La dictadura nació el 16 de agosto de 1930 teñida en sangre, “cabalgando sobre el lomo de un golpe de Estado que supo imponer a Trujillo por encima de las leyes, la constitución y la vida”. (1) La consolidación inmediata de su régimen fue responsabilidad de los sectores económicos y políticos que los apoyaron, la creación de mecanismos militares y jurídicos para el control de la población, y de la represión impuesta por bandas de facinerosos conocidas con los motes de “La 42”, “La 44” y la “Brigada 43”.
Los estudiosos de la represión política del inicio de la dictadura de Trujillo tienen como cierto, pues así está consignado en testimonios directos y en documentos de la época, la existencia de la pandilla “La 42”. Sin embargo, todavía existe una bruma informativa que lleva a la confusión, pues a esa famosa banda de delincuentes se le señala, en algunos casos, con denominaciones diferentes.
La confusión tiene sus raíces en el hecho de que Trujillo no solo se hizo acompañar de bandoleros, que le sirvieron en la ciudad de Santo Domingo durante la coyuntura de 1930, sino que esa modalidad represiva abarcó el territorio nacional.
En las principales localidades del país fueron creadas, siempre relacionadas con oficiales del Ejército, bandas para-militares que en el imaginario popular quedaron vinculadas a la que existía en la Capital, y que fueron bautizadas con nombres que remitían a “La 42”, pero que en realidad eran diferentes y actuaban de maneras independientes, aunque en la práctica utilizaban los mismos métodos de terror. De esa forma aparece registrada “La 44” en Santo Domingo, Santiago y el Este. Más tarde, en los años cuarenta, se habla del surgimiento de la “Brigada 43”. Lamentablemente sobre esta última no hay muchas referencias.
“La 44” venía de lejos.
El historiador norteamericano Robert Crassweller da como un hecho las actividades de “La 44” y se refiere a ella señalando que venía de los tiempos de la ocupación norteamericana, desde los primeros días, cuando su campo de acción abarcaba las provincias azucareras del Este, pero aclarando que su organización era difusa e informal y había estado movilizándose, superpuesta a la Policial Nacional tanto en Santiago como en la región oriental, desde antes del golpe de Estado de 1930:
“La demarcación entre sus funciones policiacas y su papel de amedrentador y opresor público no siempre era clara—dice Crassweller—. Cara al exterior contaba con alrededor de noventa miembros, pero su número real era aproximadamente de veinte, obedeciendo la discrepancia a un cierto propósito, no exento de teatralidad, de infundir temor en el espíritu de las gentes. Este era el grupo que andaba por las calles en el carro de la muerte, el “Packard” rojo que llevaba a cabo actos de coacción y de violencia en Santiago. (…). Su doble aparecía también en Santo Domingo, ostentando en la parte delantera un letrero con el número “42”. (2). Dice también el referido autor, que esa banda se vio muy activa durante 1929, cuando gobernaba el general Horacio Vásquez y Rafael L. Trujillo era máximo jefe del Ejército Nacional. (3).
Por su parte, Antonio Zaglul, médico-psiquiatra macorisano de mucho prestigio en la sociedad dominicana, cuenta en uno de sus escritos, que en su pueblo natal de San Pedro de Macorís el dictador ordenó organizar “una sucursal” a imagen y semejanza de “La 42” de la Capital y que esta se identificaba con el nombre de “La 44”, responsable de las muertes de los obreros sindicalistas que laboraban en los ingenios y de los opositores políticos de la referida ciudad:
“Antes de ser tirano a plenitud—dice Toñito Zaglul—se es aprendiz y el aprendizaje en la capital se llamaba La 42. Se desaparecían los opositores. Se perdían tiros que iban a la cabeza de políticos. Accidentes automovilísticos. Se consolidaba el régimen, pero en Oriente, tierra de obreros y cabezas calientes incordiaban unos cuantos. Fue por eso que se organizó una sucursal: La 44. Comenzaron a aparecer ahogados líderes sindicales. Desaparecidos, muertos en las calles y se inicia un miedo que va a durar tres décadas”.(4)
En ese mismo sentido, Mario Read Vittini, abogado de la ciudad de San Cristóbal que laboró por mucho tiempo al servicio de Trujillo, aporta la información de que las pandillas ‘La 42’ y ‘La 44’ eran diferentes, aunque se destacaban en el uso de los mismos métodos de represión política, responsables de “correrías y crimines”, (5) que a decir de Nicolás Silfa, en su obra testimonial Guerra, traición y exilio, hicieron que se pusiera de moda escuchar a la gente hablar de: “se perdió”; “desapareció”; “ahorcó”, “se fue al extranjero”, “se accidentó”, “se tiró por un barranco”. (6).
Por último, debemos valorar como esclarecedora la información aportada por el historiador Euclides Gutiérrez Feliz en su libro Trujillo: monarca sin corona, de que en los primeros años de la dictadura existían estructuras delincuenciales de civiles armados, pero dirigidas por oficiales del Ejército, y que fue Rafael L. Trujillo quien tomó la decisión de organizarlas. El dictador fue quien organizo “una campaña de terror con dos pandillas dirigidas por oficiales del Ejército, en Santo Domingo, la “42” y en los pueblos del interior la “44”, que impusieron la violencia en gran parte del territorio nacional”. (7)
Esas bandas de civiles al servicio de Trujillo para imponer de manera abierta la dominación y el control político existieron durante los 30 años de dictadura, y eran reconocidas con diferentes nombres, como lo veremos en los próximos artículos de la presente serie.
(NOTAS: (1) Alejandro Paulino Ramos, Mecanismos de Trujillo para la represión política: “La 42”, la pandilla que ayudó a Trujillo a ganar las elecciones de 1930 (2), Acento, 7 de julio 2018; (2) Robert Crassweller, Trujillo la trágica aventura del poder personal. Barcelona, Editora Burguera, 1968, pp. 87-88; (3) Ob. cit., p. 66; (4) Antonio Zaglul, Obras selectas, T. I, Santo Domingo, AGN, 2011, p. 356; (5) Mario Read Vittini, Trujillo de cerca. Santo Domingo, Editora San Rafael, 2007, p.105; (6) Nicolás Silfa, Guerra, traición y exilio, T.I, Barcelona, IPSAG, 1980, p. 108; (7) Euclides Gutiérrez Félix, Trujillo: Monarca sin corona. Santo Domingo, Editora Corripio, 2008, pp. 78-79).