NEW YORK, Estados Unidos.- El doctor Silvio Torres-Saillant puso en cuestionamiento la capacidad del gobierno dominicano para pedir cuentas al doctor Marino Vinicio Castillo en el desempeño de sus funciones como director de Ética e Integridad Gubernamental del Gobierno. Expuso que el doctor Castillo no es dado a rendir cuentas.

“No sé si la expectativa de rendir cuentas, tan normal para instituciones públicas y privadas de tantas partes del mundo, resulte aceptable para un funcionario a quien el gobierno dominicano extiende tantas libertades y licencias”, dice el doctor Torres-Saillant.

A continuación la segunda parte de su presentación del libro El reinado de Vincho Castillo, de Fausto Rosario Adames, en la ciudad de Nueva York, el pasado mes de mayo.

Radiografia de un Funcionario y Clave del Mal Social: El Libro de Fausto I

Silvio Torres-Saillant, Syracuse University

En la obra de Rosario Adames el abogado Castillo queda retratado como un actor igualmente adicto a violar la ley como a acusar vehementemente de ilegales  a sus adversarios.

El enemigo de turno para el abogado Castillo puede ser cualquier institución o persona que, por ejemplo, repudie la acción del régimen actual de desproveer de la ciudadanía a 250,000 compatriotas de origen haitiano. También puede ser el mismo gobierno que lo premia con un alto rango administrativo, un sueldo de lujo y una relevancia social que jamás Trujillo ni Balaguer le habría conferido. Su lealtad al gobierno ha pasado a segundo plano cuando se ha dado la oportunidad de una recompensa pecuniaria cuantiosa en su práctica privada de la abogacía.

Por ejemplo, siendo funcionario, aceptó encabezar la barra de abogados del banquero Ramón Báez Figueroa, acusado por el gobierno de cometer graves delitos vinculados a la quiebra del Banco Intercontinental (Banninter). Consciente de habitar un espacio político que lo exime de cumplir la ley, el abogado Castillo no ha necesitado cuidarse del conflicto flagrante de intereses cuando, siendo funcionario, ha aceptado defender como abogado en práctica privada a clientes señalados por las autoridades como grandes desfalcadores o responsables de otras fechorías.

En esa resbalosa función ha combatido a su propio gobierno con todas las artimañas de su proverbial deshonestidad a la vez de recibir la remuneración simultáneamente del lucrativo sueldo proveniente del caso privado y el jugoso salario de su puesto como funcionario, mientras el gobierno prefiere no ver la farsa escandalosa que está mirando.

Valdría preguntarse si en alguna oficina pública de alto rango quedaran supervisores de la “transparencia” encargados de velar por el uso “ético” de los fondos del Estado por los funcionarios así sea para evitar que el gobierno quiebre.

Me imagino la papa caliente que representara para un supervisor de la transparencia que se tome en serio su trabajo lidiar con la legitimidad de los gastos y el cumplimiento de las horas laborables de un personaje como el abogado Castillo. No sé si peco de ingenuo al suponer que alguna ocasión deberá darse en la dicho funcionario deberá rendir cuentas. De darse dicha ocasión, el intercambio con el alto funcionario podría discurrir de esta manera:

Sí, Márgaro, entra. Te mandé a llamar porque me dice Anita que tu necesitabas hablar conmigo.

Ah, sí, gracias letrado. No, es que estaba consultando con mi supervisor y parece que vamos a tener que hacer unos ajustes a su cheque de este mes.

Ajustes, a qué te estás refieriendo, Márgaro? Háblame claro!

Bueno, letrado, es que parece que vamos a tener que descontarle los 15 días que usted se pasó en el tribunal defendiendo a su cliente privado y atacando a los otros funcionarios del gobierno.

De qué diablos me hablas, Márgaro?

Bueno, es que como usted no vino a su despacho en esos días porque estaba en el tribunal y en su bufete privado, el supervisor me dice que debemos ajustarle el sueldo por el tiempo de su ausencia.

Eso me suena un poco raro, Márgaro, pero no te preocupes. Yo hablo con el supervisor y arreglamos la cosa.

Si, letrado, pero también hay otras cositas.

Cómo, y qué es esto, la Inquisición?

No, letrado, es la cuestión del vehículo y el chofer. El dice que usted debe rembolsar al despacho por las veces que usa el vehículo y el chofer para trasladarse en asuntos relacionados con los negocios de su bufete, o sea, la gasolina consumida y el salario del conductor por esos días.

Pero, Márgaro, es que tu supervisor no tiene nada más que hacer que husmear en mi asuntos? Es que le ha cogido conmigo o qué?

Bueno, perdóneme, letrado. Usted sabe que esto no sale de mí, pero él también dice que usted debe reembolsar los almuerzos y los cocteles con sus clientes que usted pagó con la tarjeta de crédito de su despacho en el gobierno durante los recesos del tribunal.

Oyeme, Márgaro, ya está bueno!

Es que todavía falta lo de La Respuesta….

Por Dios, hombre, y ahora qué quieres que te responda?

No, perdone, me refiero a su programa de televisión, que es un proyecto privado, según él, y dizque que usted nos ha cargado costos de producción a la tarjeta del depacho.

Mira, como tu dice que esto no sale de tí, mejor paremos esta conversación; yo en realidad pienso que a tu supervisor se le ha ido la mano”.

Cualquier persona a quien se le hayan confiado recursos provenientes del despacho que maneja o de la compañía para la cual labora habrá tenido que responder preguntas sobre el uso de su presupuesto o de su horario de trabajo.

A mí mismo, sin ocupar grandes puestos, me ha tocado documentar el uso de la tarjeta de crédito de mi despacho y explicar mis gastos profesionales las veces que la universidad me ha extendido esos privilegios. Siempre he tenido que dar pruebas fehacientes de la relación directa de cada gasto con mis deberes como representante de la universidad o como investigador académico. Cuando se me ha perdido el recibo correspondiente a un gasto cargado a la tarjeta y, por lo tanto, no he podido establecer la legitimidad del mismo, o cuando por error he pagado con la tarjeta de la universidad por un producto de uso personal, sin titubeos he tenido que reembolsar a la universidad por la suma correspondiente.

No sé si la expectativa de rendir cuentas, tan normal para instituciones públicas y privadas de tantas partes del mundo, resulte aceptable para un funcionario a quien el gobierno dominicano extiende tantas libertades y licencias.

Mi padre a menudo hablaba de personas que se sentían desconsideradas cuando se pedía de ellas lo mismo que daban los demás. Recordaba que en sus tiempos de parranda había siempre un compañero de tragos que a la hora de aportar al serrucho para la próxima botella se quejaba de que lo estaban “cogiendo de pendejo” cuando debía cantearse con la misma cantidad que habían puesto sus contertulios.

Lo que enseña el libro de Fausto sobre el abogado Castillo nos hace dudar que a él le caiga bien verse llamado a responder por el uso dado a los recursos estatales que maneja. En una conversación como la que aquí hemos imaginado, seguramente el funcionario tendría ocasión para sentirse agredido por el celo administrativo del imaginado supervisor. Tampoco hay que dudar de que la ofensa causada por el afán de velar por los fondos públicos le haga perder su empleo al supervisor, cuya reputación termine manchada al acusársele de tener vínculos con las fuerzas oscuras del narcotráfico.

Todas las facetas hasta aquí mencionadas o aludidas de la sinuosidad de Marino Vinicio Castillo, alias “Vincho,” quedan documentadas con lujo de detalles en la obra de Fausto Rosario Adames. Las múltiples caras del personaje aquí expuestas con propiedad conforman el perfil de un ser dinámico marcado por la regularidad de su inconsistencia. Aquí no estamos sólo ante evidencia abundante de la improbidad medular del funesto individuo. Estamos ante el estudio de un hombre que dolorosamente nos enrostra el mal social que padece una sociedad.

A mi parecer el retrato del abogado Castillo en cuanto personaje nocivo y falaz importa menos que lo que aquí aprendemos, indirecta pero ineludiblemente, sobre el contexto social, la fauna política, el momento histórico y el ámbito moral que hacen posible a tal personaje—así de falaz y así de nocivo—pasearse con autoridad en la esfera pública, sabiéndose protegido por el régimen imperante no obstante el exceso de sus veleidades.

Vale recordar que Joaquín Balaguer, un ser espiritualmente mínimo y carente de vuelo intelectual, supo servirse de las conocidas dotes del abogado Castillo para tergiversar y fabular en las embestidas contra los adversarios del régimen. Pero hasta Balaguer, con toda su desvergüenza, pudo identificar en el personaje la condición de lacra humana.

De ahí que siempre lo dejara circunscrito al rango de testaferro encargado de enlodar reputaciones, justificar actos represivos, higienizar con retórica la corrupción gubernamental y descalificar a quienes dieran visos de aspiración democrática en aquel asfixiante autoritarismo del criminoso caudillo. Pero nunca se dejó ver en público con él. Como digno párvulo moral del connotado estuprador de San Cristóbal, Balaguer reconocía la penumbra moral que habitaba.

De ahí que siempre procurara conquistar a opositores y críticos con el fin de vencerlos moralmente al hacerlos revolcarse en el lodo de su régimen. De ahí también el afán de fingir seriedad, viabilizando el hurto al erario mediante familiares, el anillo palaciego u otros allegados, mientras personalmente hacía gala de austeridad y sencillez. Por eso nombraba una comisión investigadora tras cada uno de los asesinatos más sonados de su gobierno buscando disimular la estructura delincuencial de su régimen.

Por lo tanto, aunque necesitara valerse de sus servicios dolosos, no podía darse el lujo de exhibirse con el abogado Castillo, cuya figura encarnaba gráficamente la deshonestidad viciosa de la herencia trujillista.