En el Santo Domingo colonial a mediados del siglo XVI, a orillas del Ozama, florecía la sapiencia de una monja, su virtud mística, sus versos de modestia y humildad de sumisión a la gracia divina, así como su liderazgo religioso. Dominaba el latín y el castellano quien fuera doncella criolla, y entregara dote para su ingreso al Convento para orar en silencio, en la soledad de sus muros expresando con gratuidad su devoción a Dios y a la Madre de los Cielos. Sin embargo, su vida de clausura no fue obstáculo para su amistad con un Oidor de la Real Audiencia.
La población de la antigua villa de Santo Domingo con su plaza central se desenvolvía entonces en un ambiente de vicisitudes, de episodios de pelitos, de armas, en medio de una vida cotidiana salpicada por costumbres medievales, y todo tipo de intrigas de los ambiciosos navegantes de ultramar, conquistadores de estas tierra lejanas, desdichadas colonias de las Indias Occidentales, donde predominaba el ultraje y la servidumbre de sus naturales habitantes.
La historia literaria nos cuenta que en el Imperial Convento de Predicadores de la Orden de los Dominicos con sus admirables naves ojivales y portada de Renacimiento, tuvo claustro en el de Santa Catalina de Sena, con su templo de la Regina Angelorum, la primera poeta del Nuevo Mundo, la monja dominica Doña Leonor de Ovando, mujer de iglesia aficionada a escribir, cuyos versos se conservan en el manuscrito autógrafo del doctor Eugenio de Salazar de Alarcón (1530-1602), Oidor de la Real Audiencia de Santo Domingo (1573-1580), autor de un “Canto en loor de la muy leal, noble y lustrosa gente de la ciudad de Santo Domingo”, donde el prosista copió (transcribió) los versos de la monja y de otros poetas de la isla.
Salazar hace referencia en su manuscrito del siglo XVI hecho en folios de piel de becerro, cosido en el lomo a estilo mudéjar, de tres poetas criollos, nativos de Santo Domingo, que se suponen nacidos en Santo Domingo: Doña Elvira de Mendoza (que escribía, aparentemente desde 1508, y se cree que vivía un poco más después de 1609, dato que no ha podido se comprobado fehacientemente por ningún investigador; Francisco de Tostado de la Peña (1535-1586) de quien solo se conserva un soneto que dedicó al Oidor, que enseñaba en la Universidad de Santiago de la Paz, antiguo estudio de Hernando de Gorjón; y Doña Leonor de Ovando (nacida aproximadamente en 1534, se presume que natural de la Isla) “la ingeniosa poeta y muy religiosa observante”, a quien refiere Menéndez y Pelayo [1] le dedica el Oidor cinco sonetos y unas sextinas, en respuesta a cinco sonetos y unos versos blancos, textos que han llegado a nosotros a través de la apropiación o suplementariedad literaria, es decir, “citados dentro de textos de hombres cuyas obras fueron divulgadas”.
En el Santo Domingo del siglo XVI no hay ninguna obra a semejanza de la de Juan de Castellanos (1522-1607) contemporáneo de Leonor de Ovando, autor de “Elegías de varones Ilustres de Indias”, cuyo lenguaje era típico del usual en la Nueva Granada, uno de lo más largo poemas de nuestro lengua, y cuyas primeras cinco elegías de la primera parte las dedica a la historia de la Isla, el cual fue impreso en Madrid en 1589.
En la antigua calle de la Universidad, de la Cruz de Regina o del Convento, he recorrido muchas veces la monumental grandeza de la Iglesia de Regina Angelorum, y al contemplar la bóveda de su capilla absidal siento que me lleno de una emoción mística. Siento tantas memorias sin revelar que guardan entre penumbras sus muros interiores, obra de un gremio de albañiles anónimo, ejecutada por la orden religiosa de los predicadores con apoyo de la corona española, donde los triángulos equiláteros curvilíneos y los círculos se forjaron para darnos una conmovedora sensación del arte monacal y de la agitación que trae a las vidas el ideal de alcanzar la perfección humana y estar al lado de la absoluta divinidad, alzados los ojos hacia la quietud sobrenatural.
Pero no menos cierto es, que literalmente allí ardía en el alma de una monja el entusiasmo de aprender el lenguaje que trae la fuerza creadora de la poesía, el sentimiento de lo bello, huyendo de los rígidos dogmas. De este templo de una sola nave, que no está orientada de Poniente a Oriente, que no sé si el primer rayo del sol equinoxial de marzo y septiembre conduce al devoto hacia la luz, me atrae la vida de la dominica Leonor de Ovando.
Desde finales de la década del noventa anduve detrás de los vestigios de la monja, y supe que tuvo sepultura en una fosa común, con sus demás compañeras de feligresía, en un espacio del vestíbulo que se encuentra en el lado occidental del templo donde busqué infructuosamente alguna tarja donde pudieran estar algún epitafio con su nombre; sin embargo, nada encontré. Me explicaron las monjas de Regina que quizás Fray Vicente Rubio, O. P., [2] podía ofrecerme ayuda como historiador para precisar el lugar exacto de la fosa. Así lo hice; lo llamé al Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español donde tenía su oficina, conversamos, y me explicó que “al parecer con las transformaciones llevadas a cabo en el convento por la Orden de Malta, quedó cubierta la tumba por algunos nuevos mosaicos colocados, y se perdieron las inscripciones de la misma”, y pienso ahora que el mismo destino tuvieron los legajos de amarillentos folios de sus poemas entre las paredes del claustro.
Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de la Poesía hispano-americana [3] es quien transcribe por primera vez los versos de Sor Leonor de Ovando, profesa en el Monasterio de Regina Angelorum.
Reproducimos dos manuscritos autógrafos de sonetos de la monja dominica escritos en rima asonante dirigido al Oidor con motivo de la “Fiesta de Navidad” y con motivo de “La Pascua de los Reyes” copias realizadas por Ina Diéguez de la McGrill University, en Montreal, del manuscrito de Eugenio de Salazar que se conserva en la Real Academia de Historia de Madrid, las cuales agradezco a mi profesora Catharina Vanderplaats de Vallejo, que me facilitó estos facsímil de los folios 205 al 209, con el propósito de que se conozca la letra del oidor, ya que en antologías, panoramas de literatura o historias de la literatura hasta ahora conocidas sólo se transcribían los versos, no así el texto conservando la ortografía original.
SONETOS
EN RESPUESTA A UNO DE SALAZAR (POR NAVIDAD)
El niño Dios, la Virgen y parida
El parto virginal, el Padre Eterno.
El portalico pobre, y el invierno
Con que tiembla el auctor de nuestra vida.
Sienta (señor) vuestra alma y advertida
Del fin de aqueste don y bien supremo,
Absorta está en Aquel, cuyo gobierno
La tenga con gracia guarnecida.
Las Pascuas os dé Dios, qual me las distes
Con los divinos versos dessa mano;
Los cuales me pusieron tal consuelo,
Que son alegres ya mis ojos tristes,
Y meditando bien tan soberano,
El alma se levanta para el cielo.
DE LA MISMA SENORA AL MISMO EN LA PASCUA DE REYES
Buena Pascua de Reyes y buen día
(Ilustre Señor mío) tengáis este,
Adonde la clemencia sacra os preste
Salud, vida, contento y alegría.
Del niño y de los Magos y María
Tan bien sepáis sentir, que sólo os cueste
Querer, que sea el espíritu celeste,
Y así gocéis de la alta melodía.
Albricias de la buena nueva os pido,
Aguinaldo llamado comúnmente,
Que es hoy Dios conocido y adorado
De la gentilidad. Pues se ha ofrecido
En parias á los Reyes del Oriente:
Y su poder ante él está postrado.
[1]Menéndez y Pelayo Antología de poetas hispanoamericanos, Academia Española, Madrid, 1892.
[2] Fray Vicente Rubio, O. P., (Béjar, Salamanca, el 11 de febrero de 1923-7 de enero de 2006 en la Comunidad de La Virgen del Camino, en Villaba, España).
[3] Marcelino Menéndez y Pelayo en su Historia de la Poesía hispano-americana, Tomo I (Madrid: Librería General de Victoriano Suárez, 1911):296-298,