SANTO DOMINGO, República Dominicana.- A propósito de las recientes denuncias hechas por algunos legisladores de que han sido víctimas de espionaje telefónico (incluso algunos medios han difundido conversaciones grabadas que validan tales denuncias), se reproduce la serie de cuatro reportajes que el periodista Ramón Colombo realizara en septiembre de 1983 para el diario Hoy.

El contenido de esos textos, a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo válido en prácticamente todos sus detalles.

A continuación el 2 de 4

Es difícil “salvarse” de un operativo de espionaje; el teléfono no hace ruido, como muchos creen. HOY – 8 de noviembre, 1983

El señor X puede ser un importante dirigente político (de la derecha o de la izquierda), o un alto funcionario de gobierno, o un militar del alto rango (o, sin serlo, de aquellos que bregan cada día con cosas de cierta delicadeza), o es un diplomático desafecto al sistema (o, sin serlo, maneja información política de gran valor), o es un periodista muy influyente y conocedor de secretos, o es un dirigente sindical de gran arrastre, o es un reconocido capo mafioso de las drogas, o es… no importa lo que sea: cuando se dispone sobre él un operativo de espionaje telefónico, no lo salva nadie (cabe la expresión en todo lo que vale).

Lo primero que se hace con el señor X –desde mucho antes de ser envuelto en la red de espionaje telefónico- es vigilar todos sus pasos y establecer sus hábitos: horas de entrada y salida a casa y al trabajo, las rutas de sus principales actividades, lugares donde compra (farmacia, colmado, supermercado), dónde se divierte con los amigos, la peluquería, la panadería, los teléfonos públicos que utiliza. En fin…

Y lo mismo se hace con la esposa del señor X y con el resto de los adultos que viven en su casa. Minuciosamente. Día a día, durante semanas y, si fuera necesario, meses o años. Durante el sueño y la vigilia. Lo mismo en lunes que en día feriado.

Concluido el “estudio” preliminar de la vida del señor X y de quienes le rodean, se dispone el operativo de vigilancia electrónica  (porque no se olvide que lo que interesa a los espías son las palabras del señor X, más que sus hechos, de los que se encargan otros). Se interviene su teléfono y muchos más: el de la farmacia, el del colmado, el del supermercado, los teléfonos públicos de los alrededores de casa y del trabajo, el del salón de belleza a donde va la señora, el de la peluquería, la panadería, de los familiares que visita con frecuencia, los de los amigos y colaboradores cercanos (en el partido, el cuartel, la empresa, el periódico, la embajada) y el que funciona cerca de la caseta de los chimichurris que a él tanto le gustan.

¿Qué por qué tantas complicaciones?

Bueno, porque podría ser que el señor X sea un hombre muy “chivo”, de esos que rayan en la paranoia. Podría ser, pues, que el señor X hasta supiera que lo quieren vigilar o que lo están vigilando, y tome ciertas lógicas precauciones en su casa y, sobre todo, cuando usa su teléfono.

Pero sus espías valoran siempre la posibilidad de que el señor X cometa algún ligero desliz. Por ejemplo, no suponer -¡quién lo iba a imaginar!- que el teléfono público que usa por primera vez en su vida está “preparado”, esperándolo solamente a él.

Es más, no importa de dónde haga la llamada. Si esta está dirigida a uno de los cincuenta teléfonos intervenidos en el operativo, la llamada queda registrada, y mientras el señor X se ríe de sus espías, estos trabajan intensamente en rendir su informe.

Todavía más, podría ser que el señor X lleve sus precauciones al extremo y decida simplemente prescindir del famoso teléfono para transmitir o recibir mensajes, optando así por el método tradicional de hablar cara a cara y en voz baja con sus interesados.

No importa. Para los servicios de espionaje a veces esto da lo mismo que si hablara por un altoparlante…Porque quizá en cualquier lugar de la casa u oficina del señor X –generalmente en el aparato telefónico- hay un adminículo electrónico que opera autónomamente y recoge hasta los suspiros de los que allí viven.

Porque pudo haber sido que, no conformes con la simple intervención del teléfono de su “víctima”, los servicios de espionaje decidieran colocarle uno de estos aparatitos.

Y para ello hay mil maneras de entrar a la casa del señor X sin que él tenga la menor sospecha.

– Cierto día, que ya olvidó, en la casa del señor X se produjo inexplicablemente un cortocircuito en cualquier lugar de la instalación eléctrica, y la señora llamó a un técnico (bien podría ser de la Corporación Dominicana de Electricidad) para que viniera a reparar el problema. Este, integrante de la red de espionaje, cumple su misión.

– Fue que el teléfono se descompuso y la señora, o el mismo señor X, llamó a Codetel, y vino el técnico (real o disfrazado) a hacer ese arreglo y el otro “arreglo”.

– O un día, ¿te acuerdas?, se metió un ladrón en la casa, mientras estábamos de viaje o habíamos salido al cine, y se llevó el aparato de música o cualquier chuchería (cumpliendo, de paso, su misión de espionaje).

– También la vez que se fue la sirvienta o el jardinero y llegó aquella muchacha que apenas duró dos días trabajando, o el muchacho que abandonó inexplicablemente el trabajo una semana después (habiendo cumplido su otro encargo).

Difícilmente el señor X puede tener un control absoluto de todo el que entra y sale de su casa o lugar donde trabaja. Él o cualquiera de los otros relacionados con él, que pueden ser muchos…

Podría ser que el señor X llegara a descubrir alguno de aquellos minúsculos aparatitos dispuestos para su vigilancia, y que llegara a denunciar públicamente el asunto. Aún así, seguirá vigilado electrónicamente, si hay interés de que la vigilancia sea permanente; si el señor X forma parte de un plan estratégico del “enemigo”.

Una gran variedad de abejones

Si entrar a la casa del señor X y dejar instalado, por ejemplo, un pequeño transmisor –podría ser la cuarta parte de una cajetilla de fósforos- capaz de transmitir de 15 días a tres meses todo lo que allí se diga, hasta una distancia de 2.5 kilómetros máximo, donde un receptor graba todo y, si fuera posible, lo retransmite con más potencia a otro lugar, intervenir directamente su teléfono es todavía más fácil.

¿Cómo se hace?

En principio, es sabido que el 90 por ciento de las intervenciones telefónicas de los organismos oficiales de espionaje, integrantes del aparato de la seguridad del Estado, se hace en las centrales de la Compañía Dominicana de Teléfonos. Esto, con facultades legales (podría haber una orden judicial para ello) o “por fuerza de la costumbre, o por los requerimientos simples del poder”. Estas intervenciones se hacen no necesariamente con el consentimiento y conocimiento de la propia empresa telefónica.

Supongamos, en este caso, que el señor X vive en Los Mina o en el ensanche Ozama, y que los primeros dígitos de su teléfono sean 594, correspondientes a esa área de la ciudad.

Cada teléfono está conectado a todo el sistema telefónico nacional a través de un par de alambritos que va, de la casa del señor X a la subestación telefónica de la zona, y de allí conecta con las otras subestaciones, las cuales controlan el funcionamiento de otras series de dígitos.

Bien. Se empalma el 594 del señor X con un 688, de la subestación de la avenida 30 de Marzo, por ejemplo, y éste empalma, a su vez, con una línea 565, de la subestación de la autopista Duarte.

Cada vez que el señor X levante el teléfono, pondrá en funcionamiento esta última línea, donde escucharán y grabarán todo.

La intervención podría prescindir de tantos empalmes, pues sería suficiente que el DNI ordenara conectar tal número a un cable que va de determinada estación de Codetel hasta el centro de escucha de este organismo de seguridad. Claro, con un inconveniente: el cable del DNI tiene una capacidad limitada a 37 líneas, lo que es insuficiente para las necesidades actuales.

Los técnicos especializados en intervenciones telefónicas observan con rigor una exigencia de su trabajo: cuando se interviene un teléfono no deben producirse ruidos extraños. Todo lo contrario, la línea debe estar “limpia” de todo detalle que lleve a la sospecha. Y de ahí que ellos se rían cuando los legos afirman saber de la intervención, “porque se oye el ruido de una grabadora”. No: la mejor prueba de que un teléfono está intervenido es que no suena nada y, al contrario, “se siente una paz que inspira a hablar”.

Monitorear un teléfono intervenido no necesariamente demanda la participación de humanos.

En el caso del señor X podría ser que sus espías hayan optado, ciertamente, por colocar en el teléfono interventor 565 a una persona que escuche todo lo que se diga por esa línea y simplemente tome nota por escrito.

O podrían optar por dejar allí una grabadora que es accionada por la voz del señor X, valiéndose para lograr esto de aparatos sofisticados, producidos para un mercado muy exclusivo.

De la casa del señor X, en el ensanche Ozama, al lugar donde se registra todo lo que él dice, digamos en el ensanche Naco, hay una distancia de ocho o nueve kilómetros.

Si el señor X, “por mano del diablo” descubriera dónde están sus espías y, sin que éstos lo supieran, llegara al lugar donde funciona el teléfono espía, podría llevarse un fiasco y frustrarse en la intención de linchar a quienes violentan su intimidad: podría encontrar allí –un apartamento vacío, alquilado si acaso no se sabe por quién- un simple transmisor que hace mucho tiempo envió su voz al aire a mucha distancia (tal vez a otro país, vía satélite).

Y para el señor X sería imposible saber quién le sigue los pasos…Bueno, más bien, quién le sigue sus palabras.