SANTO DOMINGO, República Dominicana.-El profesor Danny Shaw consideró que los haitianos en la República Dominicana reciben un trato equiparable al que reciben los palestinos en Israel y los inmigrantes latinoamericanos, asiáticos y musulmanes en los Estados Unidos.
Al criticar la idea de construir un muro o nueva verja en la frontera terrestre entre República Dominicana y Haití, expresó: " Ambas naciones no necesitan un muro. Necesitan puentes de solidaridad económica, educativa y diplomática".
Danny Shaw, Investigador Senior Asociado de COHA (Consejo de Asuntos Hemisféricos) y académico en la Universidad de la Ciudad de Nueva York, expuso sus puntos de vista en un artículo publicado en la página coha.org.
El investigador estadounidense, que visita con frecuencia Haití y República Dominicana, afirma que hay 751,080 haitianos llaman a la República Dominicana su país, número que constituye el 7.3% de la población oficial dominicana, pero que existen otros cientos de miles de haitianos considerados “ilegales” y que no aparecen en ninguna estadística.
Resala que el “antihaitianismo” o racismo antihaitiano, no es más que otro síntoma evidente de la mentalidad de las élites económicas y políticas de la República Dominicana.
A su juicio, los presidentes Danilo Medina y Luis Abinader dieron continuidad a sus predecesores desde la época del dictador Rafael Trujillo.
A continuación el texto completo del profesor Danny Shaw, desde la ciudad de Nueva York:
El muro dominicano del antihaitianismo mantiene viva a la desigualdad colonial
Como los palestinos en Israel y los inmigrantes latinos, asiáticos y musulmanes en los Estados Unidos, los haitianos en la República Dominicana son menospreciados, acosados y maltratados en todos los niveles.
Expulsados de su tierra por siglos de neo colonialismo y explotación, oficialmente 751,080 haitianos llaman a la República Dominicana su país. Esto constituye el 7.3% de la población oficial. Existen otros cientos de miles de haitianos considerados “ilegales” y que no aparecen en ninguna estadística.
El “antihaitianismo” o racismo antihaitiano, no es más que otro síntoma evidente de la mentalidad de las élites económicas y políticas de la República Dominicana.
Este artículo resaltará las dimensiones ideológicas, históricas y políticas del antihaitianismo para mostrar cómo el Estado dominicano, cuyas políticas recuerdan al “apartheid”, tiene un marcado interés en acosar a la población haitiana y convertirla en chivo expiatorio.
“Mejorar la raza”
Durante décadas, la población dominicana ha sido impregnada de propaganda, intensa o sutil, denigrando la negrura y la “haitianidad”, considerando despectivamente a los haitianos como “los otros”. Uno de los legados del trujillismo y el balaguerismo fue la hispanofilia, es decir, la exaltación de la herencia española, que también es una forma de exaltar lo que es blanco y europeo.
Algunos ejemplos de anti haitianismo “casual”: algunos padres dominicanos amenazan en broma a sus hijos con meterlos en un saco y entregarlos al “haitiano del costal” si se comportan mal. A los haitianos se les acusa de robar animales y hasta niños para sacrificarlos. En los medios de comunicación, los haitianos son identificados con los conceptos del hambre, las enfermedades infecciosas, las revueltas políticas y la “brujería”.
Imbuidos de cierto mito de superioridad cultural y racial, gran cantidad de dominicanos le han dado la espalda al idioma, a la historia y a la cultura haitianos. Hablar de “pelo bueno” y de “mejorar la raza” casándose con alguien de piel más clara sigue siendo común.
Los educadores populares de grupos como Acción Afro-Dominicana y Agenda Solidaridad trabajan arduamente para reeducar la población dominicana sobre la realidad haitiana y promueven la conciencia sobre lo dañino de la histeria contra Haití.
Ideólogos del odio
Los presidentes dominicanos Danilo Medina (2012-2020) y Luis Abinader (desde agosto de 2020 hasta el presente) han invertido recursos sustanciales en la persecución de los haitianos que han venido a la República Dominicana. Estos presidentes han asumido las mismas prácticas de sus predecesores desde los tiempos de Trujillo.
Puestos de chequeo militares se establecen cada ciertas millas en la ruta hacia el interior de la República Dominicana. Los registros del transporte público por el Ejército Nacional sirven para humillar públicamente a los haitianos migrantes y recordarles su estatus de visitantes indeseados. Los militares dominicanos provocan intencionalmente a los haitianos revisándoles agresivamente sus pertenencias, burlándose de su idioma, de su vestimenta y del color de su piel, y obligándolos a pagar multas ridículas. La policía del Estado dominicano ha convertido el cruce de la frontera y los viajes al interior en un negocio alimentado por los sobornos y la corrupción. Los guardias más agresivos llevan a cabo deportaciones y maltratos ilegales si los haitianos no ceden ante la extorsión. La retórica sobre la necesidad de patrullaje contra el tráfico de drogas, armas y haitianos “ilegales” sirve como eterna justificación para estas agresiones.
Hasta ciudadanos dominicanos contribuyen a esta persecución. Un sábado en la tarde, retornando en un autobús desde el poblado fronterizo de Jimaní, el autor de este análisis fue testigo de cómo un joven haitiano fue obligado a pasar del frente al fondo del autobús acusado de “tener grajo”, o “mal olor” del cuerpo. Un grupo de dominicanos abanicaban sus narices con las manos queriendo indicar que él no podía sentarse cerca de ellos. Al hombre se le negó el derecho de tomar un asiento vacío en un viaje de ocho horas.
Contrariamente, a la población dominicana se le educa para ser servil y obediente ante los turistas alemanes, españoles, italianos y estadounidenses. Lo irónico es que entonces el “grajo” de los blancos occidentales es una idea “sin base” y no una tendencia asociada a alguna identidad étnica.
La cuestión del “grajo” no es más que un elemento de un acentuado temor hacia los haitianos que va contra la naturaleza humilde de la vasta mayoría de los dominicanos y afianza su rol como portadores de un racismo “necesario”. “Necesario” porque mientras los haitianos sean considerados subhumanos, pueden ser explotados con mayor facilidad. El racismo proporciona el manto encubridor y la justificación de la súper explotación.
“La desmemorización” (el olvido histórico)
El Estado dominicano ha asumido el rol principal en encasillar, estereotipar y culpabilizar a la comunidad haitiana. La principal figura detrás del antihaitianismo fue el ex presidente Joaquín Balaguer, quien dedicó sus talentos intelectuales y literarios a difamar a los haitianos. En su libro “La isla al revés”, Balaguer pisotea vulgarmente la dignidad de los haitianos, culpándolos de manera absurda por la propagación de enfermedades venéreas a través de la República Dominicana, entre otras cosas. Balaguer alimenta la paranoia histórica de la sociedad dominicana de que los haitianos tratarán de nuevo de unificar los dos países bajo un gobierno como sucedió desde 1822 a 1844. Un recuento inexacto de la historia dominicana bajo el régimen militar haitiano se utiliza todavía hoy para avivar la histeria antihaitiana. En realidad, la ocupación haitiana liberó a los esclavos dominicanos y rompió el monopolio de la tierra y la salud impuesto por el poder colonial español y la Iglesia Católica. En palabras del Dr. Silvio Torres-Saillant, “muchos dominicanos marginados vivían mejor con la unificación que como estaban antes bajo el gobierno español”[1].
Cualquier mención de la ocupación haitiana en la República Dominicana empieza con el la historia absurda de brutales soldados haitianos lanzando niños al aire para apuñalarlos en el aire con sus machetes al caer. Debe organizarse una resistencia a esta distorsionada memoria histórica para rescatar la historia de solidaridad entre los pueblos dominicano y haitiano. Haití nunca colonizó a la República Dominicana. Este período de 22 años merece un examen histórico intenso.
¿Qué hay detrás del muro?
Mientras el pueblo haitiano se levantaba en 2021 contra la dictadura y el neocolonialismo, el ministro de Relaciones Exteriores dominicano, Roberto Álvarez, anunció que el país se embarcaba en la construcción de un muro de 118 millas en su frontera con Haití. En su discurso anual sobre el Estado de la Unión en 2021, el presidente Luis Abinader exaltó el muro sin mencionar en ningún momento la lucha histórica en que está inmerso el pueblo haitiano. El costo estimado supera los 100 millones de dólares. En el año de una pandemia en la que el turismo, la construcción y las remesas han sufrido graves golpes, es difícil creer que esta es la prioridad económica del gobierno dominicano.
Estas mismas voces del consenso gobernante, que finge preocupación sobre el bienestar de “la Nación dominicana”, callan cuando se trata de la clase millonaria que es la que verdaderamente dirige el país nación. Las familias gobernantes como los Corripio, Bonetti y Vicini controlan miles de millones de dólares en inversiones en las áreas centrales de la economía dominicana, como la construcción, el turismo, el cacao, la energía y las telecomunicaciones.
Según Oxfam, hay 265 millonarios en la República Dominicana. Para dar una idea de lo que significa ser millonario en un país afectado por una extendida pobreza y exclusión, un dominicano del 20% más pobre del país tendría que trabajar 214 años para poder ganar lo que uno de los 265 millonarios dominicanos gana en un mes. El estudio concluye que la riqueza acumulada de estas 265 personas equivale a 13 veces la inversión pública anual en educación, 17 veces la inversión pública en salud o 49% del PIB. Motivados por el oportunismo político, arribistas de extrema derecha como Joaquín Balaguer, Vinicio Castillo y Pelegrín Castillo han atacado Haití permanentemente.
El pueblo haitiano ha sido tomado durante mucho tiempo como el niño más fácil de azotar en la República Dominicana. Se les culpa de muchas cosas, entre las que están enfermedades, el desempleo y la crisis sociales. Si no fuera por esas válvulas de escape, los actores políticos que han desarrollado estas narrativas hubieran tenido que inventarse otro enemigo o confrontar la dinámica estructural de clases y las desigualdades en la Región del Caribe. Ambas naciones no necesitan un muro. Necesitan puentes de solidaridad económica, educativa y diplomática. El papel del pueblo dominicano es construir estos puentes y completar la revolución inconclusa por la que lucharon y murieron las Hermanas Mirabal, Caamaño, Mamá Tingó, Orlando Martínez y otros tantos.