SANTO DOMINGO, República Dominicana.-El 1 de diciembre de 2012, el periodista e investigador Glenn Greenwald recibió un mensaje por correo electrónico de alguien que se hacía llamar “Cincinato”. El mensaje comenzaba así: “La seguridad de las comunicaciones de las personas es algo muy importante para mí”. Y seguidamente, lo instaba a que empezara a utilizar un sistema de codificación PGP -siglas en inglés de la frase “muy buena seguridad”- para que él, Cincinato, pudiera enviarle materiales que estaba seguro le resultarían de mucho interés.
Lucius Quinctius Cincinnatus, como se sabe, fue un agricultor romano del siglo V a.C. que fue designado dictador de Roma para defender la ciudad de un ataque enemigo. Bajo su liderazgo, la agresión fue rechazada, él dejó el puesto y retornó a sus labores en el campo. Cincinato ha devenido un símbolo del uso del poder en el interés público y del valor que tiene limitar o ceder el poder por el bien de todos.
Greenwald, sin embargo, no le prestó mucha atención a este y a los reiterativos mensajes del desconocido. Tiempo después, cuando ya se había desatado la publicación en la prensa de la información sobre el descomunal sistema de vigilancia que había instalado la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos, William Snowden, le comentó al autor lo que había llegado a pensar:
“Aquí estoy, dispuesto a arriesgar mi libertad, tal vez incluso mi vida, para entregarle a este señor miles de documentos altamente secretos de la agencia más secreta de la nación, una fuga que producirá decenas si no cientos de enormes primicias periodísticas. Y él ni siquiera puede molestarse en instalar un programa de cifrado”.
Y así de cerca estuve yo -recuerda Greenwald‒ de echar a perder una de las mayores y más relevantes filtraciones de seguridad nacional en la historia de Estados Unidos.
El libro
Pudiera decirse que este libro contiene demasiada información para procesar. Con más razón es imposible abarcarlo todo en estas notas y he seleccionado solo algunos aspectos que considero de interés, si bien he tratado de ofrecer un panorama general de su contenido.
En No Place to Hide (No hay lugar para esconderse) Glenn Greenwald reúne en forma organizada todas las piezas de esta historia. Las agrupa en tres secciones que comienzan con la anécdota de cómo Snowden contactó a Greenwald, el vuelo de Greenwald a Hong Kong con la cineasta Laura Poitras, la otra persona a quien le escribió Snowden, aún sin revelarse, y sus reuniones con el hombre cuya audacia y claridad de propósito Greenwald pondera oportunamente. (No Place to Hide, GlennGreenwald, Metropolitan Books, 2014. New York.)
“Aquí estoy, dispuesto a arriesgar mi libertad, tal vez incluso mi vida, para entregarle a este señor miles de documentos altamente secretos de la agencia más secreta de la nación, una fuga que producirá decenas si no cientos de enormes primicias periodísticas"
Continúa con una sección útil que describe las principales revelaciones, utilizando documentos originales de la NSA y la GCHQ (Government Communications Headquarters, del Reino Unido); y una tercera parte que se refiere a la privacidad, y las opiniones de Greenwald sobre los medios de comunicación establecidos –The Guardian, The Washington Post, The New York Times y algunas cadenas de televisión- que participaron en la divulgación de los materiales filtrados o en los ataques a Snowden y al propio Greenwald con diversa intensidad.
Otros temas destacados son el programa Prism que emplea la NSA para acceder, entre otros, a los servidores de Google, Microsoft y Apple; a Tempora del Reino Unido, que “pincha” los cables de fibra óptica y extrae el tráfico de la web y telefónico; la cooperación secreta de la Web y los gigantes de la telefonía para la subversión del material codificado en Internet y espiar las actividades políticas de la gente común, su historial médico, sus amigos y relaciones íntimas, y todas sus actividades en línea. Una información privada tan monumental que de hecho, y como han admitido las mismas agencias gubernamentales, resulta imposible de procesar en su totalidad.
Para lograrlo, el libro incluye la reproducción de decenas de documentos y material del archivo de Snowden que ayudan a ilustrar la metodología de la NSA y muestran su extraño ángulo corporativo con gráficos que en ocasiones resultan excesivamente detallados.
William Snowden
Greenwald da vida a su retrato de Snowden insertando comentarios frescos de sus intercambios durante los días que compartieron en Hong Kong y en conversaciones “online” en los que el héroe, para algunos, o el traidor, para otros, revelan las motivaciones que lo indujeron a actuar.
“Algo intangible pero potente en esos correos electrónicos nos convenció de que el autor era auténtico. Escribió por su convicción sobre los peligros que acarrea el secreto gubernamental y el espionaje generalizado; instintivamente reconocí su pasión política. Sentía una cierta afinidad con nuestro corresponsal, con su visión del mundo, y con el sentido de urgencia que claramente lo consumía”, escribe Greenwald.
A pesar de su éxito en el breve tiempo que trabajó para la CIA como un simple administrador de sistemas en Europa, Snowden empezó a sentirse seriamente preocupado por las acciones de su gobierno. “Podrían decirte que ese no era tu trabajo, o que tu no contabas con suficiente información para emitir ese tipo de juicios. Prácticamente, te decían que no te preocuparas por eso”, dijo Snowden.
Así desarrolló una imagen entre sus colegas de alguien que planteaba demasiadas preocupaciones, algo que no le ganaba el favor de sus superiores. “Fue entonces cuando empecé a ver lo fácil que era divorciar el poder de la responsabilidad, y cómo mientras más alto fuera el nivel del poder, menos supervisión y responsabilidad había”.
“Cuando uno filtra los secretos de la CIA puede dañar a las personas”, dijo en otra ocasión, refiriéndose a los agentes encubiertos y los informantes. “Yo no quería hacer eso. Pero cuando uno filtra los secretos de la NSA, solo estás afectando sistemas abusivos. Con eso me sentía más cómodo”.
Snowden recalcó reiteradamente que su principal objetivo no era destruir la capacidad de la NSA de eliminar la privacidad. “Mi papel no es tomar esa decisión”, dijo. Deseaba, por el contrario, que los ciudadanos de su país y de todo el mundo supieran lo que estaban haciendo con su privacidad, darles la información. “Mi intención no era destruir esos sistemas”, insistió, “sino permitirle al público decidir si deberían continuar”.
Cuando regresó a EE.UU. en 2011 para trabajar con Microsoft y otras compañías de tecnología en la creación de sistemas para almacenar datos y documentos, para la CIA y otras agencias tuvo nuevas inquietudes: “El mundo estaba empeorando”, dijo refiriéndose a esos años. “En la posición en que estaba vi de primera mano que el Estado, particularmente la NSA, estaba trabajando de la mano con la industria de tecnología privada para lograr acceso pleno a las comunicaciones de las personas”.
En una conversación por Internet, Greenwald le preguntó en una ocasión: “¿Qué crees que te pasará cuando te reveles como la fuente?”.
“Dirán que violé la Ley de Espionaje. Que cometí delitos graves. Que ayudé a los enemigos de EE.UU. Que puse en peligro la seguridad nacional. Estoy seguro que echarán mano a cualquier incidente que puedan sacar de mi pasado, y probablemente lo van a exagerar, o hasta podrían inventar alguno para demonizarme lo más posible”, respondió rápidamente, cuenta Greenwald, como si hubiera pensado en esto muchas veces.
Ya antes, Snowden le había contado a Greenwald que personalmente se sentía “en paz” con las posibles consecuencias. “Solo temo una cosa: que la gente vea estos documentos y se encoja de hombros, y digan, ‘bueno, yo sabía que esto estaba pasando, y no me importa’. Lo único que me preocupa es que yo haga todo esto al costo de mi vida por nada”.
Por qué el título
No estamos ante una lectura fácil, si usted considera alarmantes los hechos recogidos en el libro. Además, la imprudencia y la falta de honradez de los políticos, así como la reacción tímida o arrogante de algunos medios de comunicación establecidos no son un buen augurio para el futuro de los países que en la actualidad se ven a sí mismos como naciones libres.
Democracia y libertad no son sinónimos, y por esto, lo que el libro de Greenwald nos recuerda es que bien pudiéramos terminar en una serie de falsas democracias donde las libertades en las que crecimos, o a las que aspiramos, se desvanecen casi sin que nos demos cuenta.
“Una ciudadanía consciente de estar siempre observada, rápidamente se convierte en una obediente y temerosa”, escribe Greenwald. Y eso es lo que buscan esos sistemas que violan la privacidad, en Estados Unidos y en cualquier parte.
Al tener conciencia de estas violaciones, pudiera ser que ahora hubiera cosas legítimas que muchos de nosotros jamás expresaría por teléfono, o en un mensaje electrónico codificado o no, ni buscaría en la red debido a la vigilancia, y por supuesto, habría menos probabilidad de que alguien expresara un disenso sincero.
La frase No Place to Hide viene de una aguda observación de 1975 del senador Frank Church, quien era entonces presidente de un selecto comité de inteligencia del Senado.
Greenwald lo incorpora como exergo en este libro:
“El gobierno de Estados Unidos -dijo el senador- ha perfeccionado una capacidad tecnológica que nos permite controlar los mensajes que van por el aire (…) Esa capacidad en cualquier momento pudiera volverse contra el pueblo estadounidense, y ningún estadounidense tendría privacidad alguna; tal es la capacidad de supervisar todo: conversaciones telefónicas, telegramas, no importa. No habría ningún lugar para esconderse”.