“El hombre vive con los ojos fijos en una victoria. El ideal tiende siempre a su realización, y esta realización, sea inmediata o lejana, constituye su victoria. Pero para cada hombre la deseaba   tiene un rostro distinto, y se alza en diversos planos, a alturas diferentes. Huye o se acerca, se concreta en el triunfo o se desvanece en la sombra del fracaso cuando apenas se la vislumbra. 

“Es preciso decidir: se vive sólo para llenar necesidades materiales, o se vive por y para los ideales que reclaman realización. La victoria de los que vegetan esclavizados a sus sentidos no tiene alas. Es alada la que sueñan, la que buscan los puros, los dignos, porque sólo esa puede alzarse por sobre la mezquindad del suelo para restituir al hombre la fe en la verdad y en la justicia. 

Carmen Natalia. Colección Maricusa Ornes. 1945

“Hay quienes ganan un beneficio momentáneo, el favor fingido de uno o de muchos hombres, y creen que este oportunismo constituye una victoria. No. Esta es una ganancia vulgar, una moneda que ha de perderse no bien llegue a la mano. La victoria auténtica, la verdadera, la esencial, es la que resiste la acción del tiempo y del espacio. No importa que se lograra un siglo atrás. No importa que se lograra en otro hemisferio, en otra latitud. Ayer como hoy, allí como aquí, la verdadera victoria permanece incólume, soberana y definitiva, desafiando a la más destructora de todas las facultades humanas: la facultad del olvido”.

CARMEN NATALIA

La Victoria de Samotracia [1]

Bajo el sol, bajo el cielo van solitarios los poetas profetas del mundo; se resisten a morir, no sin antes hacer que las estaciones evoquen el resplandor de un nuevo tiempo para el mundo. Los poetas profetas no son un paréntesis del silencio, ni aparecen cada dos mil años; son escultores de las columnas que cargan el peso de la osadía de los que recorren ignotas tierras para fatigarse ante la indiferencia de los pueblos.

Ningún poeta profeta dicta leyes, solo emprenden expediciones para labrar la piedra de la verdad, porque es un ser individual que sólo se flanquea de la realidad, de lo imaginario, de los ojos nuevos, de las fronteras del destino, de las gentes con rostros enjutos cuando la opresión derriba su dignidad.

Un poeta profeta no se convierte en gobernante ni concentra riquezas, porque su santuario es la luz debajo de la sombra de las hojas de un árbol que se une a la conciencia. Un poeta profeta reconoce el disco misterioso de la historia, las claves que traen sus labios como una brújula para que los brazos de los indefensos se levanten.

Dicen que no ha pasado aún el tiempo para que aquí, vuelvan a despertarse los poetas profetas y se asomen desde el horizonte, para que su palabra haga la proclama por doquier, para  que los que se creen dioses infalibles caigan desde sus jaulas de cristal al suelo y sus caras sean rotas, para que no puedan mutarse después.

Los poetas profetas escriben largos poemas, elegías y testimonios de su época; abrazan a los suyos, palpitan al lado de su pueblo; son los primeros a quienes le arde el corazón cuando la muchedumbre corre hacia el palacio del tirano. Aquí tenemos dos poetas profetas: Pedro Mir y Carmen Natalia, que se negó “a poner la lira a los pies del despotismo”. [2]

Carmen Natalia. Ruinas del Parthenon, Atenas.

En lo que va de siglo, hemos visto caer de su trono a políticos de Occidente y de Oriente; unos mueren asesinados, otros envenenados, otros ejecutados, otros decapitados, otros cuando tratan de huir, las turbas la emprenden contra ellos y los vilipendian por sus canallescas acciones como ratas hasta aplastarle las cabezas. ¡Es un horror decir estas cosas!, ¿pero no es un horror imperdonable otorgarle a un político un carácter divino? Y, no es acaso un horror de ellos actuar apropiándose de la vida y del destino de los otros, a través de la humildad fingida, calculando con frialdad su “dulce” ternura a través de sentimientos retorcidos, exhibiendo su íntima vanidad como un don de caridad, y moldear sus acciones con matices sicológicos para que le crean honestos?

El siglo XXI ha traído al mundo una nueva joya de tirano-dictador: el político mediático, el que cobija su dominio en su grácil figura de ser físicamente poco huesudo, de mirada frágil, llevando en los recovecos de su alma la arrogancia.

Ahora, como en ningún tiempo, la propaganda mediática le hinca el vientre a los desvalidos, le pone la cabeza del tamaño del dinero a los desvencijados de pensamiento. La cosmética de la tecnología de lo virtual esculpe las efigies de los nuevos monarcas y faraones, para moldear las ideas de que no ha muerto su “sensibilidad” de ir en auxilio de las necesidades y precariedades materiales de los otros. La propaganda subliminal inducida a través de las redes por los sistemas crean perfiles míticos de políticos: lo hacen ser de una estirpe viviente de un Dios, que no se sumerge en la monotonía de su cargo, dándole los “dones” de ser una persona que cincela el futuro de su pueblo, que trae las esperanzas en una canasta llenas de perlas que ha conservado para ocupar un lugar preeminente que Dios ha reservado para él.

Esta, actualmente, la extravagante imagen del político mediático, construida por sus fieles escuderos en torno a su poder monolítico, que lo asoma al ejército como un sepulturero de la dignidad, que se protege en las urnas con el tesoro del oro que da tanto valor a su gracia, y al tocado real de su iluminación distinta, pródiga de entregar migajas, que abjura de las sorpresas que puede traer el cielo, que se desplaza con la majestad propia de hacer de los otros un juguete de su infancia, que cree que sus huellas indelebles permanecerán por los siglos de los siglos por los favores de sus acólitos beduinos; es el político que Voltaire llamó a derrotar, para “abrir los adormidos ojos del pueblo” como escribió en 1944 Carmen Natalia.

Magdalena Ferdinandy, Maricusa Ornes y Carmen Natalia. Teatro Tapia, 1954. Presentación de La Cenicienta

Carmen Natalia (San Pedro de Macorís, 1917-Santo Domingo, 1976) fue una poeta profeta. Una poeta cuya sonrisa es como una bendición, que hizo de su palabra una roca viva, que incitó a su pueblo a que no se dejara cautivar ni vivir en cautiverio. Ella fue dueña de las musas, de la pureza de las aguas, de la inquebrantable lealtad al viento cálido de su tierra. Carmen Natalia vivió en el desasosiego de su época, en la maldad inconmovible del tirano; sabía que las tormentas a veces son necesarias como un acto de amor y de sacrificio, sabía que ningún hombre puede ser deidad, y que los gobernantes no son ni dios del sol, ni dios de la luna ni dios del fuego.

Ella fue la mujer poeta profeta nuestra del siglo XX, la de innumerables versos, la que levantó desde su alma las torres para detener la opresión, la que celebraba la vida y bendecía la vida, la rebelde de vigorosa vitalidad, la que flotaba ante la incertidumbre, la que no se dejó privar de la razón, la que no claudicó ante los primitivos designios, la que desentrañó para gritarla al mundo la violencia del tirano.

¿Qué fue de nuestra poeta profeta, dónde se quedó su canto, dónde está el baluarte de su palabra? ¿Por qué no la traen al presente, por qué este pueblo está de espaldas a su obra, por qué no existe ningún monumento que pulgada a pulgada recuerde la magnitud de su obra liberadora, política, clandestina, sacrificada, decidida? ¿Acaso, los círculos concéntricos del pasado se han convertido en vanas piedras de arcilla?

Pedro Mir expresó de la manera más contundente, el destino que corre el poeta que no pone su lira a los pies del absolutismo político:

“Para la poesía de Carmen Natalia se abrió una tremenda disyuntiva. O se convertía en la voz de los pueblos oprimidos. O en el abanico de los grandes opresores. El primer camino le prometía la conspiración del silencio, la pequeña gloria de los pequeños amigos, la proscripción de las antologías y de las editoriales, la indiferencia abismal de las columnas y las calumnias periodísticas y el desdén de los críticos más acreditados así como el temor de los menos acreditados. De paso, la dificultad del pasaporte y la inscripción en las listas de los enemigos públicos, la soledad y la miseria con todos sus encantos”. [3]

Carmen Natalia, Presidenta de la Comisión Interamericana de Mujeres en Naciones Unidas, circa 1963.

No pienso hacer una biografía de Carmen Natalia, porque su biografía es la fertilidad de su palabra, la cimiente de su semilla, la multitud de vidas que sus entrañas hicieron renacer. Es que ella antes, mucho antes que ahora, había escrito sobre la actitud que debemos tomar cuando se sufre en palabras, en lágrimas y en sonrisas:

“Es preciso soñar con la victoria, pero es preciso también luchar por ella. Cuanto más alta se la vea, más tensa habrá de ser la lucha; pero más auténtica será si se la logra. Porque –y bien lo sabe el corazón humano- no se conquistan grandes victorias sin el tributo de la angustia, sin el sacrificio del dolor y aun a veces sin el supremo holocausto de la vida”. [4]

¡Qué viciado está este pueblo que tiene una poeta profeta y no la conoce!, ni aun la caligrafía de la libertad que se reúnen en sus versos y en su prosa incisiva, traída desde su Alma Adentro como un ardiente sol.

Este pueblo –lo he escuchado tantas, y tantas repetidas veces- han pretendido convertirlo en un rebaño de ineptos “ciudadanos”, donde orbitan los políticos del sistema como ratas que se adaptan a los desagües de los contenes; porque una mayoría que es mayoría absoluta de votantes ha sido inducida a degradarse, no ascienden, sino que descienden a la tumba, a la sepultura de su involución como personas y ciudadanos… Y, así es que continúa el peligro de que la mayoría que es mayoría absoluta labre sus dioses, y lo eleve a la cima de una pirámide. ¿Cómo quebrar las construcciones de las dinastías políticas, de esa fábrica de lealtades adoquinadas en el Estado? ¿Acaso, tendremos en algún momento la oportunidad de evolucionar hacia la civilización, o haremos de la democracia un cementerio de demonios-rebeldes, de tumbas inquietas sin muros o fosas vivas sin flores?

… El tiempo se hace una gacela; puede ser un símbolo de fertilidad, puede traer una sensación de que somos prisioneros desnudos de una sociedad que se ha vuelto una suprema disolución de la dignidad.

Carmen Natalia -vestiado de negro junto a Francisco Arriví, y Maricusa Ornes. Puerto Rico, circa de 1969.

¿Qué precisa hoy esta sociedad? ¿Un nuevo arbusto que se eleve hacia lo alto, y desde el cual nazcan nuevas manzanas que sustituyan a las podridas? ¿De qué somos prisioneros: de nuestra mudez, de nuestra tolerancia, de aceptar las fabulaciones de los que llenan las copas de hiel o miles según la ocasión?

Cuando los pueblos están adormecidos resurge un poeta, que sin ornamentos de oro, sólo vestido de una túnica simple, que no se adorna de prendas o collares representa el movimiento, la fuerza del misterio, que no se deja atar, porque trae consigo el estallido del tiempo, para que nadie esté de rodillas. Esa figura viva, viva por la prodigalidad del símbolo terrenal de la verdad llegada a través de la voz del poeta profeta, es la victoria.

“Es preciso soñar con la victoria” escucho de los labios de Carmen Natalia. Una victoria requiere de la pasión, de tener el ansia del deber cumplido, de la potestad indiscutida del pueblo de llevar las barcas con los remos de inmortalidad cuando puede sobrevenir el desmoronamiento de todo y el derrumbe desolado de lo que aún permanece en pie. ¿Cómo se puede transmitir a las mayorías estas ideas de Carmen Natalia, su experiencia acumulada, sus reflexiones, porque siento que somos una sociedad en la antesala que trae la agonía de la muerte, mutilada, llena de infortunios que se cubren con la mentira “triunfal” de lo mediático; ya que, a veces, me temo que es esta una sociedad, que no hace lo necesario para levantarse, que se ha dejado inmovilizar por los vicios, por la veloz carrera de la acumulación material.

La Misera está en mi pueblo de Carmen Natalia, firmado en 1948.

Esta es una sociedad que vive de la ilusión ultra terrena que le traen los políticos mediáticos, los fingidores dioses-misioneros de las dádivas y de bocados de poder; pero es que todo ya se desborda; fluyen por las heridas no solo sangre, sino hambre de existir en esta jauría de fingidores que todo lo enlodan.

Y, ante esta fatalidad, hay que darle sentido a la grandeza humana, llamar a los poetas profetas, preguntarles cómo desterrar del pasto de la verdad las nocivas caricaturas de las apariencias, que hacen cada día más lejano y difícil apartar el agrio alborozo del triunfo, para hacer de la victoria un incentivo para que el pueblo encuentre las riendas de su destino.

En raras ocasiones un pueblo tiene un poeta profeta. Les invito a leer los poemas de Carmen Natalia, y su libro “Veinte actitudes y Una epístola”, a leer entre líneas la simbología de cada actitud, y observarán que cada una fue esculpida en 1944, con la expresión exacta para que permanecieran en el tiempo, y este pueblo pudiera revalorizarlas en el momento oportuno, y asumirlas como guías, como letras mayúsculas para que inspirarán a los que van a ser llamados por la utilidad de una acción , el destino o las circunstancias, a cruzar el horizonte del miedo, y a erigirse en conductores para alcanzar esa victoria que por igual algunos sienten incierta, porque aun los menos convencidos de las lecciones de la historia no tienen sus ojos cubiertos con grandes párpados cansados, y pueden insinuarlas para que se hagan deliberativas las asechanzas de los abismos cuando el poder ilimitado crea arquetipos de tiranos.

Carmen Natalia escribió “Veinte actitudes y Una epístola” en plena dictadura de Trujillo, en el periódico La Nación. Sabía que su palabra era una flecha mortal que lanzaba al pecho. Esta serie de artículos era un trazado del carácter de figuras que la historia esculpió en bronce o en mármol, no sólo para que lo contempláramos absortos o admiráramos al autor de la obra, sino para que nos inspirara, para que nos abrigara esperanzas, para que llegado el momento se conviertan en ideas poderosas, en sentimientos profundos para saber cómo romper las cadenas que traen consigo los grisáceos “líderes” que desde el poder pretenden comportarse como imbuidos de la divinidad.

Y, como queriendo enseñar a su pueblo, a través de la prensa, cómo se alcanza la victoria, le habla metafóricamente sobre la “Victoria de Samotracia”, diciéndole sobre la reproducción de esa figura que contempló en el Museo Metropolitano de Nueva York, lo siguiente:

Versos de Pedro Mir a Carmen Natalia leídos en el acto de inhumación, entre lágrimas

“La figura se alza con ímpetu del suelo, sin cabeza y sin brazos, como expresando concretamente que las victorias no se alcanzan con la una ni con los otros, sino con las alas, que son patrimonio único y exclusivo del espíritu”. [5]

Siento que la palabra de Carmen Natalia es portadora de una firme voluntad de cómo saber actuar ante el agobio y la tensión; es la fuente donde se hace vigoroso el pensamiento, y la ha dado como ofrenda, para que todos los espíritus nobles tengan una senda por dónde avanzar para abrir las compuertas de los pueblos a la libertad.

La escultura de la “Victoria de Samotracia” ha ejercido sobre mí una gran influencia; raras veces mi conciencia ha estado rutilante para comprender los artificios que trae esta obra en mármol, lo mayestático del porte, de la túnica, de su figura sin cabeza. Una cabeza perdida en las profundidades del mar, que de seguro se adornaba con cabellos largos y rizados, que traslucía en su mirada el instante supremo de la victoria, cuando se vence la ira del enemigo ante la tensa atmósfera que traen los vientos.

Todos llevamos dentro alas ocultas, alas que nos dan la vitalidad necesaria para vencer a quienes nos quieren doblegar y hacernos sucumbir. La sensación de abrir las alas, de dejar que nazcan en nuestras espaldas, de recobrarlas, nos dota del sentido de la sobrevivencia; nos lleva a elevarnos sobre todas las grutas, a no dejarnos ser un simple animal de cacería del rey, el emperador o el político mediático. Las alas nos hacen inalcanzables para su manipulación, nos sacan de la escena donde la mórbida complacencia impide que se tengan motivos para alcanzar la victoria.

Los políticos mediáticos siempre van de cacería, y detrás de ellos los dientes de su carroña. Tiene que llegar el tiempo en que la naturaleza tenga el parto de un poeta profeta, que llegue vestido con las túnicas simples que da la espontaneidad de la palabra noble. Sólo así, y cuando esto suceda, en el mármol pétreo de Paros, la humanidad tendrá la oportunidad de volver a conocer cómo era la cabeza de esa escultórica figura femenina que nos ha asombrado sin rivalidad alguna desde el siglo II, con su forma exuberante representando a la victoria.

Tumba de Carmen Natalia. Cementerio Cristo Redentor.

Pedro Mir, tuvo una gran lucidez, cuando escribió en un “Prólogo, altamente confidencial” para la obra póstuma Alma Adentro de Carmen Natalia, su opinión sobre esta inmensa poeta dominicana: “… los pueblos son inmensamente comprensivos. Sólo rescatan para su consumo épico y para sus epopeyas nacionales, la sangre más pura y más caliente de sus poetas. Yo creo, y esto lo puedo suscribir con mi firma, que en la poesía de Carmen Natalia [6] circula esta sangre con tal pureza y tal temperatura. Y que no está muy lejano el día en que su poesía y ella misma, con todo lo que en ella hay de alegre y de fuerte, de inteligente y de humano, transite entre las manos del pueblo con cintas de colores y cuentas de música. Porque nuestro pueblo es, como todos los pueblos, generoso y comprensivo con sus poetas. Y más si son sufridos. Y más si su lira suena mejor cuando la pulsan los prodigiosos dedos de la época”. [7]

Marciusa Ornes ha dicho que el poema el “Llanto” de Carmen Natalia, escrito en 1958, fue un vaticinio de lo que iba a ocurrir en la República Dominicana en 1961, por eso copiamos ahora este fragmento de sus versos porque “Ayer como hoy, allí como aquí, la verdadera victoria permanece incólume, soberana y definitiva, desafiando a la más destructora de todas las facultades humanas: la facultad del olvido”.

 

Tal vez fue cobardía.

Pero pensé que un hijo

siempre tiene derecho a preguntar:

La Victoria de Samotracia

“Por qué lo hiciste?”… Y sentí miedo.

Miedo a las abismales preguntas de los niños!

 

Y además, aquel aire.

Aquel aire viscoso, espeso como engrudo,

donde las alas se quedaban rígidas

y el ímpetu del vuelo desnucado.

¿Qué hubieras hecho tú con tus recién nacidas alas?

 

NOTAS

[1] Carmen Natalia “La Victoria de Samotracia” en Veinte actitudes y una Epístola (Imprenta Rincón, 1945): 23-24.

[2] Carmen Natalia. Alma Adentro. Obra poética completa 1939-1976. (Santiago: Universidad Católica Madre y Maestra, 1981): 16.

[3] Ibídem, 17.

[4] Carmen Natalia “La Victoria de Samotracia” en Veinte actitudes y una Epístola (Imprenta Rincón, 1945): 28.

[5] Ibídem, 23.

Carmen Natalia. Homenaje del Negociado de Prevención de Accidentes del Trabajo. Puerto Rico, 1972.

[6] Carmen Natalia la escritora, poeta, dramaturga, novelista y luchadora antitrujillista de ideario democrático murió a destiempo a causa de una larga enfermedad, de distrofia muscular, a la edad de 59 años, el 7 de enero de 1976. Era hija de Andrés Martínez Aybar y Carmen Julia Bonita Atiles. Sus hermanos José Rolando, José Antonio, Carmen Julia, Isabel y Andrés, todos, fueron opositores al régimen de Trujillo, y militó junto a ellos en la Juventud Democrática. Se exilió en Puerto Rico en 1950.

La más completa biografía sobre Carmen Natalia Martínez Bonilla la escribió la declamadora y directora de teatro Maricusa Ornes (n. Puerto Plata, 1926), y se puede leer en Alma Adentro, además del “Epílogo” de Alberto Baeza Flores. Puede consultarse además “Pedro Mir enmarca obra de Carmen Natalia dentro de la poesía hispanoamericana” en Suplemento Listín Diario (2-I-1982):19; “Editan volumen con obra poética de Carmen Natalia” de María del C. Prosdocimi en El Caribe (30-I-1982):10; y “Carmen Natalia la dignidad hecha mujer” de Leo F. Nanita Cuello en Temas (2-IX-1995): 4, suplemento del periódico HOY; “Maricusa y Carmen Natalia: Dos valores de Nuestra Poesía” de J. R. Hernández en Revista ¡Ahora!, número 13 (20-VII-1962): 50-51; “Carmen Natalia: Escritora” de Julio Cordero Ávila en Puerto Rico Ilustrado (1973): 8-9. Las fotografías y documentos que acompañan este artículo pertenecen al Archivo de la Sra. Maricusa Ornes, a la custodia de Ylonka Nacidit-Perdomo.

[7] Carmen Natalia. Alma Adentro. Obra poética completa 1939-1976. (Santiago: Universidad Católica Madre y Maestra, 1981): 18.