El proceso de reflexión y gestación que emplea el artista visual  para figurar el discurso sensorial que deja a la posteridad, puede ser rápido e instintivo, o paradójicamente, demandar largos períodos de maduración y disquisición para la plasmación  creativa.

La vorágine de imágenes fotográficas, ese “infierno de lo igual” que inundan nuestra “sociedad de la transparencia” *1,  nos sacude y paraliza. Nos mueve a retrotraernos  a la espontaneidad de las líneas fluidas articuladas por contados dibujos. Como disciplina de las artes visuales, el dibujo es la forma más pura de expresión sobre una superficie. Su simpleza instrumental impide la simulación del oficiante, demandando la destreza del artista, o la inocencia del niño que ocultamos dentro.

Desnudo. Dibujo de H. Matisse.

Desde su etapa de cavernas, el hombre no ha podido escapar al embrujo de la línea pura sobre un espacio, utilizando lo más variados medios para sacar sus demonios interiores en el serpentear del apunte sobre la superficie; que plasma la huella del virtuoso, la candidez del inocente o la incompetencia del improvisado. Para dibujar sólo basta un pedazo de papel y un trozo de grafito. La trascendencia de lo expresado esta condicionado por la ejecución del oficiante, que comunica a través del trazo toda su fuerza expresiva, transfiriendo vida a lo plasmado.

Dentro de los dibujos antepongo y destaco los de algunos desnudos femeninos. Aquellos que con pocas líneas esbozadas en él,  bastan para develar la belleza desvestida; más que belleza, sinuosidad que delimita el contorno de formas que convierten al dibujo en materialización de lo sublime. Cuatro líneas bastaron a Picasso para figurar un desnudo, pulcro, limpio; “un mundo de hedonismo, un mundo de pura positividad en el que no hay ningún dolor, ninguna herida, ninguna culpa”.*2   

Muchos amantes del arte, por prejuicios y dogmas morales, rechazan las obras  que muestran desnudos; el subconsciente los lleva a coligar aquella  desnudez de Adán y Eva, revelada después de perder “la gracia divina” que con su ”vestido de luz” les cubría, dejando su desnudez visible y obligándolos por vergüenza a cubrirse con vestimentas.    

Desnudo. Dibujo de Sugishita

El desnudo femenino en las obras de artistas es  motivo recurrente, los creadores actuales seguimos preocupados por las mismas cuestiones que preocupaban a los clásicos.   Desde la Venus de Willendorf  hasta nuestros días, la historia del arte da ejemplos numerosos de las elaboraciones en diferentes soportes y medios,  de la figura femenina como elemento inspirador. Modigliane, Picasso, Lautrec, Coubert, Gauguin, Suro, Ureña Rib, Celeste Woss y Gill, entre  otros muchos, nos han deleitado con particularizaciones de esa esencia  del deseo para algunos o como bien expresa el poeta Tony Raful: “…..reivindicar el pecado absolviendo en  los cuerpos toda noción  transgresora, exponiendo sus partes voluminosas,  la tentación de la carne, induciendo su saldo de belleza estética, la cercanía de los colores, la magia prodigada en una soledad de canciones telúricas. Es en los cuadros donde se despliega la desnudez, su ámbito de luz, su búsqueda perpetua de perfección. ¨

El dibujo del desnudo femenino con su implícito erotismo, no cae en pornografía. “Las imágenes porno muestran la mera vida expuesta. El porno es la antípoda de Eros. Aniquila la sexualidad misma.”*3 . Para no acercarse a la desnudez pornográfica, el buen dibujo esta henchido de expresividad y enigma.

 

*1- “La sociedad de la transparencia es un infierno de lo igual. Quien refiere la transparencia tan solo a la corrupción y a la libertad de información desconoce su envergadura. La transparencia es una coacción sistémicas que se apodera de todos los sucesos sociales y los somete a un profundo cambio.” Han; Byung-Chul. La sociedad de la transparencia. Barcelona 2013. Herder Editorial, Pág. 12

*2- Han; Byung-Chul. La salvación de lo bello. Barcelona 2015. Herder Editorial, Pág.16

*3- Han; Byung-Chul. La agonía del Eros. Barcelona 2014. Herder Editorial, Pág. 47