Continuamente llegan noticias de las crueldades que los soldados cometen, tras actos de guerra, con la población civil. Parece que da igual quiénes sean militares y quiénes civiles. Y aunque en las filas combatientes generalmente se encuadran hombres, tampoco faltan mujeres. La crueldad carece de sexo, como si fuera un término epiceno. Claro que la mayor crueldad es la misma guerra.

Como en el saco de Roma por las tropas del emperador Carlos V, los generales han hecho siempre la vista gorda, durante 24 horas, a lo que las gentes bajo su mando hagan tras tomar una ciudad. Luego, los vencedores lo niegan y acusan a los perdedores de todas las vesanias. El novelista romántico italiano Alessandro Manzoni, describió irónicamente, en Los novios (1827), el comportamiento abusivo de las tropas ocupantes del Milanesado en el siglo XVII: la pequeña ciudad de Lecco “contaba con la ventaja de poseer una guarnición permanente de soldados españoles, que se encargaban de enseñar la modestia a las jóvenes y a las mujeres del país, acariciaban de tiempo en tiempo las espaldas de sus maridos y padres, y no se olvidaban de esparcirse por los viñedos en busca de la uva, aligerando a sí las fatigas de la vendimia”.

¿De qué modo asumir la necesidad del respeto a los demás?

Durante las dos guerras mundiales los belgas acusaron al ejército alemán de innúmeras violaciones. En la literatura francesa del entorno de 1920, puede hablarse de un subgénero novelesco que trata de las violaciones de jóvenes francesas. Se discutió, incluso, si el hijo de la violación lleva en sí los genes crueles del padre y debía ser apartado de la sociedad desde su nacimiento. Fueron los hijos de la vergüenza, sin aclarar de quién era la vergüenza.

Años más tarde, los alemanes acusaron a los rusos y estos a los alemanes. Un libro de J. Robert Lilly, Taken by Force: Rape and American Soldiers in The European Theater of Operations During World War II (2003), desvela que los soldados norteamericanos desembarcados en Normandía se dedicaron a violar a jóvenes francesas, aunque habían ido a liberarlas. Muriel (1963), la excelente película de Alain Resnais, parte de la violación de una joven durante la guerra de Argelia. El cine norteamericano ha sido implacable con sus militares en la guerra del Vietnam.

Una vez abierta la compuerta de la violencia, todo es posible y pocas acciones crueles resultan evitables. Pero lo que no puedo explicarme es la crueldad en frío, ya sea asalto, violación o muerte. Los animales no cometen crueldades contra los de la misma especie, salvo en situaciones de supervivencia.

El novelista Terenci Moix publicó hace años, en 1970, un libro que tituló El sadismo de nuestra infancia. El comportamiento infantil tiene en ocasiones un componente sádico. También el de la madre cuando, perdidos los nervios, reprende y castiga al hijo ¿Será el sadismo un ingrediente ineludible del ser humano? Salvador Rueda, el poeta amigo/enemigo de Darío, se pregunta en el poema “El hombre químico” por la teórica tabla periódica de los elementos del ser humano. “El arrebato inmenso del heroísmo, ¿brota / del seno del azufre? ¿sale del cloro extraño / el sacrificio noble de resistencia estoica? / ¿brota el amor materno del cobre combinado?”.

¿Y la crueldad que ejercemos? ¿Seremos todos descendientes de Canaán, el hijo maldito de Noé? ¿Cómo controlar los arrebatos furiosos? ¿De qué modo asumir la necesidad del respeto a los demás? La solución sólo puede estar en la familia y en la escuela. Y, sin embargo, hay quien se niega a que la escuela penetre en los ámbitos y los hábitos familiares.