Cortesía de CONNECTAS/Víctor Diusabá Rojas*
Avara a la hora de otorgar treguas y permitir buenas noticias, la pandemia pareció dar un respiro a la humanidad a mediados de septiembre. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) entre el 13 y el 19 las cifras supusieron un descenso de contagios del 9% con respecto a los siete días anteriores y 7% menos en cuanto a decesos.
Y si a eso se suma que en la semana anterior ya los infectados iban a la baja, esos registros ciertamente aliviaron la curva de comportamiento del virus. No se puede olvidar que, con altibajos, la covid -19 ha mantenido en el mundo una creciente vigencia a lo largo de los últimos dieciocho meses. En ese periodo deja ya cerca de 4,7 millones de personas fallecidas y al menos 230 millones de infectadas.
Por eso, un declive de ese orden no sería más que una fotografía del momento, de no contar con algo más contundente. En efecto, por primera vez desde que la OMS declaró la pandemia en marzo de 2020, ese mismo organismo se atreve a pronosticar que la covid-19 dejaría de tener ese carácter en marzo de 2022. Es decir, en apenas seis meses. “La expectativa es muy positiva”, dijo María Neira, directora del Departamento de Salud Pública, Medio Ambiente y Cambio Climático de la OMS, a la emisora española RAC1.
Que nada menos que la OMS haya hecho el anuncio le da un carácter oficial insoslayable. Ese organismo internacional dio el banderazo a la pandemia con alcances en todo el planeta, lo que al final se ha confirmado a diario con hechos, y ella tiene la palabra para decretar el final de esta dolorosa etapa. Lo que significa la vía libre a la apertura social y económica, o lo que más se les parezca.
Solo que a estas alturas pocos gobiernos esperan autorizaciones para regresar a toda prisa, así sea a tumbos, a una normalidad que requieren con urgencia. Mientras la OMS mantiene una relativa prudencia, ya de hecho el mundo ha vuelto a las calles y América Latina no es la excepción.
Porque así como sucede en Nueva York, París, Londres y Madrid, igual pasa en México Distrito Federal, Buenos Aires, Bogotá, La Paz y Quito, para citar solo algunas capitales que levantaron buena parte de sus restricciones a la movilidad. Y algunos han decidido ir más allá. El gobierno argentino, por ejemplo, permitirá a partir del 1 de octubre el ingreso de extranjeros procedentes de países limítrofes, y desde el 1 de noviembre a visitantes de otras naciones. Ellos, como los nacionales y residentes, no estarán obligados a usar tapabocas o barbijos en espacios públicos y podrán acceder a centros comerciales y espectáculos de mayor aforo.
Eso incluirá al fútbol. Ya en Colombia desde julio los aficionados han vuelto a los estadios, con cada vez menores límites de asistencia. Y para la siguiente jornada de la eliminatoria mundialista, en los primeros días de octubre, el equipo ‘cafetero’ enfrentará a sus similares de Brasil y Ecuador en Barranquilla, con unos 37.500 espectadores por juego, el 75% del aforo. Los argentinos podrán acompañar a su selección el 7 de octubre en el Defensores del Chaco de Asunción, en una tribuna reservada para ellos por la Federación Paraguaya de Fútbol.
Pero si las canchas comienzan a abrir, otros espacios ya funcionan a tope. Entre ellos, el comercio, el transporte masivo y los aeropuertos, mientras los establecimientos educativos pasan progresivamente de la virtualidad a la alternancia y, en algunos casos, al regreso total a las aulas. La vuelta de tantas actividades podría representar la convergencia necesaria entre salud y economía como única senda hacia el desarrollo sostenible en América Latina y el Caribe, como anticipó la Cepal en julio de 2020.
Sin embargo, ¿qué tan seguro es este retorno general? Para empezar, el continente americano es la región más afectada por la pandemia con 87 millones de casos (42 millones en Estados Unidos). Le siguen Europa (68 millones), el sur de Asia (42 millones) y Oriente Medio (15 millones).
Hasta el 10 de septiembre de 2021, según el portal statista.com, “43.816.969 casos de COVID-19 han sido registrados en América Latina y el Caribe. Brasil es el país más afectado por esta pandemia en la región, con alrededor de 20,9 millones de casos confirmados. Argentina se ubica en segundo lugar, con aproximadamente 5,2 millones de infectados. México, por su parte, ha registrado un total de 3.479.999 casos. Dentro de los países más afectados por el nuevo tipo de coronavirus en América Latina también se encuentran Colombia, Perú, Chile y Ecuador”.
Esos registros ponen en cuestión los signos alentadores de un pronto final. Pero aún más lo hace otro hecho: al 1 de septiembre tres de cada cuatro personas en LATAM aún no estaban totalmente vacunadas. El dato es de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). Según su directora, Carissa F. Etienne, “más de un tercio de los países de nuestra región aún no han vacunado al 20% de su población. Y en algunos lugares, la cobertura es mucho menor.” Como por ejemplo en Guatemala, Honduras y Nicaragua, donde, dice ella, es de apenas un dígito, mientras que en Haití y Venezuela la crisis en los sistemas de salud y la situación política interna se han convertido en talanqueras para el avance de las inmunizaciones mientras sus estadísticas pierden toda confiabilidad.
Si el arma para ganar la guerra a la pandemia es vacunar, entonces el futuro inmediato tiene muchas sombras en esta parte del planeta. No solo por la lenta marcha de esa tarea, sino porque, calcula la misma OPS, se necesitan ahora mismo 540 millones de dosis para garantizar que el 60% de los latinoamericanos ya cuente con esa especie de seguro. ¿Y dónde están esos biológicos? Los tienen los países desarrollados, pues compraron más de los que necesitaban y no todos se han resuelto a donarlos a los países pobres en las cantidades requeridas.
A eso hay que sumar una nueva variable, la dosis de refuerzo. En agosto, la multinacional Pfizer informó que eso impulsaría la protección contra la variable delta, confirmada en 90 naciones. Casi de inmediato Israel, China, Hungría, Emiratos Árabes Unidos, Rusia, República Dominicana, Chile, Uruguay, Canadá, Estados Unidos y Francia se apuntaron a esta nueva etapa de la batalla. Lo que significa que la mayoría de los demás países de América Latina, aparte de los señalados, deberá esperar un buen tiempo para reforzar la inmunidad de sus vacunados.
Igual, la vida ha vuelto a las calles y ya nada conduciría a nuevos confinamientos y cierres. Menos cuando en general las autoridades, comenzando por los presidentes, se han puesto del lado de la apertura. E, incluso, algunos comienzan a posar de ganadores.
Así, por ejemplo, hace unos días ante la Asamblea General de la ONU, Guillermo Lasso, presidente de Ecuador, recordó que su país pasó del 3% inicial al 52% actual de vacunados. “Seguramente —dijo Lasso— hay quienes aquí recuerdan las escalofriantes imágenes durante los primeros días de la pandemia: cuerpos en las calles, hospitales desbordados, fosas comunes improvisadas. Aquellos días fuimos modelo de todo lo que estaba mal en el manejo de la crisis”.
Pero enseguida Lasso no tuvo inconveniente en reclamar políticamente ese éxito: “Esas imágenes (las de la muerte y la desolación) fueron la representación gráfica del abismo que tocamos luego de 14 años de políticas aislacionistas, aupadas en una distorsionada y mezquina noción de la soberanía (…) saquen sus conclusiones (…) Hemos cumplido nuestro más apremiante compromiso de campaña: alcanzar la cifra de nueve millones de ecuatorianos con inmunización completa en los primeros 100 días de Gobierno”.
En el caso del argentino Alberto Fernández, la pandemia tuvo un efecto político contrario. Sus conciudadanos le pasaron la cuenta de cobro en las primarias legislativas de septiembre, cuando su corriente kirchnerista perdió ante la centro derecha de Juntos por el Cambio, liderada por Mauricio Macri. El ‘voto castigo’, a criterio de los entendidos, tuvo que ver con la galopante inflación, pero también por el mal manejo de la pandemia y signos de favoritismo que la gente asoció con corrupción. Entre ellos, ‘vacunatorios VIP’ que costaron la caída del ministro de Salud, celebraciones en la casa presidencial haciendo caso omiso a las restricciones establecidas por el propio mandatario y, en especial, los costos sociales y económicos de la larga cuarentena. Otros países como Bolivia, Ecuador, República Dominicana también vieron a sus gobiernos en la picota por sus acciones u omisiones ante la pandemia.
Sin embargo el caso de Fernández es atípico. Un interesante estudio de la plataforma Diálogo Político con base en una encuesta, señala que hay “una recuperación en los últimos meses en el promedio de aprobación presidencial” y “un respiro para los gobiernos”. Y menciona como causas “el avance de la vacunación, la caída de los casos y muertes en la mayoría de los países considerados y la consecuente apertura económica que se viene registrando en Occidente”.
Las conclusiones se basan, entre varias razones, en un seguimiento transversal a la favorabilidad de los mandatarios. En mayo de 2021, dice Diálogo Político, “el piso de aprobación presidencial era de 38,3 %. En cambio, “…en estos tres meses la media de popularidad presidencial creció 4,5 puntos porcentuales, hasta ubicarse en 42 % en agosto”. Eso sí, aún lejos del 53 % promedio de abril de 2020, cuando todos se enfrentaron a la inesperada llegada de ese enemigo extraño que trastocó sus planes.
Igual, durante lo que va de la pandemia, los presidentes concentraron mayor poder en forma evidente, como señalan los profesores Salvador Martí i Puig y Manuel Alcántara Sáez en su artículo para la Revista Mexicana de Sociología ‘América Latina y Covid-19: democracias fatigadas en tiempos de pandemia’. Sobre todo, lo hicieron “frente a poderes locales o regionales y a otras instancias del Estado, por el manejo de las medidas extraordinarias para confrontar la pandemia, unida al cercenamiento de derechos”. Eso conlleva el riesgo de que la tendencia a “gobiernos fuertes” permanezca aún después de terminada la crisis.
Al final, dicen Puig y Alcántara, la pandemia dejará consecuencias. 1) La preeminencia del poder ejecutivo en las instituciones; 2) la personalización de la política en detrimento de los partidos; 3) la judicialización política y 4) La (aún) mayor relevancia de los medios de comunicación, tanto los tradicionales como las redes sociales.
Total, esos gobiernos ahora se toman la libertad de establecer la normalidad por decreto mientras la ciencia, optimista pero prudente, espera para dar la última palabra. Porque sobre este terrible asunto de la pandemia solo hay una certeza, la incertidumbre.
*Víctor Diusabá Rojas: Periodista y escritor bogotano. Miembro de la Mesa Editorial de CONNECTAS. Es egresado de la Universidad de La Sabana, con máster en Claves del Mundo Contemporáneo de la Universidad de Granada, en España. Ha sido jefe de la oficina de el diario El País de Cali en Bogotá, jefe de redacción de El Espectador, editor general de la agencia nacional de noticias Colprensa, editor del Grupo Nacional de Medios, director de Semana.com, editor general de Semana Rural y consultor estratégico de comunicaciones del Programa Colombia Responde.