SANTO DOMINGO, República Dominicana-. Es la hora de la familia. Alex Alberto Soriano y su esposa Rosanna Lucía Méndez llegan a su casa con sus tres niños de 10, 11 y 12 años. Acaban de cenar.
Con la viveza de la noche y del alma, los niños se bajan del vehículo y se encaminan hacia su nido familiar. El mismo que todos los días los recibe como aliento reposado y tranquilo.
Pero este miércoles 15 de febrero la calma cesa. La oscuridad, inquietante y fría y perturbadora llega. De repente entra la inseguridad al hogar de Alex.
Dos hombres desconocidos llegan a bordo de una motocicleta e invadieron su espacio.
Papá y mamá todavía se encuentran dentro de la jeepeta.
‘‘Uey, uey’’, grita uno de los jóvenes de no más de 20 años. Se bajó de la motocicleta y sin invitación alguna ingresó al parqueo. Con la furia que siempre resguarda al atropello, la fechoría, al delito…se lanzó sobre Rosanna con el propósito de robar su cartera. No lo consigue.
La esposa de Alex forcejeó con las garras de una madre –demás está decir heroína– que tiene dos niños y una niña esperando su calor maternal dentro de la casa.
Carlos Caraballo Sánchez esta vez falló.
Quiso sacar un arma de fuego, pero Alex, decidido, arropado por la desesperación, mira los golpes que está recibiendo su esposa, enciende el vehículo y sale de reversa. A toda velocidad.
‘‘Se fajó a la trompá’ con mi esposa’’, dijo Alex. Sus ojos hablaban de impotencia y frustración. Rosanna tiene golpes en la pierna y el brazo derecho. Y en el cuello.
Carlitos –como es conocido el atracador, quien había salido hace tres meses de la cárcel, según datos de Alex– es arrastrado desde el estacionamiento hasta la calle. Terminan a la intemperie, en el medio de la calle. Con un aguacero de temor y desesperación. En tinieblas.
Qué viene ahora…
‘‘Un ladrón, un ladrón’’, gritan desesperados los niños, quienes llegan a tiempo para presenciar la perturbadora escena.
El compañero de crímenes, quien lo espera, al observar la situación, emprende la huida.
Llegan los vecinos y la policía aparece para detener a uno de los ladrones.
Una mochila de colores azul y negro que tenía estaba repleta de celulares, monederos y una computadora. Pertenencias de sus múltiples víctimas del día, se presume.
Secuelas
La noche en su cauteloso paseo puede arrastrar hasta la oscuridad impenetrable este tipo de episodios. Las comidas en familia continuarán. Los buenos momentos pueden –con esfuerzo– desplazar el maltrato de los crímenes. Mas no arrancar de raíz lo vivido.
‘‘Mis niños están conmovidos. Es una situación difícil y extrema la que presenciaron’’.
Dice que en la zona del Ensanche Quisqueya la gente no vive tranquila. Dice que los delincuentes pasan el día ‘‘ubicando’’ a sus víctimas. Buscan a quien quitarle una cartera, un celular, y de paso –si la situación se complica-, la vida.
‘‘Las cárceles dominicanas son escuelas para aprender a delinquir’’
Aclama la ayuda de la sociedad. Pide que se empodere para exigir que las leyes se cumplan y que esos delincuentes sean castigados.
‘‘Esto no puede seguir así. Vamos a empoderarnos. Si a la justicia se le hace imposible, si a los políticos se les hace imposible…nosotros los ciudadanos tendremos que hacer el trabajo.
‘‘Uno sabe quiénes son los delincuentes de la comunidad. No es tan difícil identificarlos. No es tan difícil identificar donde están los puntos de drogas. No es tan difícil identificar quiénes compran estos celulares que ellos se roban’’.
Habla de un sistema carcelario ineficiente, que no corrige las fallas sociales, que no sabe castigar a los culpables, que no educa ni enseña un comportamiento social a los delincuentes que apresa… Que es inútil.
‘‘El problema es que estos delincuentes reinciden. Estaban presos, pero la policía los suelta y vuelven a lo mismo. Es decir, de la cárcel vienen con más técnicas. Las cárceles dominicanas son escuelas para aprender a delinquir’’, concluye.