En abril de 1935 una Maestra Normal, editora,  y cronista de las  tres primeras décadas del siglo XX,  escribió en el número 176, de su revista FÉMINA, sin conocer la repercusión, que  años después tendría, la génesis de lo que hoy es el Café Literario de  ÁGORA MALL.

“Caminaba yo en una de las tardes […]  de este florido mes de abril en que la primavera ostenta con brillante serenidad sus más preciosas galas, por estas limpias calles de la Ciudad Colonial […] y como de costumbre, haciendo etapas en el camino, saludando alguna  que otra persona amiga o  anotando alguna nueva impresión de mis relaciones, hube de detenerme en el hogar de cierta apreciable  familia […]. Tomé asiento en la sala elegante y sencilla [1]. La conversación era familiar y animada.

“Inmediato a la sala de recibo y siguiendo hacia el fondo de la misma, un espacioso comedor construido a estilo moderno, de ancha puerta, amueblado también con sencillez y buen gusto, presentaba en su centro una amplia mesa, alrededor de la cual habían tomado asiento cinco jóvenes que frisan entre los diez y siete a veinte años sosteniendo una interesante y animada plática.

“Tenían ante sí, sendas tazas de café que ellos paladeaban a ratitos, como si no quisieran que se agotase antes de terminar la conversación; como si quisieran retener en sus bocas juveniles y ardorosas, todo el sabor de este preferido aromático del trópico  […].

“Los cinco alumnos de la Escuela Normal Teórica de Santo Domingo […] celebran empeñadamente, su íntima justa del saber, entre sorbo y sorbo del café […] celebran reuniones provechosas […] constituyéndose en una asociación espontánea y simpática, bajo la original  y adecuada denominación de EL CAFÉ LITERARIO”.

Estos jóvenes eran Pedro Mir, Carlos Curiel, José Rijo, Guillermo Piantini, y José Ángel Saviñón, y dice la cronista que: “son las cinco piedras que hoy echan las bases del edificio que surge espontáneamente […] y que “Dios sabe ¡mañana, hasta que altura se levantará! Hay en cada uno de ellos una antorcha que ilumina su propio porvenir, abriendo paso franco a la civilización”.

… Y así fue.

Ochenta años después, en una tarde primaveral, al igual que ese mes de abril de 1935, en que se hace la primera mención documental sobre un Café Literario en el país,  el CAFÉ LITERARIO de  ÁGORA MALL, creado por la gestora cultural Verónica Sención para recrear esas pláticas de Pedro Mir con sus compañeros de la Normal, se honró en recibir como INVITADO DE HONOR, a una personalidad: el Dr. César Mella  Mejía, que nació en San Pedro de Macorís en  1950, quince años después del primer Café Literario.

El Dr. César Mella  en la República Dominicana –considero- es un  reformador de la siquiatría, ya que ha asumido en sus prácticas médicas, que la literatura es el gran refugio de los seres de carne y hueso, para  no sufrir del olvido, ni la carencia que trae  la fecundidad de reflexionar.

Quizás,  esta opinión nuestra sea una opinión extra-literaria, un deseo de que la voluntad se haga inteligente, sin embargo,   D. H. Lawrence,  el famoso escritor londinense nacido en el siglo XIX, que  interpretó  a las tensas situaciones de las relaciones humanas a través del ensayo, y la narrativa expresó que “La novela puede ayudarnos a vivir como no lo puede hacer ninguna otra cosa”, y que “La novela es el medio perfecto para revelarnos el arco iris cambiante de nuestras relaciones vivas”.

Es sorprendente leer  y oír hablar  al Dr. César Mella sobre esa materia abstracta  que es la mente o la conciencia mental, porque cada reflexión suya se constituye en un pasaje donde lo intelectual-académico sea hacen inseparables, y entiendo que no resulta simple para un médico-psiquiatra, de su elevada reputación profesional, ofrecer un diagnóstico sobre el estado espiritual de las sociedades actuales  que provocan  espantos, y hasta en cierta forma repulsión.

A César Mella lo he leído, en la prensa -con una opinión veraz- expresar  que esta sociedad está emocionalmente enferma. Un diagnóstico que pocos quieren problematizar ante la  aniquilación, y el abominable  derrumbe de los valores, así como  el carácter suicida que trae a la humanidad el egocentrismo de  los nuevos mitos, de los personajes que “marcan” las tendencias en las redes o en la civilización del espectáculo.

Shakespeare fue un literato moralista;  Nietzsche, un reformador-conductor moral, autor de “Humano, demasiado humano” (1876-78).  César Mella, a mi modo de ver,   es un reformador-conductor y escritor ético que posee el “talento de la amistad” como don, al lado de la nobleza.

César Mella es un hombre esencialmente de pensamiento. Pocos científicos  como él ponen su oído al alcance de las distintas  conciencias que traen cada época, porque el vivir  ahora se caracteriza por ser  sólo entreactos mediáticos  desde donde se crean los virus del individualismo como muerte del alma. Leyendo a César Mella he ido moldeando mi visión sobre cómo podemos asumir el futuro  de este siglo virtual y tecnológico, y cómo se desenmascara la inexistencia-de-los-otros provocada de manera perniciosa por los fabuladores de falsas esperanzas que traen consigo  la muerte del intelecto.

No sé; pero me gustaría preguntarle al Dr. César Mella  si la siquiatría tiene algún “alcance salvífico” para que la humanidad  se escuche, y  el ser humano vuelva a hacer un habitante de sus sueños –como fue para Pedro Mir, en 1935-, alejándose del ruido, de la simulación descarada, y de los despropósitos alucinantes  que trae el poder político cuando  hace sucumbir a los demás en  las bastardías del  laberinto de las exclusiones  sociales y emocionales. Esta, al parecer, y no me siento una medievalista,   es el enigma que oprime a muchas mentes: cuando  las semi-verdades y las semi-mentiras nos abandonan a la desesperanza,  al mutismo, al exilio interior voluntario,  a la infeliz y extraña voluntad de suprimirnos del medioambiente, porque el “éxito”  ahora no se construye desde el interior puro del  alma,  sino desde la apariencia  que todo lo arruina como la actividad inquisitiva de mayores deslealtades a la existencia.

Pedro Valentín Mir

Desde esta perspectiva  le pregunto  al Dr. César Mella: ¿interpreta y explora la siquiatría  la condición metafísica del ser,  no como especulación filosófica ni simple teoría, sino como la narración de la mente donde la soledad ante la intemperie que trae la nada, y el  sino-de-la muerte que nos espera, se abandona?

Creo, que el Dr. César Mella, puede ayudarnos a curarnos de la inacción o el silencio de los buenos; porque los buenos  -los que tienen que salvar a esta sociedad de la esquizofrenia colectiva y de la catástrofe que trae el derrumbe total de apariencias y la manipulación subliminal y antagónica de las minorías sobre las mayorías-  temen  vivir un tenso drama kafriano. ¿Acaso, es  esta la  realidad actual de nuestra sociedad?

Mientras espero sus respuestas, deseo concluir diciendo que la   vida  profesional, del   notable siquiatra César Mella, se  ha sustentado en su  labor académica  y   en su  vocación, siendo interlocutor de esas oposiciones binarias entre el pensar y el decir, lo cual ha hecho de él un  humanista, un hombre-conciencia de su época, porque se ha detenido a meditar como escribe  Kafka –en Carta a Milena– en lo que todos sentimos en el presente: “Tengo una angustia indeterminada ante lo indeterminado cuya indeterminación consiste sobre todo en que supera inmensamente mis fuerzas”.

… Y  así, en la pasada  tarde del martes 21, estuvimos  más que convencidas Verónica Sención, y quien escribe,    que aquellas palabras de la Maestra Normal, Petronila Angélica Gómez, también petromacorisana, como César Mella, fue una adagio lanzado al infinito, una premonición de cómo en los jóvenes de su pueblo la sabiduría se engrandece a través de sus obras, acciones, pensamientos y cumplimiento de sus deberes con la sociedad.

Hoy esa frase de Petronila, “Dios sabe ¡mañana, hasta que altura se levantará!”  tiene un nombre, que se ha hecho “una antorcha que ilumina su propio porvenir”: César Mella.

NOTA

[1] La “sala elegante y sencilla”,  a la cual hace referencia Petronila Angélica Gómez, es la casa de la Maestra Normal Abigaíl Mejía,  en la calle Salomé Ureña número 7 de la ciudad de Santo Domingo.