Honorables Diputados y Diputadas del Congreso Nacional.
DE MI MAYOR CONSIDERACIÓN Y RESPETO
He leído en la prensa nacional que en las Cámaras Legislativas cursa un proyecto ley en el cual está contenida la propuesta de cambiarle el nombre a la «Calle Baní» del sector Tropical, ubicado en la Autopista 30 de Mayo, km. 7 ½.
Dada la sorpresa que nos ha causado dicha información, nos permitimos a través de este prestigio medio periodístico Acento.com.do, exponerles las siguientes consideraciones en interés de contribuir, en la medida de lo posible, con su labor legislativa.
Ha sido mi interés, desde principios de la década de los 90s, rescatar del olvido lo que ha sido excluido como fuente primara o dato culturalmente legítimo por la “historia oficial” en torno a la identidad femenina, es decir: re-vivir a aquellas mujeres que no sólo se quedaron sin discurso propio porque se apropiaron del mismo -a través del recurso de la suplementariedad- los otros, sino también de las que permanecen sin ser identificadas en los manuales oficiales de historia y en el canon de la literatura, porque sus acciones fue “desechadas” impúdicamente o no fue comunicadas por intereses que de ordinario son de práctica excluyente.
Quizás la labor de un historiador o historiadora es desplegar ante el mundo, no solo hechos, sino también aquellas vidas truncas en las que no hubo una mediación de exposición a lo público. Entiendo que son esas vidas, «no expuestas a lo público», las que hay que redescubrir desde la «New Historicism»; aquellas que acumularon virtudes que pueden inspirar el renacer de los valores; aquellas que aunque no se hicieron multitud ni se representaron en la multitud, se hicieron una conciencia discreta, desde la cual mediaron hacia el mundo, sin el afán mediático de querer acceder a los pasajes que trae la narratio convencional.
No es que pretendamos hacer una historiografía romántica ni una secuencia discursiva en que obviemos a la realidad del presente; sabemos que, si existe algo que es irrevocable es el pasado, los sucesos, a los cuales la “ historia oficial” puede darle distintos giros y distintos significados a partir de una progresión del inmediatismo.
Pero lo que sí es cierto, e irrefutable, por vía de consecuencia es, la «noción de vivencia» (Er lebnis), que es el único dato que no puede ser insoslayable, echado a un lado por los investigadores e investigadoras, y que se reproduce desde la cotidianidad, desde la familiaridad, que tiene como recinto irrecusable a la memoria, al palimpsesto y, más aún, a la memoria colectiva.
Hay disposiciones desde el Estado de derecho, que pueden traer quietud, así como inquietud, y lo es –a nuestro juicio-, toda cuestión del siglo, de los hombres y de las mujeres que son personajes para el escrutinio histórico.
Es por esto que, creo que la mejor fuente aprovechable para conocer el hacer, el vivir, y el existir de una persona, debe estar primero reconocible por sus vínculos con la comunidad, con énfasis a su humanidad, una humanidad que puede ser cuantitativa y cualitativa y, en principio, no sólo reducida a su ámbito general, universal, sino también en contraposición con su ámbito micro-colectivo.
Es por ello, que apelo a la «noción de vivencia» (Er lebnis) para que alimentemos lo perdurable, sin exceso de tomar parte como protagonista de primer orden, ya que el mundo humanístico tiene que ser liberado de las obstrucciones que impiden re-escribir la historia familiar, tangible e intangible, y patrimonial, allende de cualquier control que puede fragmentarla, destinándola a divorciarse con lo que fue, con lo que es, con lo que se cree que fue, y con lo que fue desde las ceremonias de la desmemoria.
Estas palabras preliminares son el autógrafo de mi voz que fluye sin exceso de problematizar la ideologización del pasado desde las identidades, ya que sé que los «hechos» puros son imposibles, así como disponer de una crónica que se observe, a su vez, como «pura».
Es por ello, que procuro que se haga una exploración histórica de la «noción de vivencia» (Er lebnis) que tiene esta comunicad de la Urbanización Tropical que se asienta en la denominación toponímica de «Calle Baní», en el sentido de: cuáles han sido las nociones de convivencia colectiva del pasado y desde 1968 al presente, cómo se emprendió la conformación de sus atributos como espacio de vivir; quiénes fueron los primeros que incursionaron como pioneros para homogenizar las redes afectivas, culturales, ideológicas, sociales, éticas, ambientales, humanas y espirituales que se entretejieron; qué les atraía como acontecimientos; en qué aspectos pluriculturales y polivalentes incursionaron, para elaborar un grueso de testimonios que se aprovechen como fuentes que masivamente se divulguen.
Lo que propongo no es una exégesis para crear simples «visiones», sino un llamado abierto a que hagamos narraciones que nos permitan hacer los contornos de la historia barrial y del desarrollo histórico de una comunidad que se asienta en una calle, nombrada «Baní», con una «larga duración» (longue durée) de cincuenta años, donde no ha sido alterada su identidad, es decir, su identidad histórica, su identidad genérica, y su identidad como bastión de confluencias de memorias que nunca han sido afectadas. Lo que propongo es, que realicemos un estudio etnográfico de nuestra calle, sí, de nuestra calle, no de manera superflua, sino adecuadamente humana, desde el pasado al presente, para conocer qué es lo originario de allí como hechos vividos y concretos, así como elementos constitutivos de la sociedad; que observemos cómo fue y ha sido su evolución, cuáles son los vértices en que hemos confluidos los fundadores con los pobladores llegados posterior a 1968, fecha en la cual se hicieron las primeras trochas para trazar un posible sendero para ir accediendo a esta plantación de algodonales y dulces caimitos, donde con vuelo, alto y libre, las lechuzas tenían estas tierras, y el cielo en las noches, como su habitad preferido.
Lo que propongo es que nos observemos, y nos miremos en el interior, que compartamos lo que trae como identidad la «noción de vivencia» (Er lebnis), esa que todo/a etnógrafo/a busca en los pueblos como esencia, como sustancia, para comprender los procesos.
Sé que todo es temporal, hasta la existencia misma, pero también sé que en el plano de lo temporal existe «lo otro», lo que no se conoce, los que los ojos ajenos a la comunidad no contemplan, puesto que sé, además, que la temporalidad sufre de la doblez de ser engañosa cuando se hace un fenómeno de la coetaneidad o relaciones que se formulan desde los rituales del desarraigo.
Quizás se piense que estoy haciendo una simple intrusión del pasado, pero creo que dentro de la «noción de vivencia» (Er lebnis) que planteo, se hace necesario que cada comunidad se apropie, investigue, y procure exponer reflexiones sobre su producción ideológica, política, filosófica, cultural, estética, etc., que es lo que permite conocer desde el ámbito de las ciencias su formación, y los valores espirituales que une, que compacta, esa metafísica de la Historia que se llama movimiento, niveles de desarrollo y períodos de tiempo.
La «Calle Baní», como ya he expresado, tiene una «larga duración» (longue durée) como identidad de esta comunidad de la Urbanización Tropical; está inscrita en la corteza del paisaje, entre el primer farallón del Mar Caribe, hacia el sur, mirando siempre hacia los crepúsculos que nos guían la vista hacia la población de Baní. Se mantiene con su magna corteza terrestre de frente al Malecón. Es la abertura terrestre que lleva a la histórica cueva donde se escondían los insurrectos de mediados del siglo XIX que actuaban contra los gobiernos de factos, despóticos y anticivilistas de ese siglo decimonónico, donde perecieron tantos y tantos dominicanos que eran partidarios de la inquebrantable libertad que debe ser el gobierno de las conciencias.
Es la «Calle Baní» la misma que recuerda al «Algodonal», el histórico fundo como le llama el historiador Américo Moreta Castillo, a las tierras del General restaurador Braulio Álvarez (1842-1921), el mismo personaje que tantas veces cita Moscoso Puello en su novela Navarijo, y a las primeras mujeres dominicanas que habitaron esta finca del «Algodonal» borradas sus vidas heroicas de la “historia oficial”, consumidas por la mezquindad de la absoluta inmovilidad temporal, víctimas de la historia factual, esa que desecha a las genealogías.
Es a esa historia factual a la que le escribo, a la que suprime a la dialéctica, que se cohesiona con rasgos insuficientes, pero que da “durabilidad” a lo episódico, que se moldea sin dar alternativas para la rectificación, para subrayar la necesidad de ver las dos caras de la tesis y la antítesis.
Sé que todo en la vida es como un espasmo, que todos vivimos nuestra propia historia, y una historia personal que nos permite hacer rupturas con el pasado de todos, y con el pasado de los otros. Sé, además, que la existencia es también un fenómeno histórico, y que el permanecer en la memoria colectiva es un hecho ontológico; dimensiones éstas que se unen para alivio o des-alivio de lo que dejaremos como legado.
Pero, no obstante, hay un legado que sobrevive a las instituciones, a las relaciones, a lo concreto, a lo material, a lo rítmico del ir y venir del tiempo, y es: el de las ideas.
Quizás, sea esta la oportunidad, la ocasión para hacer que nuevas ideas germinen sobre la «noción de vivencia» (Er lebnis) y de la «larga duración» (longue durée), y que las mismas nos permitan, en un futuro cercano, ampliar el ejercicio de nuestros derechos patrimoniales intangibles, entre ellos, la memoria. Tal vez, también, podamos ir ensayando una nueva cultura para asumir nuestro compromiso generacional, ese compromiso que se debe sustentar en los símbolos de la interrelación de quienes tienen que agotar un compromiso con el tiempo presente, para subrayar las heredades, los valores espirituales que trascienden todas las definiciones, y que las sociedades hacen, después, una inagotable fuente de conocimientos.
Todo esto es lo que deseo expresar. Son los significados que pretendo transmitir. Sé que toda acción cultural abre un campo de múltiples interpretaciones, nuevas construcciones históricas que requieren poseer legitimidad como acto humano, y ya que la historia es circular, que las creaciones mismas de los seres humanos, por los siglos de los siglos, es también circular, me he permito expresar la historia circular que pretenderemos escribir sobre la «Calle Baní», ésta que ha sido denominada así por la reminiscencia de los lazos y patrones narrativos que se establecieron desde el siglo XIX con la comunidad de Baní, y que empezó la banileja María Josefa Álvarez Guerra (1838-1892), declarada en la parroquia de San Carlos, y continúo Mercedes Pina Echavarría (1846-1944), la hija del prócer febrerista Pedro Alejando Pina, en estas tierras del «Algodonal» donde está enclavada la Urbanización Tropical, y que no fueron ajenas a las convulsiones sociales y políticas posteriores a las guerras de la Independencia, prestando, además, servicios a la Patria, y permaneciendo aún anónimas y olvidadas en el polvo del tiempo.
Es así, pues, que desde la centuria de 1800, la «Calle Baní» fue tomando forma, y construyendo su identidad, hasta llegar al 1968, a mediados del siglo XX, para después tener el nacimiento de la memoria, de esa genealogía de mujeres que he nombrado, y otras que están sin nombrar, a través del affidamento, que la «Calle Baní», hoy en el presente, se une a la autoridad femenina del pasado con la autoridad femenina del presente, puesto que al ir urbanizándose esta comunidad, y hacerse llamar «Tropical», la denominación de sus calles son el homenaje desde el amor femenino, desde ese ser-en-el-mundo que significa volver al mundo-de-las-mujeres, que la última propietaria de este fundo el «Algodonal», nos privilegió con que este pequeño barrio de tres calles perpendiculares al Malecón y tres transversales, erigido posterior a la revolución de abril de 1965, tuviera como vestigio de la voz, del habla, del escribir, de la autoridad femenina, los nombres de parajes de Baní, de la Provincia Peravia, Paya, Sombrero, Matanzas, Llano, Boca Canasta y, por supuesto, Baní.
Es por todo esto, que ahora me he colocado en perspectiva con esa historia circular, con esa memoria, con esa práctica política de la autoridad femenina (de la banileja María Josefa Álvarez Guerra, y que continúo Mercedes Pina) que hicieron nacer este relato para dar cuenta del porqué nuestra calle se llama «Baní», y en las mesuras catastrales desde mediados del siglo XX se denomina así: «Baní», como una práctica política y una práctica de pensamiento de diferenciación sexual, que constituye por sí misma el orden simbólico femenino que (entendemos) debe permanecer en nuestra Urbanización Tropical.
Quizás sea acusada de pretender feminizar a la Historia, pero recordemos que la Historia es de por sí femenina, pero a veces se mide, se divulga, se ofrece, se escribe como masculina. Y es por esto que, como la Historia es nuestra madre que nos da el privilegio de escribir, que les solicitamos, permitirnos mantener nuestra identidad como «Calle Baní», y que ustedes Honorables Diputadas y Diputados del Congreso Nacional, permitan, además, que la diosa Razón sustente sus pensamientos, y se abracen con gratitud, en primera persona a Ustedes mismos, y que los ilumine en su trabajo fecundo como representantes de la nación en el Congreso Nacional de la República Dominicana, para que den al mundo, y al pueblo dominicano, la luz para que la «New Historicism» abra las puestas de una nueva época sustentada en la revolución simbólica femenina –como diría la académica italiana Roberta Tatafiore- para «la construcción de las mediaciones necesarias para generar lo nuevo».
Se despide, cordialmente,
Ylonka Nacidit-Perdomo
Munícipe fundadora en 1968 de la «Calle Baní», siendo niña, en representación de mi madre Altagracia Esther (1934), primera adquiriente-propietaria de tierra en un predio del «Algodonal» que posteriormente sería la «Calle Baní», y de mi padre Paíno Manuel (1934-1996) que desarrolló una labor de servicio y altruismo en esta comunidad, que construyó dicha calle con recursos propios, colocándole tuberías para el servicio de agua potable, los primeros diez postes de tendido eléctrico para el alumbrado, y el primer teléfono instalado allí, cuando todo era maleza, y las tarántulas y las culebras coexistían en su habitad primitivo, así como las aves silvestres, y los cuentos de caminos sobre enterramientos de botijuelas eran de mucha curiosidad.
Domiciliada en la casa marcada con el número 19, primera casa construida en la «Calle Baní».
Urbanización Tropical.
FOTOGRAFÍAS DE MUJERES OLVIDADAS POR LA “HISTORIA OFICIAL”
[1] Polixema Carvajal (20-I-1842 a 14-II-1938). © Abelardo. Agosto de 1901. Nació con la República de 1844. Proviene del tronco familiar de los Carvajal, que emparentaron con los Henríquez. Se graduó como Maestra en el Colegio La Altagracia de María del Socorro Sánchez. Vivió en la casa marcada con el número 17 de la calle La Atarazana, donde se reunían sacerdotes, hombres públicos y personajes de trascendencia histórica de
finales del siglo XIX y de las primeras décadas del XX. Era consejera de políticos liberales.
[2] Anita Leyba © Abelardo, hermana de Rafael Leyba, el esposo de Amelia Francasci. Administraba con Amelia la tienda «La Nueva Feria» desde la cual aportaron recursos para la revolución que se inició en 1899 con Horacio Vásquez y Juan Isidro Jimenes a la cabeza, de los cuales eran partidarias.
Amelia Francasci, desde sus inicios, apoyó la revolución redentora, y hubo una nota periodística que la motivó más a emprender su participación política –en perfil bajo, casi pasando desapercibida en la esfera pública- cuando leyó en el periódico El Nuevo Régimen, que se presentaba como un medio de información de «Política, intereses generales y de Literatura», y que hacía alusión, por supuesto, al nuevo régimen del Presidente Juan Isidro Jiménes, en la edición del 12 de septiembre de 1899, un artículo firmado por R. J. Castillo, titulado «La Revolución» en el cual reflexionaba que: «La República no estaba muerta; […] su corazón no había cesado de latir en ansia de libertad […] ninguna la supera en el esplendor de libertad y de justicia con que nació y prosiguió su labor reconstructora». [El Nuevo Régimen. Año I, Santo Domingo, República Dominicana, setiembre 12 de 1899, Núm. I. Director: Lcdo. A. Arredondo Miura. Redactor: Lcdo. R. J. Castillo. Administrador: Juan F. Polanco. Oficina, Duarte 24].
[3] María Altagracia (Nenita) Coiscou (17-V-1861 a 30-VIII-1959) © Abelardo. Propietaria de extensiones de tierras en el sitio denominado Punta Cana. Fue una de las herederas de un artillero ubicado en San Pedro de Macorís, que pertenecía a su pariente Louis Durocher. Se dedicó al comercio, y a las exportaciones.