Hace tiempo que la ciencia abandonó la idea de cambiar la orientación sexual de las personas.
La mayoría de los científicos están de acuerdo en que no se puede “curar” lo que no es una enfermedad.
La homosexualidad fue desclasificada como enfermedad mental en Estados Unidos en 1973. La Organización Mundial de la Salud lo hizo en 1990.
La homofobia, por otro lado, ha recibido desde entonces cada vez más atención de los investigadores que intentan entender sus múltiples causas.
“Miedo irracional”
El psicólogo estadounidense George Weinberg, quien acuñó el término en la década de 1970, definió la homofobia como “el miedo a estar incómodamente cerca de homosexuales”.
El sufijo griego “phobia” denota un miedo irracional a algo.
En su libro de 1972 “Society and the Healthy Homosexual“ (“La sociedad y el homosexual sano”), Weinberg escribió: “Nunca consideraría que un paciente es sano si no ha superado su prejuicio contra la homosexualidad”.
Emmanuele A. Jannini, profesor de Endocrinología y Sexología Médica en la Universidad de Roma Tor Vergata, argumenta que la homofobia solo es “la punta del iceberg”.
Jannini asegura que esta está vinculada con determinados rasgos de la personalidad y, si se le añade la violencia, puede ser diagnosticada como una enfermedad psiquiátrica.
Jannini causó cierta controversia con un estudio publicado en la revista Journal of Sexual Medicine en 2015, en el cual vinculaba la homofobia con el psicoticismo (marcado potencialmente por la ira y la hostilidad), la existencia de mecanismos de defensa inmaduros (con tendencia a proyectar emociones) y una vinculación paterna temerosa (que lleva a una inseguridad inconsciente).
La investigación fue calificada de “basura pro-LGBT” por críticos conservadores. Pero en conversación con la BBC Jannini defendió su investigación, describiendo la personalidad homofóbica como “débil”.
“No es un término científico, sino uno que uso para que me entiendan mejor”, dice.
La escala de la homofobia
En su estudio, Jannini aplicó una conocida escala para medir los posibles grados de homofobia entre 551 estudiantes universitarios italianos y cruzó los resultados con mediciones de otros rasgos psicológicos.
Y encontró que aquellas personas que tenían actitudes homofóbicas más fuertes también obtenían un resultado mayor en rasgos psicológicos como el psicoticismo y los mecanismos de defensa inmaduros, mientras que un vínculo parental seguro era un indicador de niveles bajos de homofobia.
Todos son problemas mentales que se pueden tratar con terapia, argumenta Jannini.
“Quizás no te gusten los comportamientos homosexuales. Pero no necesitas estar diciendo todo el tiempo que no eres homosexual, que odias a los homosexuales, que no quieres a homosexuales en tu casa, que no quieres profesores homosexuales en la escuela”, explica.
“Tras discutir durante siglos si la homosexualidad podría ser considerada una enfermedad, por primera vez demostramos que la verdadera enfermedad que hay que curar es la homofobia“, asegura.
El poder de las culturas
Los individuos, sin embargo, también son formados por su entorno, y un estudio posterior del equipo de Jannini exploró cómo las culturas impregnadas fuertemente por la hipermasculinidad, la misoginia y las actitudes moralistas se relacionan con la homofobia.
Para ello, en 2017 compararon los resultados de 1.048 estudiantes en tres países con una composición religiosa distinta: Italia (un país católico en su mayoría), Albania (en su mayoría musulmán) y Ucrania (predominantemente ortodoxo).
“Lo que fue bastante interesante fue que la religión en sí misma no está correlacionada con la homofobia”, destacó Jannini.
“Son las creencias religiosas fundamentalistas en las tres religiones las que afectan a los niveles de homofobia”, destaca.
Y, efectivamente, las voces religiosas moderadas aseguran que la religión no defiende la homofobia.
“Odiamos el pecado, pero no a los que cometen pecados”, le dice a la BBC Vahtang Kipshidze, portavoz oficial de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
El poder del dogma
Kipshidze asegura que la Iglesia no puede modificar su visión sobre que la homosexualidad es un pecado porque este dogma proviene de Dios, no de la Iglesia.
“Nosotros consideramos que las personas que mantienen relaciones con otras de su mismo sexo son víctimas de sus pecados, y como víctimas merecen un tratamiento espiritual”, explica.
Sin embargo, otros adoptan una línea mucho más dura.
“Las Sagradas Escrituras nos instruyen para que lancemos piedras contra aquellos que tienen una orientación no tradicional”, dijo el cura ruso Sergei Rybko en una entrevista en 2012, después de que hombres armados atacaran y vandalizaran una discoteca gay en Moscú.
“Estoy totalmente de acuerdo con personas que están intentando limpiar nuestra patria de esta gente”, agregó.
Pero Kipshidze asegura que “no hay evidencia en el Nuevo Testamento que apoye lanzar piedras contra pecadores de ningún tipo”.
De la misma forma en que el pecado del adulterio no está criminalizado, “la Iglesia no defiende criminalizar las relaciones del mismo sexo”, dice Kipshidze.
Sin embargo, reconoce que algunas personas realizan una lectura equivocada de las escrituras y utilizan esto como pretexto para la violencia.
El poder del lenguaje
“No hay duda de que parte del lenguaje utilizado por muchos líderes de la Iglesia para enseñar a las personas proyecta miedo e ira contra las personas LGBT“, dice Tiernan Brady, defensor irlandés en favor de las personas LGTB dentro de la Iglesia Católica.
Brady es director de Equal Future, una campaña pro LGTB lanzada durante la visita de Papa Francisco a Dublín el pasado agosto.
“Toda la homofobia es aprendida. No nacemos siendo homofóbicos, absorbemos la homofobia en algún sitio”, afirma Brady.
Y si bien las actitudes hacia las personas LGTB están cambiando en el mundo, desde América del Sur y Central hasta el Sur de Asia, Europa del Este, India y China, no cambiarán siglos de lenguaje hostil de un día para otro, dice.
“Pero la Iglesia es solo una parte de la vida de la gente. Hay otros espacios donde aprendemos la homofobia: el deporte, la política, la sociedad”, advierte Brady.
Y eso significa que la cultura de los países conservadores puede reforzar los aspectos más estrictos de la religión, asegura.
“Los países en los que vemos más homofobia son aquellos donde los individuos LGBT son más invisibles, porque es más fácil crear miedo y desconfianza”.
El poder de los estereotipos
Patrick R. Grzanka es profesor asistente de psicología en la Universidad de Tennessee y editor asociado del Journal of Counseling Psychology.
Sus investigaciones sugieren que la homofobia también se relaciona con otro factor: los estereotipos.
En 2016, tomaron una muestra de 645 estudiantes universitarios y los situaron según su nivel de homofobia.
Luego los clasificaron en función de cuatro bloques de creencias: 1) que las personas de una minoría sexual nacen así; 2) que todos los miembros de un grupo sexual se parecen; 3) que un individuo puede pertenecer a un único grupo sexual; 4) que una vez que conoces a alguien de un grupo, conoces a la totalidad del mismo.
Como era de esperar, los investigadores encontraron un nivel mayor de aceptación de la afirmación de que las minorías sexuales nacen así. Esto fue así tanto para los participantes heterosexuales como para los homosexuales.
Lo que separó a las personas con las actitudes negativas más fuertes del resto, es que dieron resultados más altos con respecto a las otras tres creencias.
El poder de la visibilidad
Para Grzanka, es el “sesgo implícito” en la mente de la gente lo que los predispone a aceptar ciertos prejuicios.
Él cree que la forma de reducir la homofobia es educando a la gente sobre los individuos que perciben como “los otros”.
“Deberíamos estar haciendo campañas educativas y de información pública y organizando políticas anti-homofobia en relación a este tipo de creencias, que la gente gay se parece y que la orientación sexual no es potencialmente algo fluido”, dice Grzanka.
“No hay nada innato detrás de los miedos irracionales hacia las minorías sexuales. Hubo momentos en la historia humana en los que el comportamiento homosexual fue aceptado, legitimado e incluso reverenciado”, recuerda.
Además, hay evidencia de que una mayor visibilidad puede afectar a las percepciones de la gente y ayudar a los derechos LGTB.
En 1999, cerca de dos tercios de estadounidenses eran contrarios al matrimonio del mismo sexo y solo un tercio pensaba que este debería ser legal, según la encuestadora Gallup.
Menos de 20 años después, sucede lo opuesto: más de dos tercios apoyan el matrimonio entre personas del mismo sexo y menos de un tercio está en contra.
Los investigadores aseguran que ahora más de un 10% de los adultos LGTB están casados con alguien de su mismo sexo y su visibilidad está ayudando a revertir la oposición de mucha gente al matrimonio gay, contribuyendo de esta manera a superar las actitudes homofóbicas.
Todavía no sabemos si es posible “curar” la homofobia, pero los investigadores creen que se están acercando a poder conocerla.
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