Título original: Venom: Let There Be Carnage. Año: 2021. Género: Fantástico. País: USA. Dirección: Andy Serkis. Guion: Kelly Marcel. Historia: Tom Hardy, Kelly Marcel. Cómic: Todd McFarlane, David Michelinie. Elenco: Tom Hardy, Michelle Williams, Woody Harrelson, Naomie Harris, Stephen Graham. Duración: 1 hora 37 minutos.
Si el propósito de una secuela es superar a su predecesor, “Venom: Carnage Liberado” (Venom: Let There Be Carnage) se puede decir que este intento, aunque sea milimétrico, puede ser mejor que la primera versión.
Esta secuela intenta ahondar en el establecimiento del simbionte Venom con el reportero Eddie Brock (Tom Hardy), aunque sigue mofándose de muchas cuestiones fundamentales con la posible seriedad del personaje de Eddie.
Aunque el humor rozaba ciertas zonas de la narración en la anterior versión, esta vez se inclina más por el humor negro para satisfacer las ganas de entretenimiento de un público y no dejar que el interés por el devorador de cerebros no decaiga en ningún momento.
Eddie y su simbionte Venom todavía están intentando descubrir cómo vivir juntos cuando un preso que está en el corredor de la muerte (Woody Harrelson) se infecta con un simbionte propio.
Las escenas de acción son mejoradas y se articulan adecuadamente al entorno que ofrece la fotografía de Robert Richardson, conocido por sus colaboraciones con Quentin Tarantino y Martin Scorsese, quien ofrece una vista excepcional de San Francisco en la que el personaje alienígena ofrece algunos momentos animado.
La actriz Michelle Williams en su rol como Anne Weying, la exprometida de Eddie Brock es presentada nuevamente como su confidente, reservándole algunas buenas escenas donde ella se convierte en el centro de la acción.
Lo que no sucede con la justificación del personaje de Harrelson quien se muestra forzado a ser el villano y némesis de Eddie con una serie de enfrentamientos que parecen sacados de un mal libreto.
Aunque esta segunda parte puede ofrecer una mayor soltura, arrastra el lastre de su propio humor y de un guion mal justificado que ni el director Andy Serkis (Breathe, 2017) puede equilibrar dejando al final un filme con mucho ruido y poca sustancia.