La sociedad dominicana tiene necesidad de un clima social y político saludable; pero las dificultades para mantener buena salud son cada vez más complejas. Una sociedad con la salud afectada tiende a desgastarse, a olvidar las prioridades nacionales y a erosionar su autoestima. Es obvio que este conglomerado está invadido por los efectos de una cultura política en la que se habla y se discute de todo, menos de lo que se debería hablar. De igual modo, el tejido social está lesionado por una cultura electoral caracterizada por la confrontación y el irrespeto a las normativas que orientan y ordenan este proceso.
En la discusión, están ausentes las necesidades de la gente. No se conocen los programas de los candidatos; tampoco se rinde cuentas de los dineros que los partidos políticos reciben del Estado. En este contexto, los medios de comunicación describen con deleite las palabras, los gestos y las poses de los actores principales de las confrontaciones. Estos actores, entre los cuales se destacan legisladores y dirigentes de los principales partidos políticos, se enfrentan teniendo en cuenta sus propios intereses. No se visibiliza ninguna preocupación por situaciones que les niegan la calidad de vida, por ejemplo, a los cañeros, a los miembros del Coro Nacional o a los que cada día se ven afectados por el dengue. Todo esto parece sencillo, pero no lo es; estas personas, especialmente las dos primeras están cansadas de protestar para que sus derechos sean tenidos en cuenta. Nada de esto tiene significación en una sociedad donde todo gira en torno a si el partido oficial se divide o se une; si el presidente de la reelección va a hablar ahora o más tarde. Asimismo, nos movemos en un ambiente en el que la sequía de la Línea Noroeste es algo ridículo frente a lo que los opositores o los fieles de la reelección puedan decir o dejar de decir.
Los problemas de salud social y política de la sociedad dominicana responden a la falta de institucionalidad y al desgaste del liderazgo político de la nación. Es preciso avanzar hacia una organización social y política que posibilite la construcción de nuevas formas de hacer y de promover el ejercicio de la política. De igual forma, es necesario cambiar el tipo de liderazgo y el estilo de la Junta Central Electoral, para que sea más oportuna y le imprima más carácter a sus decisiones. A esto ha de añadirse una gestión capaz de hacer respetar las orientaciones que emite. Con un funcionamiento como el que planteamos, nos podríamos acercar a un clima con menos violencia verbal. Nos aproximaríamos, también, a un clima más sereno que permita prestarle atención a los problemas más importantes que tiene la República Dominicana.
En los momentos actuales muchas personas están preocupadas por la violencia en los centros educativos y en las familias. La violencia está globalizada en esta nación. Sus raíces son estructurales. Pero no cabe duda de que las tensiones políticas y electorales continuas inciden para que se desarrolle un clima que se vuelve insostenible. Estos dos aspectos alteran las emociones, las actitudes y las prácticas de los ciudadanos y de los grupos involucrados. Le proponemos a la sociedad dominicana una posición menos permisiva ante los desafueros de los legisladores y de los líderes políticos. Proponemos, además, estar vigilante ante la inconsistencia de los que orientan el proceso electoral. Despleguemos todo el esfuerzo posible, para contribuir con el desarrollo de una sociedad vigorosa y gratificante.