Santo Domingo, 1962. Filósofo y escritor. En los años 80 ejerció la crítica de cine en la prensa nacional. Licenciado en Filosofía, summa cum laude, por la Universidad Católica Madre y Maestra (hoy PUCMM), 1984. En 1987 viajó a la antigua Checoslovaquia (hoy República Checa) con una beca de posgrado. Su estancia de estudios coincidió con los procesos de cambios históricos en los países de Europa Central y Oriental. En 1995 se doctoró en Filosofía por la Universidad Carolina de Praga con una tesis sobre estética y estructuralismo. Se dedica a la docencia universitaria y la traducción, y su campo de investigación es la estética contemporánea. Desde 1996 es profesor en la Facultad de Artes y la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), y desde 2018 dirige la Escuela de Crítica e Historia del Arte (ECHA). También es asesor del Ministerio de Cultura para políticas y mecenazgo cultural. Ha publicado ensayos filosóficos y literarios en diversos medios impresos y digitales. Colabora para el suplemento “Areíto” del matutino Hoy y mantiene una columna quincenal en el diario electrónico Acento. Ha publicado Huellas del errante (2002), La memoria incautada (2007), La condición rebelde (2010) y Pensar la imagen, pensar la mirada (2017).

Andrés Merejo (AM): En el texto Huellas del errante (2002) recoges los escritos publicados entre los años 1997 y 2001 en el periódico Listín Diario. Explicas que prefieres el estilo aforístico porque va más adecuado a tu temperamento y no por una aversión al pensar sistémico. De acuerdo a esto, el aforismo te da más condición de libertad y vuelo a la imaginación.

Andrés Merejo con Fidel Munnigh

Desde hace un tiempo vengo construyendo una visión filosófica sistémica, cibernética, innovadora en el marco del pensamiento y la ciencia de la complejidad. Tal sistema es referente en cuanto cierre y apertura, gira en unos cuantos conceptos donde otros no lo han producido o imaginado; el propio discurso que trabajo implica la imaginación, la libertad, a las que aludes con relación al aforismo.

Analizando las reflexiones tuyas, me doy cuenta que subyace una preocupación y encanto por el sistema, aunque te expreses en aforismos. Además de ese encanto, hay a la vez un desencanto por este. ¿El pensar sistémico o de forma aforística no ha de ser la verdadera preocupación en el ámbito del intelectual, o más bien la crítica y la condición rebelde que ha de brotar de todo pensador?

(FM): Elegí el aforismo como forma de expresión por razones de estilo y comodidad y también por placer. No rechazo el pensamiento sistemático, el rigor del sistema, pero me siento más cómodo escribiendo de forma aforística, fragmentaria o ensayística. Esa forma de escritura me permite cultivar mejor la relación entre filosofía y literatura, explorar otras posibilidades estéticas y expresivas, ensayar la escritura como pensamiento. Pero no es solo forma y estilo: es también sentido. Todos mis aforismos están atravesados por la crítica y la rebeldía frente al orden del mundo: físico y metafísico. También manifiestan mis estados anímicos. El aforismo en mi escritura es una influencia marcada de pensadores como Nietzsche y Cioran, que leo y admiro casi con veneración. En realidad, lo que realmente hago son meros ejercicios literarios de escritura filosófica.

(AM): Tú dices en ese ensayo: “La filosofía nace del asombro, de la extrañeza del hombre frente al Cosmos y frente a sí mismo” (p. 22), y te preguntas si no hemos perdido la capacidad de asombro. Pienso que ese asombro se encuentra hoy como ayer en un conjunto de filósofos e investigadores, no en todos los hombres, ya que una franja vive atrapada en esos ídolos de cavernas, de tribus que se nutre de ideas vagas, de doxas y sin fundamento teórico, tal como lo reflexionó el filósofo Francis Bacon. Además, la filosofía, aparte del asombro, articula preguntas y crea conceptos, como dirían Deleuze y Guattari, en el marco de un acontecimiento, de un tiempo puntual y de tensión, entre continuidad y ruptura. ¿Qué es filosofía y cómo la articula con el arte, la creatividad, en los tiempos cibernéticos y transidos?

(FM): El asombro es esencial como punto de partida, como arranque. Si lo pierdes, te pierdes, pues el mundo deja de hablarte. Deja de fascinarte y a la vez de indignarte. Recuerda a Quevedo: “Nada me desengaña: el mundo me ha hechizado”. Claro, la capacidad de asombro, hoy casi perdida, no lo es todo, pero es indispensable para iniciar un verdadero recorrido filosófico. Para mí, la filosofía es una reflexión sobre la totalidad de lo real que piensa los saberes y piensa la existencia. Esa reflexión abarca también de modo especial lo sensorial, lo sensible.

Emil Cioran

La relación de la filosofía con el arte me es esencial. Pensar el arte, su esencia y su apariencia. De ahí mi interés por la estética. Mis escritos suelen ser ejercicios reflexivos de estética filosófica. El joven filósofo Edickson Minaya, muy generoso conmigo, llama a lo que escribo “estética ontológica”.

(AM): Algunas ideas importantes que se encuentran en el libro tienen que ver con textos como “Defensa del apátrida”, en el que expresas: “Hay tantas razones para retornar a la patria como para permanecer en el exilio. Con la diferencia que las primeras son acaso más fuertes y más antiguas. Apelan directamente al corazón, a las raíces del alma, a los recuerdos de infancia. Se confunden con los mismos orígenes. Pesan más” (p. 26).  ¿Sabes?, esa visión también la he vivido, dada mi condición de emigrante en los Estados Unidos, tal como afirmas, las razones del retorno a la patria pesan más. Hay muchos que se quedan atrapados a mitad del camino, que no logran ese retorno, y muchos lo hacen, pero regresan al país que emigraron. La tensión que expresas de amor y odio al país, ¿marca esa condición del emigrante transido?

(FM): Definitivamente que la marca. Yo creo que la relación con el lugar de origen es una relación cuasiesquizoide, de amor-odio permanente, que nunca llega a resolverse del todo. No se puede vivir en él y tampoco se puede vivir sin él. Por eso el emigrante es un ser esquizoide, profundamente escindido, desgarrado. Todos somos de algún modo esquizoides. Todos somos apátridas, errantes por el mundo, aun los que se creen o se sienten muy arraigados al terruño natal, a la patria chica. La condición humana es una condición apátrida y errante desde su origen mismo.

En mi caso pesó más mi decisión de retornar a la patria. Fue una decisión personal y una apuesta. Tengo grandes amigos que se quedaron en el exilio (yo le llamo a eso exilio, en el sentido cultural y existencial) y otros que apostaron al retorno. Como yo, ellos tampoco han resuelto esa relación de amor-odio. No dejo de respetar y admirar a los que se fueron y se quedaron fuera. Tienen coraje. A veces me imagino y hasta me deseo estar como ellos. En todo caso no hay fórmulas para nadie: es una decisión soberanamente personal, libérrima. Y es una apuesta vital que te marca y te define.

Esos aforismos míos de hace dos décadas están marcados por la influencia de Cioran en mi pensamiento y mi vida. Yo retorné al país a finales de 1995, a los dos meses de morir Cioran en París. Es uno de mis escritores-filósofos absolutamente preferidos.

(AM): La pandemia del COVID-19, que hemos vivido desde finales de 2019, sigue su curso a pesar de la vacunación masiva que ha comenzado a producirse en el mundo en este recién estrenado 2021, y de manera específica se ha empezado por Estados Unidos y algunos países de Europa. En la República Dominicana empezaría en febrero – marzo de este mismo año, de acuerdo al Ministerio de Salud Pública. Este virus que hoy sacude al mundo y deja secuelas de muertos, enfermos mentales, crisis sanitarias, desempleos, aceleración de la virtualidad, y nos obliga a vivir en lo que he llamado “covirtualidad” o virtualidad forzada por el COVID, no de manera fluida y normal tal como venía sucediendo con lo vital en el cibermundo mucho antes del virus. ¿Desde qué perspectiva filosófica tu enfocas el panorama actual y su relación con la pandemia?   

FM:  Desde el inicio de la pandemia del nuevo coronavirus me he encerrado, casi aislado del resto del mundo. Salgo más bien poco. He evitado el contagio. He seguido el protocolo sanitario. He leído las reflexiones de otros, de filósofos, escritores, artistas, y yo mismo he reflexionado sobre la vida en pandemia. Estamos marcados por ella. Debemos actuar con sentido práctico: el aislamiento preventivo (“la cuarentena”), el distanciamiento social, incluso el toque de queda, son medidas necesarias para evitar el contagio y detener la propagación del virus. Lo que es una restricción puede convertirse también en una fortaleza. La cuarentena es un límite físico, no una limitación mental. Podría hacernos más fuertes, más resistentes, más solidarios. Una humanidad aislada, encerrada y vigilada, paradójicamente, puede volverse más reflexiva, más crítica y autocrítica, más sensible y solidaria.

Y aunque parezca fortalecer el Estado de vigilancia global (el "ojo panóptico"), la cuarentena como experiencia límite es también una oportunidad única para replantearnos la vida y el mundo que nos rodea. De ella podrían surgir valores reforzados, un sentimiento renovado de fraternidad y solidaridad entre los seres que comparten una misma condición de encierro doméstico. Fíjate que no hemos dejado de comunicarnos, de llamarnos, de hablar y compartir con los demás el estado de encierro con los medios de que disponemos hoy: la internet, las redes sociales, la telefonía móvil, las plataformas digitales como ZOOM y otras. La digitalidad y la virtualidad a las que nos hemos volcado, si bien forzadas como señalas, han hecho soportable esta experiencia única. Se ha creado un sentir colectivo. Si la pandemia viral es global, también lo son todo lo otro:  el dolor y el sufrimiento, el miedo y el pánico al contagio, el temor a la muerte y la muerte misma. Hoy, tal vez por primera vez en toda nuestra vida, todos somos contemporáneos de todos ante todos.