El tiempo es un vestido de la apariencia, los pliegues del viento cuando nos seduce el pasado. Hay días que traen sus ceremonias; ceremonias que nos abaten, imprevistas, que llegan de pronto sin esperar que las rosas se abran para evocar del instante ese círculo que se cierra cuando volvemos a ser habitantes de un jardín donde nuestras manos quedaron grabadas en las hojas de un árbol que crece donde el asombro es un incierto “después”, porque los párpados caen, los ojos descansan de mirar cuando se esculpe en el semblante de los que se marchan la promesa del retorno, y en los que se quedan: la esperanza del recuerdo como una roca viva.
Mercedes Virginia Gutiérrez (1930-2015), mi amiga, se ha ido, a construir un templo en la montaña pétrea donde las aves entonan los sueños del mundo; se fue Mercedes para alcanzar la existencia eterna, y hacer plegarias junto a la fuente donde los ángeles ofrendan su gratitud al Creador.
Desde que mi padre Paíno Manuel nos presentó en 1986, en su residencia de la avenida Abraham Lincoln número 60, la noche en que Mercedes inauguró su primera muestra individual de pinturas, y le llevamos de regalo, junto a mi hermano Omar Paíno, unos ramilletes de flores de Petrea recién cortadas del jardín de mi casa, compartimos su sonrisa, la expresión de vivacidad de sus ojos, los matices de su voz, y su pasión por la poesía.
Mercedes no necesitaba más adorno que su gracia femenil para atraer la atención, y animar con una alegría desbordante las reuniones de escritoras que hacíamos. Fue una amiga siempre dispuesta a apoyarnos en nuestras actividades literarias; no faltó a ninguna de nuestras convocatorias, excepto, precisamente, la de este sábado 25 de abril, a las 11.00 de la mañana, en la Capilla de los Remedios, en la calle Las Damas, esquina Mercedes.
Era una contertulia inagotable; perfeccionista en su arte de la declamación, sumamente organizada cuando de alcanzar un objetivo se tratara, colaboradora, diligente, solidaria en extremo, y consagrada plenamente a su mejor obra: sus hijos.
Mercedes falleció el pasado 25 de abril. Me causó tanta sorpresa leer en la prensa su partida, pero más dolor aun fue no poder despedirme de ella. Cuando acudimos a su velatorio en la funeraria Blandino, su cuerpo inerte ya no estaba en este paraíso terrestre donde la vida se cumple como destino, se teje y entreteje como una ficción que creemos real, que no es más que el refugio de lo temporal, un ropaje para que las bóvedas celestes puedan refractar su misteriosa luz azulada y blanca, donde la conciencia eterna hace que la rueda del tiempo cumpla el misterio del verbo. No obstante, puede dejar en un pequeño libro-recordatorio mi mensaje de adiós, o tal vez, de hasta luego o hasta pronto, y callar mis lágrimas con el recuerdo de sus versos para siempre.
Como homenaje a ella, post mortem, transcribimos unos fragmentos del texto “Mercedes Gutiérrez, cuando el amor habla del alma” que escribimos para la presentación de su opúsculo Doce Poesías en el Salón de Conferencias de la Biblioteca Nacional, en 1999 [1]:
En la nocturnidad que envuelve las horas profundas del ser, he estado leyendo los versos de la escritora, declamadora y artista plástica Mercedes Virginia Gutiérrez, específicamente su opúsculo Doce poesías, que me ha llevado -como dice la autora- por “las formas emotivas y diferentes/sencillamente humanas/ que anidan o perviven en cada ser (…)”.
Anterior a este libro Mercedes Virginia publicó Matices (1985) y Poesías (1996). Sin embargo, En Doce poesías advertimos, de súbito, una vivencia de la poeta con lo bello para afirmar el objeto de plenitud del amor como algo que posee y desea, puesto que exalta a Eros y la evocación eterna del amor como una instancia de abstracción lírica.
Me ha sorprendido de los textos de Mercedes sus “claves de amor” para transitar por la memoria, la mirada y el arrobamiento de su sentir desde una soledad que guarda inmóvil en los círculos del aire:
Primera clave: “los espacios inexistente de la nada (en cuyo espacio) te haces casi tangible/ casi presente”.
Segunda clave: “(…) la locura: mi impenitente/ prisionera, encadenada (o mi obsesiva locura)”.
Tercera clave: “(…) todo, atropelladamente va cayendo/ recuerdos/ motivos (…) sonrisas, miradas”.
Cuarta clave: “Tu voz; esa voz, sólo eso, una voz (…) voz que excita y estremece”.
Quinta clave: La mirada es sólo “avisos (…) de tormentas interiores. El mirarte cerca o lejos es locura y es tormento”.
Y así, al igual que Mercedes Virginia, cuando pretendo ir detrás de Eros y su invisible- ausencia, me abandono en retirada a los calendarios de su escritura. No en vano en el poema “Como te amo”, la autora se abraza a las claridades sombrías que trae la nostalgia, a los bordes de las noches insondables, porque muchas veces encuentra un sitio donde decir como un rumor lejano: “Te quiero todo mío y no puedo ocultarlo/ te quiero como dueño, te quiero como amor/… acallando en tu pecho mis noches de impotencia/… ardientemente (…) que nada nos detenga, que nadie nos separe…” como confidencias secretas de una mujer que tiene un sentir estremecedor de la pertenencia del amor.
[1] Ylonka Nacidit-Perdomo. Contrapunto, Desconciertos y territorios afectivos de mujeres. CCLEH (Santo Domingo: Editora Búho, 2001): 83-87