Esta enfermedad la padecen gobiernos, partidos y candidatos. Puede padecerla también cualquier persona que esté en el poder así como quien pretenda ascender al mismo o perpetuarse en un cargo en el gobierno o en un partido político. Este “virus” hace mucho que habita en el país.

Conocida también como “intoxicación de poder”, “orgullo que ciega”, “embriaguez de poder”, fue el médico inglés David Owen quien en el 2008 identificó este trastorno que sufren las personas que ejercen el poder, generalmente “líderes” que se consideran poseer cualidades excepcionales, creen saberlo todo, que se valoran por encima de los demás y actúan dejando a un lado la realidad y los principios morales que nutren las conductas individuales y colectivas de una sociedad sana y democrática.

El “síndrome de Hubris” se conoce también como “adicción al poder”. El término “hibris” o “hybris” proviene del griego y “hace referencia al comportamiento arrogante, prepotente y soberbio de quienes ostentan el poder y procuran tener poderes absolutos”. Es sinónimo de desmesura.  Suele ir acompañado de una gran dosis de narcisismo, mesianismo y megalomanía. Quienes padecen este síndrome -dirá Owen- “se creen invencibles y ven enemigos por todas partes, sobre todo, en quienes se atreven a criticarlos o desenmascararlos”.

En el medio político dominicano podemos identificar a los muchos, tanto en el gobierno como en los partidos políticos, que padecen el síndrome de Hubris. El reeleccionismo oficialista, desde el cargo a la presidencia hasta otros los cargos elegibles que han sido otorgados “al dedazo”, constituye una muestra clara de este aferramiento patológico al poder.

El dispendio desaforado de recursos invertidos por el actual gobierno en publicidad electoral disfrazada de testimonio de logros, es tan sólo una muestra palpable de esta “patología”. Lo son también las agigantadas corrupciones, tan conocidas y tantas veces denunciadas por diferentes sectores del país. 

La “enfermedad de poder” se observa también en otras esferas políticas no gubernamentales donde impera el “poder hegemónico del jefe” y la violación a la democracia interna para favorecer a “repitentes” incondicionales e ineptos, más allá de la voluntad y decisión de los miembros del partido y de los ciudadanos que a la larga serán afectados por estas “repeticiones y designaciones amañadas”.

En tiempos de campaña electoral bien les hace a los ciudadanos identificar a los gobernantes, partidos y candidatos afectados por esta patología. Resulta conveniente para defender “la salud” del voto democrático y la decisión de no votar por aquellos gobernantes y candidatos que convierten a los ciudadanos en víctimas de su enfermedad del poder.

Para identificar a los que padecen el síndrome de Hubris podemos ayudarnos de  la lista de  criterios propuestos por David Owen y Jonathan David para establecer su diagnóstico: 1) Usan el poder para satisfacer su egoísmo; 2) Manifiestan una preocupación exagerda por su imagen y presentación; 3) Pronuncian discursos exaltados en los que asumen y expresan que “ellos son la nación o el país”; 4) Muestran desprecio por las opiniones de los demás; 5) Adoptan poses mesiánicas y de “enviados” de Dios; 6) Sobredimensionan sus cualidades personales; 7) Pierden contacto con la realidad o simplemente “la inventan”; 8) Desafían la ley, cambian constituciones y manipulan los poderes del Estado.

Debe llamar la atención que el “embriagado de poder”, el que padece el síndrome de hubris, afecta sensiblemente el bienestar de los ciudadanos y comunidades a los que dice representar. Esta “enfermedad política” termina enfermando la democracia misma y contaminando todos los poderes del Estado.

En las próximas elecciones habremos de adoptar una “actitud y una decisión valientes y terapéuticas” frente a los gobernantes y candidatos que padecen el síndrome de hubris: “alejarnos de ellos, alejarlos de nosotros”. En la mitología griega, la diosa Némesis era la que se encargaba de castigar a los que sufrían de hubris: “causaba su caída por los actos cometidos”. Debemos entender, entonces, que para que los gobernantes y candidatos políticos del país “se curen” de Hubris basta con que pierdan el poder. ¡Y la medicina está en manos de los votantes!