SAN SALVADOR, El Salvador. – En el día de hoy se ha realizado en San Salvador la ceremonia oficial con la cual se declara beato (feliz, bienaventurado) de la Iglesia Católica a Oscar Arnulfo Romero, obispo y profeta ético, comprometido con los grupos más empobrecidos y excluidos de su país, 35 años después de su asesinato.
En el acto en el que se declaró como beato al pastor comprometido con su pueblo hasta la muerte había gente, además de los locales, de diferentes países de América Latina y el Caribe, así como de Estados Unidos, Europa y hasta de Oceanía, convocados por el ejemplo y el compromiso de Oscar A. Romero. El acto fue posible por la decisión expresa del Papa Francisco, un jesuita argentino que reinvindicó al profeta-mártir comprometido con la causa de los débiles de su país.
Romero, arzobispo de San Salvador (1977-1980) fue asesinado el 24 de marzo del 1980 en la capilla de un pequeño hospital que se dedica a cuidar a los enfermos del cáncer, en una celebración en que se recordaba la memoria de la mamá de un periodista amigo. Fue mandado a matar por los representantes de la oligarquía salvadoreña. La ejecución fue encargada a un francotirador que le introdujo una bala asesina en el mismo centro del corazón.
Antes de Romero habían sido asesinadas muchas otras personas; entre ellas gente ligada a la Iglesia Católica; una de las muertes más sonadas fue la del jesuita Rutilio el Grande, quien fue asesinado junto a dos catequistas el 12 de marzo de 1977. Posteriormente también fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989, entre otras muchas personas, 6 teólogos jesuitas que trabajaban en la Universidad Nacional José Simeón Cañas (UCA), junto a dos mujeres salvadoreñas que se habían refugiado en la casa de los jesuitas, huyéndole a la violencia del ejército.
La coyuntura histórica era de un conflicto armado entre el ejército que representaba los intereses de las 14 familias más enriquecidas del país y la guerrilla del Frente Faribundo Martí para la Liberación Nacional, que propugnaba por una sociedad más equitativa, más inclusiva, más justa y que logró articular a varias organizaciones insurrectas.
Oscar Arnulfo Romero optó por estar del lado de las víctimas y del pueblo pobre, llamando a un bando y a otro a resolver los conflictos en la mesa de negociaciones. Por eso señaló: “Quien se mete con el pueblo, se mete conmigo”. Amenazado de muerte constantemente por la oligarquía comercial y terrateniente declaró: “Quiero decirles que como cristiano no creo en la muerte, sin resurrección; si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño. Lo dijo sin jactancia”.
Oscar Arnulfo Romero tuvo conflictos no solo con la oligarquía de su pueblo, sino también con una parte de la jerarquía de la Iglesia Católica de su tierra, que no aceptaba que un arzobispo rompiera la ya tradicional alianza con la oligarquía para defender los intereses del pueblo pobre y asumir su causa. Oscar A. Romero sufrió incluso el rechazo y la incomprensión del Papa Juan Pablo II, cuando al presentarle en Roma las evidencias de la masacre de su pueblo, le ordenó “que asumiera una postura de armonía con el gobierno de su país”.
Oscar A. Romero, con su valiente compromiso se ha convertido en un referente ético comprometido con la causa de la justicia, con el mejoramiento de las condiciones de vida del pueblo pobre; no sólo de su pueblo salvadoreño sino de toda América Latina, el Caribe y el mundo. Por eso una delegación dominicana, entre quienes está el redactor de estas notas, hemos querido hacernos presentes aquí en San Salvador para ser testigos y testigas presenciales de este histórico acontecimiento del reconocimiento oficial del ejemplo y la práctica ética, religiosa y política comprometida de Oscar A. Romero.