La lingüística es una ciencia, cuyo objeto de estudio es la lengua, distinta al lenguaje y al habla. Posee sus propios métodos, disciplinas especializadas, registros lingüísticos discretos y sus teorías. Concierne a los profesores de lingüística crear condiciones favorables para que los alumnos se apropien de estos y de otros conocimientos científicos sobre la lengua y las hablas, a través del estudio sistémico de sus fuentes primarias. Los a prioris lingüísticos no deberían tergiversarse con palabrerías y circunloquios superfluos que no llegan a ninguna conclusión rigurosa.
Un lingüista es aquel estudioso de esta prestigiosa ciencia social; un investigador que conoce el objeto lingüístico, sus aspectos, sus disciplinas, sus ramas y las unidades que la integran. Asimismo, compete al lingüista dar cuenta de cuáles unidades corresponden a la lengua y cuáles al discurso. Desde una perspectiva cosmológica, el lingüista pudiera mostrar cómo se aprende una lengua y cómo no se aprende, etcétera. No es tarea del lingüista decir cómo se debe hablar. Más bien, su rol de investigador implica grabar los usos, describirlos y dar cuenta de ellos.
Aunque todos estos alcances constituyen a prioris, hay aspectos en los que se admiten rigurosas reflexiones. Pero todos ellos corresponden al plano del habla, ya que la lengua, o sistema lingüístico, constituye un saber establecido con muy meras modificaciones. Por ejemplo, de los principios estructuralistas contenidos en Saussure, vale afirmar que “la oposición” constituye el más importante para comprender el funcionamiento de la lengua. La mutabilidad y la inmutabilidad explican cómo es que las lenguas cambian, en sincronía, sin que ese cambio, dado en el habla, afecte a todo el sistema lingüístico.
La arbitrariedad del signo explica la relación inmotivada que existe entre la palabra y su referente (mujer, woman, femme, dona…) por lo que la sucesión de fonemas que constituye el significante de una palabra, no guardan ninguna relación intrínseca con el concepto que evoca, ni con su referente, etc.
La linealidad en términos horizontales establece las relaciones sintagmáticas, mientras los paradigmas se forman fuera del uso de los hablantes, en el sistema, en orden vertical. Ninguno de estos principios, ni las relaciones asociativas y solidarias de las palabras, mantienen su vigencia como los principios de “oposición” y el de “el valor semántico”. Ambos permiten definir las unidades en relación a otras, el primero en el sistema y el segundo en el habla.
Con todo, una reflexión de este tipo no trasciende a los a prioris, en tanto se realiza sobre la base de conocimientos ya dados desde la antigüedad clásica hasta muy adentrado al siglo XX. Que si el significante es el signo, o no; que si texto y discurso es lo mismo; que si describir, narrar, argumentar, comparar son actos de habla o estrategias; que si el acto de habla es sólo implícito, etcétera, son temas estériles e innecesarios en nuestros días; todas estas proposiciones aportan reflexiones infructíferas que no hacen mucho más que confundir a los noveles aprendices del conocimiento científico.
En un país en el que los estudios dialectológicos se vislumbran huérfanos, partiendo de las edades de los principales lingüistas dominicanos; y en un país en el que se requiere más que en cualquier otro tiempo, buenos lectores y analistas críticos de discurso; no debería consumirse tiempo, tal vez, para perderlo en cuestiones sobre conocimiento dado. En el siguiente artículo veremos cómo la tecnología del aprendizaje y del conocimiento podría beneficiar o perjudicar a un novel estudiante de lingüística.