El discurso histórico a veces se cosifica y se desdobla; no obstante, es el mediador entre el tiempo anterior al hoy -como presente inmediato que vivimos- y, la tradición de un imaginario colectivo desde el cual se construye un relato ambivalente -en muchas ocasiones-, que puede tener distintos matices cuando representa hazañas y hechos que moldean el carácter humano.

Lo cierto es, y lo creemos así, que nada, ningún hecho, acción o pensamiento que refleje el devenir de lo temporal que somos (la existencia) en el tribunal de la historia, no se reafirma como tal, legitima, valida o se asume como un paradigma (dirán algunos) por los otros, si las generaciones que interactúan como contemporáneos o coetáneos no le otorgan un valor espiritual que determine a posteriori la permanencia de un personaje.

Américo Lugo y su esposa Dolores Romero, en 1952, en la calle Bernardo Pichardo No. 6

La historia social de la nación dominicana se ha indagado y escrito desde antaño, y ha girado en torno a nombres, el poder político-económico, y la conducta de fratricidas cazadores de la dignidad. La nuestra ha sido una historia que se vierte en páginas olvidadas adrede y en páginas redescubiertas por un lector que destaca que su interpretación depende de las acciones de los traidores, de los leales, de los ambiciosos o de falsos demócratas.

Al parecer nuestra historia, y los hechos de sus hombres, no armoniza con los valores; tal vez podemos creer que ido forjándose en la aridez del pensamiento, llevada por el corazón de los innobles a la oscuridad, por los secretos que sorprenden al enemigo y por la realidad “protectora” de unos brazos que se convierten en sorpresivas armas de los verdugos. Al parecer nuestra historia nacional ha estado atada a los ladridos de los perros, a los ojos de un ánima rapaz y al furioso golpeo del puño de la voluntad de quien se hace obedecer.

Pero, ¿por qué continúa la historia verdadera, no la canónica ni la oficial, desconocida por la inmensa mayoría, encerrada en los libros, ignorada, castrada por los intereses del poder político, para que no sobreviva a las amenazadoras energías negativas de los que luchan con agresividad para que los demás no despierten ante el infortunio de los opresores?

Hace años que he leído a Américo Lugo (1870-1952), y en especial su “Historia de Santo Domingo (Edad Media de la Isla Española)” publicada por la Editorial Librería Dominicana en su imprenta, que dirigía un grato amigo de mi familia paterna, Don Julio Postigo, el 28 de junio de 1952. La obra fue escrita por el autor en 1938, y puesta al día con notas de Fray Cipriano de Utrera.

De Américo Lugo [1] sé, además, -independientemente de los apuntes biográficos que se han escrito en torno a su personalidad y que podemos consultar- por referencias de mi amiga, la escritora Belkiss Adrover que compartió su niñez, adolescencia y juventud a su lado que “fue de los grandes dominicanos que ayudó a levantar en la etapa de la intervención militar de EE. UU., el verdadero edificio del nacionalismo puro y sincero, al ser uno de nuestros más ilustres paladines del saber y del honor, con una dignidad estoica, cívica y valerosa que no pudieron romper ni los doblones de oro del tirano. Callado, sin proferir insultos, con un verbo gentil fue escuela de nobleza patria y hombre sencillo”.

Américo Lugo, 12 de abril de 1943

No obstante, tal como ha expresado su ahijada, Belkiss Adrover: “Las generaciones pretéritas siguen ignorando a ese héroe constructivo, de espíritu selecto de poeta, de polígrafo y de mártir cuya palabra sensata y elocuente se dejó oír en areópagos y magnas asambleas, luchando para hacernos libres de las ataduras, y poder izar nuestra bandera”, según expresa en una carta escrita al momento de su fallecimiento titulada “Américo Lugo Herrera… Nos ha dicho adiós”, que enviara al periódico El Caribe desde La Coruña, España, y que la censura prohibió su publicación, donde lo define, además, como un héroe cívico de América, [y] martiniano de corazón…”. [2]

Siempre que pretendo aproximarme a un tema histórico procuro tener a mano la fuente original (el documento auténtico). En esta ocasión es la Tesis de grado sustentada por Américo Lugo para el Doctorado en Derecho titulada “El Estado Dominicano ante el Derecho Público”, correspondiente al Año Académico 1915 a 1916, Número 10, impresa en Santo Domingo por la Tipografía El Progreso de Emiliano Espinal, la que me ha motivado a reflexionar un poco sobre nuestra historia o la historia del pueblo dominicano.

Lugo en la página número quince de su Tesis expresó: “¿Qué valor tiene, desde el punto de vista del Derecho Público moderno, éste pequeño Estado Dominicano que tantas veces ha declarado y afirmado con las armas su voluntad de ser independiente?”, a lo cual contestó:

“El Estado Dominicano ocupa un territorio insular. Nada más favorable que las islas para la formación de los Estados. Basta citar a Grecia. Y entre las islas del mundo la situación de la de Santo Domingo es envidiable. Parece el corazón del Nuevo Continente, y la reina del Archipiélago”. [3]

“(…) La poca extensión ofrece, en cambio, incontestables ventajas para la descentralización y el ejercicio de la democracia directa. (…) El clima es cálido y húmedo. A las lluvias suceden las sequías, y frecuentes huracanes y ciclones destruyen las cosechas. El sol tropical es potente generador de pereza. Bajo sus terribles dardos el hombre se acoge instintivamente a la sombra de los árboles. A causa del clima, el estadista dominicano debe estimular el trabajo e inclinarse al proteccionismo. Condición adversa también, es la fertilidad del suelo. El clima enerva; la fertilidad hace inútil el esfuerzo. Cesa la necesidad. Sólo actúan las pasiones. No existe el ahorro. La desproporción entre los patrimonios es excesiva. No hay barreras. El pueblo es un montón informe” [4], para a seguidas añadir: “El Estado Dominicano no nació viable. Murió asfixiado en la cuna. Proscriptos salieron los padres de la patria, condenados por el crimen de haberla creado”. [5]

Estos párrafos que he seleccionado, escritos hace noventa y nueve años, me provocan pensar que, ciertamente, la narración de la historia es una semilla que se hace inmortal, pero que aquí –en este presente mediático-, no tiene huerto donde crecer para brotar en el pensamiento, y fortificar el alma nacional para que la dignidad sea el principio del ejercicio de la ciudadanía, y al unísono, junto los civilistas, proclamar con Américo Lugo: “Yo no creo en la riqueza, sino en la virtud” [6].

La Familia Lugo-Romero, sobrinas y ahijados. A la izquierda de pie Belkiss Adrover. 19 de marzo de 1948.

¿Por qué no podemos los ciudadanos dominicanos parafrasear a Américo Lugo? Porque nuestra historia verdadera la arrinconan, la entierran tenebrosos personajes en cuyos conciliábulos se sepulta el pasado que no le es beneficioso para sus propósitos, y cubren a la historia con una losa venenosa para que sólo reinen las injusticias sociales sin castigo, porque se han hecho jurar entre sí, como bárbaros, que la historia no puede ser conocida.

El periodista venezolano y Director de la Revista Letras, Horacio Blanco Fombona, escribió en 1917 un artículo titulado “La Enfermedad del oro” que resume el contenido del párrafo anterior, del cual citamos el siguiente fragmento: “El dinero, como el hombre, tiende a multiplicarse. Laudable tendencia. Pero el dinero dominicano está enfermo de miedo. Vive fugitivo en los más oscuros lugares. (…) Pero ese oro que trafica con la miseria (…); ese oro que no vive sino del hambre y de las lágrimas del prójimo es un principio de muerte; ese oro está enfermo de miedo, y no se atreve a relucir al sol (…)”. [7]

Américo Lugo sobrevivió a las intrigas, al poder calumniador y al tirano; su lucidez como pensador se proyecta en el presente, y su vida es el triunfo de lo ético, de la sobrevivencia de la verdad. El género que cultivó fue la historiografía, y la vocación vital que ejerció fue revelarnos dónde se encuentran las fuentes de nuestros males como pueblo, y cómo hacer de este pueblo una nación-Estado con una conciencia profunda para construir su devenir y futuro.

La lectura de la historia de Américo Lugo que propongo, no es una lectura simplista de su obra, ni un desdoblamiento para el imaginario colectivo; es una lectura de valoración, de discusión y aproximación a su pensamiento, para que se reencuentre en este texto una respuesta al presente a través de una voz auténtica, prohijada en el humanismo de un intelecto que es parte de una estirpe que no comercializó con la política ni a través de la política la moral pública. Su rol protagónico como hombre de bien, y héroe cívico de 1916 a 1924, fue para emancipar a la República del opresor, al conocer las causas por las cuales hemos sido una nación con debilidades en su identidad.

Américo Lugo en su Tesis de grado titulada “El Estado Dominicano ante el Derecho Público”, redactada meses antes de la intervención militar de Estados Unidos de América de 1916, escribe: “De la lección atenta de la historia se deduce que el pueblo dominicano no constituye una nación. Es ciertamente una comunidad espiritual unida por la lengua, las costumbres y otros lazos; pero su falta de cultura no le permite el desenvolvimiento político necesario a todo pueblo para convertirse en nación. El pueblo en que él opera, aunque no constituya un Estado, está en vísperas de formarlo, va a fundarlo. Aquel en que todavía no se ha operado, aunque proclame el Estado y lo establezca y organice, no logra constituirlo. La infancia no puede ser adulta por su propio querer. El Estado Dominicano refleja lo que puede, la variable voluntad de las masas populares; de ningún modo una voluntad política que aquí no existe. El pueblo dominicano no es una nación porque no tiene conciencia de la comunidad que constituye, porque su actividad política no se ha generalizado lo bastante. No siendo una nación, el Estado que pretenda representarlo no es un verdadero Estado”. [8]

Partiendo de esta reflexión de Lugo, me preguntó: ¿Qué deben hacer las generaciones presentes para inspirar acciones que destierren la subordinación y la genuflexión de este pueblo que ha conocido, históricamente, los costos de sus batallas por la libertad?

A veces creo –pero tal vez, mínimamente es así-, que la arena periodística es uno de los espacios desde donde se práctica la democracia, pero, no obstante, no deja de ser el escenario del cuarto poder desde el cual los histriónicos recitadores de la mentira elaboran los manuales de la sumisión, el fondo de los abismos donde se execra la dignidad nacional.

No conozco un solo historiador dominicano de alma y pensamiento ético, que se quedara en silencio ante las adversidades políticas y las pretensiones de doblegar a la democracia por el autoritarismo o que optara por ser sumiso y tolerante, cuando se está de frente a una época donde la controversia crítica se hace una controversia sociológica, y, una controversia polémica en torno a la libertad.

Américo Lugo en su Tesis de 1916 afirma que: “(…) el pueblo dominicano tiene muy poca aptitud política. El hombre de Estado debe dirigir sus esfuerzos a aumentar esta aptitud contrarrestando esas causas. Aun con su corta extensión y sus defectos naturales, el país podría servir de asiento a un Estado, siempre que una reforma constitucional que ya comienza a ser tardía, restringiese la enajenación de la propiedad territorial en manos extranjeras. (…) Lo que con sus actuales defectos de ningún modo puede servir para la formación de un Estado, es el pueblo dominicano. Hay que transfundirle nueva sangre”. [9]

Leer a Lugo, vuelvo a preguntarme, ¿puede salvarnos del abismo de la infelicidad social y la frustración colectiva que traen los traumas de la política? Creo que las páginas de su amplia bibliografía pueden abrirnos los ojos a las dolorosas lecciones de la historia, y aprender a formular discusiones sobre los cuadros recién nacientes de la circularidad de la historia. Los fragmentos que hemos transcritos es la crónica fotostática de todo el siglo XIX y el XX.

Su obra escrita en una sociedad patriarcal, y resultado de esa sociedad patriarcal, nos lleva a detener la mirada en los mismos antagonismos y antagonistas que destruyeron la posibilidad de ser una nación-Estado. Esos mismos antagonistas-patriarcas resucitan, se reciclan, hacen de todo un montón de ruinas, y recordemos que no hay mayor ruina social que el personalismo de las negras golondrinas que se cobijan bajo las ramas de los árboles, diciendo que esta sociedad adolece del mal de la pérdida de la memoria. Para ellos la “memorística” solo es viable para desarrollar eslogan y coros de mariposeos efímeros de múltiples colores.

Recordemos que todas las estatuas con el tiempo caen o perecen en el fondo del mar a causa de las tormentas sino están en puerto seguro. Sin embargo, el recuerdo de los egregios individuos que moldearon su permanencia en el mármol del tiempo, como Américo Lugo, no perece.

Una gran amiga, Esthervina Matos, me enseñó a entender  cuando desconocemos cómo se manifestará el destino que: “Las manos divinas tejen nichos celestiales; las manos humanas moldean a la arcilla. Sólo la voluntad divina no se encadena al tiempo de la corta existencia de los mortales. La voluntad divina puede arrancarnos un destino que creíamos conquistado y erigirnos una cripta en el suelo extraño del olvido”.

Américo Lugo, 1901. Fotografía de Abelardo Rodríguez Urdaneta

Finalmente, Américo Lugo en las “Conclusiones” de su Tesis “El Estado Dominicano ante el Derecho Público”, de 1916, nos dice: “(…) Puesto que el pueblo es incapaz de gobernarse y que no quiere después de cincuenta años de independencia, ser gobernando por un Estado extranjero, la minoría ilustrada, que es su más noble elemento, que forma un embrión de Estado, debe constituirse en partido político, menos para aspirar a gobernar las masas que con el propósito de educarlas y suplir la de otro modo inevitable intervención extranjera. En vez de ser lo que hoy disgregada es, puente echado a los pies del primer jornalero audaz victorioso en las luchas fratricidas, esa minoría, suerte de transitoria aristocracia, sería valladar indispensable contra la clase inferior que vive sin freno asaltando el poder a toda hora. Los partidos políticos no deben tener aquí por objeto gobernar, sino preparar al dominicano para el ejercicio por ahora imposible del gobierno republicano, democrático y representativo, a fin de ir realizando poco a poco este ideal de nuestra Constitución”. [10]

Y, finalmente, solo me resta decir, que la historia tiene una complejidad narrativa: se repite con cambios y vacilaciones, no cesa ni se deja aniquilar por la corriente que arrastra el inmediatismo; se fragmenta para estar a la vista de todos; se materializa sin sesgos cuando menos lo esperamos; va paralela entre el ahora y el después, entre el antes y el hoy, entre los de arriba y los de abajo, entre los protagonistas con máscaras o desnudos y los testigos ocultos. Mas cuando sale la historia del sótano, empieza la dialéctica del tiempo, un género que entreabre las puertas para pasar cuentas a las acciones humanas. 

NOTAS

[1] El periódico El Caribe, del 5 de agosto de 1952, página 12, trajo la noticia de su fallecimiento, a dos columnas. “Don Américo Lugo y Herrera, profundo pensador y no menos brillante historiador dominicano, murió ayer a las 2 de la tarde en su residencia de esta capital. Contaba a la hora de su muerte 82 años de edad.

“Con más de una treintena de libros publicados, que recogen lo más variado de su obra, -dramática, patriótica, histórica, crítica, diplomática, prosa, etc.-, “el primer prosador de la juventud antillana”, como lo llamó Pedro Henríquez Ureña, desaparece para llevar crespón a las letras dominicanas.

“Exactamente a los treinta y cinco días de haber puesto en circulación su último libro, (“Historia de Santo Domingo”, desde 1556 hasta 1609), muere este profundo escritor dominicano, después de merecer la gloria de la crítica de todo un continente”.

[2] Carta de Belkiss Adrover, inédita.

[3] La Tesis de grado sustentada por Américo Lugo para el Doctorado en Derecho titulada “El Estado Dominicano ante el Derecho Público”, corresponde al Año Académico 1915 a 1916, Número diez, impresa en Santo Domingo por la Tipografía: El Progreso de Emiliano Espina, página 17, tamaño 210 x 135 mm.

[4] Ibidem, p. 18

[5] Ibidem, p. 30

[6] Fragmento del Primer Discurso que pronunció Américo Lugo en la Cuarta Conferencia Panamericana, celebrada en Buenos Aires, Argentina en 1910. Revista Letras (Año IV, 3 de octubre de 1920): 13.

[7] Revista Letras (Año I, 11 de febrero de 1917): 13.

[8] Ibidem, p. 32

[9] Ibidem, p. 33

[10] Ibidem, p. 34