SANTO DOMINGO, República Dominicana.-El presidente del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) saldó su deuda 12 millones de dólares con el Banco de Reservas, gracias que esa empresa estatal le aceptó en dación de pago el edificio donde operaba la empresa de telecomunicaciones TRICOM.
La revelación fue hecha por el dirigente político Guido Gómez Mazara, quien criticó el arreglo comercial que habrían suscrito el Banrerservas y el presidente del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), preguntándose si este convenio no mueve a sospecha.
A juicio de Gómez Mazara, el desajuste ideológico del PRD estableció las bases de una organización donde la fuerza del dinero, los procesos amañados, la complicidad entre su cúpula, el afán por recibir el favor del líder y la ausencia de una verdadera democracia interna dieron paso a una modalidad interna amiga de los negocios.
“Y de repente, encontramos a una organización divorciada de su esencia y de escasa vocación por diferenciarse del resto de los partidos. Asimismo, el factor que seducía al típico militante alrededor del activismo social desapareció desde el momento en que se aplaudió la tesis de que el factor económico podía articular “liderazgos”, señala.
Respecto al arreglo alcanzado por Vargas y Banreservas, el dirigente político se pregunta “¿Acaso tanta coincidencia no mueve a sospecha?”.
Los planteamientos de Gómez Mazara fueron expuestos en un escrito que reproducimos a continuación
Para “entender” a Miguel Vargas
Guido Gómez Mazara
La terrible propensión a darle riendas sueltas a la pasión, hace de las competencias partidarias escenarios donde la razón no existe y la tendencia a desconocer los atributos del competidor no parece caracterizar el elemental sentido de racionalidad de los actores del proceso político.
En el PRD, la tradición de luchas fratricidas adquiere categorías singulares. Y como he mantenido discrepancias metodológicas y conceptuales alrededor del modelo partidario afín al debate ideológico, la democratización institucional, el regreso a la histórica base social y la recuperación del espacio liberal, muchos podrían entender que el sector discrepante de mis planteamientos no representa una modalidad partidaria con legítimo derecho y espacios construidos.
Nadie en su sano juicio puede ignorar que Miguel Vargas es un dirigente de larga data y la construcción de su nicho político y aspiraciones presidenciales retratan una forma de hacer la actividad partidaria desde una perspectiva que se puede coincidir o discrepar, pero expresa la naturaleza actual de una organización donde el peso especifico de lo clientelar ha ido generando redes y simpatías capaces de trasformar y/o asociar la militancia a una multiplicidad de factores impensables en los líderes políticos que iniciaron toda la fase de edificación del proceso de transición democrática, a partir del ajusticiamiento del tirano, Rafael Leónidas Trujillo, el 30 de mayo de 1961.
La llegada de Vargas Maldonado a la presidencia del PRD posibilita un cambio de esquema en la operatividad de la organización. Burocratizado, distante de la lucha social, con una noción light de la oposición, articula el espacio por excelencia para estructurar pactos públicos y entendimientos subterráneos con el PLD, concretizando una operación desconocida en la vida política: coincidencias e intercambios caracterizados por ventajas financiera
El desajuste ideológico del PRD estableció las bases de una organización donde la fuerza del dinero, los procesos amañados, la complicidad entre su cúpula, el afán por recibir el favor del líder y la ausencia de una verdadera democracia interna dieron paso a una modalidad interna amiga de los negocios, y de repente, encontramos a una organización divorciada de su esencia y de escasa vocación por diferenciarse del resto de los partidos. Asimismo, el factor que seducía al típico militante alrededor del activismo social desapareció desde el momento en que se aplaudió la tesis de que el factor económico podía articular “liderazgos”.
En el pasado, la compatibilidad de empresario-militante del PRD era posible porque el líder histórico representaba el contrapeso por excelencia que impedía al de mayor recursos económicos imponerse, y la existencia de una red de intelectuales con vida partidaria generaba una sensación de límite, entre aspirantes que debían adicionar a su opulencia financiera, las horas de servicio a la causa partidaria en el marco de las luchas democráticas encabezadas en los 60 y 70 para hacer una nación plural, respetuosa de los derechos humanos y enemiga de los crímenes de Estado. L
os exponentes de ese modelo partidario, como Secundino Gil, José Delio Guzmán, Manolo Fernández, Antonio Guzmán, Jacobo Majluta, Carlos Pérez Ricart y los hermanos Brea Peña, financiaron al partido y arriesgaron sus vidas y fortunas personales, pero jamás alcanzaron sus espacios apelando al dinero como única y última instancia.
Sin José Francisco Peña Gómez alcanzamos la orfandad ideológica y perdimos el sentido de equilibrio indispensable en un partido como el PRD. Por eso, con su muerte, aunque antes existían manifestaciones aisladas, se puede observar la fase de emergencia de una gama de dirigentes con una enorme capacidad para impregnar el sello del clientelismo puro y simple que adquiere su expresión “triunfadora”, cuando Héctor Rafael Peguero Méndez vence, con la ayuda del PLD y actores perredeistas, a Winston Arnaud en la presidencia de la cámara de diputados.
Con esa ambientación clientelar y sin rumbo ideológico, emerge Miguel Vargas como un proyecto que su primera parada técnica expresaba una intención a la alcaldía de la capital, pero su llegada al ministerio de obras del gobierno de Hipólito Mejía creaba las bases de una acumulación patrimonial, sumada a la complicidad de una franja de la prensa en capacidad de articular un proyecto de poder con posibilidades.
Siendo justo, el desarrollo de sus proyectos empresariales e inmobiliarios hacía de él, un hombre con grandes recursos económicos, desde mediado de los 80s. Antes de esa etapa, su real ascendiente en el PRD obedecía a su capacidad recaudadora y una estrecha relación con Hatuey Decamps.
Y el factor legitimador de esas posibilidades presidenciales está asociado a las dificultades de la mayoría de los funcionarios de la administración 2000-2004 en construir un relevo, y la enorme habilidad de Vargas Maldonado en ser el único miembro del gabinete con excelente relaciones con los sectores que adversaron con bastante energía a la administración perredeista desde las tribunas comunicacionales.
Una descripción clara del desvarío partidario lo constituiría la victoria de Vargas Maldonado sobre Milagros Ortiz Bosch en la convención extraordinaria del 2007. Esos resultados fueron posibles en el marco de la confusión interna y la torpe apuesta de los sectores hegemónicos bajo la premisa de que la viabilidad de su proyecto presidencial obedecía al hecho de ser el dirigente con mayores condiciones económicas para competir contra el PLD.
Gravísimo error, porque se derrotaba a una opción interna con mayor sentido de compromiso histórico, y en capacidad de preservar un PRD liberal, democrático y asociado a los sectores progresistas. Aquellos errores crearon las bases de un asalto del conservadurismo a los puestos de importancia partidaria donde la lógica operativa eran las candidaturas, el servilismo al nuevo amo y la estructuración de una organización anclada en repartos financiero para oficializar un esquema de socios minoritarios al servicio de un empresario con voluntad para transformar las reglas de 75 años de vida institucional.
La llegada de Vargas Maldonado a la presidencia del PRD posibilita un cambio de esquema en la operatividad de la organización. Burocratizado, distante de la lucha social, con una noción light de la oposición, articula el espacio por excelencia para estructurar pactos públicos y entendimientos subterráneos con el PLD, concretizando una operación desconocida en la vida política: coincidencias e intercambios caracterizados por ventajas financieras, alrededor de cuotas de poder frente un rol opositor cantinflesco.
El ganar- ganar ha sido su esquema. Inclusive, desde el momento en que se coloca en el centro del debate cuando es oficializado candidato del PRD en el 2008, el proceso de legitimación de Vargas Maldonado tiene aristas propias de su condición comercial en capacidad de generar suspicacias ante el sentido común de cualquier mortal que habita la media isla en la que vivimos. Después de perder las elecciones de Leonel Fernández, vendió el actual edificio de Aduanas al gobierno.
Se podrá esgrimir que la condición de empresario inmobiliario es previa a la de aspirante presidencial, pero la concesión de un préstamo en el Banco de Reservas de un monto de 15 millones de dólares en una institución financiera del gobierno, en medio de la lucha presidencial entre Danilo Medina e Hipólito Mejía, refleja una extraña tendencia a realizar negocios con un Estado, dirigido implacablemente por sus competidores electorales. Con la reciente adición: la aceptación del consejo del Banco de Reservas de entregar un inmueble, ubicado en la avenida Lope de Vega que fungía de edificio principal de la empresa telefónica TRICOM, como dación en pago de 12 millones de dólares para saldar su compromiso financiero ¿Acaso tanto coincidencia no mueve a sospecha?
Anclado en una dinámica financiera, como forma de construir un espacio electoral, existe una relación muy cómoda entre el PLD y la gestión institucional en el PRD de Miguel Vargas. Por un lado, no se ejerce una oposición dura, cuestionadora y en capacidad de desplazarlos del poder. Y del otro, se rentabiliza la pasividad creando las condiciones de lazos económicos con el Estado que terminan validando a un potencial aspirante, sin reales posibilidades y con adicción al dinero, para hacer su plataforma política. Aunque parezca irónico, esa operación termina revirtiéndose contra el partido en el poder, debido al desequilibrio provocado por la inexistencia de un real ejercicio opositor que califique la democracia dominicana y provoque en la alterabilidad, una formula renovadora y efectiva del sistema partidario.
Toda la resistencia expresada en el PRD para organizar procesos internos democráticos, plurales y transparentes obedece a la instrumentalización del partido alrededor de conseguir una candidatura presidencial contra viento y marea.
Por eso, hasta en los momentos de posibilitar un acuerdo entre los sectores de mayor nivel de conflictividad, la tesis de no ceder hasta que se entregue el puesto de candidato presidencial en el 2016 representa el punto de mayor dificultad.
Desde siempre, la gestión institucional de Miguel Vargas no utiliza la plataforma partidaria para adecuar el instrumento, ideologizarlo, asumir el discurso reivindicador de los sectores populares y promover la renovación del liderazgo. Para él, su único objetivo es oficializar su candidatura. De ahí, la conformación de un partido a su imagen y semejanza.
Siento que la orquestación de una convención antidemocrática y fraudulenta el pasado 20 de julio obedecía al criterio autoritario de que “se la robamos, y no importa”. Esa parada técnica no tendría consecuencias porque el sector de Vargas Maldonado se ufana en todos los sitios de repetir que sus conexiones con el poder le garantizan fallos favorables en las Altas Cortes. Y eso no lo creo. La realidad es que confunden la naturaleza de la integración de esa instancia en el 2010, como resultado del Pacto de las Corbatas Azules, con una especie de licencia para desbordar el sentido del límite en las actuaciones internas del PRD. Para ellos, los amarres y el contubernio político pueden derrotar el avance institucional y los anhelos de amplios núcleos, sedientos de impulsar cambios y respeto a las reglas elementales de la democracia.
Todo el esquema montado en mi contra para robarse la convención ordinaria no tiene un componente personal. Sin importar el nombre, todo aquel que impida la articulación del proyecto político-empresarial organizado desde la “institucionalidad partidaria” tendrá que recibir los ataques, como resultado de obstruir el negocio montado alrededor de las aspiraciones presidenciales de Miguel Vargas Maldonado. Y de eso estoy consciente. Por eso, espero con tranquilidad la decisión del Tribunal Superior Electoral, como primer round de un pleito que está casado, de manera civilizada e institucional, en defensa de un modelo de partido atrapado en manos, cercanas a los negocios y distante de servirle a la gente.