RÍO DE JANEIRO, Brasil (EFE).- En sus primeros cien días en el poder Dilma Rousseff, la primera presidenta de Brasil, ha dado un mayor poder a las mujeres en su mandato, a la vez que ha cumplido con la imagen de tecnócrata discreta que se forjó en los últimos años.
Rousseff, de 63 años, ha pasado la mayor parte de estos tres meses trabajando en su despacho del palacio de Planalto, lejos de los estrados, los focos y las apariciones públicas que tanto le gustaban a su mentor político y predecesor, Luiz Inácio Lula da Silva.
De carácter reservado, ha dejado que sus ministros hablen por ella y anuncien la mayoría de las primeras medidas adoptadas por su Gobierno.
La dedicación al trabajo y a los despachos han caracterizado a Rousseff en sus ocho años como ministra en el Ejecutivo de Lula, en el que ocupó primero la cartera de Minas y Energía y después la de Presidencia, considerada como la más influyente del Gobierno.
El propio Lula ha contado en muchas ocasiones que fue ese carácter trabajador lo que más le sorprendió en Rousseff y lo que le motivó a ofrecerle un ministerio nada más conocerla en 2002.
Hasta ese momento, Rousseff era una total desconocida en la política que nunca se había presentado a unas elecciones. Se acababa de afiliar al Partido de los Trabajadores (PT) y ocupaba la secretaría de Minas y Energía del estado de Río Grande do Sul (sur).
A pesar de su escaso recorrido en el partido fundado por Lula, Rousseff cuenta con un largo bagaje en los movimientos de izquierda que se opusieron a la dictadura militar que rigió Brasil entre 1964 y 1985.
Por esa militancia y por su relación con grupos guerrilleros, fue torturada y encarcelada entre 1970 y 1972 bajo la acusación de subversión, aunque nunca se ha demostrado su implicación en atracos, secuestros o delitos de sangre, como le han acusado desde algunos sectores de la oposición.
Dilma Vana Rousseff nació el 14 de diciembre de 1947 en Belo Horizonte, capital del estado de Minas Gerais (sureste), y es hija de un comunista búlgaro, Pedro Rousseff, y de la brasileña Dilma Jane Coimbra Silva.
Después de salir de la cárcel, se licenció en Economía, una disciplina que le ha servido en estos cien días para imponer sus propias ideas al equipo económico que heredó de Lula.
El pulso firme de Rousseff se ha sentido en varias decisiones en las que se ha alejado de su predecesor, tanto en el área presupuestaria como en política exterior o de defensa.
En sus años como ministra, Rousseff se ganó fama de ser una gestora eficiente y una jefa muy exigente con sus subordinados y con sus propios colegas.
La sobriedad también marca su estilo y es lo que más la separa de su mentor político. Parca en palabras, no ha conseguido encandilar a las masas con su oratoria con la que a veces recuerda a la cadencia de un profesor.
Pero por encima de su pose adusta y sobria, estos días ha surgido una Dilma más sensible y frágil, que no ha conseguido contener las lágrimas en público al conocer la noticia del asesinato de 12 niños en una escuela de Río de Janeiro, ocurrido el pasado jueves.
La primera presidenta de Brasil también ha hecho gala de su lado más femenino, que ha plasmado en algunas políticas y nombramientos y en diversos gestos hacia las mujeres.
De las 37 carteras con rango ministerial con las que comenzó su gestión, nueve se las concedió a mujeres, con lo que estableció el gabinete con más diversidad de género que ha tenido este país.
En otro gesto hacia las mujeres, ha porfiado en imponer la palabra "presidenta" ante "presidente", que es la forma preferida por los académicos y la más usada en lengua portuguesa.
También decidió dedicar todo el mes de marzo a la mujer, con numerosos actos culturales y el anuncio de diversas políticas en el área de maternidad o salud femenina.
La mandataria se implicó personalmente en la organización de una exposición de artistas brasileñas en Brasilia para mostrarla personalmente al presidente de EEUU, Barack Obama, al inicio de su gira latinoamericana el mes pasado.
Rousseff se ha casado y divorciado dos veces. Tiene una hija, Paula, y un nieto, Rafael, que nació el pasado mes de septiembre en plena campaña electoral. EFE
Es firme cuando se necesita
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, cumple este domingo sus primeros cien días en el poder con un pulso firme y discreto en la política, una visión propia de las relaciones exteriores y el fantasma de la inflación acechando la economía.
Tal vez los más sorprendidos con el "rostro propio" que Rousseff ha dado a su Gobierno fueron sus adversarios, que por la escasa experiencia política de la jefa del Estado sostenían que tendría a su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, gobernando desde la sombra.
Sin embargo, el "Lula con faldas" que algunos esperaban resultó ser una mujer de carácter que no duda en tomar decisiones difíciles, como un fuerte recorte presupuestario que dejó en suspenso, entre otras cosas, una millonaria licitación para la compra de 36 aviones de combate que ya parecía cerrada con Francia.
Reacia a las declaraciones, Rousseff ha empezado a ser más medida por lo que hace que por lo que dice y hasta la oposición reconoce ya que "ha habido algunos cambios interesantes", como dijo el diputado Antonio Carlos Magalhaes Neto, un duro opositor de derechas.
El parlamentario se refería especialmente a la política exterior de Brasil, para la que Rousseff ha establecido como prioridades las relaciones con Suramérica, Estados Unidos y China, en ese orden.
Fuera de ese grupo preferencial ha quedado Irán, por ejemplo, un país al que Lula se había aproximado con fuerza y con el que en los últimos tres meses no ha habido contactos diplomáticos.
Peor aún, el Brasil de Rousseff votó en la ONU a favor de que sea creada una comisión especial para investigar posibles violaciones de los derechos humanos en la nación persa.
"Claro que hay cambios en política exterior", sobre todo porque la jefa de Estado le da una particular importancia a los derechos humanos por "su pasado de prisionera política", dijo Marco Aurelio García, asesor de Asuntos Internacionales de Lula y que continúa en el cargo con Rousseff.
La mandataria también ha comenzado a retomar las relaciones con Estados Unidos, que habían pasado por algunas polémicas ideológicas con Lula y que ahora, tras la reciente visita del presidente Barack Obama a Brasil, donde estuvo dos días, parecen encarriladas.
Aunque ya ha visitado Argentina y Portugal, el gran debut de Rousseff en la escena internacional será la próxima semana, cuando hará una visita de Estado a Pekín y participará en la Cumbre del Grupo BRIC, un foro de países emergentes que forman Brasil, Rusia, India y China.
En el plano interno, ha sabido controlar las presiones en la variopinta coalición de partidos que la apoyan y ha impuesto su propio criterio en los nombramientos de altos cargos, un asunto que suele ser un dolor de cabeza para cualquier presidente en Brasil.
Su amplia y mayoritaria base parlamentaria ha mostrado solidez y ha aplastado a la oposición en votaciones de cierto riesgo, como fue la que permitió aprobar un salario mínimo inferior al que exigían los sindicatos, sin ningún rasguño político.
Tan así fue que la primera encuesta sobre su imagen como jefa de Estado, difundida el pasado 1 de abril por el instituto Ibope, dice que Rousseff cuenta con la aprobación del 73 por ciento de los brasileños y que un 68% está convencido de que su Gobierno será "excelente".
El único fantasma que aparece en el horizonte más cercano es el de la inflación, que en los últimos doce meses ha llegado a un 6,3 por ciento y en su primer trimestre en el Gobierno ha sido del 2,44 por ciento, índice que ya amenaza la meta establecida para este año, que es del 4,5 por ciento.
El único armamento que hasta ahora ha esgrimido el Gobierno de Rousseff para intentar evitar un despegue mayor de la inflación han sido los tipos de interés, que la presidenta pretendía llevar a un dígito en el plazo más breve posible, pero que se sitúan actualmente en 11,75 por ciento y el mercado calcula que llegarán al 12,5 por ciento antes de fin de año. EFE