La histérica exuberancia del lenguaje leonelista denota un servilismo, abyección, erotismo y sometimiento totalmente inapropiados en un estado de derecho moderno, y más acordes con un sultanato Almohade, una satrapía persa, o una autocracia fascista. En tribunas de Twitter, Facebook e Instagram; en cabinas de radio; en sets televisivos, y en prensa digital e impresa, leonelistas de ambos sexos, pagados y pro bono, se expresan en términos que revelan menos una sobria y objetiva valoración de su líder, que un enamoramiento, postración y putería colosales, siendo este frenesí amoroso el que les permite desvestirse ideológicamente y colocarse en cuatro delante del objeto de su adoración para ser penetrados e inseminados por él. De esta manera, a través de los pronunciamientos del leonelismo aprendemos muy poco de Leonel Fernández, y mucho sobre sus seguidores incondicionales e infames súbditos.
En el presente ensayo analizaré al vuelo el sentimiento leonelista a partir de una muestra representativa de este caldo de cultivo, de este fermento cloacal, de esta levadura infecta, tomada de los timelines y cuentas de Facebook consagradas al incesante besuqueo de las verijas del insigne propietario de FUNGLODE. Acompáñame, lector y lectora queridos, en este tour panorámico por los vericuetos de una trampa de grasa que acumula en su rejilla la escoria de una feligresía indigna y las piltrafas de una honra ciudadana que avanza en derrota.
Súbditos en busca de un rey todopoderoso
El discurso del leonelismo no es democrático, sino panegírico, apologético, fatuo y jactancioso. Se trata de una apoteosis del aplauso, un himno a la vanagloria y un monumento a la felación. Sus practicantes encarnan odaliscas soviéticas que repiten el credo del partido paradas donde las vean. Ninguna de las personas que adopta este discurso entiende en qué consiste una democracia representativa, al tiempo que muestran poseer un temperamento idóneo para la vida en un régimen totalitario de corte orwelliano o en el harén bisexual de algún rajá en lo profundo de una jungla. El leonelista es un no-ente que renuncia a su capacidad de acción y a su dimensión ciudadana, presentadas como ofrenda en la losa sacrificial dedicada al “León”, bajo quien se ampara de manera absoluta y al que dota de poderes omnímodos, mesiánicos y redentoristas. Para muestra, dos botones:
Este desvarío debería resultarnos familiar a todos los que recordamos el ubicuo mantra del balaguerato: “Lo que diga Balaguer”. En vida del prócer de Navarrete, el PRSC era menos un partido político que un fan club cuya prioridad incuestionable era la adoración del anciano gobernante. Llegó a existir (si no es que aún existe), un órgano a lo interno del partido llamado Discipulado del Pensamiento y la Obra de Joaquín Balaguer, que deja claro desde su nombre la índole cuasi religiosa de la agrupación. No me sorprendería que existiese hoy, o que exista en el futuro cercano, una iglesia parecida dedicada al “León”.
Ansias de ser enculados por el león
Nada complacería más los leonelistas, hombres y mujeres, que dar satisfacción erótica al objeto de su delirio. ¿Exagero? Consideremos el desfallecimiento y lubricidad de los siguientes tuits publicados por varones caribeños de pelo en pecho:
Que estos tuits han sido escritos dándole golpes al teclado con un glande en erección es algo que podemos colocar fuera de toda incertidumbre, y aun así palidecen ante las respuestas que generó en Facebook la recomendación de un libro hecha por el perínclito presidente del PLD:
En medio de esta batahola de encueramientos y genuflexiones virtuales, destaca el siguiente post, hecho en respuesta a la misma recomendación literaria que suscitó los de arriba, pero que irradia él solo un patetismo tan descomunal que engranuja la piel:
Estas histerias varoniles no se circunscriben a la enjundia bibliográfica del neoBenefactor de la neoPatria neoNueva. La publicación en Facebook de una fotografía de Leonel Fernández provoca las eyaculaciones precoces que podemos apreciar aquí:
Las féminas leonelistas no le van a la zaga a sus compañeros en la pérdida del recato y el aflojamiento de la ropa interior, como queda evidenciado en posts de hembras que más listas no podrían estar para recibir sobre el rostro la lluvia dorada de su “máximo líder”, y que se dejarían guiar dócilmente al matadero si así lo dispusiera el infalible león que ruge.
Quienes marchan en las filas del leonelismo no son, ni pueden ser, ciudadanos del siglo XXI, sino sicofantes exaltados de eras superadas que fieramente compiten entre ellos para ver quién fela mejor a la deidad villajuenense. Para ejercer un leonelismo sin mácula hay que despojarse de la dignidad personal, lo cual se logra fácilmente con intercambios tan humillantes y voluptuosos como este:
A una agrupación de personas que se atropellan entre sí para ofrecerse bocabajo a un político que se ufana de poseer una visión y un temple modernos, no podemos darle el nombre de ciudadanía. Cualquier otro nombres les cabe, pero no ese.
Mein führer
El persistente, impertinente, cortesano y grasiento uso del apelativo “líder” tiene resonancias inequívocas de Adolf Hitler. Sin saberlo, los leonelistas evocan a los nacionalsocialistas alemanes cuando lisonjeaban a su caudillo utilizando ese mismo titular, con el doble propósito de presentarle un óbolo que acariciara su ego y demostrar su absoluta sumisión. Sin que lo sepan (¿cómo van a saberlo?) los leonelistas llaman “führer” a su candidato presidencial… solo que en español.
No obstante, el mejor ejemplo de esta costumbre despreciable y rastrera la encontramos en las declaraciones hechas por el regidor de Santo Domingo Este, Oscar Amadí Severino, para quien no existe frase, por corta que sea, que no soporte la inclusión de la lisonja. Cándidamente admitiendo que llevó paleros a la avenida Tiradentes el 5 de noviembre de 2014 con el objeto de ahuyentar manifestaciones en contra de Leonel Fernández, este oficial electo manifiesta que:
La intención básica es proteger al líder de las personas que lo hostigan. Y los dirigentes que estamos aquí con nuestro grupo nos ofrecimos de forma voluntaria para esta tarea”.
“La voluntad era no tolerar nada contra el líder”.
“[A los muchachos se les instruyó que] no toleraran nada a los que conspiran contra mi partido y mi líder”.
“Yo busqué mis 40 hombres y los instruí de cómo debían de actuar si se presentaran personas a protestar contra nuestro líder”.
“Yo me la estoy jugando, soy un regidor que amo mi partido y sigo fielmente a mi líder”.
“Su majestad”, “Su excelencia”, “Su merced”, “Su Santidad” son vocablos perfectamente intercambiables con la palabra líder en los enunciados de arriba…
Prueben.
El leonelismo como arrebato místico
Puesto que sus cavidades orales y gargantas están ocupadas por el pene soñado de su führer, los leonelistas enfrentan graves dificultades cuando intentan expresar cualquier idea que no sea alguna vertiente del encomio.
Ausente de sus pronunciamientos queda también cualquier mención de planes de gobierno, propuestas contra la corrupción, temas de estado y estrategias de política internacional, y sí diferentes modalidades de la glorificación y el piropo, muchas de las cuales exhiben un retintín de tabernáculo adventista. De hecho, la mayoría de las veces los leonelistas parecen miembros de un culto selvático sacado directo y en vivo de una novela de Emilio Salgari. Por ejemplo:
Nada, sin embargo, podría compararse con el post de abajo, que luce redactado por la división propagandística del Khmer Rouge en honor a Pol Pot:
En medio de esta granizada de hosanas no podían faltar alusiones a eventos sobrenaturales…
… y mucho menos referencias al archifamoso arquetipo del Dictador Benevolente.
Queda claro el esfuerzo que hace el leonelismo por enmarcar a su “líder” en un contexto de culto religioso… pero aún así, todas estas exaltaciones lucen marchitas delante del sismo vaginal que empuja a esta señora a señalar a Leonel Fernández como un nuevo Prometeo, creador y dador de vida:
Cultura leonelista
Sería un golpe bajo, barato e injusto hacer hincapié en la incultura general que caracteriza a los leonelistas, muchos de quienes rayan en el analfabetismo funcional. Merecen de nosotros la más sincera compasión, no el vilipendio, puesto que ellos y ellas han sido las víctimas de un plan de gobierno interesado en que la gran mayoría del país permanezca desprovisto de los elementos intelectuales básicos para ejercer el pensamiento crítico. Las condiciones han sido creadas (a través de muchos gobiernos, pero consolidadas por el PLD de Leonel Fernández) para que existan precisamente las personas que se inscriben en el leonelismo felador.
Habiendo dicho esto, añado que el vilipendio a veces actúa como una lección, aparte de que la vergüenza es una gran maestra. No olvidemos que buena parte de la población adolece del prejuicio cognitivo llamado Efecto Dunning-Kruger: mientras más inepta es la persona, más apta creerá ser, puesto que entre los conocimientos de que carece está el de poder evaluar correctamente su propia ignorancia. En otras palabras, los leonelistas carecen de las herramientas intelectuales más necesarias para entender que carecen de las herramientas intelectuales más necesarias. Más sencillo aún: estos infelices no saben que no saben, lo cual es otra forma de decir que creen que saben.
Y es esta confianza absoluta en los conocimientos que no poseen lo que les permite lanzarse al ruedo del leonelismo sin que su actitud se vea empañada por ninguna variedad del bochorno. Los ejemplos arriba expuestos servirán para ilustrar este tópico, pero me gustaría, además, proveer los siguientes, todos del mismo leonelista furibundo:
A la andanada de crueles tuiteros que le aconsejaron volver a la escuela, la respuesta de nuestro leonelista, por supuesto, invocó la arrogancia absoluta del ignorante ignorante de que es ignorante…
Para, casi inmediatamente también demostrar su ineptitud en los idiomas que afirma dominar:
Pero hasta el idiota, como siempre lo ha afirmado Alejandro Jodorowsky, es a veces profeta de luz, aunque sea porque, admirablemente, poéticamente, confunde “haces” con “heces”.
Tuits de esta índole son la negación total de todo lo que dice haber conseguido Leonel Fernández, y por eso sirven como ejemplo de la ironía fundamental que yace en el centro mismo del movimiento en torno al líder peledeísta. Los reclamos leonelistas, tan pronto son enunciados por sus adherentes, se convierten en un oxímoron.
¿Qué es el leonelismo?
Iré más lejos: todos los enunciados y actos del leonelismo implican un oxímoron. La democracia de los palos, la transparencia de la corrupción, la intelectualidad del analfabeta. El leonelismo es su propia negación.
No confundamos el leonelismo con el lambonismo, por favor. Delante del leonelismo, los lameteos de un lambón forman parte de una tradición incólume y respetable, febril y tesoneramente practicada por “periodistas” incontables, personeros y saltapatrases diversos. El lambonismo se realiza de frente a la persona lamida. El leonelismo lo realizan de espaldas personas embriagadas por la esperanza de que el líder les distinga con su penetración.
El leonelismo es un discurso claramente fascista, articulado espontáneamente por bases entre quienes resuena positivamente la narrativa del Dictador Benévolo, sobre quienes prima un instinto de servidumbre ante un temperamento autocrático, y a quienes arrulla la demagogia utópica del progreso como el producto de la ingeniería de un Héroe Mesiánico, no de un colectivo plural representado por agentes electos democráticamente.
El leonelismo es un mal de la población… la misma, exacta, idéntica enfermedad que otrora se llamó balaguerismo, trujillismo, horacismo… Esa propensión insoslayable a la genuflexión, a la alabanza, al loor, a la exaltación de un jefe, a la postración, a la presentación entusiasta de las ancas, al culipandeo, al manoseo público de la erección del Jefe y a la pública exhibición de la erección propia (causada por el Jefe, puesta a disposición del Jefe, carimbo que muestra pertenencia al harén del Jefe), claramente enquistado en una porción considerable de la sociedad.
Y este afán, demás está decirlo, es atizado por la cúpula morada, quienes, con una diligencia y un ahínco que no utilizan para educar al país, ponerle coto a sus funcionarios corruptos, y modernizar su narrativa política, provee todos los canales, facilidades y justificaciones necesarias para que leonelistas de toda estirpe celebren las liturgias grandilocuentes y paroxismos eróticos con que festejan a un vulgar caco.
¡Que le arranquen la cabeza!
Siendo el leonelismo una estructura política personalista, como ha quedado demostrado sobradamente en los ejemplos arriba expuestos, es lógico que la crítica al “máximo líder”, al Dios generador de vida, al ungido por Dios, al führer, sea considerada una “frescura”, un sacrilegio y una afrenta impensable. En el leonelismo no hay democracia que valga, puesto que la misma ha sido repensada como vehículo para ejecutar a rajatabla (y defender a rajatabla) “lo que diga el Líder”, no para crear un ambiente de pluralidad, consenso y transparencia. Y como el estado, la política y el debate ideológico se funden en el culto a la persona de Leonel, es lógico que toda disensión quede inmediatamente clasificada dentro del marco de una rencilla de urbanización, explicable haciendo referencias al odio, la envidia y la animadversión.
La defensa del “líder” por parte de paleros peledeístas el 5 de noviembre de 2014 en la avenida Tiradentes es perfectamente cónsona con el leonelismo tal y como ha quedado retratado aquí por sus exponentes… El apoyo “intelectual” a los paleros también.
Y la guinda del pastel:
El palerismo asomó su cabeza también por la radio y la televisión, donde comunicadores de diferentes calibres se pronunciaron orondos a favor de “un buen tallazo”, “tre pecozá”, y hasta “pal de plomazo” como buenas y santas maneras de lidiar con la disidencia. Al momento de escribir estas líneas, Leonel Fernández responde en la OEA una pregunta del público sobre los eventos ocurridos el 5 de noviembre (en el transcurso del cual, como ya he mencionado, leonelistas furiosos le entraron a batazos a manifestantes pacíficos), alegando que la constitución dominicana defiende el derecho de la libre expresión “siempre que no mancille el honor”. Más claro espaldarazo a la violencia palera no hubiera podido ofrecer el tres veces ex presidente.
No están todos los que son, ni son todos los que están
No estoy ni cerca de rascar la superficie. No he incluido más ejemplos en aras de no alargar mi texto, pero lo cierto es que los enunciados del leonelismo en las diferentes redes rebasa el millar, y todos los días se suman nuevas bajezas voluntarias cada vez más venéreas, masoquismos gratuitos cada vez más humillantes, y llamados a la violencia cada vez más inequívocos y truculentos.
Consulten mis fuentes ustedes mismos. Hagan una búsqueda en Facebook o en Twitter con el nombre “Leonel Fernández”, “Leonelista” o “Leonelismo”. Les prometo que me quedé corto.
Por supuesto, en una democracia plural, si un grupo de personas quiere venerar de manera histérica y lúbrica a una persona de carne y hueso, ese grupo de personas está en todo su derecho; cada quien tiene libertad de fantasear como le venga en gana y de poner sus orificios corporales a disposición de quien pueda hacer con ellos, y en ellos, algo interesante. Que ese mismo grupo de personas pretenda que el resto de la población los acompañe en su vesania está fuera de todas las posibilidades contempladas bajo una democracia, como también lo está crear un aparato de gobierno que gire sobre las bielas de la acriticidad, la conformidad y la adulación… Pero cuando vemos que el discurso de estos envalentonados fanáticos instiga a la violencia contra cualquiera que ose expresar su desaprobación (recurriendo a los medios que les garantiza la ley) del objeto de sus obsesiones, la sociedad en pleno está obligada a denunciarlos, señalarlos, parodiarlos, ridiculizarlos, rebatirlos, execrarlos, refutarlos, avergonzarlos y despreciarlos. La sociedad en pleno debe galvanizarse contra el atentado a las libertades básicas que representan estos desquiciados e innobles sicarios.
Los eventos del 5 de noviembre han logrado alarmar a la sociedad dominicana. Estamos de acuerdo. Pero en un país que constantemente repasa, de manera cinemática y literaria, nuestro pasado dictatorial, que nadie se muestre preocupado por el retorno de un lenguaje tan reminiscente de la Era es algo que rebasa mi entendimiento.
Fuente: Pedro Cabiya