SANTO DOMINGO, República Dominicana.- A propósito de las recientes denuncias hechas por algunos legisladores de que han sido víctimas de espionaje telefónico (incluso algunos medios han difundido conversaciones grabadas que validan tales denuncias), se reproduce la serie de cuatro reportajes que el periodista Ramón Colombo realizara en septiembre de 1983 para el diario Hoy.

El contenido de esos textos, a pesar del tiempo transcurrido, sigue siendo válido en prácticamente todos sus detalles.

A continuación el 1 de 4

El espionaje telefónico, una gran industria en RD, es tan bueno que ha dado cátedras en el exterior. HOY – 10 de noviembre, 1983

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1983.

En materia de espionaje y contraespionaje telefónico, la República Dominicana es un país moderno. Tiene de todo, y en abundancia, para que cualquier persona –desde el Presidente de la República, hasta el asalariado con capacidad para pagar un servicio de vigilancia electrónica- ejerza su “derecho” a fisgonear electrónicamente a quien desee.

Porque es que, sépase, lo que fuera apenas una década atrás una práctica secreta, reservada a informar a las máximas cumbres del Poder, se ha “popularizado” tanto, se ha ampliado tanto tecnológicamente, que hoy intervenir un teléfono, penetrar a lo más íntimo de la vida ajena, es ciertamente una trivialidad.

Y así, hoy, 1983, funciona con todas las de la “ley” –en un marco de oferta y demanda recrecido- un nuevo renglón comercial: la compra y venta de secretos, ramo de negocios al que sólo falta, para quedar consagrado, registrarse en las Páginas Amarillas del Directorio…Telefónico.

Por ejemplo:

El señor X sospecha que la señora X le “juega sucio” (o viceversa: la señora X tiene serias dudas sobe la fidelidad de su amantísimo esposo)… Cualquiera de los dos podría contratar, a un determinado precio –eso se puede regatear, la oferta es muy amplia-, un servicio especial para saber “qué se habla en casa durante mi ausencia”.

Por ejemplo:

El señor X es dueño de una empresa industrial o comercial en un mercado bastante competitivo… Podría contratar los servicios de un experto que, día a día, si así lo deseara, le informe de los movimientos de la competencia (sus proyectos de mercado, sus planes de expansión, sus nuevos productos en cierne, sus ideas para abaratar los costos), captados a través de los teléfonos.

Por ejemplo:

El señor X es un importante dirigente político… Podría poner bajo generosa iguala a uno o varios profesionales del espionaje telefónico que lo mantendrían al tanto, minuciosamente informado, de los planes del enemigo.

Los vendedores de secretos tienen todo lo técnicamente necesario para complacer todo tipo de demanda de servicio: desde el ya vulgar “abejón”, que podría armar cualquier radiotécnico medianamente avezado en cosa de minutos, hasta microtransmisores y micrófonos direccionales que venden como si fueran plátanos en las tiendas de curiosidades electrónicas de “los países”, a precios pocas veces onerosos.

Lo técnico no es todo

Pero el espionaje telefónico no es simplemente instalar un aparatito y ponerse a escuchar. Hay un componente esencial en esta profesión que no es materia de cualquier lego que quiera improvisarse: el trabajo de “inteligencia” o interpretación.

El espía telefónico debe ser un auténtico profesional del secreto y, para serlo, el primer paso de su tarea informativa consiste en informarse bien de la materia con la que bregará:

– Si se trata de un caso de simple infidelidad conyugal, deberá previamente recabar información sobre la personalidad de la víctima, sus formas ordinarias de decir las cosas, su cultura. Esto le permite valorar el significado de una expresión aparentemente insignificante y, eventualmente, interpretar sus frases de sentido figurado y descifrar quizá un auténtico mensaje cifrado,

– Si es el caso de un espionaje comercial o industrial, debe conocer la terminología o argot del ramo, la estructura general de ese mercado y, en fin, todo aquello que le permita especializarse temporalmente en el manejo de la información de ese mundo.

– Si el objetivo es un político, deberá él mismo –el espía- hacerse un político capaz de bregar con las generalidades del discurso, sea de la izquierda o de la derecha.

En síntesis, para un buen espía electrónico, una conversación telefónica de dos horas puede resumirse en un par de párrafos de informe, lo mismo que una sola palabra, descifrada, podría ser suficiente para llenar seis páginas de texto y descubrir los planes de la víctima.

Todo es cosa, en verdad, de “inteligencia”. Inteligencia para valorar la información captada subrepticiamente y, claro, imaginación para investirse de la personalidad y de los intereses del espiado.

Lo que jamás será comercial

1983.

En materia de espionaje y contraespionaje telefónico aplicado a la seguridad nacional y al control político, la República Dominicana es un país tan moderno, que no tiene nada que envidiar, por lo menos a las pequeñas “potencias” del Caribe y Centroamérica.

Verdad absoluta: es imposible ejercer eficazmente el poder o la profesión política en sus mejores niveles si no se está sobradamente bien informado –estar bien informado nunca sobra-, si no se conoce cotidianamente hasta el movimiento de las hojas.

El Presidente de la República (todos, durante los últimos diez o quince años) recibe cinco informes diarios de seguridad nacional, basados en el trabajo de inteligencia de los organismos oficiales del área:

– A las 5:30 de la mañana, el informe militar de seguridad.

– A las 7:00, el informe verbal del Director Nacional de Investigaciones.

– A las 10:00, un informe de programas de radio y TV.

– A las 4:00 de la tarde, el segundo informe militar de seguridad.

– A las 10:00 de la noche, el informe político de cierre, que resume las incidencias del día, según el impacto y reflejos de las ejecutorias cotidianas del jefe del Ejecutivo.

Y eso no es todo…

Alguien que durante muchos años estuvo en la cumbre del Poder recuerda que muchas personas se extrañaban de que el Presidente X “perdiera tanto tiempo” en recibir visitas privadas de gentes que, se suponía, no tenían “suficiente alcurnia” para gozar de tan exclusivo privilegio: conmilitantes de partido, amigos personales, militares de bajo rango, funcionarios de segunda categoría.

Visitas que se repetían con una frecuencia inusual –a veces diariamente y a cualquier hora- y que, en ocasiones, motivaban que el Presidente X abandonara momentáneamente una importante reunión ministerial para prestarle oídos al “personaje insignificante”, o para recibir de él algún breve papel.

La razón de tan insólito hecho era una –y así llegó a confesarlo el Presidente X-: necesidad de corroborar informes previos mediante fuentes de absoluta confianza personal, cuyo trabajo contribuye a establecer la veracidad de una información oficial que, eventualmente, pudo haber sido “filtrada” o “acomodada” al interés de ciertas fuerzas “superestructurales” que gravitan sobre el Estado y su sistema político y que, también eventualmente, podrían desinformar al señor Presidente X.

Esto, todo lo anterior –ajustado a la dimensión de cada caso- es válido para los más importantes dirigentes que forman parte de la mecánica formal del sistema, que recurren a la captación de información por vías heterodoxas… entre las que se incluye el espionaje telefónico, cuando es necesario.

Los casos y las denuncias abundan en la historia contemporánea del país.

El espionaje telefónico internacional a distancia

1983.

En materia de espionaje y contraespionaje telefónico internacional, la República Dominicana es un país moderno. Tan moderno que compite y se interrelaciona con aparatos de inteligencia de otros países…Y en algunos aspectos les lleva ventaja.

El espionaje telefónico en un país como éste –que es objeto de atención política a nivel continental- se ha desarrollado tanto que –créalo, no es ninguna fábula- ¡desde aquí se han monitoreado teléfonos ubicados en otros países, cercanos y lejanos!

Hace pocos años, el gobierno de un país que denominaremos “Cartago” le expresó a su colega dominicano una sentida preocupación –basada en informes de inteligencia que él había recibido-: “Creo, le habría dicho, que usted no está bien informado. Quiero ayudarlo”.

Las cosas no quedaron en buenos deseos, pues meses después el gobierno de “Cartago” materializó una oferta de asesoría para fines de armar un “aparato privado” de información política, con el uso de sofisticados instrumentos, entre otros para intervenciones telefónicas.

¡Cuál no sería la sorpresa de los asesores de “Cartago” cuando sus colegas dominicanos, a los pocos días de ellos haber empezado su trabajo de asesoría en el país, les rindieron un informe con ciertas informaciones políticas “ultra secretas” captadas en la casa presidencial de “Cartago” mediante dispositivos de espionaje telefónico que eran accionados –así se lo demostraron- desde la República Dominicana!

Con una agravante, vergonzosa para los asesores de “Cartago”: los colegas criollos habían hecho su labor validos de instrumentos de espionaje electrónico fabricados por ellos mismos en esta República merenguera.

Se llevaron, además, una lección adicional: el Presidente de la República Dominicana contaba con cinco servicios de información privados y esta variedad de opciones de espionaje y contraespionaje de que era capaz el aparato en su conjunto superaba las limitaciones que le imponían al Presidente de “Cartago” su dependencia respecto a los dos organismos oficiales de seguridad establecidos por ley en aquel país.

Contra detección: lo que hay es poca cosa

¿Cómo burlar la vigilancia electrónica, y especialmente la que se practica por la vía telefónica.

Es poco lo que hay para esto: lo existente en el mercado es limitadamente efectivo, en el mejor de los casos y, por lo demás, lo verdaderamente eficaz para liberarse del “abejoneo” resulta demasiado caro para el bolsillo común.

Esto último no es ninguna paradoja. Responde a una política muy gananciosa de las empresas dedicadas a la fabricación de estos instrumentos de espionaje, política basada, digamos, en el siguiente principio: te vendo barato y variado lo que quieras para espiar… pero me compras muy caro lo que necesites para burlar tus espías.

Hace tiempo, ya bastante, para determinar si un teléfono estaba intervenido, bastaba con aplicar a la línea un medidor de electricidad. Si éste señalaba una sobrecarga en la línea –cuando no se ocupa el teléfono esta carga es de 48 voltios, y en uso fluctúa entre seis y ocho voltios-, era indicio seguro de que “algo raro” sucedía.

Pero los espías electrónicos y las industrias del ramo se las ingeniaron para producir aparatitos cuyo consumo, de uno o dos miliamperes, es tan bajo que de ningún modo son detectables.

Asimismo, se han inventado detectores –para los micrófonos y transmisores ocultos- capaces de registrar las emisiones de éstos…Siempre y cuando no estén bien disimulados y carezcan de mecanismos de contradetección.

Claro, cuando a un espía le detectan alguno de sus queridos aparatitos, queda enterado de inmediato y, asimismo, pone pies en polvorosa, antes de que los contraespías actúen contra él. Por esa razón, los expertos en contraespionaje electrónico recomiendan que, en vez de desarticular el sistema, debe desinformarse al espía, brindándole información que lo lleve a cometer un error y, por tanto, sean sus jefes o contratantes los encargados de aplicarle el castigo.

Lo único verdaderamente eficaz para contrarrestar el espionaje estrictamente telefónico es un Codificador de Voz, conocido como “scrambler”, término inglés que significa “embrollo”.

Pero el “embrollo”, de venta en el mercado público, cuesta nada menos que tres mil dólares (dólares) y, lógicamente, son pocos los espiados que pueden disponer de una suma tal para liberarse del fisgoneo.

El “Embrollo” es un dispositivo que se adapta al teléfono y que opera con una clave de seguridad que sólo conoce su dueño (algo así como una combinación de caja de seguridad).

En la República Dominicana disponen de “scramblers” el Presidente de la República, algún que otro secretario de Estado, el jefe de la Policía Nacional y los altos jefes militares.

Si al teléfono bajo espionaje se le aplica un dispositivo, el espía capta las conversaciones como si fueran “diálogos de monos” mezclados con sonidos electrónicos muy agudos.

Lo que sucede en realidad es que cuando la persona habla, su voz es codificada de cierta manera correspondiente con la clave que utiliza –la que puede ser cambiada en cualquier momento- y no es descodificada por el aparato del que escucha.

Sus limitaciones son obvias, pues si el espiado habla a un teléfono que carezca de “scrambler”…”Sigue hablando, papacito, que aquí yo te escucho perfectamente”.

En fin, el único método generalizado, cien por ciento eficaz para burlar a todo espía es reunirse en un páramo bien amplio y hablar casi de oído a oído.

Y quizá ni así.