José Rafael Sosa

CANNES. Francia. ¿Dónde se encuentra la fascinación que ejerce la alfombra roja tanto en artistas como del público consumidor de estas imágenes, tan relucientes como vacías de contenido más allá de los vestidos de marca y las joyas prestadas por un rato para mercadear firmas y empresas?
La razón, de cara a los artistas captados, parece simple: el ego humano siempre dispuesto a inflamarse cuando es pagado de si mismo. Frente al lente de la cámara, todos caen seducidos ante la posibilidad de multiplicar la imagen propia.
Frente al público el fenómeno es distinto: opera esa necesidad de consumir imágenes hueras, vacías de contenido real, (al fin y al cabo lo que se captan son seres humanos) pero llenas del morboso lucimiento que adjunta la espectacularidad, la fama y el renombre que proporciona aparecer en los créditos principales de un filme vendedor de taquillas.

Los tacos altos

La alfombra roja de Cannes tuvo novedades inéditas y sorprendentes este año. La más mencionada fue la prohibición de usar zapatos sin tacones, una disposición que buscaba “realzar” la presencia de las mujeres, pero vaya a ver de qué forma: con unos centímetros más en los zapatos. A veces Cannes comete sus inocentes tropelías.

Cannes anunció que trataba de valorar la presencia de las mujeres e incluso abrió con una cinta dirigida por una directora, hecho que no se producía, desde 1982, evidenciando el carácter marcadamente machista del evento cuando de películas de apertura se trata.

Poca gente se enteró que varias artistas fueron devueltas por el crimen de imagen que representaba el querer pasar por la alfombra sin tacos altos, circunstancia vedada por los criterios aparentistas y de fomento del “loock” VIP que que se procuraba resaltar. Una de ellas subió un video a You Tube para dejar constancia de su protesta.

Pero…¿cuáles son los factores que han dado origen a esta curiosa expectativa del glamour endiosada por los “flashes” y el protocolo destinado al movimiento de las luminarias dela gran pantalla, todos VIP?.

La alfombra roja de Cannes es la más relumbrante pasarela del cine internacional, seguida en importancia – a juicio de los que saben – a distancia por la de los Premios de la Academia de Ciencias Cinematográficas.

El origen

En el mundo del espectáculo se realizó la primera alfombra roja en el año 1922, con motivo de la inauguración del Egyptian Theater de Los Ángeles, pero quedo como hecho aislado hasta que en los años 40 en que tomaría la relevancia que actualmente tiene.
De ahí en adelante, los Premios Oscars se ocuparían de establecer como referencia obligatoria la de color la alfombra cuando se tratara de montar con exquisitez y exclusividad, todo ceremonial de luminarias.
Esta de Cannes es la prestigiosa y demandada por los altos egos en pugna porque corresponde al Festival que es y patrón de todos los festivales del planeta: el de Cannes.
Por ella transcurren centenares, miles del resultado de las cirugías plásticas que tratan de ocultar – con bastante éxito en buena parte de los casos- el paso inexorable del tiempo y que, al final, se las cobra de todas formas. 

El nombre
Entonces se impone ver el origen: la primera vez que se mencionó el

nombre “alfombra roja” fue en el año 458 antes de Cristo por parte del poeta y dramaturgo griego Esquilo, en la tragedia Agamenon, cuando Clitemnestra, esposa del protagonista lo trata de convencer de que camine por una alfombra roja para que reciba sus méritos por la victoria en Troya.
Desde entonces, hasta ahora, la alfombra roja ha sido sinónimo de glamour y plataforma para resaltar determinadas ceremonias, particularmente las vinculadas al espectáculo, a las celebridades.

La de Cannes
Esta alfombra físicamente se reduce a 127 metros (incluyendo los 52 escalones finales) y sobre la cual transita, con motivo del Festival de Cannes, todo el ego artístico del mundo del cine, que genera centenares de flashes por minuto de parte de unos 600 fotógrafos oficialmente autorizados a estar a sus orillas para transmitir imágenes que serán consumidas por millones de personas en todo el mundo por medio de la televisión, los medios impresos y digitales.
Se trata en realidad de un gran pasillo, de 29 metros de ancho, con plataformas aplicaciones para la ubicación de la prensa, limitadas por unas cuerdas que son escrupulosamente respetadas como límite para su trabajo.
A los fotógrafos acreditados, el código de vestimenta les impone el smoking. Y tienen un número asignado en las tarimas grises, que deben ocupar religiosamente, so pena de ser sacados del área por los agentes de protocolo y seguridad.
Dentro de la alfombra, operan varios cuerpos de seguridad y seis oficiales del festival cuya responsabilidad es lograr que el movimiento de los artistas y directores sea fluido, que no permanezcan posando más de uno o dos minutos, pasando a indicarles la ruta a seguir.

Los más visibles son los policías de uniforme de gala, unos 70 en total, que se ubican a los lados de la escalinata roja, el último tramo de la alfombra, pero también existe una seguridad propia del Festival, vestida

de civil, a lo que se agregan efectivos de seguridad (generalmente uno o dos hombres) de las personalidades más destacadas.
Para las estrellas se deja un espacio de unos 20 metros de ancho para el paso y particularmente de las figuras femeninas, se espera, gracias en un código no escrito, que ejecuten movimientos de pasarela para ser vistas en 360 grados. Hay que tomarlas incluso de espaldas, no se sabe para con que fines prácticos, porque nadie las utiliza para el despligue.