La bachata, en la cultura dominicana de hoy, es un género musical popular que se ha impuesto, existe e identifica junto al merengue, la cultura musical de los dominicanos. A pesar de la discriminación social y de la forma en que por décadas se le estigmatizó, considerándola “música de guardia cobrao”, “de cabarets”, de campo, “cueros” y de pobres, importantes sectores sociales que se le oponían, tal vez porque sentían vergüenza de reconocer que le gustaba o porque no la veían apropiada para su condición de clase, le asignaron el mote peyorativo de “música de amargue” con que se popularizó durante los primeros 25 años posteriores a la muerte de Trujillo; sin embargo, ya a partir de la última década del siglo XX, todos comenzaron a aceptarla y disfrutarla como lo que fue y lo que es: Bachata, música popular de los dominicanos.
Hablar de bachata y de música de amargue en República Dominicana, es referirse a un hecho cultural idéntico, que a veces produce confusión cuando se le nombra de una u otra manera, aunque las explicaciones lleven a la misma música, la forma y a la instrumentalización y el baile. En el caso del “amargue”, el término relaciona la bachata con los efectos que produce entre los que las escuchan y tararean, afectados en los sentimientos, el dolor, la desesperanza y el amor; pero no siempre el tema de la bachata es de “amargue” ni quien la escucha está o se siente “amargao”.
El vocablo “bachata” es de origen caribeño y tanto en Cuba, Puerto Rico como en Santo Domingo aparece registrado desde el siglo XIX, pero solo en Republica Dominicana evolucionó y dejó de ser actividad festiva y social para convertirse en género musical, y en esto incidieron los cambios económicos, las inmigraciones, el proceso de urbanización, la aparición y expansión de la radio y la televisión y un clima político de mayor tolerancia y libertades, especialmente a partir del tiranicidio de 1961.
Historiadores, investigadores y escritores interesados en el tema han posibilitado un acercamiento a este hecho de la cultura musical: Deborah Pacini Hernández, a quien se le tiene como pionera, publicó en 1995 “Bachata: historia social de un género musical dominicano”. En ese mismo año apareció el libro de Arístides Incháustegui “Por amor al arte”, que trajo el ensayo: “La bachata dominicana” y dos años después, en 1997, Luis Manuel Brito Ureña publicó su interesantísimo libro “El Merengue y la realidad existencial de los dominicanos: bachata y nueva canción”. Comenzando el siglo XXI, el historiador y antropólogo Darío Tejeda publicó “La pasión danzaría”, en que aparece el capitulo “Nueva canción, merengue y bachata” (2002), y en el mismo año circuló el libro de Carlos Batista Matos “Bachata: historia y evolución”. Por su parte, el periodista Euri Cabral puso en circulación en el 2008 “Juan Luis Guerra y 4-40: merengue y bachata a ritmo de poesía y compromiso”. A estos aportes, me atrevo sumar la investigación de mi autoría “La Cultura del Caribe Hispano en el surgimiento de la bachata dominicana” (2006), en proceso de edición.
Coincidimos con el historiador Arístides Incháustegui, cuando dice que “actualmente la llamada Bachata es un tipo de música interpretada con guitarra, saxofón, maracas, bongós, y marimba, claves, y otros instrumentos (…); melodías con textos sencillos cargados de quejas y denuncias, acompañados del rasgueo de las guitarras”.
Antes, lo que estaba pasando en la música dominicana llamó la atención a otros autores y personas de la sociedad, quienes identificaron detalles precisos que anunciaban que un nuevo género musical estaba tomando forma y era del agrado del pueblo, como lo señala José Medina P., cuando en un informe acerca de las costumbres de los habitantes de Sabaneta y Monción, en 1922, explicaba que lo que más encantaba y atrae a la gente de esos lugares “era la fiesta (sí era de acordeón) o la bachata si es de guitarra y cantos o boleros”.
Pero fue el musicólogo puertoplateño Julio Arzeno, el primero en plantear, en 1927, el origen y la diferencia marcada que se iba dando durante el primer cuarto del siglo XX, entre la fiesta de campos, con su merengue y la fiesta de bachata en las ciudades. Además, identificó la peculiar característica, que todavía persiste, de que en la bachata se interpretaban boleros y guarachas y los músicos eran improvisados, desconocedores del arte musical:
“En llegando el sábado, o día final de semana, en cuanto cierra la noche le basta a nuestro trovero popular, una guitarra, un pandero y la indispensable maraca para divertirse con el baile e improvisado jolgorio llamado bachata, donde es rey y señor comentarista, de todo suceso, empleando para ello el repentizado bolero. (…). Ellos practican el arte de un modo empírico, sin conocer la teoría; aprenden de memoria las diversas piezas de moda, que van componiendo su repertorio, pero también improvisan bella canturrias”.
Más reciente, en 1938, el escritor Enrique Aguiar definió la bachata, en el glosario de su obra, la novela “Eusebio Sapote”, como el “Baile de guitarra, güiro y pandero con que se divierte la gente del pueblo”. Sin embargo, esa música bachatera como le llamaban algunos antes de 1930, no necesariamente era conocida como “bachata” en la época de Trujillo, pues la gente la identificaba con diferentes nombres como bolero-son, guarachas, y guarachitas, de donde posiblemente tomó la famosa emisora el nombre de “Radio Guarachita”. Incháustegui, citando al musicólogo don Julio Alberto Hernández, anota que: “antes se prefería llamar guarachas a verdaderas bachatas, por evitar el uso de este último término, considerado de mal gusto entre la gente de la alta sociedad, estigma que se mantuvo vigente en el país todavía hasta fecha reciente”,
Planteamiento parecido hace el sociólogo Luis Ulloa, al referirse al tema que venimos tocando, en su texto “La bachata de hoy es cara de moneda” (1983), que para entonces ya se identificaba como género musical:
“Surgida a principios de la década de los 60, la denominada “bachata” constituyó una manera particular de expresión musical, de temática principalmente amorosa, creada por sectores del pueblo de rudimentarios conocimientos musicales y literarios y que, por su propia condición social –además de cultural–, se hallaban imposibilitado de canalizar sus inquietudes a través de complejos y costosos instrumentos musicales. Se trata, por lo general, del bolero ejecutado con algunas guitarras, una maraca, un bongó y, ocasionalmente, de otros pocos instrumentos que no debían afectar la musicalización sencilla que debía caracterizar a la pieza”.
¿En qué estamos: “Bachata” o Música de amargue”?
Existen los testimonios y las informaciones creíbles de que el término “música de amargue” con el que por más de 25 años se identificó la bachata, surgió después de la muerte de Trujillo, pero también fue en esos mismos años que a muchos gustaba llamarla “música de guardia” y la consideraban muy cerca con todo lo que tenía que ver con cafetines, cabarets y prostitución. Se puede percibir con cierta facilidad, que durante la dictadura de Trujillo, cuando se importantizó el merengue, el termino bachata era raramente utilizado. Tal vez como forma de discriminación, pues los llamados bachateros, que interpretaban “música bachatera”, eran muy criticados, como aparece registrado en algunos medios de prensa. Esto es lo que posiblemente explica que al finalizar la dictadura ya se había perdido o subsistía discretamente la palabra bachata. La forma musical existía, pero la manera de nombrarla era diversa y por lo tanto, facilitaba la confusión y permitía que se utilizaran otros vocablos para nombrarla.
Deborah Pacini nos dice, que al “hacer la bachata su entrada en sociedad su nombre, sin embargo, fue cambiando primero a música de amargue, desasociándola –y a sus nuevos oyentes de clase media, (….), un numero de canciones y arreglos musicales que se conforman al estilo artístico llamado amargue, que es calificado por otros como bachata, aunque en nuestra manera de pensar no necesariamente significan lo mismo, porque el primer término denota dolor y pesar y el segundo parranda y vulgaridad”.
Y apunta, que de acuerdo a los testimonios aportados por Edilio Paredes, Ramón Cordero y Ramón Cabrera, todos cantantes de bachatas, fueron ellos los que aseguran que “no solo le dieron a la bachata el nuevo nombre, sino que fueron responsables de introducirla en los espacios consagrados. Ellos comenzaron los “lunes del amargue”, y de ahí comenzó la gente a llamarla con ese nombre”.
Por su parte, Arístides Incháustegui explica que en la forma de nombrar el género musical se habían dado dos tendencias: el pueblo, creo yo que recobrando su memoria de identidad, le llama bachata a “la manifestación de esta subcultura, quizás por la manera informal en que se hace esa música; y por el otro los propios interpretes, en su mayoría cantautores, quienes a su vez prefieren que ese género sea conocido como canción de amargue, probablemente atendiendo al trasfondo de los temas tratados”. También Darío Tejeda, en “La pasión danzaría”, defiende la hipótesis de que fueron los bachateros del período posterior a Trujillo, los que “crearon una forma propia y acelerada de bolero, con letras similares a la de este y una manera gangosa de cantar, con una voz de resonancias nasales, y con giros de desgarramiento, dolor y amargura; de ahí el sobrenombre de “música de amargue” que se le indilgó” durante mucho tiempo”.
De hecho, durante años, y especialmente en la década de los ochenta, la prensa registró un debate sobre el nombre del género musical, lo que hizo que el sociólogo Teófilo Barreiro fuera categórico en su planteamiento (1983), de que la canción de amargue no existía con ese nombre, y que el mismo fue un invento de “carácter peyorativo y fue creado con fines comerciales”. El término “amargue es una etiqueta—dijo–, creada por grupos de comerciantes del arte que han comenzado a mercadear un producto que es parte del patrimonio emocional y subcultural de un sector de la vida dominicana. (….); la canción propia de sectores marginados de la sociedad dominicana siempre ha estado permeada por contenidos relacionados con la vida misma”. Y aclaraba que todavía nadie había podido definir lo que era el “amargue”.
Por igual, el sociólogo Luis Ulloa, profesor de la Universidad Autónoma de Santo Domingo y que participó activamente en el debate que se dio a principios de los años ochenta, era del punto de vista de que la expresión “amague” era inapropiada, porque no todas las referidas canciones expresan amargura” y que en ciertas formas, todas las canciones, baladas y boleros que se escuchaban en esos tiempos, también se ajustaban a lo de “canción de amargue”.
Recapitulando, se puede decir que desde finales de los años ochenta ya la bachata, como nombre de la pegajosa música que fue de la marginalidad dominicana, comenzó a expandirse con ambos nombres, pero que definitivamente el de bachata le ganó la partida al de la “música de amargue”, y en esto tuvo mucho que ver la incidencia de Juan Luis Guerra, Luis Díaz, Sonia Silvestre, y Víctor Víctor, por su incursión en el género que había alcanzado “la mayoría de edad” a partir de 1961, pero ella, la bachata, existía desde muchísimo antes de 1961.
Se tiene por entendido que la proliferación de la bachata fue importante en los pueblos, campos del Cibao y de la región Este durante la dictadura de Trujillo, y que en la capital de la República estuvo muy concentrada a la zona de Villa Francisca, Borojol, y en las barras y cabarets que existían en todos los barrios pobres y zonas de tolerancia de muchas ciudades del país, aunque se le identificará como música de la marginalidad: guaracha, guarachita, música de guardia cobrao, música de amargue, de barras, de guardias, alcohólicos, chiriperos, cueros. En el proceso de formación de lo que es la bachata de hoy, jugó su estelar papel el colmado, el colmadón, Radio Guarachita, “el 7 a 8 de Mejoral”, la Onda Musical, la Hora de la Guarachita, Charlie-Charlie, Radhamés Aracena…, y la “música de vellonera”, que ayudó a que esta se expandiera desde finales de los años cuarenta y todavía no termina de concluir, pues llegó para quedarse.
El vocablo más popular para referirse despectivamente a la bachata fue “música de amargue”, especialmente después de 1961, como una forma de señalar las canciones que escuchaban y tarareaban los enamorados que no eran aceptados, o eran olvidados, traicionados o simplemente ignorados por las mujeres de sus sueños, aunque ya en 1943 se hablaba entre los cantantes, y se discutía sobre el “amargue”. Antonio Chabebe escribió en la revista “Salón Fígaro” expresando argumentos en los que se contraponía la música popular y de “amargue” con la clasista “música culta y tradicional”. En aquella ocasión Chabebe escribió: “La música es la copa rebosada de la amargura, el grito agudo de la desesperación, el martirio constante de los que sufren y lloran, la espada que hiere a traición en la mitad del alma”.
Entre los que más gustaban de esa música eran los que habían emigrados desde sus lejanos campos hasta la capital de la República y comenzaron a formar o a reforzar los barrios populares que muchos llamaban marginados, laboratorio de todo lo que pasó en la transformación de la bachata, como lo estampa el historiador Leoncio Pieter en 1947, en su artículo sobre la “Vida de patios”:
“Cansado el cuerpo y extenuado el espíritu, sorprende el sábado al aldeano. Entonces, las reminiscencias llenan su alma y los dulces recuerdos hacen más cruel su presente. Se le humedecen los ojos y sufre retortijones en su ser al evocar su tranquilo pueblo con el viejo campanario de la humilde iglesia, el dulce murmurar del arroyo, la cañada umbrosa donde descifró por primera vez los misterios del amor, las fiestas, la encantadora esquivez de las doncellas y el recuerdo de la mozuela que se arrebolaba ante sus insistentes miradas…”
Esos inmigrantes, que gustaban de la guaracha, del bolero, del son, de la ranchera mexicana y de la música popular de los campesinos puertorriqueños al estilo del Jibarito de Lares y otras músicas latinas, van a convertir en sus nostálgicos refugios a las barras y los cabarets, y a las prostitutas como la sustitución del amor lejano que se iba quedando en el olvido, reprimido, pero que se liberaban en las canciones que evocaban el desamor, los celos, el despecho, la infidelidad, la traición y el dolor. El “amargue” cobraba así categoría social y se convertía en cotidianidad, como se siente en aquella canción que fue hecha popular en1944 por el Trío Tropical, que curiosamente tenia por título “Manto amargo”:
“Si lloro es porque no puedo soportar/ tu ausencia/ Tú has sido para mí cruel/ indiferencia. / Vuelve conmigo que eres muñeca adorada/ Sabes que te adoro,/ que sin ti ésta herida/ seguirá sangrando/ o es que tu complace amargarme la vida/ si sabes que la herida seguirá sangrando”.
El Diccionario de Autoridades (1726), define la amargura como “dolor, pena, o sentimiento que causa algún contratiempo que se padece”, de donde resultó muy apropiado el término utilizado por muchos para referirse a la bachata y de hecho definió por mucho tiempo y con cierta precisión lo que se quería expresar cuando se hablaba de la “música de amargue.” Y era así, pues se hizo costumbre entre los militares cuando recibían sus salarios mensuales, y los chiriperos cuando obtenían ganancias fruto de su trabajo de albañiles, venduteros y carpinteros, dirigirse a los bares, especialmente los fines de semanas, a embriagarse de licor y a rumiar sus penas. Sin embargo, “bachata” es el vocablo correcto y primigenio para nombrar ese pedazo de cultura musical de los dominicanos, predilecto entre los que de algunas maneras, cuando se habla de amor y especialmente de desamor, recurren al alcohol y sufren callada y públicamente y son identificados de inmediato como “amargaos”.
Para finalizar, no deja de ser curiosa la guaracha que estuvo de moda a principios de los años cuarenta del siglo XX, popularizada por el Negrito Chapuseaux y que curiosamente lleva por nombre “Azúcar pa un amargao”: “Azúcar pa un amargao/ azúcar, canela y miel;/ azúcar que caminao/ el que lleva esa mujer./ Yo no estoy equivocao/ se de que pueblo es usted/ si no es de Hoyo Colorao/ de Punta Brava no es./”.
Como se puede apreciar, hablar de bachata y amargue es hablar de historia, de investigación, de bachateros, periodistas y faranduleros y de la música dominicana en general. He intentando caminar entre ellos, tratando de ser justos tanto con los bachateros como con los amargados de la vida; pero no para provocar debates ni poner en dudas los valiosos aportes de los que han tocado este asunto, sino con el interés de acercar el tema a las nuevas generaciones. Seguiremos.