El 16 de febrero de 2020 (16F) lo inaudito aconteció en la República Dominicana y lo inédito quedó registrado a nivel internacional. Hicimos historia a nivel universal con la suspensión sorpresiva de las votaciones, debido a razones aún desconocidas, y el inicio a escasas horas de ese funesto acontecimiento de días de protestas y movilizaciones ejemplarmente pacíficas. Principalmente, las de una nueva generación de jóvenes dominicanos que con sus pancartas en alto en la Plaza de la Bandera enarbolaban banderas dominicanas y alertaban de manera contenida:
“No somos antisistema, el sistema es anti-nosotros”.
Esa y otras tantas pancartas resumen bien el estado de ánimo de una población que, en medio de la frustración y el desconcierto generalizado, sigue dando muestras de creer -ciegamente- en su democracia electoral. Otro tanto puede decirse en sentido coincidente de los abucheos a destacadas personalidades políticas en lugares públicos y los sonoros cacerolazos de repudio, según observadores, en perímetros urbanos mayoritariamente de clase media.
Pero, ¿de dónde viene esa indignación por el momento contenida pacíficamente, pero tan cerca y tan lejana a la vez de sucesos recientes en otros tantos países, desde el más lejano Oriente, hasta el más próximo suelo antillano y americano?
Trataré de responder a seguidas, mediando dos observaciones metodológicas. Primera, la pesquisa se limita consciente y formalmente a un período de tiempo circunscrito entre el 16 y el 28 de febrero 2020 por motivos de recusos. Y segunda observación, la presentación se rige por el principio de la asociación de ideas de David Hume (Grayling 2019: 244-245). En términos muy sucintos, el filósofo escocés ofrece a la posteridad un principio que es el germen explicativo relativo al funcionamiento de la naturaleza humana, pues a su entender explica la experiencia, la creencia, la causalidad, la inducción, así como nuestro concepto del yo y los límites de la razón humana.
De modo que, a falta de prueba objetiva e imparcial dentro del período de tiempo escogido, dicha asociación permite comenzar a asociar una explicación racional y comprensible que arroje luz a los acontecimienetos de comprendidos entre el 16 y el 28 de febrero 2020.
- Diversos contextos
I.a Entorno internacional
a.1 Partiendo de lo más general como contexto a lo más particular como fenómeno a explicar, siempre se podrá hablar de los problemas inherentes a un tipo de régimen democrático en tiempos del neoliberalismo y la globalización de la economía capitalista. Por eso conviene tener en cuenta en ese contexto, por lo menos, a Max Weber y a Joseph E. Stiglitz.
A Stiglitz más recientemente porque pocos como él lo han afirmado. “El único camino a seguir, la única forma de salvar nuestro planeta y nuestra civilización, es un renacimiento de la historia.” (Stiglitz 2019)
La forma de globalización prescrita por el neoliberalismo dejó a los individuos y a sociedades enteras incapaces de controlar una parte importante de su propio destino.
De acuerdo al laureado eocnomista, tanto en los países ricos como en los pobres, las élites prometieron que las políticas neoliberales conducirían a un crecimiento económico más rápido, y que los beneficios se reducirían para que todos, incluidos los más pobres, estuvieran mejor. Sin embargo, para llegar allí, habría que aceptar salarios más bajos y todos los ciudadanos tendrían que soportar recortes en importantes programas gubernamentales.
Las élites afirmaron que sus promesas se basaban en modelos económicos científicos y en investigaciones basadas en pruebas. Pero, por aquello de que el mundo real es más rico que cualquier teoría y que del dicho al hecho hay un gran trecho, añade que después de 40 años, los números están en: el crecimiento se ha ralentizado, y los frutos de ese crecimiento fueron abrumadoramente muy pocos en la parte superior. A medida que los salarios se estancaron y el mercado de valores se disparó, los ingresos y la riqueza aumentaron, en lugar de disminuir.
Concluye Stiglitz, “ahora estamos experimentando las consecuencias políticas de este gran engaño: la desconfianza de las élites, de la "ciencia" económica en la que se basaba el neoliberalismo y del sistema político corrupto por el dinero que lo hizo posible. La realidad es que, a pesar de su nombre, la era del neoliberalismo estaba lejos de ser liberal. Impuso una ortodoxia intelectual cuyos guardianes eran completamente intolerantes con la disidencia. Los economistas con opiniones heterodoxas fueron tratados como herejes para ser rechazados o, en el mejor de los casos, desviados a unas pocas instituciones aisladas” (Ibid).
A partir de ese momento, a la sociedad de inspiración democrática bajo una representación republicana, como la estadounidense, no le quedaba otro camino que “la restauración de la democracia”, evitando los abusos del poder político, el mantenimiento del sistema de pesos y contrapesos, los excesos del poder del dinero y, cómo olvidarlo, la necesidad de un movimiento nuevo (Stiglitz 2020: 215-237).
a.2 Ahora bien, desilusionados en el mundo real y reintroducidos al “reino de la libertad” (Hegel), la historia, conviene rememorar lo que escribió Weber con todo un siglo de antelación respecto al desencanto secular que cercenaba sigilosamente las instituciones del mundo occidental.
El maestro alemán al exponer el ordenamiento del mundo moderno y burocrático no sugirió que el desencanto fuera simplemente otro nombre para la secularización. Más bien argumentó que la ética protestante ayudó a desencantar al mundo al negar a los sacramentos católicos su "magia". Del mismo modo, la erudición humanista, como la filología, junto con las ciencias naturales y físicas, actuaron como agentes de desencanto al despojar a la literatura y la naturaleza de ciertos misterios y erosionar la creencia de que el mundo tiene en sí mismo, independientemente de cualquier actividad humana ". cualquier cosa como un "significado" (Reitter y Wellmon 2020; Ver Weber 2012: especialmente cap. VI).
Concomitantemente a esa desilusión, avanza, al menos en Occidente, el anhelo de reencantamiento, trascendencia y utopía. El deseo de reencantamiento -como si fuera inalienable de la condición humana- condujo a un culto a la "experiencia auténtica", especialmente entre las élites e intelectuales cultos, quienes probablemente se sentían completamente enredados, si no cautivados, con los sistemas modernizadores de eficiencia tecnológica y racionalidad.
A diferencia de muchos de sus contemporáneos, principalmente germanos, Weber no creía que el mundo, por desencantado o racionalizado que se mostratra, careciera de significado. El verdadero problema no era la falta de significado, sino más bien un exceso del mismo, lo que él llamó el "politeísmo de los valores", la proliferación y la creciente proximidad de valores y órdenes de valores distintos.
Como lo haría Freud en La civilización y sus descontentos (2018), Weber enseñaba a lectores y estudiantes que aceptaran la dificultad de la vida moderna tal y como son, evitando siempre falsas soluciones que terminaran empeorando proféticamente las cosas.
En resumidas cuentas, ¿qué resulta del proceso occidental de desacralización, secularización y reencauzamiento de las ilusiones por vía de situaciones extremas y experiencias auténticas, de un lado, y del otro lado, el regreso a la cruenta realidad de la historia y el desencanto de las élites -por no añadir de todos los excluidos de los beneficios que se acumulan en muy pocas manos-?
Acontece una especie de nuevo fantasma que recorre el viejo mundo industrial. No ya el del agónico comunismo o alguna reconversión nueva de lo mismo, sino el espectro de las explosiones y de los movimientos sociales.
a.3 En una visión de conjunto, del año 2009 al 2019, las protestas masivas han aumentado anunalmente en un promedio de 11.5% en todas las regiones del mundo, con la mayor concentración de actividad en Medio Oriente y África del Norte, siendo la tasa de crecimiento más rápida en África subsahariana (Brannen et al. 2020: capítulos 1º y 2º).
De manera significativa, dichos eventos tienen una muy diversa gama de resultados. Ellos van por zonas del mundo, desde el cambio de régimen y la acomodación política, hasta la violencia política prolongada con muchas bajas. Como advierten los autores citados en sus conclusiones, los factores que podrían aumentar la tasa de protesta incluyen la desaceleración del crecimiento económico mundial, el empeoramiento de los efectos del cambio climático y la intromisión extranjera en la política interna a través de la desinformación y otras tácticas.
Ahora bien, ¿qué podría catalizar las protestas? La respuesta de los autores citados no deja lugar a dudas:
“Tres posibles factores catalizadores, que podrían intensificar la tendencia o hacerla más manejable, merecen una atención particular: (1) el uso de la tecnología por parte de los manifestantes y los gobiernos por igual, (2) la tensión entre el cambio de los tipos de gobierno democrático y autoritario, y (3) ) la necesidad de una mejor comprensión y capacidad de respuesta entre los gobiernos y sus ciudadanos” (Op. Cit., IV).
a.4. El sociólogo español Manuel Castells ayuda con las definiciones de términos claves.
En efecto, él también permanece atento al escenario mundial, esta vez a partir de un país icónico en América Latina: Chile, reputada por su crecimiento económico y su despertar democrático e institucional. País icónico ese si lo hay en la era de la democracia institucional, pero no por ello libre de protestas y estallidos como los escenificados en octubre 2019 a modo de mímesis social del despertar volcánico en tierra tan austral.
Castells, a quien sigo en este punto, al discernir la inestabilidad que atraviesa el mundo entero, desde múltiples latitudes de nuestra América hasta longitudes tan distantes como las del Lejano Oriente, sentencia que no es lo mismo un estallido social que un movimiento social o uno político.
El estallido es eso, una movilización circunstancial y tan fugaz como cada instante. No deja de ser llamativa e indicativa de un mal de fondo debido a las estructura de poder que enajenan ilusiones y frustran expectativas en medio de la desigualdad económica e inequidad de oportunidades imperante. Sin embargo, por significativas y valiosas como puedan ser y que sean, no tienen la envergadura y profundidad del movimiento social, ese que “produce cambios culturales”; y tampoco son movimientos políticos, es decir, los que “buscan la transformación del Estado” y que en ocasiones resultan ser consecuencia de dichos movimientos sociales, incluso, en casos en los que no necesariamente lo pretendieran (Castells 2019).
Situar en ese horizonte de cosas lo acontecido durante unas semanas históricas en la República Dominicina -a partir del llamado a elecciones municipales el domingo 16F y su sorpresiva suspensión a escasas cuatro horas y media de la apertura de las urnas por causas sospechadas pero aún no esclarecidas, con sus consecuentes y múltiples manifestaciones simbolizadas por último el 27 de febrero en la Plaza de la Bandera- conlleva por lo menos a evocar lo que pasaba hace unos meses por diferentes causas en ciudades como Hong Kong, París y Barcelona, o en países como Haití, Puerto Rico, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Chile, Argentina y Colombia.
El día llega en que los vínculos de lo que aconteció en la República Dominicana este mes de febrero 2020 serán atados conscientemente con el mundo internacional. Mientras tanto, no hay que apelar a ninguna ósmosis sociocultural a partir del contexto internacional para situar y entender el 16F y sus secuelas. Para ello basta deslindar el lar dominicano.
I.b Entorno nacional
La suspensión apresurada de las elecciones municipales decidida por la Junta Central Electoral (JCE) tras los fallos tecnológicos y técnicos que bloquearon la continuidad de las votaciones electrónicas con el sistema de voto automatizado ha provocado una justificable indignación en la opinión publica nacional, a todos los niveles de la población dominicana en y fuera del país, pero hasta el momento más perceptiblemente en los estratos medios y altos.
Este incidente, -grave pues burla la soberanía popular y violenta la base de la demoracia electoral dominicana-, viene precedida de otras jornadas de movilizaciones sociales en el transcurso de los últimos 10 años; todas, dicho sea a vuelo de pluma, pacíficas en contraposición a la poblada de 1984 y por supuesto la revolución de Abril del 65.
Sin pretensiones de ser exhaustivo, sobresalen durante esos diez años, protestas cívicas contra la instalación de la cementera en los Haitises y en oposición a la privatización de las playas o la exploración minera en Loma Miranda; también, a favor del 4% a la educación y las grandes y emblemáticas marchas verde en el territorio nacional adversando masivamente, tanto la invasiva corrupción enmascarada por Odebrecht, como la impunidad galopante en el presente dominicano.
Previamente el malestar y la indignación de buena parte de la ciudadanía se fue sedimentado en la conciencia nacional. Los cacerolazos de hoy y la libérrima congregación en la emblemática Plaza de la Bandera, sin por ello olvidar las del Monumento de Santiago y otros centros del país, se asientan en el descontento crítico provocado por un largo rosario de acontecimiento.
Desde el escándalo del PEME, pasando por el caso de la Sun Land, hasta llegar a la rivera de ingenieros muertos y la Oficina de Ingenieros Supervisores de Obras del Estado (OISOE), licitaciones ilegales en el Ministerio de Obras Públicas y algo más, por no ir en este recordatorio más atrás en la memoria colectiva de la opinión pública nacional.
Con el pasar del tiempo y el desarrollo de los movimientos, “se muestra el incremento de la participación juvenil y de los estratos medios y altos favoreciendo el empoderamiento de este segmento poblacional hacia el ejercicio de sus derechos ciudadanos” (Vargas 2010).
Como bien señala la antropologa e investigadora Tahira Vargas, “en procesos electorales anteriores que estuvieron marcados por grandes fraudes como fueron las elecciones del 1990 y 1994, las protestas se desarrollaron con otros actores y en otros escenarios. Los barrios urbano-marginales, la UASD, comunidades rurales y los estratos pobres fueron los principales actores en la movilización social contra la alteración de la voluntad popular ejercida a través del voto. En esos momentos los estratos medios y altos y la juventud perteneciente a estos grupos sociales no se integraban a las protestas sociales” (Ibid).
Sin embargo, y esto es lo significativo, en las protestas recientes que vienen desarrollándose en distintos puntos del país, y teniendo como portaestandarte principal, pero no único, la Plaza de la Bandera en frente de la JCE, en el Distrito Nacional, “la población joven y adulta de los barrios urbano-marginales no se ha integrado como ha ocurrido en los procesos ya mencionados” (Ibid).
A todas luces, el ascenso y participación de nuevos actores sociales, esta vez integrados por una nueva generación de dominicanos jóvenes, constituye un aporte clave al ejercicio de la ciudadanía y a la vida democrática dominicana. Los hechos acaban de romper con el prejuicio, los estereotipos y estigmas según los cuales la juventud dominicana, ensimismada por un egoísmo lúdico en medio tanto de la riqueza como de la pobreza, así como digitalizada, bucólica y consumista, permanecía retenida por el “politeismo de los valores” e interesada solo y exclusivamente en su propio bienestar.
Por el contrario, esa misma juventud da signos fehacientes de reencauzar su dinamismo e interés al romper y tratar de liberarse de la “ineptocracia” característica al régimen político dominicano en medio de lo que denomino el “tiempo de la idiotez” (Ferrán 2019 a y b; Ferrán 2020). De modo que reclaman y exigen de manera inconfundible a las autoridades, a la clase política y a las fuerzas ocultas tras la suspensión aparentemente criminal o no, la defensa de nuestra democracia. Y no su perpetuación sin más, sino tras investigar y aplicar un régimen de consecuencia a los responsables de algún crimen o eventualmente mera incompetencia, como única forma de seguir viviendo en democracia en el país.
En cualquier hipótesis a la que se quiera apelar, imposible dejar de reconocer que esa juventud sí está atenta a problemas que afectan al país.
De ahí que, de la calamidad que representa la suspensión de las votaciones para puestos municipales, emergen de manera tan responsable como desafiante una nueva y presumiblemente mejor oportunidad para que la nación dominicana supere el pasado y trille una mejor práctica democrática en el país. Sobre todo, si se constituye en movimiento social capaz de inducir significativas transformaciones en la cultura democrática del pueblo e instituciones dominicanas.
A la espera de tal evento histórico, y mientras sigue oculto lo acontecido, hombres y mujeres de a pie sospechamos lo que creemos y la juventud dominicana viste de luto. Son los herederos despojados de su vestimenta verde quienes mejor encarnan entre otros la frase de Duarte:
“Mientras no se escarmiente a los traidores como se debe, los buenos y verdaderos dominicanos serán siempre víctimas de sus maquinaciones”.