Dos crisis con Haití, en un intervalo de cinco meses, la última de las cuales estalló                el 23 de septiembre de 1963, dos días antes del golpe que derrocó a Bosch, ponen de resalto el peligroso nivel de tirantes que caracterizaron las relaciones de Bosch con Haití. En mi libro “El golpe de estado. Historia del derrocamiento de Juan Bosch” (Editora Corripio, 1993), se narran esos hechos y los errores cometidos por el presidente dominicano en el manejo de la situación.   

La situación dio un giro brusco el lunes 23 de septiembre; tan grave que pondría al país al borde de una confrontación bélica con Haití.  Era la segunda crisis diplomático-militar con el vecino país en cinco meses y sería la última.

La población, intranquila por la agitación incesante y la amenaza de nuevas huelgas, fue estremecida por el anuncio de una agresión haitiana al territorio dominicano.  Parecía la culminación de un largo período de tensas relaciones, que a finales de abril y comienzos de mayo culminara en un virtual estado de guerra entre los dos países.  Desde las primeras horas de la mañana, corrió el rumor sobre un grave conflicto fronterizo.  Las estaciones de radio interrumpían sus programaciones regulares para propalar “versiones extraoficiales” acerca de nuevas escaramuzas que afectaban poblaciones a uno y otro lado de la frontera.  Eran noticias escalofríantes, que planteaban la posibilidad de un choque armado.  Una alarma general cundió en la población.

Las informaciones decían que en horas de la madrugada, la población dominicana de Dajabón había sido atacada con fuego de fusilería y morteros desde Quanaminthe (Juana Méndez), a poca distancia al otro lado del puesto que dividía a las dos naciones.

Miguel Guerrero, en la puesta en circulación de su libro sobre el Golpe de Estado contra Juan Bosch. A su lado José Chez Checo y Jorge Subero Isa

En la sede de la Organización de Estados Americanos (OEA) en Washington se recibía una grave queja del Gobierno dominicano.  La agresión, sostenía Haití, provenía, por el contrario, del lado opuesto.

Poco después del mediodía, Radio Santo Domingo difundió un primer boletín oficial informando de un ultimátum de tres horas del Gobierno dominicano al Presidente haitiano Francois Duvalier para que cesara la agresión.  Al cabo de ese plazo la aviación dominicana desataría un ataque contra el palacio presidencial de Puerto Príncipe.  Aviones de combate habían ya sobrevolado la capital vecina para dejar caer volantes, en francés y patois, la lengua criolla usada por la mayoría de la población haitiana, previniéndola de un posible bombardeo.  Los volantes informaban de la agresión a un poblado dominicano.

Exigían además un cese inmediato al fuego, castigo de los culpables, empezando con Duvalier, y acuerdos de reparación y compensación por los daños materiales y morales infligidos a la República Dominicana.  Bosch estaba decidido a rescatar el honor nuevamente mancillado de la patria.  Las calles empezaban a ser escenarios de espontáneas manifestaciones de apoyo al Gobierno.  Por la radio comenzaban a difundirse comunicados y proclamas de apoyo a la defensa de la soberanía.  En escasas horas, Bosch parecía suscitar el entusiasmo de los viejos tiempos de campaña.  Las calles no se veían ya desiertas por el cierre de comercios en protesta por la actitud del Gobierno frente al avance del comunismo.  Los grupos que se formaban en las esquinas esa mañana no lanzaban denuestos al Presidente.

Los hechos seguían la tónica de los sucesos de finales de abril, que enfrentaron a Bosch a su primera gran crisis internacional.  Y evidentemente estaban encadenados.  La isla, compartida por los dos países, con sus solos setenta y seis mil kilómetros cuadrados, resultaba demasiado pequeña para albergar a Bosch y a Duvalier.  Ninguno de los dos podía existir uno al lado del otro.  No podía citarse un solo caso de cordialidad entre los dos gobiernos.

Para entender el repentino estallido de esta crisis de septiembre, se precisaba conocer a fondo los antecedentes de abril y mayo.  Esta era la historia.  En las primeras horas de la mañana del 26 de abril, como solía suceder en días laborales, durante el período escolar, un automóvil de la Presidencia dejó a los dos hijos de Duvalier – Jean Claude y su hermana mayor Simone, de dieciséis años -, a la entrada del colegio metodista de Puerto Príncipe.  En el trayecto de vuelta, los guardaespaldas fueron asesinados en una emboscada.  Duvalier estalló en ira.  Creyó que se trataba de un complot fallido para secuestrar a sus hijos y obligarlo a dimitir.  Las sospechas de Duvalier se centraron sobre un joven oficial, el teniente Francois Benoit, contra quien se desató una feroz persecución.  Benoit tenía ya dos días refugiado en la embajada dominicana cuando estos sucesos sacudieron la capital haitiana.  Más tarde, las tropas penetraron violentamente en la cancillería de la embajada, situada en un edificio nuevo en la carretera de Delmas, en un punto entre Puerto Príncipe y Pétionville.  Realizaron un registro y no encontraron nada.  De ahí partieron hacia la residencia del embajador, donde se hallaba Benoit y otros veintiún refugiados, algunos desde hacía varias semanas.  Los tonton macoutes rodearon la embajada, haciendo caso omiso de las protestas del Encargado de Negocios dominicano e instalaron nidos de ametralladoras en los alrededores, cortando el acceso a la residencia.

Esta acción colmó la paciencia del Presidente dominicano.  Bosch estaba seriamente disgustado con Duvalier, porque había dado permiso de residencia a miembros de la familia Trujillo que se decía conspiraban contra él.  La cancillería se había quejado enérgicamente del visado concedido a Luis Trujillo Reynoso, hijo de un hermano del dictador y a otros parientes de éste.  La violación del recinto de la embajada dominicana en Puerto Príncipe añadía un nuevo elemento de fricción entre ambos gobiernos.

Entonces, para sorpresa de la mayoría de los dominicanos que carecían de informaciones previas sobre estos sucesos, Bosch le habló a la nación el domingo 28 de abril para denunciar “el ultraje” cometido por el Gobierno haitiano contra la sede diplomática dominicana en esa nación.  Esa agresión, advertía, debía cesar en un plazo no mayor de veinticuatro horas, pasado el cual le pondría fin con los medios que se hallaren a su alcance.  La situación esta vez era grave.  Bosch decía: “Hemos sido insultados sin haber provocado nosotros el insulto; se ha invadido nuestra embajada con fuerzas armadas, lo cual equivale a una invasión a nuestro país y es una ofensa imperdonable a nuestra dignidad”.

Haití conspira contra el Gobierno dominicano, agregó ante las cámaras de televisión.  Y en esa conspiración están vinculados los Trujillo.  Se le había faltado “el respecto” a la nación.  Las naciones pequeñas que permiten que eso ocurra,  continuó,  “no son digna de ser naciones,  porque lo único que puede mantenernos como país soberano es la decisión de hacernos respetar de los pequeños y de los grandes, de los que pretendan abusar de su debilidad y de los que pretendan abusar de su fuerza.”

El discurso estaba destinado a promover todo el sentimiento patriótico en un gran acuerdo tácito alrededor del Gobierno.  “El país que no se hace respetar no tiene derecho a llamarse una nación libre;  y la República Dominicana es una nación libre,  por la voluntad de sus fundadores y por la sangre de los que la mantuvieron libre y soberana;  y lo es por la voluntad de su pueblo, y por la decisión del Gobierno democrático que ese pueblo eligió el 20 de diciembre de 1962”.  Bosch lucía verdaderamente ofendido.  El ultraje hecho por Duvalier al honor nacional era “indignante” y él no estaba dispuesto “a tolerar esa situación y no la toleraremos por ningún motivo”.  Mientras hablaba, cientos de partidarios se manifestaban en las calles ofreciéndose de voluntarios para subsanar ese ultraje.

Al conocerse oficialmente del ataque a la embajada,  informaba Bosch,  ataque por demás “salvaje e imperdonable a nuestra soberanía”,  el Gobierno se apresuró a tomar medidas para proteger la embajada haitiana en Santo Domingo de la ira popular.  La cosa era, razonaba el mandatario, “que si la noticia del atropello que se nos había hecho en Puerto Príncipe salía a la calle, nuestras juventudes podían indignarse y en medio de la indignación podían atacar a la embajada haitiana en esta capital”.  Bosch hacía una distinción entre la tiranía de Duvalier y el sufrido pueblo haitiano.  No debía haber confusión al respecto.  El pueblo de Haití era asesinado y explotado por tiranos.  En cambio,  la Embajada representaba al pueblo haitiano,  no a un gobierno despótico como el de Duvalier.

También enumeraba un rosario de vejámenes contra ciudadanos dominicanos cometidos por las autoridades haitianas.  Tales  agresiones pasaron a ser ataques a la República desde el momento en que Duvalier pidió,  de manera inexplicable y ofensiva,  el cierre de consulados dominicanos en Cabo Haitiano y Juana Méndez,  “cosa que no se hace entre países,  sino cuando el que pide el cierre quiere insultar al otro o cuando se desea provocar una ruptura de relaciones”.  A seguidas pasaba a detallar casos específicos de dominicanos objetos de esos vejámenes.  Incluía los de algunos diplomáticos declarados personas non grata “sin explicaciones y con deseos de ofender”.  Tal eran los casos de Marco A. Cabral y de los doctores Ciro Amaury Dargam Cruz y Antonio Jiménez Dájer.  De 28 haitianos que se habían refugiado en la embajada dominicana en Puerto Príncipe desde junio de 1962,  sólo seis habían obtenido salvoconductos de las autoridades de ese país.  Según Bosch esta era otra ofensa a la República.

El problema no era sólo de índole diplomática o militar.  Involucraba un serio asunto de naturaleza mucho más grave.  Duvalier, según Bosch,  estaba empeñado en su eliminación física.  La denuncia era tan grave como la agresión misma a la misión diplomática.  Los hechos se remontaban al período en que Bosch aún no había asumido la Presidencia.  En enero, citaba el Presidente,  el Gobierno haitiano fraguó un complot para matarlo.  Para llevar a cabo el plan, se  utilizó a un ciudadano haitiano antiguo miembro del Servicio de Inteligencia Militar (SIM) dominicano, el clausurado organismo de represión político-policial de Trujillo.  La figura clave de ese complot era Michel Bredy,  a quien  Duvalier pretendió designar Encargado de Negocios en Santo Domingo. El nombramiento se le había rechazado,  relataba Bosch,  “haciéndole saber al Gobierno de Haití, con el lenguaje que se usa en la diplomacia, que nosotros sabíamos a que venía ese señor”.

El discurso presidencial no dejaba abierta ninguna posibilidad de acercamiento.  Cuando los policías haitianos registraron la cancillería de la embajada,  amenazaron a la secretaria Katia Mena,  la única presente allí en ese momento.  Los policías la sometieron a un interrogatorio.  Contar ese episodio,  afirmaba Bosch,  “causa indignación”.  Y decía que sólo un gobierno “salvaje, de criminales, es capaz de violar una embajada extranjera y de amenazar con fusiles a una dama que además es funcionaria de esa embajada.  Esa acción es una bofetada en la cara de la República Dominicana, una afrenta que nosotros no estamos dispuestos a pasar por alto”.

En Washington,  la OEA se movía para evitar un conflicto armado.  Invocando poderes especiales, según el Tratado de Asistencia Recíproca de Río de Janeiro,  el organismo regional decidió constituirse en órgano de consulta de los ministros de Relaciones Exteriores de los veinte países miembros para buscarle una salida diplomática a la crisis.  La votación fue unánime,  16 a favor,  dos abstenciones y nadie en contra.  Haití reaccionó ante las acusaciones dominicanas y anunció el rompimiento de relaciones.

Mientras Bosch se dirigía a la nación, el ministro de Relaciones Exteriores, Andrés Freites, remitía un ultimátum a su colega haitiano,  René Chalmers,  reclamando una reparación e indemnización por las “ofensas y los riesgos” a que ha estado sujeta la representación dominicana en Haití.  En caso contrario,  “adoptará con toda decisión,  y a cualquier precio,  las medidas necesarias para hacer respetar la dignidad y la soberanía de la nación dominicana”.

“Violaciones tan insólitas de normas de derecho internacional universalmente consagradas y reconocidas de manera especial por el Sistema Interamericano han dado lugar al más enérgico repudio de su gobierno,”  agregaba la nota oficial de Freites.  El momento era delicado.  Y  no parecía haber espacios para una salida amistosa.  “Lamentable es reconocer que estas burdas e incalificables agresiones no son en manera alguna hechos aislados, sino por el contrario constituyen la culminación de una serie de provocaciones irresponsables con las cuales el gobierno haitiano pretende ultrajar la dignidad de la nación dominicana y afrentar su soberanía”.

Freites se quejaba de que el gobierno tenía razones “para no abrigar la menor duda de que realmente el propósito del gobierno haitiano, como lo revela su proceder, se encamina a provocar una crisis entre los dos países con miras a desviar la atención del pueblo haitiano de la conflictiva situación interna de que es solamente culpable su propio gobierno”.

Un breve anuncio pagado,  aparecido en los matutinos del 30 de abril, dio a los dominicanos otra idea de cuán cerca se encontraban de un conflicto bélico.  La  Dirección de Registro de la Reservas de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional avisaba a los miembros que debían “estar listos para cumplir con su deber en la defensa de los sagrados intereses de la Patria, en  caso de que el Poder Ejecutivo resuelva su llamamiento a filas”.  Las informaciones sobre el desplazamiento de tropas a la frontera y el traslado de armamento pesado aumentó la expectación de una opinión pública que no salía de su asombro.  Todo había sido tan repentino y drástico.  La idea de una guerra con Haití,  que parecía inminente,  era realmente preocupante.

El espíritu bélico se adueñaba del ambiente.  En un comunicado de respaldo a la alocución presidencial, el Partido Revolucionario Dominicano proclamaba su respaldo pleno al Gobierno “en su enérgica actitud de defensa de la dignidad nacional”,  ordenaba a toda su militancia “mantenerse en estado de alerta a fin de acatar patrióticamente todas las medidas que dicte el Gobierno en este caso,  de acuerdo con las circunstancias” y formulaba un llamamiento urgente “a todos los partidos políticos; organizaciones obreras y campesinas;  instituciones profesionales, estudiantiles, culturales, patronales y religiosas, a fin de que se apresten a defender en un apretado bloque la ofendida dignidad patria”.

La mayoría de las organizaciones respondieron al llamamiento.  Y el respaldo al Gobierno cobró fuerzas con la publicación del testimonio del ex-encargado de Negocios en Haití,  Frank Bobadilla.  El relato,  entregado a la prensa en la residencia del Presidente Bosch, constituía una incitación al patriotismo.  “Acabo de regresar a la República vivo y sano”, comenzaba Bobadilla.  “Gracias a Dios y al respaldo decidido y responsable que me dieron en todo momento el Gobierno y el pueblo dominicano, circunstancia ésta que me infundía presencia de ánimo para afrontar la inaceptable actitud de vejamen del Presidente Duvalier.  He despertado de la terrible pesadilla dantesca que vive, en intenso drama que rebasa todas las concepciones imaginarias, un virtuoso y humilde pueblo que se debate por supervivencia  y por su convivencia en el plano de la dignidad en que aspiran vivir todos los pueblos libres del mundo”.

Toda la nación estaba unida alrededor de Bosch.  Las pasiones políticas se echaban a un lado.  De los comunicados de solidaridad a la posición patriótica del Presidente, resultaba difícil creer que apenas unos días antes los partidos que ahora se manifestaban dispuestos a apoyarles eran los mismos empeñados en conducirle al fracaso.  Hasta Acción Dominicana Independiente, en un comunicado firmado por su presidente José Andrés Aybar Castellanos,  admitía que entre sus obligaciones estaba la de defender los principios democráticos.  Por tal motivo,  en vista de los graves sucesos  ofrecía su respaldo al Gobierno nacional “en todas las medidas que adopte para garantizar nuestra soberanía en esta hora de grave peligro para la Patria”.  Las manifestaciones de apoyo incluían  a la Unión Cívica,  Vanguardia Revolucionaria y la Alianza Social Demócrata.  Las diferencias políticas pasaban a un plano secundario ante la “ amenaza” al suelo patrio.

El periódico La Nación alabaría la previsión de Bosch de proteger de la ira popular a la embajada haitiana  en Santo Domingo.  En un editorial de su edición del 30 de abril,  concluía: “Afortunadamente  la previsión del Presidente Bosch al ordenar al protección de la embajada haitiana impidió que se cometieran hechos que no hubieran conducido más que a agravar el diferendo dominico-haitiano,  y de ellos debemos sentirnos todos plenamente satisfechos”.  El apoyo a la postura oficial provenía de todas partes, de la Asociación de Industrias, usualmente desafecta a la política gubernamental;  del Senado, que en sesión extraordinaria del día 29 de abril,  aprobaba una resolución de respaldo “ de manera decidida y definitiva” a la conducta del Gobierno frente al “régimen despótico y autocrático” de Haití.  El Senado pedía a los organismos internacionales “una rápida y justa decisión que satisfaga las aspiraciones del pueblo dominicano”.

La posición enérgica de Bosch conseguía apoyo internacional.  El influyente diario norteamericano The Washington Post,  al analizar su discurso, sostenía que el Presidente Duvalier “ha convertido su patria en un infierno para su propio pueblo;  un delincuente en la familia de las naciones y una fuente peligrosa de inseguridad en el área del Caribe”. Bosch parecía ganándole la batalla de opinión pública a Duvalier.  La apreciación se fortalecía con un amplio despacho de The New York Times fechado en Washington el 29 que decía: “ Los Estados Unidos han estado deseando por algún tiempo la caída de la dictadura de Duvalier en Haití y quizás hayan encontrado un aliento con la crisis del Caribe de fin de semana”.

Hubo un agrio intercambio de notas entre las cancillerías de los dos países que acentuó el ambiente de tensión y agresividad entre las partes.  El ministro Chalmers remitió al canciller Freites una exposición redactada en términos inusualmente fuertes,  en respuesta a la nota de éste.  En ella el Gobierno haitiano rechazaba los cargos de violación a la embajada dominicana en Puerto Príncipe y acusaba al Gobierno de Bosch de provocar un enfrentamiento entre las dos naciones.  La comunicación anunciaba la decisión haitiana de romper relaciones diplomáticas con su vecino dominicano.

Freites respondió al día siguiente la comunicación,  haciendo responsable al Gobierno haitiano de la seguridad del personal de la misión dominicana en Puerto Príncipe y de los ciudadanos haitianos que allí habían buscado refugio.  “Ante la negativa del Gobierno de Vuestra Excelencia a  admitir las inauditas violaciones de que se ha hecho víctima a la representación diplomática dominicana en Haití,  cúmpleme reiterar,  por medio de la presente, la veracidad de las citadas transgresiones,  las cuales han sido ya atestiguadas por terceros idóneos”.  La Cancillería insistía en que el Gobierno “no tiene dudas de que las imputaciones que Vuestra Excelencia formula en su comunicación cablegráfica contra los representantes diplomáticos dominicanos responden al propósito de encontrar una disculpa a las transgresiones insólitas y que por tanto no merecen ser tomadas en cuenta”.

Bosch, entre tanto, dirigía una carta personal al presidente del Consejo de Seguridad de la OEA,  Gonzalo Facio,  en la cual advertía que la República Dominicana “no podía obtemperar a la solicitud de retiro de nuestra misión diplomática formulada por el Gobierno haitiano…”.  Ese retiro,  según Bosch,  sólo podría ser posible cuando el régimen de Duvalier entregara los salvoconductos solicitados “para el traslado de los asilados al exterior o las seguridades que le permitan permanecer bajo la protección de cualquier nación amiga”.

Estas garantías no habían sido hasta el momento ofrecidas por Duvalier “al romper relaciones con la República Dominicana”.  Las amenazas derivadas de esta situación, agregaba Bosch en su carta a Facio,  “se agudizan en los actuales instantes por el hecho de que la Comisión  designada por el Consejo de la OEA no se ha podido trasladar aún al territorio haitiano para cumplir su cometido”.

Dentro del clima de “irresponsabilidad oficial” que Bosch atribuía a Duvalier, esa situación y los excesos que la caracterizaban  “hacen temer que se produzcan nuevas violaciones de carácter irreparable contras las personas de los funcionarios que integran nuestra misión,  contra los ciudadanos haitianos que se acogieron a nuestro asilo diplomático,  y contra los ciudadanos dominicanos residentes en Haití,  violencias que mi Gobierno se siente en la imperiosa necesidad de conjurar en cuanto esté a su alcance”.

La  crisis dominico-haitiana se prolongó hasta mediados de mayo aún cuando la intervención de la OEA alejó desde mucho antes la amenaza de un conflicto armado.  En agosto un fracasado intento de invasión de Haití revivió la rivalidad entre los dos gobiernos,  sin alcanzar las dimensiones de una crisis internacional.  Lo del 23 de septiembre fue otra cosa.

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Las primeras informaciones sobre el nuevo incidente fronterizo fueron difundidas por Radio Santo Domingo en su boletín de las 6:30  de la mañana.  Poco después, a las ocho,  Bosch convocó a los jefes de las Fuerzas Armadas a una reunión.

Bosch y las Fuerzas Armadas ofrecerían con el tiempo versiones diferentes a lo acontecido ese día.  En su libro Crisis de la Democracia, Bosch dice: “ Pocos días antes del golpe de Estado, quizá tres días antes,  me hallaba en mi despacho del Palacio Presidencial cuando a eso de las seis de la mañana me dijo el jefe de los ayudantes militares que los haitianos estaban atacando Dajabón,  villa dominicana en la frontera del norte.  Efectivamente, en las calles de Dajabón caían balas que procedían del otro lado haitiano,  de la villa de Juana Méndez –Quanaminthe en el patois de Haití–,  que queda frente a Dajabón, a menos,  tal vez,  de dos kilómetros.  Cuando la situación se aclaró, unas horas después,  se supo la verdad: el general (León) Cantave había entrado en Haití de nuevo y había atacado la guarnición de Juana Méndez. El combate fue bastante largo,  con abundante fuego de fusilería y de ametralladoras”.

En  el Libro Blanco publicado meses después por las Fuerzas Armadas para justificar el golpe contra Bosch,  se da una versión distinta.  “A las ocho de la mañana de ese día (23 de septiembre),  el Presidente Bosch citó para una reunión a los jefes de las Fuerzas Armadas.  En el curso de la misma ordenó al general Miguel Atila Luna,  jefe de la Fuerza Aérea,  que dispusiera de un avión militar para arrojar millares de volantes sobre Haití,  cuyo texto había redactado de su puño y letra.  Le ordenó además, que prepara aviones para bombardear Puerto Príncipe a las once de la mañana.  El comodoro Rib Santamaría, jefe de la Marina de Guerra, propuso que se enviara una comisión a la frontera para conocer la verdad en el terreno de los hechos”.

Esta comisión realmente fue designada.  Estaba integrada por el mayor de Leyes Pedro César Augusto Juliao González,  de la Fuerza Aérea;  coronel piloto Ismael Emilio Román Carbucia, subjefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea;  coronel Rubén Tapia Cessé,  del Ejército;  teniente coronel Pedro Medrano Ubiera, de la Fuerza Aérea,  comandante del Grupo de Artillería;  teniente coronel piloto José Joaquín Nadal Lluberes,  de la Fuerza Aérea;  capitán de navío Sergio de Jesús Díaz y Díaz,  Díaz Toribio subjefe de Estado Mayor de la Marina y Andrés Sanz Torres,  inspector de ese cuerpo.  En otro avión volaría un grupo de periodistas de El Caribe y el Listín Diario.  Estaría también Rafael Bonilla Aybar,  director de Prensa Libre.

El Libro Blanco relata que la comisión de militares y periodistas “regresó de la frontera alrededor de las 12:30 e informó que no había tal bombardeo,  que no era cierto el informe del Señor Presidente de la República.  En el avión militar trajeron al general haitiano León Cantave,  que venía vestido con traje de casimir gris claro y portaba tres maletas.  Estaba limpio y se podía ver que no había sudado su camisa.  Inmediatamente después de su regreso, los militares informaron al Presidente Bosch que en la frontera no había ocurrido nada y que habían traído al general León Cantave vestido de civil y en perfectas condiciones.  El Presidente Bosch,  visiblemente contrariado, se limitó a responder: Está bien,  y se retiró de la reunión”.

Esa mañana Bosch envió un cable al representante dominicano ante la OEA a fin de que presentara una enérgica protesta por esa nueva agresión haitiana.  El canciller Héctor García Godoy,  quien había sustituido a Freites, reunió al cuerpo diplomático para comunicarle la intención del Gobierno de dar un ultimátum a Duvalier para que cesara de inmediato el fuego contra una población dominicana.  El país,  les dijo Canciller, se reserva el derecho de responder con los medios que considerara a su alcance.

Probablemente no se conozcan nunca todos los detalles de lo sucedido ese día.  Pedro Bartolomé Benoit,  entonces jefe del Comando de Mantenimiento de la Base de San Isidro,  a cuyo cargo estaban el cuidado de los aviones y los blindados, relató al autor que a muy temprana hora de esa mañana del 23 de septiembre fue enviado a buscar por el jefe de Estado Mayor, general Miguel Atila Luna, a quien encontró  casi al borde de los montes que rodeaban la pista,  esperando dentro de un automóvil junto al Presidente. Las escoltas de ambos vigilaban unos metros más atrás.  Después de la breve presentación de rigor,  el Presidente se dirigió a Benoit:

  • ¡Prepárese,  coronel.  Quiero que nuestros aviones comiencen a dejar caer sus bombas sobre Puerto Príncipe a más tardar a las once de la mañana

Atila guardaba silencio.  Benoit se retiró y comenzó a hacer los arreglos para tener listos los aviones.  En cada una de nuestras entrevistas insistí con Benoit,  hoy general retirado,  con respecto a esta versión y siempre me contó la misma historia.

Luna,  por su parte,  tiene otra versión,  aunque muy parecida y que encaja en el relato de los hechos que la prensa dominicana del día siguiente,  24 de septiembre, publicó de los incidentes en la frontera.  Según Luna, mientras se preparaban los aviones logró comunicarse por radio con el puesto militar de Dajabón y preguntó qué había sucedido.  El sargento encargado de las comunicaciones le dijo que no había acontecido nada grave.  Con excepción de unos cuantos disparos del otro lado,  sin consecuencias, todo estaba normal.  Bosch le había convocado a su casa.  Cuando llegó allí encontró a varios ministros.  El de Obras Públicas, Del Rosario Ceballos,  le saludó preguntándole que él necesitaría de su ministerio en caso de una guerra con Haití.  El general Luna le respondió.

  • ¡Todo,  señor Ministro.  Todo,  incluyendo patanas para trasladar los tanques

Después de una breve espera, la esposa del Presidente le dijo que éste prefería verlo en el Palacio Nacional,  para donde se proponía salir de inmediato.  En el despacho presidencial aguardarían ya los jefes de Estado Mayor de la Marina, Rib Santamaría,  y el Ejército,  Hungría Morel.  Al llegar Bosch con Viñas Román,(secretario de las Fuerzas Armadas)el Presidente le preguntó a Luna:

  • General,  ¿pueden los aviones dominicanos bombardear el palacio presidencial de Haití sin tocar el hospital que está cerca?
  • ¿A qué distancia queda el hospital,  señor Presidente? Podemos meter las bombas por las ventanas que usted desee.
  • Pues comience el bombardeo a las once de la mañana (Eran alrededor de las 8:30 a.m.)
  • Bien,  pues deme la orden por escrito,  señor.
  • ¡ Yo soy el Presidente y le estoy dando una orden
  • Sí,  señor.  Pero debo dar esa orden más abajo por escrito.

Bosch alegó que los haitianos estaban  atacando Dajabón.  Luna entonces le replicó que eso no era cierto, a lo que el Presidente preguntó si Luna creía que él estaba hablando mentiras.

–No,  señor Presidente,  pero es posible que los que le informaron sí estuvieran diciendo mentiras.

Fue en ese momento en que el comodoro Rib Santamaría intervino para proponer el envío de una comisión a Dajabón.

Cualesquiera hayan sido los incidentes, lo cierto es que no hubo ataque alguno a Dajabón y que ese mismo día la Cancillería dominicana debió retractarse de las nuevas acusaciones contra Duvalier.  Bosch había quedado muy mal parado de esta segunda confrontación con su vecino hostil.  No cabían dudas de que su imagen ante los jefes militares había descendido con esta nueva crisis.

En su edición del día siguiente,  feriado de la Virgen de las Mercedes,  El Caribe expondría,  en un editorial titulado “Alarma y confusión”,  el sentir de una parte importante de la opinión nacional: 

“El pueblo dominicano vivió ayer largas horas de alarma y confusión, provocadas principalmente por contradictorios boletines que intermitentemente estuvo transmitiendo la radio oficial sobre una supuesta invasión de territorio dominicano por tropas haitianas.  Finalmente quedó esclarecido que los sucesos de la frontera se limitaron a un choque,  en territorio haitiano,  de fuerzas rebeldes contra fuerzas leales al dictador Duvalier.  Algunos fragmentos de bombas y ráfagas de ametralladoras disparados en esa refriega cayeron,  aparentemente,  en territorio dominicano.  Es natural y hasta patriótico estar siempre alerta ante cualquier movimiento que pueda poner en peligro la soberanía de la nación.  Pero es innecesario, por decir lo menos, provocar el pánico en la población mediante la exageración desmedida de los acontecimiento, antes de tener pleno conocimiento de ellos”.

Historiador José Chez Checo

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Los acontecimientos del día alarmaron al círculo íntimo del Presidente de la República.  Mientras Bosch libraba su lucha inútil contra Duvalier y se reunía con los mandos militares, a escasa distancia del Palacio se desarrollaba otra reunión entre dirigentes del PRD y funcionarios del Gobierno.  Esta tenía lugar en la residencia de Quico Pichirilo,  en la calle Doctor Delgado,  frente a la parte oeste de la sede del Ejecutivo.  Había sido convocada a instancia de Diego Bordas y entre los asistentes se encontraba Bienvenido Fenelón Contreras Mejía,  de 43 años,  dirigente del Catorce de Junio.  Manolo Tavárez había visitado personalmente esa tarde a Fenelón en su residencia del otro lado de la ciudad, en el ensanche Ozama, para encargarle la “delicada e importante” misión de representarle en esa cita.  De mediana estatura,  ancho de hombros y tupido bigote,  Fenelón era un enlace del líder del Catorce de Junio con estamentos militares.  Esto se debía a que estaba casado con una pariente del coronel Neit Nivar Seijas,  un oficial partidario del ex-presidente Balaguer.

El propósito de esta reunión era discutir una estrategia conjunta para enfrentar la eventualidad de un golpe de estado que todos los reunidos allí daban casi como un hecho.  Al cabo de varias horas de discusión,  acordaron que Bordas cruzara al Palacio y advirtiera a Bosch de la necesidad de hacerle frente a la conspiración.  Bordas regresó una hora después con la información de que el Presidente descartaba la posibilidad de un golpe militar.  Bosch  le contó de un almuerzo reciente con oficiales y alistados de las Fuerzas Armadas.  A pesar del desarrollo de los acontecimientos de ese día y sus claras desavenencias con el mando castrense,  sus relaciones con los militares eran, según explicó a Bordas,  “de las mejores”.  El  Presidente rechazó tajantemente una sugerencia del grupo de convocar al mando militar a una fiesta donde serían todos emborrachados y detenidos.

Fenelón Contreras fue de inmediato a informar a Manolo Tavárez Dándose un par de palmadas en la frente, éste dijo:

  • Bosch ha perdido su última oportunidad.  Mañana será tarde para él.