SANTO DOMINGO, República Dominicana.- Frank Moya Pons, Bernardo Vega y Alejandro Paulino Ramos, los más destacados historiadores dominicanos, ponderaron la decisión del presidente Luis Abinader de exhortar a funcionarios públicos a eliminar fotografías de la figura del presidente en las oficinas gubernamentales, una práctica trujillista que se implementó durante 90 años.
"Es una invitación/instrucción muy acorde con la personalidad y los valores del presidente Luis Abinader. Es un gesto democrático que lo enaltece, contrario a la tradición y la cultura política nacional. Muchos, por amistad, lealtad u otros motivos, no querrán obedecerle", Frank Moya Pons.“Es una medida que fortalece la democracia y la no reelección y va en contra del culto a la personalidad, tan perjudicial en nuestro país”, Bernardo Vega.
"La invitación del presidente Luis Abinader, instruyendo para que por fin desaparezcan las fotos de los mandatarios de las oficinas públicas debe ser aplaudida como una acción positiva. Con ella, parece que comenzará a desaparecer la simbología del presidente todo poderoso, del dictador que nos gobernó durante treinta años, del caudillo que concentró en su persona e imagen todo el poder del Estado. Es una decisión atinada, que no se debe quedar solo en esa importante instrucción gubernativa. Es hora de desterrar el simbolismo y las practicas dictatoriales que todavía afectan la sociedad dominicana. Los presidentes están para gobernar no para ser endiosados", Alejandro Paulino Ramos.
La opinión de Paulino Ramos es la conclusión de su reflexión luego de un recorrido por los hechos históricos que traen consigo el significado de la costumbre. Su recuento contextualiza que la decisión toca una práctica grosera con la que todos los gobernantes quisieron hacer creer a los ciudadanos que todas realizaciones positivas del Estado como ente colectivo, no eran el fruto de este y de su funcionamiento estructural basado en el cumplimiento de las leyes, la constitución, el presupuesto de la nación, los planes de desarrollo, y el trabajo de los servidores públicos; sino la decisión y el mandato de una sola persona, aunque exhibiera la condición de presidente.
Las palabras del historiador dejan una lección de historia (texto íntegro):
El afán de colocar una fotografía en cada oficina, una estatua de bronce frente a cada institución pública, un busto colocado en medio de los parques de cada ciudad y las fotografías ocupando las páginas de los periódicos los días de la patria, es una nostalgia, una herencia de lo que fue la dictadura de Trujillo, que hizo creer a los dominicanos, desde muy temprano en 1931, que todo lo que sucedía en el país y todo lo que existía en la República, en materia de realizaciones y progreso; desde la construcción de un hospital, una escuela, la construcción de un puentee, una cloaca, una letrina o una carretera, todo, absolutamente todo era el fruto del deseo y mandato del dictador y de nadie más.
Pero para eso, para exaltar y apropiarse de las realizaciones del Estado y convertirlas en su persona, en su nombre y en su imagen, era necesario apoderarse de ellas a través de una estrategia publicitaria y educativa bien planificada, que buscaba proyectar en la mentalidad de los dominicanos que Trujillo como gobernante, era una especie de todopoderoso que todo lo hacía, que todo veía y que solo él y nadie más tenía las condiciones para gobernar mientras vida tuviera. Esa simbología tuvo tal vez su más exagerada expresión en el mural lumínico colocado sobre el techo de la casa de un funcionario de la dictadura, que llevaba la increíble frase de “Dios y Trujillo”.
Para proyectar esa idea en la mentalidad colectiva, entonces se hacía necesario tener en cada institución pública una inmensa fotografía, además de otros objetos que recordaran al mandatario, que con su presencia simbólica perseguía legitimarse en la psiquis colectiva y perpetuarse haciendo creer que para todo lo relacionado con el Estado él era imprescindible. La práctica fue tan abusiva, que hasta en las puertas de cada hogar y en los altares de las familias católicas, la gente por miedo y por manipulación mediática, llegó a colocar la fotografía de Trujillo al lado de las imágenes de la Virgen de la Altagracia y del Corazón de Jesús.
De esa manera, el dictador proyectaba la expresión de que él era el único jefe, el doctor, padre protector, el primer maestro, benefactor de la iglesia, generalísimo de las Fuerzas Armadas y hasta el “padre de la patria nueva”. Era el culto a la personalidad concentrado en una sola imagen. Todo concretado en las inmensas fotos colgadas en los despachos de los funcionarios, recordándoles a todos que él, Trujillo, era quien todo lo podía y todo lo hacía. Después de él todos los presidentes que han gobernado la República a partir de 1961, mantienen sus prácticas y continúan autorizando y hasta ordenando la colocación de sus fotografías en todas las oficinas públicas, con la misma intención de una megalomanía heredada del dictador desaparecido en 1961; pero que trascendió y llevó a los presidentes que lo sustituyeron como mandatarios, a considerase una especie de dioses.
El público reacciona
Por su parte, usuarios que reaccionaron al anuncio en redes sociales, piden que se ordene por decreto.
Hacen la solicitud bajo el argumento de que el exmandatario Danilo Medina también hizo pública la decisión de eliminar la normativa trujillista en 2012 cuando asumió el cargo, sin ejecutarse propiamente durante los ocho años que presidió el país.