“Qué la justicia de Dios, más grande que la justicia de la Historia, te proteja contra la persecución de tus enemigos y te permita al fin reposar definitivamente en este tempo de la inmortalidad”. Así tronó el doctor Joaquín Balaguer en el acto que patrocinó para defender el traslado de los restos del general Pedro Santana al Panteón Nacional.
La inhumación de los restos del bravío militar de El Numero, Cachimán y el Memiso, vencedor en las batallas con las que defendió la naciente República Dominicana, fue ordenada por el presidente Balaguer y ejecutada el 23 de julio de 1978, faltando tan solo 24 días para entregar la presidencia al hacendado Antonio Guzmán Fernández, candidato del Partido Revolucionario Dominicano que lo derrotó en las elecciones de mayo de ese año. El evento, evidentemente político y adornado con el falso ribete de patriotismo, pareció una acción inesperada, pero de cumplimiento tardío con el compromiso con los más radicales del conservadurismo dominicano y tal vez un mensaje para los que se entendían liberales y que pronto ocuparían la presidencia de la República Dominicana.
Exhumado y trasladados desde el Seibo para ser depositados en el Panteón Nacional, por decisión de un mandatario que ya tenía recogidos sus papeles del escritorio de la oficina principal de gobierno, los restos de Santana recobraban la simbología de primer presidente dictador conocido en la historia constitucional de la República, que aniquiló con la muerte y el exilio el liderazgo juvenil liberal de Los Trinitarios, convirtiéndose de mandatario salvador de la nación en el sicario de la patria que aparentó defender por honor, pero nunca por amor a su condición de independiente y soberana. Parecía que con el hecho tenido de patriótico, el doctor Balaguer se estaba reafirmando política e ideológicamente, acogiéndose y a la vez escogiéndose como el heredero natural de la simbología representativa del conservadurismo dominicano, que lo era, sustentado históricamente en las botas militares.
Balaguer decretó traslado su traslado en 1975
Con el decreto presidencial número 1383, del 24 de octubre de 1975, quedó dispuesto el traslado de los restos del prócer general Pedro Santana al Panteón Nacional “para que descansen en un ambiente de carácter religioso y reciban el tributo de veneración reservado por la Patria a sus grandes hombres”. La decisión del Poder Ejecutivo reservó la fecha del 27 de febrero de 1976 para la realización de la inhumación, como parte de los actos conmemorativos de los 131 años de independencia de la República, lo que no fue posible cumplir en esa magna fecha.
En su nuevo decreto número 3473, del 6 de julio de 1978, el presidente Balaguer retomó el emitido en 1975, de realizar la apoteosis del general Santana, escogiendo la fecha del 23 de julio del mismo año para dar cumplimiento a lo anteriormente propuesto. Para ese fin, se nombró una Comisión integrada por el vicepresidente de la República, el Senador, el gobernador y el presidente del ayuntamiento de El Seibo, así como los presidentes de los ayuntamientos de Hato Mayor y San Pedro de Macorís. También Manuel de Jesús Goico Castro, Vetilio Alfau Duran y Francisco Elpidio Beras, con el propósito de que tomaran las providencias de lugar y elaboraran el programa a desarrollar en el evento. Los restos fueron acogidos y colocados en uno de los nichos de la Patria, en la fecha señalada.
Balaguer y la defensa de Santana
El 23 de julio de 1978 se cumplió la orden del Ejecutivo en su decreto 3473, del 6 de julio de 1978. En el discurso presidencial con que se inició la inhumación de los restos del hatero seibano, que en varias ocasiones derrotó en el campo de batallas a las huestes haitianas que invadieron la República, se sentía fluir en cada expresión de su verbo encendido, la defensa de quien había gobernado de manera irracional aniquilando lo más puro de la juventud liberal de la “Primera República” y que se había convertido, al proclamar la Anexión del 18 de marzo de 1861, en el persecutor y sicario de la patria.
Con sus palabras, el autor de Memorias de un cortesano de la era de Trujillo, quizás inconscientemente estaba haciendo su propia defensa o tal vez exculpándose de la responsabilidad de su gobierno, que la tuvo, de lo que significó el aniquilamiento de los más destacados liberales-izquierdistas de los años sesenta y setenta del siglo XX; en un período en que los jóvenes no eran llevados al “almendro” en que Santana fusilaba a los liberales de su época, sino que los asesinaban en calles de los barrios y pueblos dominicanos.
En esa disertación cargada de justificaciones históricas muchas veces contradictorias, con la defensa de Santana, Balaguer se erigía en defensor público del conservadurismo-autoritario sintetizado en el héroe militar, a la vez que heredero primerísimo de la dictadura de Trujillo, y de la ocupación militar de Estados Unidos en 1965, país que lo asumió, elevó al poder en 1966, y lo apoyó durante sus terribles doce años de gobiernos, al expresar complacido que el general anexionista prefirió aniquilar la patria para salvarla de los haitianos.
Las palabras del doctor Balaguer, pronunciadas ante los restos que iban a ser depositados en el nicho acondicionado para la ocasión, perseguían justificar la medida tomada por él en la condición de presidente, considerando que estaba realizando un acto de justicia, proclamando “llegado para Pedro Santana la hora de la reparación”, justificada por el hecho de que los restos del militar seibano debían encontrarse en lugar digno, redimido de la servidumbre y exaltado por haber sido el “héroe de El Numero, de Cachimán y El Memiso, el paladín sin tacha y sin miedo que guerreó en las fronteras durante casi diez años consecutivos para sostener la Independencia, sin haber jamás desnudado su espada ni contra la ley ni contra las instituciones”.
En un esfuerzo para exculparlo de la Anexión proclamada el 18 de marzo de 1861, acción con la que la República fue convertida por su empeño antinacional, en una Provincia en ultramar de España, el mandatario juzgo aquel desacierto como un error cometido en momento en que “grandes dominicanos de aquel mismo periodo (….), participaban también de la idea de que la Republica no era capaz de sostener por si sola su Independencia y de que necesitaba, para sobrevivir a la embestida de un Estado vecino a la sazón más fuerte, del apoyo de una nación extranjera”. Posición que Balaguer fortalecía bajo el argumento de que para “poner fin al estado nacional de zozobra creado por la amenaza constante de nuevas invasiones” haitianas, era mejor aceptar la “fatalidad histórica de la reincorporación a España”.
Otro de los argumentos enarbolados por Balaguer para ejecutar su decreto de 1975, además de los méritos militares, que los eran “suficientes como libertador”, era el perdón de los cristianos por los fallecidos, porque la muerte “sin embargo, es la suprema igualdad y ante ella deben cesar los odios y retroceder las pasiones”. Pero para el mandatario era todavía más importante, y en esto siempre fue coherente, porque Santana fue “grande ante Haití, el mayor peligro que ha amenazado en todas las épocas la existencia de la República, y esos laureles, aunque manchados por la Anexión, bastan por si solo para otorgarte el derecho de ocupar un sitial preeminente en el Olimpo de nuestros Dioses”.
Para Balaguer, Santana era un monstruo.
En el discurso con el que el presidente Balaguer exaltaba los méritos de Santana para que sus restos fueran tenidos para siempre en el Panteón donde responsaban los héroes de la Patria; en el mismo texto, en las medidas que avanzaba la ceremonia, el mandatario iba estableciendo las razones negativas que aportaban, desde el punto de vista de la historia, los motivos para que los restos del dudoso héroe no siguieran descansando en el Panteón Nacional. Después de referirse al General con palabras de exaltación, se encargó de hacerlo descender y colocalo entre los villanos de la política nacional, sindicándolo como vasallo de España, especie de monstruo, semejante personaje y cruel, que no sentía piedad por sus víctimas, por la que él—Balaguer—sentía “incontenible repugnancia por su despotismo sin control y por tu falta de caridad cristiana”.
Decía además el líder reformista, que Santana producía en él la indignación porque “al igual que el de muchos otros dominicanos, se han crispado de indignación ante la severidad draconiana con que echaste a puntapié del país a la madre del Fundador de la República”.
Balaguer, Santana y la historia.
El presidente Joaquín Balaguer, tal vez tratando de actuar con una imparcialidad mal disimulada, desmentida con la acción que estaba cometiendo, dijo ante los restos del general Santana palabras que pueden ser consideradas duras para el momento en que se estaban pronunciado:
“El gobierno asume hoy la responsabilidad histórica de depositar en este Templo de la Patria las cenizas de la figura nacional más controvertida: las de Pedro Santana. Nos hallamos, según el sentir de muchos, en presencia de un verdadero sacrilegio. Parecería que las bóvedas de este monumento secular van a desplomarse sobre nosotros como protesta por haber franqueado las puertas de este santuario patriótico a un apostata que vendió a su propia patria, y cuyos restos parecían ya inapelablemente condenados a ir de ciudad en ciudad, y de tumba en tumba, arrastrando en su propio país las cadenas de un ostracismo ignominioso”.
Y condenaba con su emotivo discurso: “Hondos escrúpulos de conciencia sacuden nuestro ánimo al depositar hoy los restos de semejante personaje en una urna cercada a la de Antonio Duvergé y a la de María Trinidad Sánchez. Se diría que el héroe de El Numero, de Cachimán y El Memiso, el paladín sin tacha y sin miedo que guerreó en las fronteras durante casi diez años consecutivos para sostener la Independencia, sin haber jamás desnudado su espada ni contra la ley ni contra las instituciones, se incorpora en este instante sobre la losa de su sepulcro para rechazar la presencia en este recinto del hombre que se condujo frente a él y a sus hijos con la crueldad de un tártaro que lo vejó, sin consideración alguna ni a su infortunio ni a su gloria y que después de haberlo hecho fusilar sin haberle ofrecido siquiera la oportunidad de defenderse, visitó el sitio de ejecución, bajo del caballo que montaba y golpeó el cuerpo ya exánime del mártir con su pie de verdugo. ¿Qué sentimientos agitaran hoy el alma de María Trinidad Sánchez al ver llegar a este osario consagrado a los inmortales de la Patria al hombre que hizo desgarrar, sin un ápice de piedad, sobre su pecho la bandera dominicana?”
“Cómo es posible que el hombre que incurrió en el absurdo de cambiar por un risible diploma de Marques el título de Libertador, que se resignó a ser vasallo en los palacios reales después de haber sido Rey en los campos de batalla, que decapitó la República con el mismo sable con que coronó su frente de victorias, que el soldado que formó con los fusileros de El Seibo el antemural humano que cerró el paso en el Sur de nuestro territorio a las hordas de la invasión; cómo es posible, en una palabra, que esa especie de monstruo, que por un lado nos redimió de la servidumbre y por el otro nos ató de nuevo al poste del vasallaje, sea traído aquí, a este Altar de la Patria, para compartir en él la gloria de los que jamás traicionaron sus ideales, y que coronaron su carrera muriendo dignamente en olor de heroicidad?.”
Es el mismo autor de la Isla al revés el que dijo encontrarse entre los que repudiaban la figura despótica de Santana, pues había “sido, entre los aficionados a la Historia, uno de los menos adictos a tu persona y a tu obra. Siempre he sentido una sorda aversión y una incontenible repugnancia por tu despotismo sin control y por tu falta de caridad cristiana. Lo que nos repugna y nos horroriza en ti es el odio irracional y el encono salvaje con que perseguiste a tus víctimas”. Y aporta nuevos ejemplos de la monstruosa actitud dictatorial, de quien era “insensible al dolor impermeable al sufrimiento humano”, enrostrándole a Santana:
“Gabino Richiez, condenado a la pena capital, fue llevado por orden tuya desde Azua hasta Barahona solo para que la familia del reo presenciara su ejecución. José Ruiz, padre de nueve hijos, condenado también a la pena capital por una simple sospecha, fue conducido ante los muros del cementerio y durante varias horas se le hizo desfilar con un crucifijo en las manos, en presencia de una muchedumbre consternada, hasta que llegaste tú, inesperadamente al sitio escogido para la ejecución, transformado por tu crueldad morbosa en un circo, para que tanto el reo como el público oyeran salir teatralmente de tus propios labios la conmutación de la pena”. Y señalaba como ejemplo, la forma en que el dictador irrespetaba la vida: “Una de tus primeras víctimas, Bonifacio Paredes, fue fusilado en El Seibo por el robo de un racimo de plátanos, y una de las últimas, Aniceto Freites, un invalido, fue llevado ante el pelotón de ejecución en una silla de ruedas”.
Además de que el “27 de febrero fue el día escogido para el fusilamiento de María Trinidad Sánchez, solo porque en esa fecha se hallaba simbolizado el heroísmo de aquella mujer sublime que ofreció su sangre en holocausto para que en los campos de la libertad se izaran las primeras banderas dominicanas”. Y a su pariente, al trinitario héroe de los principalísimos de la Patria de 1844, Francisco del Rosario Sánchez, lo asesinó en San Juan de la Maguana el 4 de julio de 1861, para defender con aquel crimen la anexión a España.
Santana y sus víctimas en el Panteón Nacional
Tal y como lo refiere la historiadora Ángela Peña en su escrito los “Restos de Pedro Santana han estado sepultado en seis sitios diferentes por temor secuestro”, publicado en el desparecido periódico Ultima Hora, el 21 de julio 1978, los restos de quien a partir del 23 de julio ocuparía un sitial destacado entre los héroes, había estado en la capilla Nuestra Señora del Rosario de El Seibo hasta 1931: Santana luego de fallecer el 14 de junio fue velado en la calle Hostos no. 5, en la zona colonial. Llevado a la Fortaleza Ozama, allí recibió sepultura el 15 de junio de 1864 y fue exhumado en 1879. De donde lo trasladaron a la iglesia Regina, luego a la Catedral y por último a la parroquia de la ciudad de El Seibo en 1931.
Desde su natal ciudad, como ya lo hemos explicado, sus restos fueron llevado a la capital de la Republica y depositado en la iglesia Catedral, de donde en ceremonia oficial, con toda la pompa militar de rigor, fue traslado al Panteón de la Patria.
El programa desarrollado para la importante ceremonia mortuoria, inició a las 11:30 de la mañana del domingo 23 de julio de 1978. Ese día, el mandatario fue acompañado por una importante comitiva oficial, además de sus hermanas Emma y Ana Teresa Balaguer. Junto a él, los más altos oficiales de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional, entre ellos Juan Rene Beauchamp Javier, Ramón Emilio Jiménez hijo, Ramiro Matos González, Guillermo Guzmán Acosta, Enrique Pérez y Pérez. También Néstor Contín Aybar, Adriano Uribe Silva, Manuel de Jesús Goico Castro, y el capellán de las Fuerzas Armadas Rafael Bello Peguero.
La ceremonia, que incluyó una misa en la Catedral oficiada por el cardenal y arzobispo de Santo Domingo Octavio Beras Rojas, contó con la participación del Coro y la Orquesta Sinfónica Nacional, además de un batallón mixto comandado por Antonio Cuervo Gómez, que rindió los honores militares de estilo, con el disparo de 21 cañonazos.
Proyecto de ley reclama regresar los restos a El Seibo
Posteriormente, 36 años después, el 8 de julio del 2014, una propuesta del diputado Manuel Jiménez fue presentada a los fines de que la Cámara de Diputados solicitara al presidente Danilo Medina Sánchez, se volvieran a exhumar los restos de Santana, se les regresaran a la ciudad natal de El Seibo y depositaran en la iglesia que por décadas le sirvió de morada mortuoria.
Entre los argumentos justificativos del proyecto de resolución que todavía reposa en la Cámara de Diputados a la espera de su aprobación, el congresista Jiménez plantea: “De acuerdo con la historia el general Pedro Santana fue un enemigo acérrimo de los trinitarios, logrando para el 1844 la expulsión del propio fundador de la República Juan Pablo Duarte. Además, ordenó los fusilamientos del Patricio Francisco del Rosario Sánchez, la heroína María Trinidad Sánchez, así como, de los hermanos Puello, Antonio Duvergé y sus hijos; José Contreras, Tomas de la Concha y otros combatientes de la guerra independentista. A esto se suma también la anexión a España de manera inconsulta, lo cual constituyó traición a la patria. Su propio accionar opacó los méritos militares que él pudo obtener”.
Y concluye el exdiputado explicando” “El Panteón Nacional está reservado para conservar los restos de dominicanos cuya vida ejemplar trascienda de generación en generación, un lugar destinado solo a los héroes que defendieron a lo largo de toda su vida, con sus ideales y sus hechos, la independencia nacional. De manera que, resulta irónico y hasta contradictorio que los restos de personajes adversos de la historia como el que indica la iniciativa se encuentren descansando en el Panteón Nacional”.
La resolución presentada, fue aprobada por la “Comisión Permanente de Cultura” de la Cámara de Diputados, con el número 05172-2010=CD, para que se discutiera solicitar al presidente de la República “licenciado Danilo Medina Sánchez, derogar el Decreto No. 1383, de fecha 24 de octubre de 1975, que ordena el traslado de los restos del general Pedro Santana de la capilla Nuestra Señora del Rosario de El Seibo al Panteón de la Patria”, bajo el argumento de que antes “se había emitido un decreto autorizando la exhumación de una persona que erróneamente se le haya dado el calificativo de héroe de la patria. (…). Un hecho inconsulto para el pueblo dominicano”; además de que el general “Pedro Santana y María Trinidad Sánchez son dos personajes de la historia dominicana de pensamiento político opuesto, en los tiempos memorables de nuestra independencia”.
Esta es más o menos la historia aparecida en las crónicas periodísticas. Permítanme finalizar con un párrafo recogido de la crónica que la periodista Ángela Peña publicó días antes de la ceremonia: dice Ángela Peña, que el licenciado Cayetano Armando Rodríguez, en su opúsculo La frontera Dominico-haitiana, trae la anécdota de un dialogo tenido con Ángel Perdomo sobre el lugar donde deberían reposar los restos del general Santana, y que este, “olvidándose del respeto que debía a la persona que le hablaba, y con toda la rudeza de su carácter de soldado le contestó: General: la mejor sepultura para el que vende su patria es una covacha o una letrina”.
(Para este artículo fueron utilizadas las siguientes fuentes: Emilio Rodríguez Demorizi. Santana y los poetas de su tiempo. Santo Domingo, Editora El Caribe, 1969; Ángela Peña, “Restos de Pedro Santana han estado sepultados en seis sitios diferentes por temor secuestro”, Ultima Hora, el 21 de julio 1978; “JB destaca en Santana sus yerros y aciertos. El Caribe, 24 de julio 1978; “Presidente Balaguer estima “error de toda una época” anexión República Dominicana a monarquía España”. Discurso. El Caribe, 24 de julio 1978).