SANTO DOMINGO, República Dominicana.- No sorprendió a nadie en República Dominicana la salida de haitianos de vuelta a su país en plena pandemia, debido al súbito cierre de las plazas de trabajo en el campo y en la ciudades, y tampoco extrañó cuando la vacunación contra la COVID-19 incluyó a los extranjeros, pero solamente a los debidamente documentados. Lo mismo sucedió y sigue sucediendo en otros países, pero la diferencia es que no viajan de vuelta a Haití, sino hacia Norteamérica.

Mañana miércoles, Estados Unidos y México participarán en una reunión ministerial internacional convocada por Panamá y que se realizará de manera virtual, para que ocho países del continente concreten "una hoja de ruta" que permita afrontar el creciente flujo de migrantes que atraviesan países suramericanos y América Central en su ruta hacia el norte del continente.

Erika Mouynes, la canciller de Panamá, convocó la cita cuando hay miles de migrantes, en su gran mayoría haitianos, represados en Colombia a la espera de pasar hacia Panamá, lo que ha generado una crisis humanitaria y sanitaria en el lado colombiano de la frontera común de Darién.

A Estados Unidos -con un representante del Departamento de Estado-, México y Panamá se unirán los cancilleres de Chile, Brasil, Ecuador, Colombia y Costa Rica" en el encuentro de este miércoles que, según las expectativas de la canciller panameña, no debe quedarse en meros discursos sino que debe encaminarse a concretar "una hoja de ruta completa" que permita afrontar un fenómeno que Panamá ha encarado desde hace "10 o 15 años", pero que se ha agravado con el tiempo.

Cada año miles de migrantes de países de todo el mundo llegan a Panamá a través de la peligrosa selva del Darién, la frontera natural con Colombia, en su camino hacia Norteamérica.

En 2016, la aglomeración de miles de cubanos en la frontera entre Panamá y Costa Rica generó una crisis humanitaria y llevó a los dos países a establecer un plan de flujo controlado, que del lado panameño incluyó atención sanitaria, alimenticia y registros biométricos.

PANAMÁ Y COLOMBIA ESTABLECEN UNA CUOTA PARA EL PASO DE MIGRANTES

Panamá y Colombia acordaron el viernes pasado aplicar un plan de flujo controlado, y este lunes funcionarios de ambos países se reunieron en territorio colombiano y acordaron una "cuota" de migrantes que podrán cruzar, informó la Cancillería panameña sin más precisiones.

"La cifra acordada, que se divulgará mañana miércoles por común acuerdo, responde a la capacidad de migrantes que puede atender el sistema de acogida de Panamá", indicó un comunicado oficial, que precisó que delegaciones de ambos países se reunirán semanalmente para dar seguimiento a la situación.
Panamá y Colombia acordaron, además, "el intercambio de información de manera oportuna y un reporte de los migrantes que se embarcan hacia Panamá, atendiendo las normas de seguridad y las medidas biosanitarias internacionales".

Mouynes explicó que la mayoría de los migrantes en tránsito que salen de Colombia lo hacen desde Capurganá, y la propuesta panameña es que, teniendo "un punto específico desde donde puedes controlar cuántos están saliendo para llegar a Panamá, y es allí donde queremos establecer la cuota".

Según datos oficiales panameños, solo en lo que va de este año 2021 han cruzado hacia Panamá al menos 49 mil migrantes, la mayoría de nacionalidad haitiana y cubana.

Muchos de los haitianos, familias enteras incluidos niños, estaban establecidos en países suramericanos y con la crisis de la pandemia están migrando ahora hacia Norteamérica. Su destino final es principalmente EEUU.

CHILENOS Y BRASILEÑOS DE ORIGEN HAITIANO

El terremoto que devastó Haití 2010 originó un éxodo que una década después sigue en movimiento. Ahora son decenas de miles los migrantes atascados desde Colombia hasta México que provienen de Brasil y Chile.

Se ha vuelto visible ahora en un lugar inhóspito: Darién, la peligrosa frontera selvática entre Colombia y Panamá, donde se ha creado un verdadero embudo humano, un cuello de botella especialmente estrecho.

Solo en el municipio colombiano de Necoclí aguardan unos 10 mil migrantes a la espera de adentrarse en el istmo por el Tapón del Darién, cruzar Centroamérica y llegar a los países de Norteamérica: México, Estados Unidos y Canadá.

El número de haitianos en esa frontera únicamente es menor si se lo compara con la diáspora venezolana. En ese caso las cifras pasan de miles a millones y el flujo es constante, pero desciende a las decenas de miles los haitianos que llegan no desde el Caribe sino desde el sur del continente, principalmente de Brasil y de Chile, adonde huyeron después del terremoto de 2010.

En ese recorrido los haitianos están acompañados por cubanos, asiáticos y africanos. Las autoridades de Migración de Colombia alertan que no se trata de un fenómeno novedoso, porque desde no hace poco registran picos de más de 35 mil personas por año, aunque los números actuales en Panamá son más altos: 46 mil desde enero de los cuales 18 mil solo en julio. Más de 20 mil figuran como haitianos, que casi triplican a los 8 mil cubanos.

Sume a esos 20 mil alrededor de mil quinientos niños brasileños y el doble de chilenos, hijos de haitianos nacidos en esos dos países que acogieron la primera oleada haitiana posterremoto.

El devastador terremoto del 12 de enero de 2010 llevó a Brasil a miles contratados para construir las infraestructuras requeridas para el Mundial de Fútbol de 2014 y los posteriores Juegos Olímpicos de Río de Janeiro de 2016. Un ceso de unos 143 mil haitianos solo en Sao Paulo y en la frontera con Argentina con residencia permanente por razones humanitarias, sobrepasados en número solamente por los venezolanos.

LA PANDEMIA

Sin oportunidades de trabajo y con la economía parada, muchos siguen moviéndose. Los que llegaron a Chile han iniciado un nuevo éxodo. “Reportes del Gobierno de Panamá indican que el 76% de la población haitiana que llega a ese país proviene de Chile. Es un hecho”, aseguró un activista que trabaja en la promoción de la dignidad y los derechos de migrantes y refugiados en Chile.

El diario El País de España recabó la opinión de Jean Claude Pierre-Paul, activista por los derechos humanos y miembro del Espacio de Reflexión Haití-Chile, que aterrizó en Chile en 2008, antes de que comenzara la llegada masiva en 2014-2015. “Mis compatriotas se dirigen a la frontera de México y Estados Unidos. Hacen una ruta Chile, Perú, Brasil, Colombia, Panamá, Guatemala, Honduras hasta llegar a México”, confirma.

Pierre-Paul denuncia que hoy los migrantes tardan en Chile de tres a cuatro años en obtener una permanencia definitiva. Para regularizar sus papeles, el Gobierno de Sebastián Piñera les pide un documento de antecedentes penales que resulta especialmente complejo de conseguir en Haití.

En Chile reside un millón y medio de extranjeros y los haitianos se ubican en el tercer lugar al sumar 12,5% del total, superados por la diáspora venezolana (30,7%) y la peruana (16,3%).

Según el Servicio Jesuita a Migrantes en Chile, los haitianos que han salido de este país en los primeros cuatro meses de 2021 son más de los que entraron en 2019 y 2020.

La socióloga María Emilia Tijoux, académica de la Universidad de Chile, aseguró también a El País de España que durante años los extranjeros lo consideraron un lugar interesante para vivir, pero actualmente “hay personas que se están yendo, porque el país produce miedo”.

“La sociedad chilena en general evalúa negativamente a las personas migrantes” y “la comunidad haitiana ha sido especialmente castigada y sometida a maltratos y abusos de todo tipo”. Los que se quedan, dice Tijoux, “saben que deben resistir a un modo de ser nacional y racista” y con empleos que suelen ser precarios en comparación con otras nacionalidades.

Son haitianos que lograron ahorrar algo de dinero en Chile y en Brasil y los que ya llegaron a México han pedido asilo. El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador dice que se supera la cifra inédita de 100 mil solicitudes de asilo, principalmente de haitianos y hondureños.

Antes de llegar a Norteamérica, los haitianos constatan que desde el pasado 4 de agosto, en Bogotá, capital de Colombia, ese país, junto a Panamá, Ecuador y Costa Rica acordaron al menos en el papel una gestión conjunta para velar por la protección de los derechos humanos de los migrantes, especialmente de niños, adolescentes, mujeres y personas mayores.

Los defensores del pueblo de Colombia, Carlos Camargo; de Panamá, Eduardo Leblanc; de Costa Rica, Catalina Crespo Sancho -quien también es la presidenta del Consejo Centroamericano de Procuradores y Defensores de Derechos Humanos-, y de Ecuador, Zaida Elizabeth Rovira Jurado, firmaron ese día la Declaración de Capurganá, localidad que hace parte del departamento del Chocó (oeste).

Los defensores se reunieron en Capurganá para abordar la situación de miles de migrantes varados en la población de Necoclí, que hace parte del departamento colombiano de Antioquia (noroeste).

El documento señala que los organismos trabajarán "conjuntamente en estrategias de prevención, detección, atención especializada de los migrantes que han sido víctimas de violencia sexual, trabajo infantil, trata de personas, tráfico de migrantes, explotación laboral y otras formas de vulneración".

También impulsarán medidas humanitarias para superar factores de riesgo en las zonas más peligrosas, con un enfoque de "protección integral de la infancia y la adolescencia, en especial la no acompañada".

Igualmente, convocarán una reunión de la Red de Instituciones Nacionales de Derechos Humanos (RINDHCA) para presentar este asunto, basados en su mandato de defender los derechos.

Además, buscarán armonizar esfuerzos con el Consejo Centroamericano de Procuradores y Procuradoras de Derechos Humanos y las Instituciones de Derechos Humanos de México para establecer un mecanismo de trabajo coordinado regional incluyendo en este proceso a las Defensorías del Pueblo de Colombia y Ecuador.

Reafirmaron también su compromiso para velar por la protección de los derechos humanos de los migrantes, especialmente de niños, adolescentes, mujeres, personas con orientación sexual e identidad de género diversa y personas mayores.

La semana pasada el alcalde de Necoclí, José Augusto Tobón, dijo que el municipio está colapsado por una crisis migratoria sin precedentes recientes y por la que hay unas 9.000 personas que buscan llegar a Panamá en su camino hacia Norteamérica.

Los migrantes buscan llegar en bote a otras zonas costeras para poder adentrarse al Tapón del Darién, la peligrosa selva fronteriza entre Panamá y Colombia, y seguir a Estados Unidos.

"Te advierten no ir pero la necesidad está", hablan los migrantes del Darién

Fotografía sin fecha específica, cedida por Médicos Sin Fronteras (MSF), en la que se ve a unos migrantes mientras comen en un centro de recepción en la región del Darién, selva que separa Colombia de Panamá. Están advertidos por quienes les precedieron de que es el paso más duro de la ruta migratoria americana y saben que se enfrentan a la naturaleza y a criminales. Pero la necesidad de una vida mejor es mayor al riesgo que lleva a cruzar a cientos de personas cada día la selva del Darién que separa Colombia de Panamá. EFE/ Sara De La Rubia / Médicos Sin Fronteras

Están advertidos por quienes les precedieron de que es el paso más duro de la ruta migratoria americana y saben que se enfrentan a la naturaleza y a criminales, pero la necesidad de una vida mejor es mayor al riesgo que supone para cientos de personas internarse cada día en la selva del Darién, entre Colombia y Panamá.

"Te lo advierten desde Estados Unidos: 'no lo hagas, es terrible'. Pero la necesidad está y entonces piensas, si él lo ha hecho, ¿por qué no voy a poder hacerlo yo? Pero de verdad, no lo hagan, es terrible", dice Juan, un cubano de 49 años, que acaba de cruzar el Darién.

Salió de Capurganá, el último pueblo colombiano en la frontera con Panamá, con otras 20 personas, andando 15 horas al día en el barro y enfrentándose a una selva densa, con altas montañas, precipicios, barrancos y ríos que crecen de golpe y engullen a los caminantes.

Juan (nombre ficticio para proteger su identidad, como el del resto de migrantes de este relato) llegó a Bajo Chiquito, al otro lado de la selva ya en territorio panameño, "hambriento, sediento, con los pies destrozados y la piel comida por insectos", según relatan miembros de Médicos Sin Fronteras (MSF) que le atendieron.

Este hombre salió de Cuba hace tres años para buscarse la vida en Brasil y Uruguay, y ahora, ante la necesidad económica, decidió enfrentar una ruta a la que se han arriesgado decenas de miles de personas, sobre todo haitianos, para recorrer toda Suramérica y Centroamérica rumbo a Estados Unidos y Canadá.

La pandemia, las mafias y la dejadez del Estado han puesto a la frontera colombo-panameña ante una de las mayores crisis de una zona donde el contrabando, el narcotráfico y el tráfico de personas está a la orden del día.

MÁS DE 600 PERSONAS AL DÍA

Más de 18.000 migrantes llegaron a Panamá desde Colombia en julio, según MSF, la cifra más elevada en lo que va de año, superando los más de 11.000 de junio, cifras muy inusuales para la época de lluvias, cuando el paso es más peligroso y menos transitado.

Los migrantes atravesaban desde Perú o Brasil toda Colombia en autobuses hasta Necoclí, en el golfo del Urabá caribeño, y de ahí cruzaban en barco a Capurganá provistos de salvoconductos que les daban las autoridades colombianas para poder estar de forma regular en el país.

Con la pandemia se dejaron de emitir salvoconductos y se produjeron cierres de fronteras, lo que ha provocado un cuello de botella que expone a los migrantes a viajes más caros y peligrosos y donde las mafias acaban ganando.

SIN MÁS OPCIONES

La mayoría de quienes cruzan rumbo a Estados Unidos lo hacen motivados por la falta de empleo y la necesidad de darles un futuro mejor a los suyos. Así le pasó a Nadine, una dominicana de 40 años que acaba de llegar a Bajo Chiquito desde Chile acompañada de su hija de 6 años.

"Pensamos que cruzar el Darién serían cuatro días. Fueron once. Te quedas sin fuerzas, no puedes avanzar, ves cómo los ríos se llevan niños, familias, mucha gente muere", contó esta mujer a MSF.

El número de familias completas, con niños, bebés y mujeres embarazadas, se ha disparado en los últimos cinco años, cargando pesadas mochilas a las espaldas, sin nada que comer.

Óscar, un colombiano que vivía en Bolivia, cuenta que vio un niño arrastrado por el río. "He visto muertos, ahogados, cuatro. He olido cadáveres en descomposición barranco abajo", asegura.

La falta de coincidencia entre las cifras oficiales de Colombia y Panamá y la poca vigilancia en el único punto de Suramérica que no es atravesado por la Vía Panamericana hacen imposible saber cuántas personas se quedan en el camino.

"Esto no debería suceder, no puede ser que haya gente muriendo ahí. Tienen que avisar de que no se haga ese camino", asegura otra migrante haitiana embarazada de seis meses.

Panamá y Colombia acordaron el viernes pasado crear un paso "seguro", "humanitario" y progresivo de los migrantes, preferiblemente por el mar, aunque aún se desconoce cómo será el procedimiento.

En el lado panameño, decenas de organizaciones brindan atención a quien consigue pasar el Tapón del Darién, pero en el colombiano la influencia de grupos narcotraficantes lleva a las autoridades a reconocer que no pueden tener presencia constante.

Los testimonios de asaltos en el camino, de violaciones repetidas a mujeres, amenazas e incluso asesinatos son constantes, y fuentes de la zona denuncian que ante la llegada de más migrantes, han notado la presencia de personas ajenas y nuevos grupos criminales.

"A mí me registraron y me tocaron; tenía la menstruación y me dejaron en paz. Fue todo muy agresivo, muy sucio. A una jovencita de unos 20 ó 25 años la violaron toda la noche", relata Nadine. (Con informaciones de EFE y otros servicios informativos de Acento).