NUEVA YORK, Estados Unidos.- El doctor Silvio Torres-Saillant ajustó cuentas con los intelectuales dominicanos abanderados en el ultranacionalismo que encarna la ideología del abogado Marino Vinicio Castillo, y valoró positivamente el libro de Fausto Rosario Adames, sobre Vincho Castillo, como “el esbozo más iluminador” que se haya publicado en el país sobre la llamada guerra política contra el fenómeno de las drogas.
Torres-Saillant fue quien presentó el libro “El reinado de Vincho Castillo, droga y política en la República Dominicana”, en su cuarta edición, el abril pasado en Nueva York, y aprovechó para analizar el debate sobre el narcotráfico en la República Dominicana y otras derivaciones, que incluyen las posiciones oficiales y la postura del persona que ha sido definido como el zar de la lucha contra las drogas, el doctor Vincho Castillo, ahora director de ética del gobierno.
A continuación el extracto de la presentación de Silvio Torres-Saillant:
Cruzada Anti-Democrática
Los primeros diez capítulos del libro de Fausto Rosario Adames aportan el esbozo más iluminador que a mi parecer se haya publicado en el país sobre el papel político que hoy desempeña la llamada guerra contra el narcotráfico tanto en nuestra sociedad como en las demás naciones del hemisferio.
Su lectura nos sugiere todavía otra dimensión del significado del personaje nombrado en el título. Aparte de su ineludible papel de individuo, el abogado Castillo, persona de carne y huesos falaz y nociva con un historial de sesenta años de daño ha hecho a los dominicanos de buena voluntad, se detecta en estas páginas como metáfora de nuestro mal social.
Vivimos un drama que si bien muestra señas particulares que lo distinguen como dominicano no dejamos de compartirlo los demás pueblos de la región. El recuento que hace Fausto de la XI Conferencia de Seguridad de las Islas-Naciones del Caribe en Santo Domingo en el 1995 da pistas para ver al abogado Castillo como un arma de combate desplegada por las autoridades dominicanas para mantener a raya al grueso de la población. Realizada bajo los auspicios de las Fuerzas Armas Dominicanas, con la participación de representantes de alto rango de los organismos militares de la región, excluyendo a Cuba, y la Infantería de Marina de los Estados Unidos, la Conferencia se enfocó en el tema de la continuada relevancia de los cuerpos castrenses de la región en vista de la nueva realidad geopolítica que se les presentaba.
El juicio de los representantes dominicanos en dicha Conferencia quedó articulado por el entonces jefe de la Dirección Nacional de Control de Drogas, el Contralmirante Julio César Ventura Bayonet, al decir que si “la insurgencia totalitaria y el imperialismo colectivista ya no constituyen una amenaza para nuestras democracias, es hora de que nuestros ejércitos concentren sus esfuerzos en la lucha contra el tráfico de drogas” (pág. 68).
Valga glosar que al referirse a “insurgencia totalitaria” e “imperialismo colectivista” el Contralmirante no tenía en mente totalitarismos como los de Francisco Franco, Rafael Leónidas Trujillo y Augusto Pinochet, tiranías de extrema derecha que gozaron del apoyo imperial de los Estados Unidos, país representado en la Conferencia.
El destacado militar aludía al comunismo y la revolución socialista que durante varias décadas animaron la lucha contra la opresión balaguerista en el país. El término “colectivista” describía la agenda social vislumbrada por el movimiento revolucionario, la del Estado promoviendo el bienestar colectivo de la ciudadanía, difiriendo así de la agenda capitalista que privilegia el interés individual de los inversionistas en empresas privadas.
La Conferencia se daba después de terminada la Guerra Fría y la disolución de la Unión Soviética, un momento en que el Capitalismo mundial ya había declarado su victoria frente a la alternativa presentada por su rival ideológico en la arena geopolítica. Ventura Bayonet expresaba la seguridad de que los promotores del ideal de la nueva sociedad ya no presentaban peligro alguno y sus palabras iban orientadas a enfatizar el nuevo enemigo: los traficantes de drogas.
En los diez capítulos mencionados Rosario Adames se vale de estudios críticos y análisis agudos en la bibliografía del pensamiento social para darnos un contexto pan-hemisférico en el cual ubicar la instrumentalización de la guerra contra las drogas que tantos beneficios ha redituado al abogado Castillo. Ello nos permite ver la intriga del funesto personaje dominicano como la manifestación local de una estrategia que ha tomado cuerpo a nivel regional.
Libres de la rivalidad moral del socialismo que llevaba al capitalismo a dar muestras de atención por el bienestar de la ciudadanía, en estos tiempos los regímenes imperantes en las sociedades del hemisferio se lanzan contra su real e inherente enemigo: la propia población nacional con sus exigencias materiales, aspiraciones democráticas e insistencia en opinar sobre el uso de los recursos naturales de su tierra natal.
De ahí que los cruzados de la nueva guerra santa a menudo tiendan a mezclar la ofensiva contra traficantes con la reducción de las libertades y derechos civiles del pueblo. Por ejemplo, el jurista Jottin Cury, otra de las voces dominicanas participantes en la Conferencia citada, llegó a justificar las medidas dictatoriales si los ciudadanos irrespetaban la democracia. Aparte de estimar concebible obligar a los agricultores a cultivar la tierra o prohibir por varios años la venta de motocicletas para evitar la proliferación de motoconchos y la migración, el ex rector de la Universidad Autónoma de Santo Domingo contempló la idea de anular el derecho a la libre expresión: “si colocáramos tapones en la boca y grillos en las manos a cuantos expresen y difundan irresponsablemente sus pensamientos, cuyo uso y abuso es causa de difamaciones contra vivos y muertos… otro gallo cantaría” (págs. 68-69).
Abogando por una posición defensiva despiadada, Cury sostuvo que la protección nacional requería “la voluntad de practicar contra los mercaderes de la muerte una política sin cuartel, aunque la hipocresía vociferante nos acuse de violadores de los derechos humanos” (pág. 69).
El distinguido jurista fue profesor de Fernández en la UASD. Anteriormente, había tenido una trayectoria de factura progresista, cerrando fila con Bosch en el PRD, colocándose del lado del pueblo–junto a Caamaño–en la gesta de abril del 65 y oponiéndose a la estratagema balaguerista–mediada por el abogado Castillo–de violar el proceso electoral en el 1978.
Sin embargo, en el 1990, aunque Balaguer regresara al poder fraudulentamente, le aceptó el cargo de Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo. A pesar de renunciar al año siguiente, había cruzado ya a una zona tétrica que lo vincularía a la anti-haitiana Unión Nacionalista y al abogado Castillo. Para el 1996, persuadido por Fernández, apoyaría al PLD debido que el PRD no se había pronunciado con suficiente claridad sobre el peligro de la inmigración haitiana (Margarita Cordero, “Jottin Cury: En el centro de las tormentas de los tiempos” Rumbo 24-30 enero de 1996).
En general, cuando una sociedad capitalista se declara en guerra contra un enemigo genérico en el marco regional o geopolítico como el comunismo, el terrorismo, el narcotráfico o la inmigración nadie recibe el leñazo bélico de forma tan agobiante como la población nacional.
La guerra del gobierno dominicano ha mostrado poco éxito en la misión de interceptar cargamentos de drogas, apresar narcotraficantes o confiscar los bienes mal habidos de los capos implicados. Ha registrado su mayor éxito en viabilizar el impacto de artífices de la manipulación como el abogado Castillo, inculcando miedo en la ciudadanía y creando un ambiente tolerante de cuantas medidas se le ocurran al gobierno para salvar la nación de la catástrofe inminente.
Así como ha adquirido vigencia valerse de una acusación de narcotráfico para cortar las alas de un rival político, igual se ha hecho norma invocar el problema migratorio para avanzar proyectos anti-haitianos de pura estirpe trujillista con graves consecuencias para los dominicanos de origen haitiano y la mayoría afrodescendiente de la ciudadanía. Hasta qué punto ha prendido en la esfera pública nacional la expectativa anti-democrática se deduce de cuán fácil parece habérsele hecho a varios letrados, gente de quien se espera algún nivel de pensamiento crítico, salir a la palestra a defender medidas inhumanas del gobierno y descalificar a los compatriotas que las critiquen.
Véase la carta pública de los literatos Eduardo Gautreau deWindt, Oscar Holguín-Veras, Alex Ferreras. Néstor Medrano, Camelia Michel, Pura Emeterio Rondón, Efraím Castillo y Roberto Marcallé Abreu repudiando la presencia en el país y cuestionando la dominicanidad del laureado narrador domínico-americano Junot Díaz por sus juicios contrarios al gobierno dominicano a raíz de la sentencia TC 168-13 que le retiraba la ciudadanía a unos 250,000 compatriotas de herencia haitiana (“Ocho escritores ponen en duda la dominicanidad de Junot Díaz…” 7dias.com.do 30 de noviembre 2013).
Los escritores citados expresaron su indignación en noviembre del 2013 en el marco de una visita publicitaria que hacía Díaz a su tierra natal con motivo del lanzamiento en el país de la traducción al español de una de sus obras. Les urgía hacer constar su rechazo a las opiniones contrarias al régimen externadas por el cuentista y novelista de la diáspora. Pero a ninguno parece haberle urgido condenar el horrendo homicidio cometido menos de dos meses después en Villa González, en el marco de la haitianofobia oficial suscitada por la sentencia desnacionalizadora, contra los hermanos Yidet y Yodet Kaseite, cuyos cuerpos aparecieron en el río La Lavas “sin cabeza, brazos ni pene, además de un trozo de madera introducido por el ano” (“Encuentran cadáveres de haitianos sin cabezas, brazos ni penes”, Hoy.com.do 22 enero 2014).
Uno asocia la escritura literaria y el estudio de las letras con las humanidades, campo que se enfoca en la valoración de nuestros semejantes. Pero los literatos citados no se sintieron compelidos a decir nada en público para condenar la sangrienta barbarie como habían hecho poco antes con miras a silenciar la opinión de un escritor que adversaba al régimen.
Acongoja pensar que a lo mejor a estos cultores de la palabra pueda haberles calado en el alma la solidaridad con las víctimas del odio. Quizás habrían deseado hacer un llamado a la cordura con tal de que lo mismo siga ocurriendo en nuestro país. Pero, tal vez optaron por reprimir sus almas solidarias por temor a pecar de desleales al régimen imperante ya que la violencia padecida por los difuntos había ocurrido en el ambiente haitianofóbico exacerbado por la ley desnacionalizadora. Además, para la fecha ya los grupúsculos ultranacionalistas habían comenzado a componer y hacer públicas sus nóminas de “”traidores a la Patria”.
Hasta dónde ha llegado el credo anti-democrático, mediado por la cosmovisión trujillista sostenida en el país por la depravación balagueriana que reina hasta nuestros días, quizás quede mejor ilustrado por el pensamiento del abogado Cayo Claudio Espinal, conocido en el medio literario como poeta desde que en el 1979 dio indicios de luces líricas con el poemario Banquete de aflicciones, que le mereció el Premio Siboney de Poesía.
Desde entonces se ha caracterizado por el afán de descollar como voz poética original, líder de estéticas nuevas y fundador de escuelas literarias, aparte del ejercicio de la abogacía y el servicio en los estamentos oficiales de la cultura durante gobiernos del PLD. Poseo copia de un escrito inédito suyo facilitado por un amigo común quien se vio instado a compartirlo conmigo debido a la grima que le produjera su lectura. Prosa especulativa en procura de un acento nietzscheano, cruce de disquisición filosófica y meditación política, el texto contiene partes que parecen salidas de la imaginación calenturienta de Marino Vinicio Castillo, alias “Vincho”.
Describiéndolo como ejercicio de “carácter experimental”, Espinal titula su escrito La hora cuadrada y allí hace gala de un misticismo ultranacionalista emparentado con el Mein Kempf (1925) y una religiosa certeza en la existencia de una conspiración global contra el país que recuerda el libelo antisemita Los protocolos de los sabios de Sion (1912). Exhibe una convicción tan frenética sobre el peligro inminente que se cierne sobre la nación dominicana que llega pedir el encarcelamiento duradero de todos los compatriotas que objeten la sentencia TC 0168-13.
Para él se trataría de una mera aplicación del “artículo 76, y siguientes, del Código Penal dominicano contra quienes cometen crímenes y delitos contra la seguridad exterior e interior del Estado, el cual dispone lo siguiente: ‘Toda persona que, desde el territorio de la República, se ponga o trate de ponerse de acuerdo con Estados extranjeros o con sus agentes, o con cualesquiera institución o simples personas extranjeras, para tratar de que se emprenda alguna guerra contra la República o contra el Gobierno que la represente, o que se le hostilice de alguna forma, o que, contra disposiciones del Gobierno, se intervenga de cualquier modo en la vida del Estado o en la de cualquiera institución del mismo, o que se preste ayuda para dichos fines, será castigada con la pena de treinta años de trabajos públicos. La sanción susodicha alcanza a todo dominicano que desarrolle las actuaciones mencionadas aunque ello se realice desde territorio extranjero’” (Espinal, La hora cuadrada).
Como el prontuario de “crímenes y delitos” contra la nación que en la opinión del sublime poeta Cayo Claudio Espinal merecen el castigo de treinta años de prisión a trabajo forzado no excluye el uso de la palabra para disentir de las disposiciones del gobierno, sin dudas a Fausto le tocaría la pena contemplada en “el artículo 76, y siguientes” por publicar la obra que nos ocupa. También les tocaría a los cientos de compatriotas que se congregaron en la Escuela Secundaria Gregorio Luperón del Alto Manhattan el 25 de abril del 2014 a celebrar la cuarta edición de dicha obra. Además, habría que llevar a la cárcel con la respectiva tanda de trabajos forzados a más del 50% de la población dominicana a juzgar por los resultados de la encuesta del Proyecto de Opinión Pública de América Latina que indica que quienes apoyan la sentencia desnacionalizadora no son mayoría (Barómetro de las Américas 18 noviembre 2013).
Con igual pena habría que castigar a todo compatriota que “traicione” a su patria con la afiliación a organizaciones defensoras de la salud ambiental que a diario externan su desacuerdo con las concesiones hechas por el gobierno a la mega-minería y otras industrias contrarias al bien del suelo, los ríos y las montañas del país. Demasiada, en fin, sería la gente merecedora de prisión en la lógica patriótica del sublime poeta e incontables las injusticias que los literatos detractores de Díaz tendrían que callar por lealtad al régimen.
Podríamos achacar al autor de El reinado de Vincho Castillo el agravio de afligirnos con una obra dolorosa para todo dominicano a quien le duela su país. De hecho, podríamos hacernos eco a primera vista de la queja del amigo común que dijo no perdonarle a Fausto el dignificar al personaje con la escritura de todo un libro sobre él. Pero sólo a primera vista. Pues, dejar de escribir un libro sobre el abogado Castillo en nada disminuye el daño que ocasiona su papel en la sociedad. Tampoco suprimir la mención de su nombre hará esfumarse su vigencia en la vida nacional. Ni mucho menos hay que ver en el drama protagonizado por el sujeto la acción de una persona aislada. Aquí el individuo encarna la ética de un régimen y encaja con la moral social que orienta a los sectores de poder en una sociedad y en una coyuntura geopolítica particular.
Además, así como el Lado Oscuro se alimenta de inculcar odio en el alma de la gente de buena voluntad, la preeminencia en la vida nacional del testaferro trujillista se nutre del silencio de las voces que articulan la conciencia crítica del país. Por lo tanto, la forma de lidiar con el dolor que nos causa el libro de Fausto es imaginar el dolor que debe de haberle causado a él escribirlo.
Al imaginarlo, no podemos más que agradecerle no haber callado a pesar de la presión circundante en la esfera pública por sembrar el silencio cómplice en la gente pensante. Su desafío al reinado del silencio tiene su precio e implica un riesgo. De ello da fe el director de periódico que, después de haberle dado puerta franca al reportaje sobre el narcotráfico que serviría de base al libro, se negó a publicarlo al ver los hallazgos alarmantes recogidos por el periodista. De igual manera, la Biblioteca Nacional y varias instituciones académicas se negaron a ceder sus planteles para la puesta en circulación del texto una vez publicado en forma de libro (págs. 50-51).
A final de cuentas, la existencia de El reinado de Vincho Castillo como artefacto bibliográfico ayuda a constatar el invaluable dispositivo de esperanza que perdura en nuestra gente. Véase los cientos de periodistas y lectores que vinieron al Alto Manhattan a saludar la valentía moral del reputado periodista Fausto Rosario Adames. Para mí ello solo puede significar que el pueblo dominicano sabe agradecer a los compatriotas que dan la cara por él. Mientras perdure esa solidaridad con quienes abogan por la inclusión, justicia e igualdad en nuestra sociedad, no podrán vencer los enemigos del pueblo que insisten en gobernarnos.