SANTO DOMINGO, República Dominicana.-El periodista y escritor Miguel Guerrero llamó a la reflexión serena, y a desterrar pasiones y odios del debate nacional, a propósito del tema de la corrupción.

Al criticar que un grupo de diputado se presentara a la Procuraduría General de la República el pasado marte sin cita previa, Guerrero dijo que se provocó un incidente enojoso que pudo tener consecuencias graves.

Guerrero, mediante carta a varios directores de medios de comunicación, se refiere al incidente del martes en la Procuraduría General de la República.

La carta:

Lic. Bienvenido Álvarez Vega, director de Hoy.

Lic. Miguel Franjul, director del Listín Diario,

Dr. Adriano Miguel Tejada, director de Diario Libre;

Lic. Osvaldo Santana, director de El Caribe;

Lic. José Monegro, director de El Día;

Lic. Homero Figueroa, director El Metro

Lic. Fausto Rosario Adames, director de Acento.

 

Estimados señores directores; distinguidos amigos:

Las pasiones políticas obnubilan las mentes impidiendo muchas veces  el examen frío de los problemas nacionales, uno de los cuales, sin duda alguna,  es  el fomento de la corrupción pública y privada y la impunidad que la protege de toda acción judicial. El resultado ha sido el exilio de la moderación, que no encuentra espacio en el ámbito de la discusión diaria.

Este martes se dio un enojoso incidente a las puertas de la sede de la Procuraduría General de la República que pudo tener consecuencias muy graves. Allí se intentaba montar un campamento para protestar por la supuesta existencia de un plan del Procurador General para guarecer judicialmente a los responsables de haber aceptado sobornos de la multinacional brasileña Odebrecht  para obtener contratos de obras públicas en términos ventajosos. La protesta tuvo lugar, y aún persiste, apenas dos días antes de la fecha en que el funcionario ha prometido dar a conocer los nombres de los sobornados. En la mañana ocurrieron enfrentamientos con un saldo de varios detenidos que horas después fueron puestos en libertad por orden del procurador.

La situación se agravó cuando cuatro diputados de oposición intentaron penetrar al edificio, originándose un forcejeo en la que por lo menos uno de los legisladores fue golpeado. En mi cuenta de Twiter pregunté si el grupo había comunicado su intención de presentarse, lo que originó en las redes un océano de epítetos en mi contra, con la ya habitual acusación de “bocina” del gobierno, que descarta toda posibilidad de análisis sereno y, por supuesto, de encontrar salida a cualquier conflicto.

Lo que trataba de establecer era si los funcionarios de la Procuraduría tenían conocimiento de la visita de los cuatro legisladores. En las circunstancias reinantes en ese momento la información era necesaria, por una simple y sencilla razón, el ambiente de tensión que existía a las puertas del edificio. Cabía suponer que los policías habían recibido instrucciones de no dejar pasar a nadie. Es la orden que se da en situaciones similares y todo el que haya incursionado en el ámbito de la política y el periodismo  lo sabe a la perfección.

Los cuatro diputados fueron allí por cuenta propia y no formaban una comisión oficial de la Cámara. De manera que presentarse sin previo aviso, ni comunicación con la Procuraduría, y tratar de penetrar la seguridad,  fue una imprudencia, dada la situación prevaleciente.

No me corresponde enjuiciar la decisión de los legisladores, ni cometeré el  imperdonable error de  cuestionar la autoridad moral de quien cuestiona o protesta.  Pero entiendo que aún en situaciones de alta crispación, como la que vemos en estos días, hay formas que deben ser  observadas en aras de la convivencia civilizada y en el interés mayor de llenar de armonía la atmósfera que respiramos. Esa obligación debería normar el proceder de aquellos que reciben el mandato de construir las bases de un sistema democrático que sirva de sostén al respeto de los derechos ciudadanos y a la salvaguarda del patrimonio público.

También entiendo que muchos dirigentes aprovechen toda oportunidad para posicionarse políticamente.  Aunque dudo que me presten atención, a los más jóvenes les digo que el vacío de liderazgo que el país necesita y por el que clama se llenará con reflexión, no vendrá de la barricada. A fin de cuentas, la historia nos enseña que el odio, la ira y la violencia pueden destruir el mundo, como ya estuvieron a punto de hacerlo, pero no construir uno nuevo.

Con sentimientos de la más alta estima y con gracias anticipadas pro su atención, afectuosamente,

Miguel Guerrero