SANTO DOMINGO, República Dominicana.- A las cuatro de la tarde del 4 de abril de 1972, tropas policiales forzaron su entrada al campus de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), en búsqueda del dirigente izquierdista Tácito Perdomo Robles.

Los agentes, al mando del coronel Francisco Báez Maríñez, habían llegado una hora antes, cuando en la casa de altos estudios se llevaba a cabo el proceso de inscripción.

Las balas volaron casi desde que ingresaron al centro, ciegas a las caras de espanto de por lo menos mil personas, entre estudiantes y profesores, y sordas ante sus gritos.

Una de ellas encontró un huésped que se convertiría, manera fatal, en el ejemplo más triste del absolutismo imperante en el país, hijo del trujillismo.

Sagrario Ercira Díaz Santiago cayó frente hermano Fidias Omar, herida gravemente en la cabeza, entre bombas y alaridos.

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Su batalla entre la vida y la muerte se decidió 10 días después en la clínica Gómez Patiño, con su partida terrenal.

Otros estudiantes también sufrieron lesiones importantes, pero la de Sagrario fue la única víctima fatal.

El acto de inhumación en el cementerio nacional de la avenida Máximo Gómez, el 15 de mayo de 1972, fue multitudinario. No fue para menos. Su sepelio se convirtió en la expresión de dolor y rabia más clara.

Así, Sagrario, quien a la sazón tenía 26 años y cursaba el tercer año de Economía, se transformó en un símbolo funesto de la lucha contra un sistema impuesto por el entonces presidente Joaquín Balaguer, matizado por la sangre y el miedo.

Después de Sagrario

De forma inicial, un oficial de la policía fue sometido a una investigación por los incidentes del 4 de abril, pero fue descargado de responsabilidad.

Rosas para Sagrario: busto de Sagrario Ercira Díaz Santiago, donde cayó abatida de un disparo en la cabeza mientras se matriculaba el 4 de abril de 1972. Foto: Emil Socías.

Al coronel Francisco Báez Maríñez, quien dirigió a los agentes que violaron el fuero universitario, tan mal no le fue.

El 27 de noviembre de 1984, el presidente Salvador Jorge Blanco, en pago a los servicios prestados y sin respetar el dolor de la familia de Sagrario, lo designó subjefe de la Policía, mediante el Decreto número 2529.

Leonel Fernández, siendo Presidente de la República ascendió al grado de general, mediante el Decreto 476-07 del 27 de agosto de 2007, para favorecerlo con un aumento de su pensión.

El relato de Fidias Omar

“Sagrario y yo estábamos en el primer pasillo de entrada al Alma Mater, justamente frente a los invasores policiales. Ella y yo, asidos de las manos, buscamos protección de los tiros, más que de las bombas. Dimos media vuelta y, en un pequeño jardín del Alma Máter, nos fuimos desplazando, rozando contra el suelo. Los gases lacrimógenos nos estaban asfixiando y ella, que había perdido sus lentes, desesperada me dijo “me estoy asfixiando, hermanito”, y soltándome las manos hizo el intento de avanzar, pero al levantar la cabeza recibió el impacto mortal de una bala en el hueso occipital que se le alojó en el frontal. Intenté agarrarla de nuevo, pero no me respondió. “Sagrario, Sagrario, hermanita”, entonces miro a ver qué le pasa y los ojos se me quieren brotar al observar que en la cabeza le penetró la bala y la sangre le estaba manando”.

Yo había jurado no volver a entierros de revolucionarios asesinados, después de varios roces con la muerte en estos actos, especialmente el de Orlando Mazara en 1967, el de Flavio Suero en 1969  y el de Catalina Ortiz en 1970. Pero, la agonía  de Sagrario Díaz durante los 10 días que duró en coma y su sepelio el 15 de mayo de 1972,   conmovieron  a la nación.

Se me hizo imposible no asistir. Así que, me encontré  entre las más de 100 mil personas que llenaron las calles,desde la catedral de Santo Domingo hasta  el cementerio nacional de la avenida Máximo Gómez,  para darle el último adiós a la malograda joven.

La misa fúnebre, presidida por el arzobispo Hugo Eduardo Polanco Brito,  fue multitudinaria. No recuerdo quiénes estaban sentados en los primeros bancos pues el antiguo templo estaba abarrotado,  pero sí que me tocó  una de las primeras lecturas.

Todo el mundo temía que en el cementerio iba “a pasar algo” en vista de la tensión creada por el alto grado de indignación pública causado por el salvaje asesinato de la estudiante universitaria.

Pero, el Gobierno debe haber pensado que reprimir esa multitud tenía un costo muy alto, además de la inusual cantidad de  más de 100 mil personas. Así que, todo transcurrió en calma.

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