Washington (EFE/Jairo Mejía).- Hillary Clinton ha logrado ser la primera mujer candidata presidencial de uno de los dos grandes partidos estadounidenses, pero muchas labraron antes ese camino en un país poco paritario cuando se trata de cargos políticos.
Después de notables casos aislados de mujeres que durante el siglo XX fueron pioneras al alcanzar el Gobierno de sus países, como la israelí Golda Meir, la india Indira Gandhi o la islandesa Vigdís Finnbogadóttir, hoy por hoy la elección de mujeres es normal en medio mundo, como pueden testificar Alemania, Dinamarca, Chile, Brasil, Liberia o Corea del Sur.
La primera economía mundial sigue rezagada en lo que respecta a igualdad en puestos electos y ocupa, según datos de la Unión Interpalamentaria, el puesto 97 mundial en porcentaje de mujeres legisladoras, con un 20 %, muy por detrás de países como España (40 %) o los líderes en este ránking: Bolivia y Ruanda, con el 50 %.
El camino que Clinton ha iniciado en EE.UU., y que podría culminar con la elección presidencial el 8 de noviembre, comenzó en 1874 cuando Victoria Woodhull se presentó a la Presidencia por el Partido de la Igualdad de Derechos. Hace casi 140 años, Woodhull tuvo la osadía de presentarse a unas elecciones en las que no podía ni votar por sí misma, ya que el sufragio femenino no fue garantizado por la Constitución estadounidense hasta 1920.
Woodhull, que se convirtió en la primera propietaria de acciones en Wall Street años antes, denunció en su campaña la esclavitud sexual de la mujer y la falta de libertad para determinar su futuro en asuntos como el divorcio.
Encarcelada tres días antes de los comicios por "indecencia" en su encendida defensa de la igualdad ante el hombre blanco, fue condenada al ostracismo.
En las décadas posteriores varias fueron las mujeres que intentaron asumir posiciones de responsabilidad política, algo que al principio solía recaer en esposas de senadores fallecidos.
En 1964, Margaret Chase Smith fue la primera mujer en aspirar a la candidatura presidencial por un gran partido cuando se presentó a la primarias por el Partido Republicano, de las que se retiró.
Shirley Chisholm abrió ese mismo camino en 1972 en las primarias demócratas, con el añadido de ser la primera afroamericana que buscaba la nominación presencial en una convención de uno de los grandes partidos, donde consiguió más de 150 delegados.
Desde entonces, varias mujeres exploraron sus opciones presidenciales en partidos minoritarios y en las presidenciales de este año ya hay dos candidatas oficiales a la Casa Blanca: Jill Stein, del Partido Verde, y Gloria La Riva, del Partido por el Socialismo y la Liberación.
Pero hasta la llegada de Clinton ninguna mujer se había proclamado (a la espera de que lo confirme la convención del partido el próximo mes) como candidata presidencial de una de las formaciones de este sistema bipartidista.
Una de las pioneras en buscar la nominación demócrata, Patricia Schroeder, quien lo intentó en 1988, comentaba esta semana la importancia simbólica del paso dado por Clinton para convertirse en la primera mujer presidenta de Estados Unidos.
"La Casa Blanca era la última barrera que mantenía el cartel de 'no se permiten mujeres' y vamos a acabar con eso (…) No sé por qué hemos tardado tanto. Puede que se deba a la falta de una tradición como la de las monarcas mujeres", señalaba Schroeder en entrevista con MSNBC.
Sea como fuere, Estados Unidos progresa muy lentamente en la elección de mujeres a puestos de alta responsabilidad política.
De los 50 estados, solo 6 están gobernados por mujeres; mientras que los Legislativos estatales mantienen mejores porcentajes de participación femenina que el Congreso federal, donde solo un quinto son mujeres.
Pese a todo, las cosas parecen condenadas a cambiar, especialmente en un Congreso dividido desde 2010 en el que las legisladoras de ambos partidos han demostrado ser las mejores constructoras de consenso e incluso las más trabajadoras.
En la gran nevada del pasado enero, que obligó al cierre de gran parte de las oficinas de Washington, pasó relativamente desapercibido que cuando muchos disfrutaban de un día tácito de vacaciones, todos los que acudieron a sus puestos de trabajo en el Congreso pese al temporal eran mujeres.
"Permítanme darles un poco de perspectiva histórica. Si echan un vistazo a esta Cámara verán que la sesión la preside una mujer, que las parlamentarias son todas mujeres, que las ujieres son todas mujeres. Esto no estaba planeado, pero algo ha cambiado esta mañana y a mí me parece fabuloso", se regodeaba la senadora republicana Lisa Murkowski. EFE