Se ha ido Ángel, a un mundo donde su sensibilidad estética se encuentra ahora con la naturaleza divina; un mundo donde se participa de lo perpetuo, de la conciencia absoluta, donde las cosas abstractas –al fin-, se hacen pensamiento puro, donde el espíritu ya no es solo una hoja pasajera o el manuscrito celeste que traemos a la vida como fractio vocis o lascivia animi.
Ángel, nuestro Ángel, se ha ido como quiso: en armonía con el infinito, sin hacer estruendo al viento, sin vestirse -–esta vez- de Quijote; lo hizo para alcanzar el
entendimiento al través de los colores que hicieran también al Verbo; lo hizo para que las multitudes se entrelazaran en un abrazo, para que todo lo vivo, las aves incluso, pudieran trinar con nuevas emociones; lo hizo para que las sensaciones de júbilo se encontraran con otros corazones iguales, para que todos vistamos sin adornos la partida; lo hizo para que el paisaje tuviera nuevas escalas cromáticas, y lo que creemos real se transformara en un espacio donde todo testimonio de amor sea una vasija eterna de afectos comunes, de afectos sinceros, de afectos llenos de esperanzas, de afectos fieles y leales.
Ángel, nuestro Ángel, se ha ido para que la tristeza deje de ser gris o violeta, y se haga gracia a través de la blancura que trae el cono de la luz, cuando infinitas partículas se hacen la antesala de la estrella celestial a la cual vamos a ir a habitar.
Ángel, nuestro Ángel, se ha ido para que las apariencias dejen de ser apariencias, para que los contrarios no existan, para que todo lo que se creía agotado en este mundo vuelva a fecundar, y el manzano deje de crecer, y no continué siendo el símbolo del pecado. Se ha ido él, porque necesitaba renacer, admirar desde otro lugar del Cosmos la expresión de la existencia. Lo hizo en la madrugada cuando los aromas que brotan de la madre tierra renuevan las promesas del Creador; lo hizo a esas horas para que las corrientes del viento vinieran atraídas por las fuentes donde la esfera del tiempo es inimitable, y abierta a la eternidad; lo hizo para que no se colocaran lozas sobre su tumba, y los devocionarios y oraciones litúrgicas se hicieran en silencio en la conciencia del orbe; lo hizo porque no quería más hospedaje que el viaje de ida, porque si viene de vuelta su figura tendrá la virtud del sueño, y el efecto artístico de ser un árbol que mira hacia la cumbre celeste; lo hizo con la bondad más íntima que puede una criatura humana dar a los suyos: la tranquilidad que trae el instante del desprendimiento cuando lo asumimos como un soplo que se va, para que se cumpla la descarnación, y que polvo eres, y polvo serás.
Ángel, nuestro Ángel, se ha ido y no ha dejado nada pendiente. Se sumergió en el misterio, y cruzó las líneas del proscenio sin inscripciones visibles; asumió los arcanos que traen las manos que iban a recibirlo; saludó a los cuidadores del libro del tiempo, y adornó su frente de espera, para darle curso a la fecha acordada desde su nacimiento, porque todos traemos un código iconográfico entre las venas, que no acepta omisiones cuando ostentamos de lo sagrado el accesorio de la terminación de la vida.
Ángel, nuestro Ángel, se ha ido en la primavera, en la estación donde la magnificencia se expresa en el paisaje, y está a la vista de todos, luciendo sus mejores galas de luz, de lo rítmico y lo musical, porque era el regalo que Dios, su Creador, le tenía guardado a él, a Ángel, que había pintado el rostro de Cristo. No podía ser de otra manera, me digo, si Ángel había llegado a la compresión de que, Dios exterioriza su obra a través del pincel que da a sus devotos observadores -como él-; a aquellos que hacen usual la recreación de su Universo, que son exégetas de su tiempo, que desbordan su comprensión hacia lo incomprensible, y hacen explicable lo que es, tal vez, inexplicable, porque con convicciones religiosas o no, todo lo que es Todo, todo lo que es Uno, se hace una prolijidad en la paleta de quien vivazmente hace visible lo que Él, el Uno que es Todo, rebela a los artistas escogidos para que transmitan su conmiseración a los demás.
Ángel ahora está en la dimensión donde ya no existe la angustia mortal, en el lugar al cual nadie quiere ser llamado ni llamar, en el sitio del descanso, la última morada donde vamos sin nada, sin armaduras, sin objetos deslumbrantes, sin cosas revestidas por el oro o el oropel de la vanidad terrenal. Llegó allí precedido por sus pinturas y dibujos, por el recuerdo de sus largas conversaciones con sus alumnos y amigos; llegó allí precedido del crepúsculo del día anterior, de la noche y de las horas anteriores a la madrugada; llegó allí sin tener que llevar a escena ninguna obra donde se cuestionara al asombro ni a la plasticidad de la ilusión, ni a las vacilaciones que traen las dudas, porque no había nada que reproducir allí: ese viaje solamente requería sus confesiones en silencio, a solas, como una égloga o una elegía, porque ya no había nada más que deliberar, no había más propósitos que cumplir, no habían más accesorios que buscar, ya que la naturaleza anhelaba que él se entregara a ella, que cerrara sus ojos, que sus párpados cayeran sobre sus pupilas y se hicieran la expresión de lo que asumía: la eternidad al lado de su Creador.
Ahora Ángel, nuestro Ángel, con su paleta de colores, sus pinceles y lápices, labora con su nombre conocido allí, donde el viento y el vuelo de los pájaros anuncian la hora del Ángelus. Nadie como él, ahora, porque cada día al amanecer en ese inmenso jardín donde está haciendo amigos celestiales tiene la gracia de que lo llaman por el nombre con el cual lo hemos conocido aquí: Ángel, que es un nombre sonoro, puro, lírico, que se pronuncia con espontaneidad, como una canción habitual, que hace florecer en las almas lo pródigo, el amor y, la hermandad.
MIS ÚLTIMAS PALABRAS A ÁNGEL HACHÉ. El 17 de febrero de 2014, Ángel Haché compartió con los habitúes de la tertulia “Café Literario” que se celebraba en Ágora Mall, por iniciativa de Verónica Sención, interesantes recuerdos y episodios de su versátil carrera artística; en esa ocasión me correspondió introducirlo, protocolarmente, ante los contertulios convocados, y expresé que: “Al escribir sobre Ángel Haché solo podemos recrear -cuál pincel sobre una paleta-, que su vida es como su obra: extraordinariamente maravillosa y luminosa. Él es un artista entregado al equilibrio de las formas, y un prometedor, muy prometedor espectador de los miles de significados que sugieren las cosas, haciendo que éstas trasciendan como si se desorbitaron en un tablero de incógnitas. Él es una persona con la cual se desea fraternizar, y la superioridad profunda de su don como creador amerita que una cátedra de arte se honre con su nombre, y en la que se exprese desde el inicio que, su sencillez lo hace digno de los mayores elogios.
“Ángel sólo ama, y a diario se desplaza con una dramática huida del inmediatismo. Él, de espíritu íntimo y respetuoso de su cautiva realidad de ser un actor que no entiende el furioso egoísmo de los otros, sólo se asigna el rol interpretativo de la libertad y de la resistencia activa sin dejar de ser un fugitivo de los espejos de la existencia donde se concentran las sorpresas, el subconsciente y el dolor que bosqueja la niebla de la angustia. De ahí, que si retorna al reposo del sueño, Ángel solo llevaría consigo como equipaje a la amistad y el valor de lo humano como sus espectadores eternos.
“Con su rostro de forjador de almas y ceremonias a través del arte del dibujo, Ángel, íntegramente, es un salvador de los linderos que los colores y las líneas toman a través de sus manos para que comprendamos lo que somos: sólo apariencias en la oquedad. ¿Cuáles lazos sino los humanos son los que definen a un ser como él, que no desmaya en hacer latir nuestro yo a solas, cuando su versatilidad de actor y artista plástico nos hace ser soñadores de corazón, soñadores de imaginación, pero en fin, soñadores de cada fibra de la plenitud de la belleza?
“Si en algún momento se rodara una cinta cinematográfica a blanco y negro para narrar al máximum el carácter de Ángel como protagonista y personaje principal del film, sugiero que el guionista desarrolle con aliento poético la historia, y el director se empeñe en obtener una fotografía de excelente calidad, para presentar un primer plano de este hombre delgado desde una sola perspectiva, aquella que se descubre en su mirada, en su voz y en sus gestos: bondad, honestidad y amor… y añadir un subtítulo o lettering que diga: También es un hombre puro, por eso Dios hizo que Ángel dibujara su transformación en Cristo como un legado a la humanidad…”.
Espero, y confío, que ahora que Ángel Haché ha retornado “al reposo del sueño”, y que realmente parece ser cierto lo que escribió en tono sereno, pero con cierto pesar y melancolía Hilma Contreras [“Silencio antes de nacer/ Silencio después de morir/ Vivir anhelante entre dos silencios”] para describir el estado de beatitud del adormecimiento, porque aparentemente no escuchamos a los que nos ofrecen sus estímulos de amor -cuando llegamos y nos marchamos-, no nos haga insensibles, porque deseo que su recuerdo imperecedero se quede con nosotros y entre nosotros, y lo digo con un íntimo sentir porque también amo a Ángel…, al igual que sus familiares, amigos y discípulos lo amaban, y en especial su compañera de vida Elsa Núñez.
Elsa, nuestra Elsa, representa -como escribí justo en septiembre del dos mil catorce-: “la figuración del alma femenina, al hacerse semejante a lo absoluto, al abrazar del tiempo el anhelo de sentir, desde la emoción callada del temblor, lo puro que trae el elogio de los ángeles cuando una imagen se hace excepcionalmente un desposorio de la luz”. Y al hacer esta afirmación sobre ella me pregunté: “¿Qué es entonces la imagen guardada en su memoria de artista, plasmada por el ingenio de Elsa, de mujeres en silencio, naciendo en síntesis como mujer desde la reflexión de lo sensible, desde el despertar de su interior, desde la inocencia divina, sino más que presencias de ángeles de la guarda, o bien, de angelis, ad bonum angelum suum?”.
Vuelvo y repito estas palabras, porque ahora Elsa, nuestra Elsa, está en silencio, quebrada por el dolor, y al parecer su memoria no recuerda que ella compartió y tuvo consigo la gracia excepcional de angelis, ad bonum angelum suum, con Ángel Haché.