SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Faltan pocos minutos para el mediodía, el calor es intenso. La multitud, inquieta, intenta moverse de un lado a otro en los pasillos de la Escuela Quisqueya, como en un avispero.
Juan Rodríguez es uno de los veinteañeros que merodean impacientes antes de emitir su sufragio. Había llegado hacía 15 minutos, ya conocía en qué colegio le correspondía votar y su ubicación, pero aun le falta algo: el dinero.
Vino a vender su voto o su derecho a emitirlo. Se acerca a un hombre que se identifica como Edison Herrera, a quien se le atribuye ser el coordinador de la repartición de papeletas por parte del candidato Miguel Vargas Maldonado en este recinto, pero obtiene malos resultados.
Ni siquiera consigue comunicarse con él. Herrera, que se comporta con gran liderazgo en el grupito que lo rodea, se vuelve un ser huidizo cuando se percata de la presencia de los periodistas y, pasados unos minutos, decide salir de la escuela seguido por un grupo de “compañeros”.
Juan también se aleja del lugar, pero solo. En conversación con la prensa se muestra abierto, siempre con una sonrisa entre la ingenuidad y la picardía, no se afana en ocultar intenciones ni guardar falsos pudores.
-¿Ya votaste?
-No, todavía.
-¿Qué estás esperando?
-Que me den lo mío… pero estos políticos…
-Dicen que están dando mucho dinero.
-Sí, pero yo todavía no sé quién es el que lo está dando.
Saluda a un grupo de jóvenes que deben tener edades similares a la suya y se van juntos. Cruzan el pasillo central de la escuela, dividen una larga fila de votantes para pasar y perderse del otro lado, entre los grupitos de personas cuyas funciones específicas se desconocen y están dispersos por todo el recinto.
En pocos colegios se perciben los niveles de algarabía y desorden que se observan en este. Cientos de personas auguran triunfos para su candidato preferido en coros enloquecedores o conforman pequeños equipos que susurran secretos a los votantes que llegan.
Próximo a la puerta, donde hay un grupo de militantes seguidores de Hipólito Mejía vociferando que “papá es el que va”, vuelve a aparecer Juan. Está solo otra vez y, según cuenta, todavía no ha conseguido nada.
-¿Por cuánto das tu voto?
-Ahora mismo.. por lo que me den.
Quiere el dinero para beber un trago en la noche, pues es domingo al fin y al cabo. Testifica que vino con la intención de conseguir al menos 500 pesos, pero hace mucho calor y, si le ofrecen 200, sella el trato. En la medida en que pasen las horas y se marchen los compradores su voto se devalúa, pues como toda mercancía se deprecia si la demanda disminuye.
Apenas tiene 21 años. Es la tercera vez que acude a un centro de votación y en ninguna de las ocasiones lo ha hecho con la intención de favorecer a un candidato por el que sienta simpatía. La única vez que no intentó cobrar por su voto fue en 2008 porque se sentía comprometido con un tío suyo que apoyaba a uno de los aspirantes. Pese a esto nunca ha tenido mucho éxito en esta operación. En sus propias palabras: “He cogío pila e pela y no me han dao ni uno”.
Cuando se le pregunta que por qué no tiene interés en el voto como un ejercicio democrático, responde que no confía en ningún candidato y que la “democracia” que conoce no le parece confiable.
“Tú votas por ellos y ninguno te apoya, ninguno vuelve a aparecer por tu barrio otra vez”, dice con expresión de desilusión e indiferencia.
Está convencido de que cuando los líderes políticos les piden un voto a los ciudadanos éstos deben exigirle algo a cambio y, en el único momento en que tienen poder real para hacerlo, es en esa media hora que precede su paso por las urnas.
No espera nada bueno de las autoridades y, en consecuencia, no le importa quiénes sean. Ni siquiera cree que alguien crea sinceramente en el aparato político dominicano:
-Hay gente que dice que su voto no tiene precio.
-Dicen eso porque ya les dieron lo de ellos. Tú eres periodista, no creas eso, es mentira. Aquí nadie viene por su gusto. No están dando comida aquí. Yo no he visto que aquí estén dando comida.
Juan dice que no está solo. Anda con seis compañeros que decidieron dispersarse por el recinto para ubicar más rápido “a la gente del dinero”. Entre ellos está Luís Manuel Pérez, de la misma edad, quien también declara sin vergüenza que acudió al centro de votación con la esperanza de que le ofrezcan 500 ó 600 pesos por su voto.
Al parecer no es que el mercado de cédulas esté en baja, como piensan los muchachos, sino que ellos están en el lugar equivocado. Afuera, en la calle, a unos 20 metros de la puerta de la escuela, Juan Francisco es abordado por un hombre que intenta ofrecerle dinero a cambio de su cédula.