¿Quién me dará la luna?
Un proyecto político con vocación de poder absoluto se encuentra en marcha en República Dominicana. Una voluntad individual encarna ese proyecto. Su vocación no se oculta, al contrario, se hace manifiesta.Acaso su última expresión se encuentra en el anunciopúblico de que al menos por los próximos 20 años, – contados, eso sí, a partir de 2016-ese proyecto retendrá el control del Estado: alcaldías, Congreso Nacional, Ejecutivo, gobernaciones, presupuesto general, y la más tupida red de dominio social e institucional que se pueda concebir.
“El Rugido del León”, el último libro del destacado periodista Miguel Guerrero, es la crónica rigurosa de los elementos informativos de ese proyecto político.Es también la crónica de la pasión y la tenacidad desnudas con que la voluntad individual que lo encarna ha cultivado su vocación absoluta de poder.
La riqueza de una información sistematizada
“El Rugido del León” es un libro en el que, para dar sustento a los temas centrales que aborda, se sistematiza un exuberante arsenal de valiosísima información que, librada al polvo de las hemerotecas, tiende a olvidarse para el seguidor ordinario del debate público. Ya se sabe: aquello de que una noticia nueva sepulta la vieja. Sea cuando habla de la política exterior, de la cuestión de la reforma constitucional o de la inseguridad ciudadana, cada juicio de Miguel Guerrero está robustamente sustentado en informaciones y hechos que, tal y como se ordenan en el libro, ayudan a armar el rompecabezas que, el carácter muchas veces fragmentado y siempre fugaz de la información que se trasiega en los medios, tiende a dificultar. Desde este punto de vista, el libro es un documento fundamental pues, con base en gran medida en el seguimiento al debate público, sistematiza rigurosamente, analiza y enjuicia uno de los hechos capitales de la vida política nacional de las últimas décadas: el proceso de construcción de una vocación absoluta de poder que es su eje articulador.
Un libro valiente y responsable
Con el estilo del cronista consumado que es, Miguel Guerrero toma partido. Su partido es el de la apuesta por la institucionalidad y la democracia. Se trata de una apuesta con un doble sentido de responsabilidad: la del ciudadano que reivindica la posibilidad de una convivencia social y política en la que se respete la ley; y la del profesional que, en su labor de advertir sobre los peligros que amenazan esa posibilidad, asume los riesgos de la intolerancia típica de cualquier proyecto de poder absoluto. En ese sentido se trata de un trabajo valiente realizado por un periodista que hace mucho tiempo decidió asumir el ejercicio libre de su criterio dispuesto a asumir las consecuencias.
Huelga que me refiera a cada uno de los temas que le dan contenido al proyecto de poder del que se ocupa el presente libro. La limpieza de la prosa con que estándescritos, la agudeza analítica, así como el prolijo relato de hechos e informaciones que avalan cada uno de los juicios y conclusiones del texto, me excusan de esa tarea. Estamos, sin lugar a dudas, ante un libro que se basta por sí mismo. Así que me limitaré a unas breves reflexiones sobre algunos de los elementos que más me llamaron la atención de la lectura del texto.
El título del libro
Un denominador común caracteriza la esencia de todo proyecto de poder que se pretende absoluto: las reglas del juego propicias a la democracia y al buen gobierno, a la contienda civilizada y a los usos que le son propios, acaban siendo subvertidas.Esa subversión se expresa tanto en las prácticas que el poder despliega, como en la simbología discursiva que la define y le da sustento. A esta cuestión remite el título del libro que usted tiene en sus manos.
Efectivamente, con el título del libro hace referencia el autor a una frase pronunciada por expresidente Leonel Fernández, la cual terminó siendo asumida como eslogan de campaña por sus simpatizantes: “El león está en la calle…, ruge, ruge, el león.”
Que un gobernante, autodefinido como el propulsor de la modernidad y el progreso,recurra a giros discursivos como el que refleja la expresión citada, habla mucho de su falta de compromiso real con la terea institucionalizadora que demanda una sociedad como la nuestra.
Modernidad y progreso son categorías que remiten a la erección de paradigmas de cambio y transformación que quebrantan la tradición y los usos que le dan sustento, y que empujan la sociedad hacia estadios superiores de desarrollo. En consecuencia la transformación de una tradición política que, como la nuestra, está signada por el autoritarismo, la intolerancia y el culto sacramental a los símbolos del poder, no se produce recurriendo a las prácticas y usos discursivos que le prestan fundamento a esa tradición, sino enfrentándole paradigmas sociales y políticos que contribuyan a desdibujarlas y a erigir nuevos horizontes hacia los cuales echar a andar un programatransformador de la sociedad y sus instituciones.
La frase que inspira el título del presente libro no remite a los usos discursivos típicos del Estadista de una nación civilizada, sino a los desafueros propios del Estado de naturaleza donde la única ley es la ley dela fuerza y el garrote, la del cálculo feroz para el zarpazo mortal, la del rugido avasallante que en medio de la selva profiere la bestia para atemorizar y someter.
¿Qué relación existe entre el rugido de un león y, por ejemplo, el programa de gobierno que, se supone, debe sustentar una aspiración presidencial y luego las ejecutorias gubernamentales, en caso de que esa aspiración se materialice? ¿No remite el rugido del león al temor y a la confrontación abierta, mientras un buen programa de gobierno interpela a la esperanza y a las expectativas de los miembros de la comunidad política?En otras palabras, ¿no es uno la expresión simbólica de la fuerza bruta y de la voluntad de dominio por el temor, -propio de la selva desde la que escribe su crónica Miguel Guerrero- mientras el otro remite a la búsqueda de acuerdos y consensos para la obra común del buen gobierno en una sociedad democrática?
Filósofos del lenguajey estudiosos del inconsciente están de acuerdo en que el discurso incide de manera determinante en la práctica de quien lo enarbola. Todo discurso refleja una determinada orientación del accionar que lo encarna y es, al mismo tiempo, mecanismo de representación de la realidad e instrumento para afianzarla. En consecuencia, un discurso que apela a una simbología atávica como la selva,con todo lo que ello significa, no sólo no está aportando a la transformación de la realidad política sobre la que actúa quien lo sostiene, sino que sobre todo, está afianzando los cimientos para la continuidad de las viejas prácticas que se oponen a la modernidad y al progreso, al menos en el sentido en que estas expresiones se han venido utilizando desde mediados del siglo XVIII en el mundo occidental.
El culto a la personalidad
En “El Rugido del León”, el primer rasgo del proyecto de poder que ha venido tejiendo el expresidente Fernández es el culto a la personalidad que, con fuerza inusitada, se tornó en parte de la cotidianidad política nacional en los últimos períodos de su mandato presidencial. Sobre esta peculiar expresión del más rancio caudillismo nos dice el autor: “La propaganda tendía a presentar al mandatario y al partido en el poder como las únicas garantías de gobernabilidad posibles, atribuyendo al primero condiciones no encontradas en otro político u hombre o mujer nacidos en el territorio nacional. Este culto obligatorio en el discurso oficial nos regresó a un pasado que creíamos hace tiempo superado, lo cual riñe con el concepto de modernidad que se nos vendía”.
El culto inveterado a la personalidad es unade las manifestacionesmás palpables de la falta de institucionalidad. Pero es mucho más que eso. Forma parte de una agenda política cuya materialización y afianzamiento precisan socavar la institucionalidad suplantándola por la voluntad del sujeto del culto. Es por eso que esta práctica siempre tiende al endiosamiento de aquel cuya personalidad se cultiva y a promover la idea de que se trata de un ser predestinado que, por serlo, está por encima no sólo del resto de los mortales, sino de todo el aparato institucional y legal que, en un Estado de derecho, debe regir las actuaciones de gobernantes y gobernados.
La liturgia operativa de esta práctica apunta a generar una sensación de superioridad de cuño providencialista que termina llevando al sujeto de culto a auto-percibirse por encimadel bien y del mal.Inmuneal juicio y a la valoración de los demás, actúa bajo el convencimiento de que basta su sola voluntad, y los fines sobre los que ella se despliega, para justificar cualquier actuación. Cualquier medio es válido para alcanzar los fines que emanan de una voluntad que se considera superior y que es promovida como tal por el atávico recurso al culto de su personalidad.
Una de las manifestaciones del culto a la personalidad consiste en la ruptura de todo vínculo del sujeto del culto con el común de las personas. Éstos sólo existen fuera de su entorno y, por tanto su vida transcurre en una suerte de realidad paralela, abstraída de contacto alguno con la cotidiana realidad de la población. Un arrebato de grandeza se apropia de la persona, le toma por asaltolos sentidos y esto le impide establecer una relación normal con cualquier cotidianidad que se encuentre fuera del ámbito de sus ambiciones, que es lo único que cuenta. De esta patológica expresión de los efectos del poder da cuenta Miguel Guerrero en su soberbia crónica.
A la vez hermoso y rotundo, hay un poema de Konstantino Kavafis que advierte de los riesgos a que se expone quien sucumbe ante los cantos de sirena dela adulación, ese decir intencional e inmoderado “lo que se cree que puede agradar a otro”. El asesinato de Cayo Julio César es el motivo sobre el que se empina el poeta de Alejandría:
“Teme la grandeza, oh alma mía.
Y si no puedes vencer tu ambición,
con dudas y con cautela siempre
secúndala. Cuanto más avances
sé más escrutador y precavido”
La historia es conocida. Ajeno a la vida sencilla de la gente común, el gran César no hizo caso al sobre que, saliendo de entre la multitud, le entregara Artemidoro. Su contenido podía esperar al día siguiente. Pero el día siguiente nunca llegó para el emperador, pues el sobre contenía la advertencia sobre la conjura de puñales y traiciones que le esperaba tras las puertas del Senado.
Temer la grandeza, vencer la ambición o, en su defecto, seguirla dubitativo y cauteloso, aconseja el poeta. Pero cuando se lee “El Rugido del León” nos damos cuenta de que parece no tener fin la escalera por la que se eleva el proyecto de poder político que en el libro se describe en sus componentes fundamentales. Y por la ruta de esa ambición sin medida, los efectos del culto a la personalidad encuentran su expresión culminante en un dirigente político que se arroga la condición de ser el único, -en la selva política en la que emite sus rugidos-con capacidadpara traducir a conceptos la realidad.
Los riesgos para la democracia
El viernes 1º de febrero de 1788, James Madison escribía en El correo de Nueva York: “La acumulación de todos los poderes, legislativos, ejecutivos y judiciales, en las mismas manos, sean éstas de uno, de pocos o de muchos, hereditarias, autonombradas o electivas, puede decirse con exactitud que constituye la definición misma de la tiranía (…) Donde todo el poder de un departamento es ejercido por quienes poseen todo el poder de otro departamento, los principios fundamentales de una constitución libre se hayan subvertidos.”
A doscientos veinticinco años de distancia, el eco de las palabras de Madison se escucha con el mismo sentido, pleno de sabia advertencia, que él les confirió. Conjurar los peligros de la arbitrariedad en que deriva la concentración del poder, mediante el establecimiento de un sistema de frenos y balances entre las distintas corporaciones públicas, ha sido siempre el objetivo central de toda constitución. Es esa la idea que alienta el famoso texto del artículo 16 de la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre y del Ciudadano según el cual “toda sociedad en la cual no esté establecida la garantía de los derechos, ni determinada la separación de los poderes, carece de Constitución.”
No hay constitución ni, por consiguiente, democracia, allí donde el poder está concentrado en una, o en unas pocas manos. En consecuencia, peligra la democracia allí donde se pone en marcha un proyecto político con vocación de poder absoluto. Sin lugar a dudas, esta constituye la mayor amenaza para la continuidad del orden institucional propio de la democracia.
Como decía en el primer párrafo del presente texto, el proyecto de poder absoluto que encarna el Partido de la Liberación Dominicana bajo el liderazgo e impulso del expresidente Fernández, constituye el hilo conductor de la crónica de Miguel Guerrero. Refiriéndose a los riesgos del control absoluto del poder por un partido y un único liderazgo, él apunta: “El control absoluto de los poderes del Estado por un solo líder y un grupo político, el PLD, constituye un golpe mortal a la democracia. La nación queda a merced de las ambiciones e intolerancia del más corrupto de los clanes políticos que la haya gobernado desde la desaparición de la tiranía trujillista…”
El retorno del culto a la personalidad, del que ya he hablado antes; los elevadísimos niveles de concentración de poder que se han venido observando en el país; el hermetismo, la falta de transparencia y la disfuncionalidad de todos los mecanismos de control y fiscalización a nivel del Estado; la corrupción convertida en un mecanismo esencial de la práctica política y como soporte clave de ese proyecto; un marco jurídico superior diseñado a la medida de una ambición de poder, son los elementos centrales sobre los que Miguel Guerrero construye su análisis y relata su crónica.
Llegado a este punto, sólo quisiera apuntar unas breves consideraciones finales sobre un elemento específico por la relevancia que el mismo tiene en el proceso hacia la consumación del proyecto de poder del expresidente Fernández. Me refiero a la reforma constitucional que fuera proclamada el 26 de enero de 2010. Contundente en su juicio sobre la razón de fondo de esta reforma, el autor concluye: “La reforma sólo buscaba extender la reelección, y así fue”
Como se sabe, la constitución vigente al momento de proclamada la actual disponía en su artículo 49 que “el Presidente de la República podrá optar por un segundo y único período constitucional consecutivo, no pudiendo postularse jamás al mismo cargo, ni a la Vicepresidencia de la República.” En otras palabras, el Dr. Fernández Reyna, electo ala presidencia en el año 2004 y reelecto en el año 2008 al amparo de esa constitución, tenía un impedimento jurídico para volver a postularse a la primera magistratura de la nación por el resto de su vida.
De ahí que tiene pleno sentido el juicio del autor sobre el objetivo político central de la reforma constitucional: levantar la prohibición constitucional a fin de que el Dr. Fernández Reyna quedara habilitado para volver a presentarse como candidato a la presidencia de la República. Con tres períodos completos al frente del gobierno, con un control absoluto del Congreso Nacional y la mayor parte del entramado institucional superior del Estado, la búsqueda de otro período constituye la muestra cabal una determinación de control político que conecta directamente con prácticas propias de lo más oscuro de nuestra dilatada tradición autoritaria.
Lo anterior cobra especial relevancia si se tiene en cuenta que al entonces presidente no le bastó encaminar él mismo una reforma constitucional para su propio beneficio. Fue más lejos, y todos en el país fuimos testigos de que hizo cuanto estuvo a su alcance para presentarse como candidato presidencial en la contienda de 2012, a pesar de que el texto constitucional cuya aprobación él promovió, lo obligaba a una alternancia de cuatro años.
¿Qué se puede esperar de un gobernante y de un proyecto político por él encabezado que sean capaces reformar una constitución en su provecho y luego intentar desconocerla con el único objetivo de mantenerse en el poder para, desde él, incrementar su control y dominio?
El poder tiene una lógica demoníaca que termina gobernando a quienes se le acercan demasiado. Esa lógica induce, casi siempre, a un imposible: la pretensión de saciar con más poder la propia sed poder. Bajo el gobierno de esa lógica, todo lo que no coadyuva a la pretensión de ese imposible se vuelve banal y prescindible.
Quizá en el momento culminante de su exploración sobre el absurdo y la misteriosa lógica del poder, Albert Camus personifica en Calígula los estragos a que puede conducir la pasión del poder absoluto. La historia es esta: Tras la muerte de su esposa, el emperador desaparece por varios días, generando honda perturbación en el imperio. Reaparecido en los jardines de Palacio, lo interpela Helicón que le dice “pareces cansado” a lo que Calígula responde “he caminado mucho”.
El todopoderoso emperador había emprendido la búsqueda de lo imposible y, por supuesto, se le dificultaba alcanzarlo. “Y qué es lo que querías?”, vuelve a preguntar Helicón. “La luna”, responde con absoluta naturalidad. “Y para qué?” (…) “Bueno… es una de las cosas que no tengo.”
Ante el desconcierto de Helicón, le aclara: “… Pero no estoy loco y aún más, nunca he sido tan razonable. Simplemente, sentí en mí, de pronto, la necesidad de lo imposible. Las cosas, tal como son, no me parecen satisfactorias (…) por eso necesito la luna o la felicidad, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo.” En este punto Helicón, casi compasivo, le dice: “No te ofendas Cayo por lo que voy a decirte, pero deberías descansar.” A lo que, no sin cierta desazón,responde el emperador: “No es posible Helicón, ya nunca será posible (…) Si duermo ¿quién me dará la luna?”
¿Qué le puede faltar a quien lo tiene todo simbolizado en el poder absoluto? Tan sólo lo imposible, entendido como el intento estéril de calmar la sed de poder a través del poder, del esfuerzo denodado por conservarlo y consolidarlo. En ese propósito no hay tregua posible porque se trata de una pasión que en la que están comprometidos los sueños y la vida mismade quien es poseído por ella.
Ahí está el sentido cabal del trabajo de Miguel Guerrero. En haber podido sintetizar en el título de su libro el contenido simbólico profundo de la vocación de poder absoluto que anima la acción política del expresidente Fernández y de la formación política que la sustenta. Y es por eso que el León tiene que rugir y seguir rugiendo mientras tenga aliento, porque el rugido es el símbolo desesperado de su vigilia, la advertencia de que, como Calígula, no puede dormir, de que emprendió el camino sin regreso en busca de la luna, de lo descabellado, de la inmortalidad, de lo imposible: esa loca pretensión de calmar con más poder, la propia sed de poder.
Santo Domingo, marzo 16 de 2013.