vulgares mentiras.
Así como estamos en una época en la que nos resulta imposible saber la verdad de nada porque, como bien señala Noam Chomsky, los hechos ya no parecen importarle a nadie, vivimos también en un tiempo en el que nos es difícil distinguir entre lo que es real y lo que es virtual. Es el reino de la “posverdad”, una aberración total. Sin embargo, cualquier virtualidad es impotente frente a la densidad real de nuestra experiencia. Frente el amor y el odio, el dolor y el sufrimiento, la enfermedad y la muerte.
(AM) En el ensayo Pensar la imagen, pensar la mirada (2017) hay una concepción interesante de innovación con relación al arte, que entra en la filosofía cibernética innovadora que es tema de mi investigación al estudiar el ciberarte en el cibermundo. Innovación que trasciende el sentido del mercado y lo tecnológico, que no se agota en la ruptura con el pasado, más bien entra en una hibridación compleja, aun dentro del esquema de lo disruptivo: Sin embargo, dices: “Más que a la ruptura o la innovación – a la ruptura innovadora- con el pasado, el arte contemporáneo tiende hoy a la ironía, la fusión, la hibridación y, a menudo la continuidad con el pasado” (p. 19). ¿Es degradación no enfocarse en la imagen, en la forma, y situarse en el concepto, en la crítica?
FM: Creo que la prioridad otorgada al concepto en detrimento del objeto, que define a buena parte del arte contemporáneo, le ha hecho mucho daño al arte de hoy. Creo que el arte conceptual ha incurrido en excesos deplorables. Repetir o copiar vulgarmente hoy, cien años después, el ready-made de Marcel Duchamp, no sólo no tiene nada de original y novedoso, sino que también delata una imitación servil y burda de gestos semánticos que en su momento fueron significativos y transgresores, pero que hoy ya no significan ni transgreden nada. El gesto se ha vuelto estereotipo.
(AM): Volviendo al concepto de innovación, tú lo sitúas en el arte, al decir “al artista se le impone la tarea de ser un innovador original, tarea propia de la ideología de vanguardia, que pretende hacer tabula rasa de la tradición artística. Ahora, como en Picasso, lo bello no es algo que debe ser descubierto sino inventado” (p. 56). La innovación como concepto que implica la invención, la mejora, la creatividad, abarca todo el ámbito social, económico, cultural y educativo. ¿El arte de innovar es fundamental?
FM: El arte de innovar es fundamental a las sociedades abiertas, dinámicas y creativas. Pero también es esencial lo otro: innovar en el arte. Toda la historia del arte es la historia de una alternancia fabulosa y casi impredecible de repeticiones e innovaciones, de estereotipos y gestos de ruptura. La búsqueda de novedad y originalidad, junto con la ruptura con el pasado, fueron exigencias radicales de las vanguardias, del arte moderno. Ahora, en el nuevo contexto pandémico que nos toca padecer, se habla de “reinvención” y “resiliencia”. Ojalá no sean sólo palabras de moda como “pospandemia”, que terminan perdiendo todo sentido.
(AM): El arte, mediado por lo interactivo de imágenes en múltiples dimensiones de lo virtual, en donde la mirada no implica el encuentro con la obra de arte física, en cuanto mirada de ese otro, no es percepción de ver fijamente esa pintura, esa escultura, sino que lo simbólico (lenguaje) interviene en una percepción mediada por lo visual envuelto en la virtualidad. Esto deviene en ciberarte y no se puede reducir a la parafenalia de lo tecnológico, de herramientas digitales, aunque sí es soporte como es soporte físico el lienzo, el marco donde se encuadra la imagen, la forma (lenguaje, deseo, pasión) del artista. Pongo como ejemplo la exposición que he tenido el gusto de disfrutar en el Museo del Prado, en 2017, o la exposición en París de Van Gogh, en 2019.
Menciono la obra El jardín de las delicias, del pintor flamenco El Bosco, compuesta por un tríptico o tres paneles que conforman la historia transida del ser humano, que se puede apreciar en la medida en que uno se va desplazando por toda la galería, en el plano de lo virtual. Desde otra dimensión virtual de la pintura, nos encontramos con la exposición en formato digital y virtual en París de Van Gogh, que presenta diferentes etapas de su obra y en la que sobresalen varias de sus pinturas como Los girasoles. ¿Consideras el ciberarte como una cara del arte?
FM: Sin duda. No sólo es la nueva cara del arte. Probablemente sea la forma de arte del futuro. O una de sus formas principales. Quién sabe. Aunque francamente no visualizo en un futuro cercano a los artistas dejando de pintar, o de dibujar, o de esculpir, sobre lienzo, papel, madera o piedra.
Esas exposiciones de grandes obras y artistas en modalidad virtual-digital a las que te refieres son fabulosas. Curadas y montadas en espacios expositivos conocidos, suponen para el público nuevas experiencias estéticas, nuevas percepciones sensoriales, incluso demandan de un nuevo tipo de espectador, de una mirada nueva, distinta. Ciertamente, prescinden del objeto artístico físico, pero esto solo en apariencia, pues si bien ausente en la exposición, está sin embargo presente siempre como referente. La imagen digital remite a su referente, la obra física, y el soporte digital al soporte físico.
Es un hecho innegable que en el arte de las primeras décadas de este siglo XXI la tecnología ha ejercido una influencia poderosa. Las tecnologías de la información y la comunicación (las TIC) han posibilitado una nueva relación entre arte y tecnología. Esto ha dado lugar a lo que se conoce como arte digital: multimedia, net art, pixel art, media art, new media art, videoarte… La tecnología sirve hoy como plataforma para diversos géneros –pintura, dibujo, grabado, fotografía, y nuevas expresiones –graffiti, body art, tatuaje… Los nuevos medios digitales han irrumpido en el mundo del arte. Buena parte de la creación estética transita hoy por la ruta de las tecnologías digitales. Por un lado, el arte digital replantea la relación entre arte y tecnología (y también entre arte y ciencia); por el otro, obliga a repensar en profundidad los supuestos básicos de todo el arte conocido hasta ahora.
El problema con el llamado arte digital o ciberarte es que aún está por definirse, por perfilarse. ¿Qué es exactamente? ¿Es solo el resultado de un uso intensivo y extensivo de un medio tecnológico? ¿Es la tecnología un medio para un fin o un fin en sí mismo? Creo que el ciberarte corre el enorme riesgo de volverse autotélico: un arte que convierte el medio de que se vale en su propio fin. Pero el verdadero arte es, ha sido y será siempre un puente, una mediación, desde y hacia algo.