NEW YORK, Estados Unidos.- Hasta ahora nadie había ahondado en las relaciones de Leonel Fernández con el doctor Vincho Castillo, y la explicación ideológica y psicológica de esa fraternidad que se expresa en la política y en los vínculos de ambos con el poder. Pero el intelectual Silvio Torres-Saillant lo hizo a propósito de la puesta en circulación en Nueva York del libro El reinado de Vincho Castillo, droga y política en la República Dominicana, del periodista Fausto Rosario.

El profesor universitario define a Vincho Castillo como “testaferro anti-boschista, fogoso trujillista y consagrado anti-demócrata Marino Vinicio Castillo, alias “Vincho”, y explica que la cercanía entre el fogoso abogado anti-boschista y el presidente alumno de Bosch, Leonel Fernández, comenzó a hacer sentido de una manera que yo me había negado a ver, “no obstante habérmela señalado desde temprano mi amigo Angel Alexis Soto y mi hermana Silvia”.

El relato de Silvio Torres-Saillant fluye con tremenda facilidad. Aquí va esta parte de la presentación del intelectual, a propósito del libro del periodista Fausto Rosario Adames:

  1. De Camino al Lado Oscuro

Recuerdo de manera muy significativa una imagen aparecida en la primera plana creo que del extinto periódico El Siglo en el 1996 a raíz de conformarse el primer equipo del gobierno del PLD, el partido que entonces ascendía al poder tras la victoria proporcionada por la alianza con el pérfido Balaguer.

Era, por consiguiente, una alianza con la retaguardia trujillista que había cobrado fuerza en la sociedad gracias a la permanencia fraudulenta del caudillo reformista en el poder por 22 años. Abarcaba casi la mitad superior de la página una fotografía cautivante por su nitidez.

El flamante señor presidente aparecía en una toma de perfil luciendo la pulcritud del traje blanco que exigía la solemnidad de la toma de posesión. Sus brazos formaban un círculo ancho para abarcar el cuerpo grueso de otro varón, mucho mayor, calvo y de facciones desagradables. Ese varón, sonriendo con una gratificación aparentemente bonachona que recordaba a Mr. Magoo, era nada más y nada menos que el testaferro anti-boschista, fogoso trujillista y consagrado anti-demócrata Marino Vinicio Castillo, alias “Vincho”.

Al toparme con la imagen no atiné a sacar sentido alguno de ese presidente que se autoproclamaba moderno y se identificaba en el discurso con el ideal democrático emporcándose los brazos al apretujarse con el objetable personaje y dejarse fotografiar con él de manera tan pública.

Público asistente a la puesta en circulación del libro en Nueva York
Público asistente a la puesta en circulación del libro en Nueva York

La inquietud suscitada por la imagen me acompañó hasta el 1998, cuando mi participación como panelista en el congreso “La República Dominicana en el Umbral del Siglo XXI,” realizada en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, recinto de Santo Domingo, me brindó la ocasión de consultar. La ocasión vino al cierre del evento, cuando los invitados disfrutamos de la hospitalidad de la historiadora Mu-Kien Sang y el politólogo Rafael Toribio, quienes nos convidaron a un encuentro social en su hogar.

Allí coincidí con la admirada periodista Margarita Cordero y la conversación con ella dio pie a un comentario mío acerca de cuán difícil se me hacía entender la relación del presidente con el impugnable abogado Castillo, comenzando con aquella enigmática fotografía dos años antes. Le recalqué mi asombro enfatizándole que “ni siquiera Balaguer” se habría permitido tal cercanía pública con el personaje. Veterana observadora del entramado social criollo, Cordero respondió a mi asombro vocalizando una afirmación que me dejó seco. Sus palabras fueron, “Silvio, pero es que Leonel admira a Vincho,” pronunciadas con precisión quirúrgica y enfatizando el vocablo admira como si quisiera que me entrara en los oídos con la ondulación penetrante de la letra cursiva.

La ética cloacal desplegada por el abogado Castillo desde 1954 no impidió que en el 2005 ante Dios y los mortales Fernández se declarara “vinchista”

La respuesta cortante de Margarita Cordero me dio mucho para pensar, llevándome a preguntar para mis adentros, “Cómo puede ser? Acaso no fue Leonel alumno de Bosch por veinte años? No se trata del autor de ese libro que repudia la corrupción administrativa y el fraude balaguerianos? Acaso no lo vi yo, con estos ojos que se los han de comer los gusanos, en Tejada Multiservice Center, la agencia de nuestro fenecido amigo mutuo Sócrates en el Alto Manhattan, asqueado por el ambiente tóxico del país a raíz del fraude del 1990 y planteándose la opción de quedarse en Nueva York para buscar allí la posibilidad de abrirse camino?”

Pensé que una persona leída que se preciaba de estar al día en cuestiones de diálogo abierto, democratización, modernización del aparato estatal, participación ciudadana y la relación entre libertad y desarrollo no podía coincidir con el oscurantismo que encarnaba el abogado Castillo. También pensé, como si buscara convencerme a mis mismo de algo contrario a lo que veían mis ojos, que el líder joven se merecía el beneficio de la duda en vista de la noticia que me vino por no recuerdo cuál fuente sobre la relación primaria tornada en vínculos afectivos entre el presidente liberal y el testaferro trujillista debido al apoyo que el abogado veterano había dado al  joven colega en sus comienzos.

La cercanía entre el fogoso abogado anti-boschista y el presidente alumno de Bosch comenzó a hacer sentido de una manera que yo me había negado a ver no obstante habérmela señalado desde temprano mi amigo Angel Alexis Soto y mi hermana Silvia. El presidente Fernández llegó al exabrupto autoritario de cercar el Congreso Nacional con efectivos de las fuerzas armadas, rifle en mano, hasta tanto los legisladores accedieran a favorecer la opción que él prefería para dirigir la Liga Municipal. Ni era poco lo que reflejaba su decisión de colocar al testaferro trujillista a la cabeza del Consejo Nacional de Drogas, dándole la potestad de dirigir la llamada guerra contra la droga en el país.

Después de años de protagonismo en esa posición y haber fracasado en ella ya que al final de su gestión se había agravado el problema del tráfico y el consumo de estupefacientes en el país, como queda establecido en el libro de Fausto Rosario Adames, el abogado Castillo recibió un nombramiento que lo elevaba al rango de autoridad moral, al convertirse en el Director de la Comisión Nacional de Ética y Combate a la Corrupción, dando a entender que el presidente Fernández le reconocía la rectitud, probidad y honradez necesarias como para confiarle el cuidado de la decencia en su administración.

El presidente parecía no haberse enterado de una sola noticia concerniente a la vida pública del abogado Castillo desde el 1954. O sencillamente se había resistido a creer nada de lo que vio, leyó y escuchó por casi cuatro décadas. Indigestaba la idea de que el alumno de Bosch estuviese diciendo al país que en su opinión el repudiado testaferro trujillista constituía la encarnación de la integridad, el respeto y la honorabilidad.  Sin embargo, no obstante lo alucinante y  descabellada, la valoración leonelesca se impuso como credo oficial de su partido al definir las virtudes del abogado Castillo. De ahí que, salido Fernández del Palacio Nacional, el actual presidente Danilo Medina acogiera como buena y válida la pureza moral del personaje y lo nombrara jefe de la Dirección General de Ética e Integridad Gubernamental.

Silvio Torres-Saillant mientras presentaba en libro de Fausto Rosario Adames
Silvio Torres-Saillant mientras presentaba en libro de Fausto Rosario Adames

Naturalmente, encajar la conducta difícil del abogado Castillo dentro de los contornos de la ética y la integridad ha requerido alguna flexibilidad conceptual de parte de las autoridades, que en más de una ocasión se han tenido que hacer de la vista gorda frente a la conducta dolosa del centinela de la decencia en el gobierno dominicano, como cuando omite partes jugosas de sus riquezas en la declaración jurada de bienes que la ley exige de cada funcionario o cuando miente adrede al combatir al adversario de turno.

No quedaba, pues, duda alguna sobre la mutualidad de Fernández y Castillo. Leonel admiraba a “Vincho” porque no había diferencia alguna entre los dos

Fuese producto de la prevaricación alevosa o de una coyuntura que de manera pragmática fue creando su propia lógica interna, Fernández optó por elevar al abogado Castillo a un sitial de importancia pública inimaginable para el sujeto ni en la horrenda dictadura trujillista ni en el infame gobierno de Balaguer.  La ética cloacal desplegada por el abogado Castillo desde 1954 no impidió que en el 2005 ante Dios y los mortales Fernández se declarara “vinchista”, lo que significa que se adscribía al código ético e ideológico contenido en la vida pública del fulano. Sólo se sabrá si el actual presidente Medina difiere de su antecesor en el encomio a la pureza moral del testaferro trujillista cuando se le note algún interés en distanciar su administración de los tejemanejes del personaje, cosa de la cual todavía quedamos en espera.

Mi amigo Alexis se ha mofado de mi lentitud en reconocer el elemento antidemocrático, oligárquico, represivo y eminentemente anti-dominicano del régimen que se enseñoreó en la sociedad dominicana a partir del 1996.

Me ha culpado de haberme dejado enceguecer por las relaciones primarias, el mismo desliz que tanto me ha escuchado criticarle a la intelectualidad dominicana. Con ello se refiriere al afecto que Leonel Fernández suscitó entre los dominicanos de la Universidad Municipal de Nueva York (CUNY) que conversábamos a menudo con él durante sus visitas a la gran urbe con la comitiva del Profesor Juan Bosch desde 1989 hasta su llegada a la presidencia, cuando nos extendió algunas cortesías.

Alexis tildaba de ingenua mi insistencia en que las visitas regulares del presidente Fernández al fraudulento caudillo de la avenida Máximo Gómez, el abrazo con el funesto abogado Castillo en la primera plana de El Siglo, el cerco militar al Congreso y otras acciones preocupantes no representaban al verdadero Leonel.

Los compatriotas que los conocimos en Nueva York habíamos cifrado la esperanza de que Leonel se embarcaría en un proyecto gubernamental renovador, orientado por el ideal boschista de sanear la sociedad de la corrupción, el personalismo, la represión y la desesperanza que sobrevivían como rémoras de la cruenta dictadura y la pérfida praxis balaguereana.

La ingenuidad me había llevado creer que el verdadero Leonel era el que habíamos imaginado de esa manera. Atesoraba le esperanza de que el presidente Fernández que veíamos desplegando prácticas autocráticas estaba haciendo teatro por sacrificio patrio. Estaba aparentándole confraternidad a la vulgaridad trujillista que le había posibilitado la llegada al Palacio Nacional con el propósito de consolidar su liderazgo y su poder.

El público, luego de adquirir el libro, buscaba la firma del autor
El público, luego de adquirir el libro, buscaba la firma del autor

Una vez lograda esta meta pragmática, el joven presidente Fernández ya no necesitaría seguir emporcándose en la pocilga moral del lastre anti-democrático con que se había visto urgido a fraternizar para alcanzar el poder. Liberado ya de esas fuerzas sombrías, podría entonces dirigir un plan de gobierno orientado hacia el desarrollo sostenible, el respeto a la población, la justicia, la inclusión y la igualdad, tal como había vislumbrado su valorado maestro.

Quizás sin proponérselo, en El reinado de Vincho Castillo nuestro Fausto Rosario Adames provee un estudio indirecto de Leonel Fernández. El recuento que ofrece el libro de las prerrogativas extendidas por el presidente al abogado Castillo–el privilegio de hablar como portavoz del gobierno, poderes oficiales sin correspondientes deberes, ascensos inmerecidos en los sectores de mayor influencia nacional y rango de mediador internacional en temas para los cuales carece de la indispensable serenidad (como el de mediar la relación con Haití no obstante su proverbial anti-haitianismo)–nos permite armar una narrativa aledaña sobre las proclividades del primer mandatario.

Nótese que la identificación “vinchista” se corresponde también con una visión del orden público en la que los jefes de la policía durante los gobiernos presididos por Fernández han operado como meros verdugos prestos a fusilar anualmente a cientos de ciudadanos sospechosos de delitos sin jamás comparecer ante los tribunales a justificar dichos homicidios. Los jefes policiales simplemente describen los numerosos asesinatos con la fórmula “intercambio de disparos” aunque nunca los efectivos policiales sufran ni siquiera un rasguño.

La identificación “vinchista” de Fernández también se corresponde con una notable lealtad hacia los sectores derechistas que mantienen viva en la sociedad dominicana la herencia política y social trujillista gracias a la solidez que les proporcionó el régimen balaguerista.

En el 1999 Fernández cometió su primer gran atentado contra la institucionalidad al cercar militarmente el Congreso Nacional y lo hizo para respaldar a los sectores derechistas en la legislatura al lograr por la fuerza una votación favorable a la elección del senador balaguerista Amable Aristy Castro como secretario general de la Liga Municipal.

Durante su segundo turno como primer mandatario Fernández decidió que las mejores manos a las cuales confiar la Dirección General de Migración eran las del militante ultranacionalista José Ricardo Taveras Blanco, Secretario General de la Fuerza Nacional Progresista, el partido de extrema derecha fundado y dirigido por Marino Vinicio Castillo, alias “Vincho”. Puesto que el partido del abogado Castillo ha tenido como elemento clave de su plataforma política una prédica anti-haitiana frenética, nombrar a Taveras Blanco como mandamás en la ejecución de las políticas migratorias del país equivalía a designar a un convicto de pedofilia como supervisor de un jardín infantil o darle el contrato para velar por la seguridad de la comunidad en un barrio judío al jefe local del partido Nazi.

De ahí que a nadie sorprendiera que desde su despacho en la Dirección General de Migración, días antes del fallo 168-13 del Tribunal Constitucional que desnacionalizaba a unos 250,000 dominicanos de origen haitiano, Taveras Blanco expresara públicamente su solidaridad para con los organizadores de una marcha convocada para repudiar la presencia haitiana en el país (“Director Migración ‘saluda’ marcha…” 7dias.com.com 23 sept. 2013).

Para marzo del 2011 cuando Fernández encarga al anti-haitiano Taveras Blanco la tarea delicada de ejecutar la política migratoria del país ya no había razón para pensar que la vinculación del presidente con la extrema derecha ultranacionalista tuviera algo que ver con la necesidad pragmática de conquistar los votos del sector trujillista del país. Su liderazgo y su poder ya se habían consolidado de tal manera que muchos observadores comenzaron a preocuparse por el éxito de su sospechado plan de manejar el ámbito político con miras a establecer un sistema de partido único.

Pero mientras menos necesitaba el aval de los sectores nefastos que lo llevaron al poder más ávido parecía ser su solidaridad con ellos. Ya no había manera, pues, de pensar que hubiera un Leonel en el fondo boschista exhibiendo una práctica externamente balaguerista debido sólo a consideraciones pragmáticas.

Cobraba total sentido entonces la sentencia de Margarita Cordero años antes sobre la admiración genuina de Leonel por el abogado Castillo. No quedaba, pues, duda alguna sobre la mutualidad de Fernández y Castillo. Leonel admiraba a “Vincho” porque no había diferencia alguna entre los dos. Quizás no siempre fue así. Quizás Fernández de veras creía las cosas que predicaba como portavoz del partido de Bosch antes del 1996.

Pero aconteció el 1996 y Fernández fue al poder mediante una alianza con Joaquín Balaguer y la herencia nefasta del trujillismo que el criminoso caudillo había preservado. Las consecuencias de un desenlace de esa naturaleza para mí la ha articulado la escritora Julia Alvarez con una precisión insuperable. Ella ha dicho que Fernández para llegar al poder se alió con Balaguer y uno sencillamente “no puede venderle el alma al diablo y a la vez creerse que sigue siendo suya.”

En fin, El reinado de Vincho Castillo puede leerse como la historia de un dominicano que en el 1954, graduado en abogacía, examina sus opciones para abrirse paso en la vida. Quiere ser alguien. No en el futuro sino ya mismo. No es conceptuoso. Carece de inclinación o paciencia para los altos estudios. No maneja pensamientos profundos pero tiene facilidad con las palabras, las que condimenta con grandilocuencia, gestualidad teatral y tenaz repetición. Creció cuando nos gobernaba un titánico varón con el poder de dictar la prosperidad o miseria, felicidad o angustia, vida o muerte de toda la población sin tener que rendir cuentas a ningún otro juez que su férrea voluntad.

El joven abogado se identificó con la cosmovisión autoritaria y la lógica depredadora del régimen. Optó por enlistarse en sus filas como guardián del status quo. Vino a ofrecer el único talento discernible que poseía, el de la maledicencia, para combatir a los adversarios o desafectos de la dictadura. Ascendido a Diputado, usó su curul legislativo y su tribuna en el Partido Dominicano para hacer constar su apoyo incondicional a la obra “redentora” de Trujillo. Le tocó involucrarse en algunos de los aspectos más vulgares de la violencia del régimen: agresión contra el prelado desafecto Monseñor Panal, profanación de templos religiosos y asistencia a Ramfis, el sicópata tenido por él como “hijo brillante del más grande varón americano”, en el plan de los paleros, las pandillas feroces enviadas a eliminar compatriotas disidentes (pág. 166). No alcanzó gran importancia en las huestes del tirano quizás por llegar al régimen cuando a su “Titán” le quedaban apenas seis años de vida. Pero, quizás, también, porque la maledicencia contra desafectos y adversarios ya abundaba en una dictadura que exigía la devoción explicita y constante de todos sus siervos.

Sin embargo, sus credenciales trujillistas le valieron para entrar a la égida del fraudulento Balaguer, cuyo gobierno, untado de un barniz democrático, operaba en el marco de un mercado más o menos abierto que permitía a la oposición ejercer relativamente su derecho a la palabra. Ello propicia el crecimiento de los medios de comunicación, especialmente los canales de televisión, por donde se inserta con notoriedad el abogado Castillo como uno de los gestores de la industria de la tele-difamación.

El fraudulento caudillo se valió de los servicios de Castillo para diseminar el escarnio: denostar a Bosch, vilificar la izquierda, condenar el movimiento obrero, fustigar a Peña Gómez y encarcelar a Jorge Blanco, por ejemplo. Pero nunca lo honró públicamente.

Puesto que sólo con la llegada del presidente Fernández al Palacio Nacional alcanzó el abogado Castillo a dignificar su papel de testaferro con autoridad ministerial, altos rangos oficiales y facultad de dirigir políticas de Estado, El reinado de Vincho Castillo puede leerse como la historia de ese mandatario que se hizo “vinchista” no obstante haberse iniciado en la arena política bajo la tutela del venerable Juan Bosch.

Alumno precoz desde los comienzos del PLD, Fernández recibió sabias enseñanzas del gran pensador y narrador dominicano sobre el ideal democrático y el necesario respeto al pueblo. Nadie vituperó a Bosch tan vulgarmente como el abogado Castillo. Asimismo, nadie ha tratado mejor al vituperador de Bosch como el aprovechado alumno del vituperado maestro. Para hacer todavía más contundente la merced extendida al sujeto, al confiarle el cuido de la decencia pública, Fernández terminó condecorándolo con el rango de gente seria, atributo que el consenso nacional le reconocía al honesto Bosch pero le negaba al testaferro trujillista. Como si por decreto, el presidente otorgaba la entrada del abogado Castillo al mismo predio moral que habitaba Bosch.

La obra de Fausto Rosario Adames sobre el funesto personaje que nos ocupa se presta, entonces, a una reflexión sobre la sicopatología del proceso que viabiliza la metamorfosis de Leonel y del PLD que él en gran medida personifica.

Sus páginas nos provocan inquietantemente a buscar los factores que llevan a Leonel, cual caballero Jedi Anakin Skywalker, egresado del noble entorno de la Fuerza, a cruzar el Rubicón moral que conduce a los dominios del Lado Oscuro para transformarse en Darth Vader.

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