Naciones Unidas, 7 dic (EFE).- El último año de Ban Ki-moon al frente de Naciones Unidas ha estado marcado por las dificultades, con la organización impotente ante numerosos conflictos y su jefe envuelto en varias disputas diplomáticas.
Ban se despedirá de la ONU el 31 de diciembre sin ver el fin de la guerra en Siria, que ha oscurecido toda la segunda mitad de su mandato y donde sus iniciativas para impulsar la paz no han logrado tener éxito.
La mediación de Naciones Unidas tampoco ha sido capaz de resolver por ahora la guerra en Yemen, mientras que varios países africanos, desde Libia a Sudán del Sur, continúan siendo escenario de cruentos conflictos y la gestión de la ONU allí ha sido cuanto menos muy cuestionada.
Tras una década al frente de la organización, Ban buscó en su último año avances en algunos conflictos estancados como el de Oriente Medio y el del Sáhara Occidental.
Los resultados, sin embargo, fueron escasos y la apuesta le costó, además, duros enfrentamientos públicos con Israel y Marruecos.
Primero, el Gobierno israelí arremetió duramente contra Ban, acusándole incluso de "justificar el terrorismo", en respuesta a sus críticas a la política de asentamientos y a la falta de avances hacia la paz.
Después, fue Rabat quien reaccionó con inusitada dureza a unas palabras del secretario general sobre la situación de los saharauis, expulsando a decenas de empleados de la ONU del país y dando alas a una multitudinaria manifestación en su contra.
En los dos casos, pero especialmente en el segundo, Ban se encontró con que el Consejo de Seguridad prefirió dejarle solo y no dar la cara por él.
Además, el secretario general se vio envuelto en otras sonadas disputas en los últimos meses, incluido un choque explícito con Arabia Saudí por haber denunciado las consecuencias de sus bombardeos en Yemen.
Pese a esos tropiezos y visiblemente liberado por el inminente final de su mandato, el diplomático coreano se despidió en septiembre de los líderes mundiales con el discurso más duro que se le recuerda.
Ban no tuvo reparos en criticar la actitud de muchos gobernantes, acusando incluso a algunos de tener "sangre en las manos", y de señalar a varios de ellos abiertamente.
El jefe de la ONU también se destacó a lo largo de todo el año por un lenguaje muy contundente contra los dirigentes que alimentan el odio contra refugiados y migrantes y contra todos aquellos que se valen de la división y del miedo para ganar votos.
Además, aprovechó sus últimos días en el puesto para tratar de arreglar algunos asuntos que habían manchado su gestión, especialmente la epidemia de cólera en Haití, que según los expertos llegó a la isla de la mano de "cascos azules" de la ONU.
Ban pidió oficialmente perdón a los haitianos por el papel de la organización, asumiendo una responsabilidad que había esquivado durante varios años, y anunció un nuevo programa de apoyo para el país.
Su puesto lo ocupará a partir del 1 de enero el ex primer ministro portugués António Guterres, que se impuso con claridad en la carrera por la Secretaría General de Naciones Unidas.
Más de una docena de personalidades optaron al puesto en un proceso más transparente que nunca y que duró varios meses, pero Guterres se destacó desde el comienzo como el gran favorito de la comunidad internacional.
El que fuera alto comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados fue finalmente nombrado oficialmente el 13 de octubre, con el respaldo unánime de los 193 países de la organización.
Guterres ha prometido trabajar con independencia, pero también con espíritu de cooperación con los Gobiernos, y ha adelantado prioridades como la resolución de conflictos, el desarrollo, el cambio climático y la igualdad de género. EFE