SANTO DOMINGO, República Dominicana. – Las compensaciones del año 2018 en materia de las producciones fílmicas dominicanas han servido para determinar que el panorama cinematográfico nacional ha estado tratando de revalorar su propia calidad de producción, no obstante, las flaquezas que todavía se manifiestan impiden un resultado más prometedor.
De las 23 producciones cinematográficas estrenadas el pasado año (tres menos que el 2017) es la clara evidencia de que la curva ascendente que se gozaba en años anteriores está decayendo ligeramente.
Pero esto no significa que se esté dejando de producir menos, lo que se puede percibir es que hay otros riesgos que amenazan el campo de la exhibición local y es la saturación por la cantidad de filmes que se colocan en la gatera para salir a la exhibición pública en las salas de cine del territorio nacional, lo cual se está haciendo cada vez más difícil encontrar espacio adecuado entre las cincuenta y dos semanas que posee el calendario.
Si contamos entre los dramas y las comedias que se exhibieron en el 2018, las comedias fueron las menos favorecidas en cuanto a su calidad si se compara con anteriores resultados.
El pasado año se pudo apreciar las comedias “Pobres millonarios”, “Jugando a bailar”, ambas de Roberto Ángel Salcedo; “Cómplices” de Luís Eduardo Reyes, “Hermanos” de Archie López, “El fantasma de mi novia” de Francis Disla, “Trabajo sucio” de David Pagán, “Un cuarto de Josué” de Gabriel Valencia y “Que León” de Frank Perozo.
Las mismas, quizás, no pretendieron solucionar las propuestas que han estado gravitando en los textos cómicos locales donde la improvisación es parte de la dinámica de su narrativa, más bien trataron de retener al público local a las intenciones argumentales de proponen, aunque estas no fueran las más atractivas. Posiblemente, “El fantasma de mi novia” fue la que tuvo un perfil más contemporáneo al unir el tema de lo paranormal a un contexto preciso más potable que jugó con más posibilidades a su favor.
En el plano del drama estuvieron los filmes “La tragedia de Rio Verde”, “El closet” de Miguel Vásquez; “Jana” de Federico Segarra, “Pulso” de Giancarlo Beras-Goico, “Botija” de Fernando Fabián, “En alta mar” de Alfonso Rodríguez, “Lo que siento por ti” de Raúl Camilo, “Amigo D” de Francisco Valdez, la saga de “Rubirosa” de Carlos Moreno y Hugo Rodríguez, “Juanita” de Leticia Tonos y el documental “Noelí en los países” de Laura Amelia Guzmán.
Por lo menos, dos producciones sacaron la delantera y se posicionaron como muestras dignas de un año poco sustancioso. Entre estas se encuentran “Cocote” de Nelson Carlo de los Santos y “Veneno: el relámpago de Jack” de Tabaré Blanchard. Ambas producciones son significativas para el desarrollo de cine criollo pues han representado una exploración a los matices internos de la idiosincrasia dominicana.
Por un lado, el surco dejado por “Cocote” representa el discurso fílmico dominicano más certero sobre la dominicanidad observado en el panorama local. Su concepción rompe con todo lo establecido en términos estéticos y argumentales, pues su aproximación al cine antropológico le confiere un status totalmente distinto a esa paleta de colores manifestada en el discurso criollo.
Y del otro, “Veneno” es un adecuado intento de reproducir y contextualizar un producto criollo que sea reconocido inmediatamente por las audiencias locales ya sea por su característica como espectáculo o por su valor sociológico gracias al personaje de Jack Veneno, el cual ha sido objeto de varios análisis realizados por escritores, educadores, críticos literarios y ensayistas.
Entonces, estas dos posiciones fílmicas son las que han salvado un año que deja más reflexión y angustia que promesas para mejorar. Espero que este 2019 las lecciones sean aprendidas y se tome en cuenta la honestidad al momento de hacer propuestas cinematográficas que vayan en el camino de mejoras en este contexto criollo.