El país está a la puerta de la disolución institucional, y hace falta un esfuerzo de los partidos y de la sociedad para producir un cambio, una  verdadera transición, que vuelque a las fuerzas democráticas a reconducir el país por el sendero democrático. Esto es lo que propuso Rafael Chaljub Mejía, en un encuentro de diversas organizaciones sobre la transición pendiente, en que el viejo dirigente de izquierda fue el orador invitado, junto al ingeniero José Reyes.

Chaljub Mejía dijo lo siguiente:

“Aún así, quiero sumar mi opinión a la de ustedes, en cuanto a la necesidad de fundar un movimiento de carácter cívico, no partidista pero con vocación política, que conjugue las demandas morales con la lucha política, que tome por banderas la lucha por conquistas democráticas dirigidas a cambiar las reglas del juego, que vaya más allá de las denuncias y participe en la lucha por el poder; un movimiento de contenido cívico que contribuya a romper el monopolio político que comparten los grandes partidos y llame a los hombres y mujeres de este pueblo a luchar por un cambio en la dirección suprema del Estado, sin lo cual es imposible superar el régimen que ha conducido al país a las puertas la disolución institucional”.

Rafael Chaljub Mejía

El seminario titulado La Transición Pendiente, celebrado este domingo 27 de agosto en la capital. Fue convocado por un grupo de personalidades para analizar la crisis y el agotamiento del régimen político y estatal y de las instituciones que lo soportan, y, de paso, la necesidad de luchar por ponerle fin a esa situación y por la renovación política e institucional que haga posible el avance hacia un orden político y estatal positivamente nuevo.

En el evento habló Fafa Taveras también como expositor invitado y dos de los anfitriones, el doctor Erasmo Vásquez, y el ingeniero José Reyes, quien pronunció las palabras de clausura. Asistieron delegaciones de Azua, San Juan de la Maguana, San Cristóbal, Bonao, La Vega, Nagua, Puerto Plata, Sánchez, Santiago, San Francisco de Macorís, entre otros.

A continuación la presentación La transición pendiente, de Rafael Chaljub Mejía, expositor invitado

Señoras y Señores:

Doy las gracias a los organizadores de este evento por invitarme a hablar ante ustedes. Los felicito por salirse de la rutina estéril en que transcurre la vida política de nuestro país y poner sus miras y su interés en horizontes más amplios. Y hay que hacerlo así, porque tenemos un reto muy grave por delante. El régimen estatal y las instituciones en que ese régimen se sostiene se han agotado y han hecho crisis. No hay forma de repararlas poniéndoles remiendos y hay que ponerse en pie y luchar por un cambio radical que supere el lastimoso estado del presente, y sobre las ruinas de este viejo orden, organizar la transición hacia una auténtica renovación política e institucional.

Esa transición, que venía pendiente desde los tiempos de la primera República, debió producirse al caer la tiranía de Rafael Trujillo en 1961 y no ocurrió. Se sabe que en 1930 el país cayó al abismo, más de treinta y un años de tiranía unipersonal, de subordinación de todas las instituciones al poder y a la voluntad torcida de un déspota, crearon una cultura dictatorial del ejercicio del poder, un culto excesivo al presidencialismo y un irrespeto inadmisible a la institucionalidad y a la Constitución misma.

Se creyó que al caer aquella tiranía en 1961, el país entraría en un nuevo orden democrático, con instituciones funcionales y que los horrores y toda la cultura del trujillismo pasarían a ser un recuerdo odioso en la mente de las nuevas generaciones. Pero esa preciosa oportunidad terminó en un acto fallido. La mano del poder norteamericano intervino en forma más abierta que nunca, buscó y encontró sus respectivos cómplices en el país y, a pesar del denodado esfuerzo de las masas que exigían en las calles democracia y libertad, se impuso el borrón y cuenta nueva. Salimos de Trujillo, pero el trujillismo siguió en pie. Las mismas instituciones, las mismas estructuras en que se basó la tiranía, la misma cultura que se había arraigado como norma del ejercicio del poder y, en muchos casos, hasta los mismos personajes, siguieron vigentes con tanta fuerza que, cuando en el 1963, el presidente Juan Bosch intento un ensayo democrático y una administración decente, desde las fuerzas de la vieja oligarquía y del seno de las Fuerzas Armadas en que se apoyó Trujillo, surgió el golpe artero del 25 de septiembre que mató en su cuna aquel ensayo.

La revolución de abril de 1965 fue otra oportunidad de renovación a fondo de la vida nacional, con la circunstancia favorable de que precisamente del seno de las viejas estructuras militares, había surgido una joven oficialidad dispuesta a hacer que la historia y el orden democrático volvieran a su cauce. Pero los mismos poderes internacionales y los mismos sectores reaccionarios locales que mediatizaron la transición al caer la tiranía, frenaron el triunfo de la revolución de abril, y el trujillismo, que conservaba frescas sus raíces, retornó al Palacio en 1966 con Joaquín Balaguer, ficha escogida por los norteamericanos para escamotearle el triunfo que debió corresponderle a los que habían peleado por la constitucionalidad y defendido la dignidad nacional ante las tropas invasoras.

En vez del cambio hacia lo democrático y lo progresista, lo que hubo fue un colosal retroceso, se implantó la dictadura de los doce años, durante los cuales y lo mismo que bajo el régimen de Trujillo,

el presidente ejerció un poder violento y apabullante, al cual se sometieron el congreso nacional, la ley orgánica y los escalafones de los cuerpos armados, las normas del Ministerio Público, los tribunales de justicia, y la Constitución misma, que por nueva vez volvieron a ser letra muerta en manos del monarca.

Las fuerzas progresistas libraron una batalla de proporciones pocas veces vistas en el campo de las luchas políticas de nuestro país y forzaron el cambio de gobierno de 1978. La deuda pendiente con la renovación política, la democracia y la institucionalidad, al fin parecía encontrar su saldo. Pero una vez más, cambió la fachada y todo siguió montado en las mismas zapatas de antaño. El cambio se anunció pero se quedó en palabras y peor aún, porque una vez más la mano de los agentes norteamericanos, condujo a una negociación onerosa que le otorgó a Balaguer el control de una parte importante de los poderes públicos y así las fuerzas conservadoras del balaguerismo siguieron ejerciendo una influencia a veces determinante en la vida nacional.

Balaguer se rehabilitó políticamente y volvió al poder en 1986 durante diez años más. En ese período se produjeron los acontecimientos mundiales que tuvieron su punto culminante en la caída del muro de Berlín, y a tono con la derechización que ganó fuerza en el mundo, la sociedad dominicana giró aún más hacia las posiciones conservadoras. En esas circunstancias, con Balaguer, forzado a dejar la presidencia en 1996, el Partido de la Liberación Dominicana entró en alianza con el balaguerismo y llegó al Palacio Nacional. Entonces se produjo otra de las inconsecuencias políticas de que está llena de nuestra historia. Un partido que había proclamado pertenecer al campo liberal y progresista, que había jurado luchar por terminar la obra inconclusa de Juan Pablo Duarte, que había exhibido como su más manoseada bandera la propaganda moralista y la denuncia de la corrupción, llegaba al poder aliado con los representantes de una herencia política conservadora, y ya con el poder en las manos, ese partido, en vez usar ese poder para superar y dejar atrás esa mala herencia, lo que hizo fue fortalecer ese conservadurismo, proclamarse él mismo balaguerista, tomar como guía el atrasado manual del viejo caudillo, sin la violencia represiva del balaguerismo, pero hizo suyo aquel estilo de gobernar y hacer política y hasta se hizo adicto al viejo mal histórico de la reelección y el continuismo, de los cuales Trujillo y Balaguer fueron sus principales exponentes.

Muy a grandes rasgos, esa ha sido la historia de ensayos fracasados, de transiciones mediatizadas, de oportunidades de avance democrático e institucional desperdiciadas. Hasta llegar a la situación actual cuando, a causa de tanto estancamiento, la aporreada y menoscabada institucionalidad del país ha hecho crisis y se vuelve cada vez más insostenible. Si se toma una por una, institución por institución, por venerable y solemne que parezca, es posible darse cuenta de que en este país se vive sin normas ni garantías ciudadanas, porque el Estado y sus instituciones son cada vez más incapaces de respetarlas y hacerlas respetar. El Estado, como tal, como suma de instituciones y encarnación jurídica de la República, es cada vez más famélico. Bombardeado desde hace años por las teorías liquidacionistas del neoliberalismo que promueven las grandes potencias, el Estado dominicano pierde cada vez más la debida dignidad de Estado soberano, luce sometido al poder del capital financiero internacional con el cual se ha endeudado hasta niveles escandalosos, ha entregado las fronteras soberanas de la patria, lo ha vendido todo, ha perdido la base económica que una vez tuvo, ha entregado la independencia económica de la nación y no es extraño ver a cualquier oficial del Fondo Monetario exhibirse en pleno Palacio Nacional y sin ningún respeto dictar las recetas a las que debe someterse la economía dominicana. Hubo en una ocasión un funcionario del área económica que fue demasiado elocuente y dijo sin sonrojo, que el FMI había puesto al gobierno dominicano de rodillas y que el gobierno había tenido que negociar con el Fondo con un revolver en el pecho. Ese Estado disminuido ha perdido fuerza hasta para hacer que sus propios funcionarios cumplan con mandatos legales tan elementales como presentar una declaración jurada de bienes. Ha perdido capacidad hasta para garantizarle a la población cosas tan elementales como el orden público o el tránsito organizado en calles y carreteras del país. La dignidad de las altas cortes, la calidad de los tribunales de justicia, la autoridad del Congreso Nacional, la dignidad de la Constitución de la República y otras instituciones pierden cada vez más su credibilidad al aparecer como meras herramientas del presidente de turno, sea quien sea, que las maneja al compás de su conveniencia política.

A cuál Junta Central Electoral elevar una instancia ante un posible fraude en perjuicio de un partido opositor. A quién acudir en demanda de justicia. A cuál institución policial llamar con la esperanza de que acuda a tiempo al lugar de una posible tragedia. Cuál institución puede preservar la vida de una mujer del pueblo amenazada por la brutalidad de un potencial feminicida. Todo por ese estilo va demostrando a diario que marchamos hacia el colapso definitivo de las instituciones, sometidas todas y moldeadas como si fueran de cera, al interés político del partido gobernante y del presidente de turno. Una República no es eso. Esa realidad es la de una República al borde del cataclismo. Ningún pueblo que se respete a sí mismo puede vivir, mucho menos progresar y mucho menos aún ser feliz, bajo ese desorden. Ese régimen político, ese Estado enfermo y esa institucionalidad son la peor traba para el avance democrático y para avanzar hacia una verdadera revolución democrática, es imperioso suplantarlo con la lucha cívica del pueblo organizado. Y el panorama se empeora más aún, porque se agota el régimen estatal e institucional, y se agotan las fuerzas políticas en que ese viejo sistema se apoya. Partidos y grupos políticos que, en su mayor parte, abandonaron todo principio doctrinario, para colocar en su lugar el frío interés y el afán de posiciones de poder, para ser usadas en muchos casos como fuente de enriquecimiento.

Y más aún. Las mismas teorías neoliberales de los últimos tiempos, han cultivado el más acentuado egoísmo en la mente de la gente. Han promovido como si fueran valores de primer orden, la despolitización, la indiferencia ante los problemas sociales, el menosprecio a los intereses públicos y lo colectivo, a la vez que le rinden culto al enriquecimiento personal aunque para enriquecerse haya que saltar por sobre todas las barreras éticas y morales. Así el individualismo, el egoísmo exacerbado ha ido ganando fuerza en la conciencia de mucha gente y a tono con él, el apego a valores y tradiciones morales que el pueblo cultivó a lo largo de su historia de lucha y de trabajo van cayendo abatidos constantemente. Aquella expresión de: Yo soy pobre pero honrado, va cayendo en desuso como la moda del sombrero, ante el afán desmedido de riqueza. No es extraño entonces que la corrupción haya alcanzado los niveles espantosos que han salido a la luz pública en estos meses, y que han provocado la justificada indignación del pueblo, parte del cual ha tenido que lanzarse a la calles en el hermoso movimiento de la marcha verde que, basado en motivaciones morales, en demanda el fin de tanta impunidad y el cese de la corrupción, está recorriendo el país de extremo a extremo. Ese movimiento ha puesto en evidencia la forma en que se manejan algunos negocios públicos y se juega con los recursos del país, ha probado que no es verdad que la vergüenza y la moral se habían perdido sin remedio y que el país se había resignado impotente ante la corrupción. Esa marcha verde tiene emplazada a la justicia, ha creado además un ambiente más propicio para que las ideas que ustedes han venido discutiendo prendan raíces y den sus frutos.

Quiero al fin y aún en calidad de invitado, que me permitan darle una opinión muy personal. Reconozco que en momentos tan trascendentes y cruciales como estos, las opiniones personales y a veces hasta la vida misma, deben quedar subordinados al interés general. Muera yo y Sálvese la República, dijo la heroína María Trinidad Sánchez antes de ser ejecutada en 1845 por orden implacable de Pedro Santana. Aún así, quiero sumar mi opinión a la de ustedes, en cuanto a la necesidad de fundar un movimiento de carácter cívico, no partidista pero con vocación política, que conjugue las demandas morales con la lucha política, que tome por banderas la lucha por conquistas democráticas dirigidas a cambiar las reglas del juego, que vaya más allá de las denuncias y participe en la lucha por el poder; un movimiento de contenido cívico que contribuya a romper el monopolio político que comparten los grandes partidos y llame a los hombres y mujeres de este pueblo a luchar por un cambio en la dirección suprema del Estado, sin lo cual es imposible superar el régimen que ha conducido al país a las puertas la disolución institucional. Y que organice la necesaria transición hacia una República digna de ese nombre, y del sacrificio de tantos luchadores que lo largo de nuestra historia han derramado sangre, sudor y lágrimas por ver la patria redimida. Un movimiento con vocación política y vocación de poder, que se base en la fuerza de sus opiniones, en la claridad de sus razones, con pronunciamientos ajenos a la estridencia, al insulto y al tremendismo, que hable con la serenidad y la firmeza inconmovibles del que está convencido de sus razones y confía en que la nación y el pueblo las harán suyas y alcanzarán el triunfo. Han dicho ustedes que se encaminan hacia la celebración de un Congreso Cívico en el cual el movimiento que proponen adoptará el programa que resumirá sus objetivos políticos nacionales y sus normas organizativas. Con todo respeto los llamo a preparar ese gran evento con el mayor esmero, a procurar la mayor suma de voluntades sanas y buscar la participación de los más amplios sectores nacionales porque sin esa amplia coalición y suma de voluntades será imposible alcanzar el cambio en la suprema dirección del Estado, y emprender la recuperación y la refundación económica, moral, institucional y cultural de un país que a la hora del cambio va a quedar en ruinas, desolado como quedó Egipto después de las siete plagas. Los exhorto a no precipitarse, pero no perder tiempo. En la vida política no existe el vacío y la propia historia del país ha demostrado que cuando llega un momento crucial y la renovación se convierte en una demanda inaplazable, si el campo popular y democrático no se ponen a la altura, el vacío a veces lo llena la peor de las opciones. Desde ya les deseo todo el éxito que se merecen por su oportuna iniciativa, que sea su movimiento uno de los pilares alrededor del cual se forme una masa humana contra la cual no puedan ni el fraude ni las presiones, ni la compra de votos ni las maniobras engañosas. Quedo a la espera de buenas noticias y sepan que me sentiría altamente honrado y complacido de venir a comprobar el crecimiento de esta idea cuando me inviten a otro evento como este.

Palabras del ingeniero José Reyes, en la clausura del seminario La Transición Pendiente, celebrado el domingo 27 de agosto

Compañeros y amigos presentes.

Como se habrá notado, aquí se ha planteado un tema de transcendental importancia para el +devenir inmediato de nuestra República Dominicana. De las opiniones e inquietudes expuestas se sustrae la necesidad de establecer un compromiso solemne para con la patria.

Es posible que en estos momentos estén surgiendo múltiples iniciativas, quizás con las mismas intenciones de lo que en este acto se ha establecido. Sabemos que hay muchos dominicanos de buenos sentimientos altamente preocupados por la triste situación que atraviesa este país, especialmente su descalabro moral e institucional. Pero lo importante es que independientemente de la diversidad de opiniones que pudieran ponderarse, está claro que esto no puede seguir así, y que la única forma de parar este desastre es desplegando la más amplia gama de esfuerzos en una sola dirección: una refundación del estado dominicano y de la forma del ejercicio político quese nos ha impuesto, estando de acuerdo en que para lograr esto se hace imprescindible detener contundentemente el continuismo peledeista en el poder, que tanto mal le ha hecho a la institucionalidad democrática de la nación, pero asimismo habrá de impedirse también la continuidad de esa práctica clientelista y mafiosa, la cual, como dice mucha gente, se ha hecho prácticamente cultural, sea quien sea el partido o gobernante que ocupe la conducción del estado. Tanto es así, que casi esto se asumía como algo normal, hasta que por fin se ha logrado, con el apoyo de reputados sectores de la prensa y la valiente decisión de una gran cantidad de dirigentes y activistas sociales, por lo menos poner en marcha a cientos de miles de ciudadanos de todo el país, proclamando a todo pulmón el fin de la impunidad y la corrupción que impera desde el Estado.

Debemos y tenemos la necesidad de seguir impulsando la organización y movilización cívica de la sociedad, que como la contundente Marcha Verde ha despertado en gran medida la conciencia ciudadana, sobre todo de sectores que hasta ahora se habían mantenido apáticos y silenciosos, soportando estoicamente el descalabro y deterioro de los valores que deben adornar a cualquier país civilizado del mundo. Pero no basta con tan solo protestar y lamentarse. La protesta es una condición necesaria pero no suficiente. Debemos extirpar el mal desde la profundidad de sus raíces, hay que organizar lo más ampliamente posible todos los sectores sociales en sus distintas instancias para que adquieran la debida conciencia política, a fin de demandar en el PLANO POLITICO el fin de la impunidad, la corrupción, y el clientelismo, males ancestrales que venimos padeciendo desde la fundación de la república, pero que ha germinado como nunca antes en los últimos gobiernos que hemos tenido.

Esa es la pertinencia de esta propuesta, Abracémonos en un programa mínimo y posible, que nos permita convocar a la sociedad dominicana para desde un CONGRESO CIVICO NACIONAL enfrentar organizadamente la lucha contra toda esta práctica de estado, que esta lacerando la integridad de nuestras familias, que está destruyendo el espíritu de la dominicanidad, y que está desmoralizando a todo el mundo. Esta propuesta surge aquí, ante ustedes, y ha sido planteada para su ponderación, por personas que han demostrado durante toda su vida que no les interesa nada personal ni material. Luchadores incansables en todos los terrenos y escenario que les ha tocado, buscando siempre, como único objetivo, un mejor bienestar para el pueblo dominicano.

Debemos precisar con claridad suficiente que aquí no se está proponiendo la formación de un partido ni movimiento político con la finalidad de debatirse en las tradicionales contiendas electorales. Tampoco pretendemos negar esas estructuras. Lo que si nos motiva es crear una instancia de poder popular con la participación de los más variados sectores activos , y de personas democráticas y de buenos sentimientos patrióticos, que independientemente de su simpatía o militancia política, de su religión o estamento social a que pertenezca, tengan la suficiente calidad moral y el apoyo poblacional necesario para imponer y demandar ante cualquier mandatario o gobierno los mecanismos necesarios para acabar con el régimen de impunidad y corrupción, al tiempo de establecer cambios profundos y sustanciales que den al traste con la pobreza e indigencia, la inseguridad, insalubridad, la carencia de un efectivo sistema educativo, una real política de protección medio ambiental, y muchísimas otras cosas más que de seguro todos conocemos.

Convencidos estamos de la pertinencia de esta propuesta, la misma es una necesidad nacional y están dadas las condiciones subjetivas para desarrollarla. Desde aquí, y a partir de ahora mismo, debemos empezar a delinear el camino que nos conduzca hacia la celebración de ese evento. Empezaremos de inmediato a organizar a la gente en toda la geografía nacional, es decir en todas las provincias, municipios, distritos y parajes, con la firme determinación de realizar ese CONGRESO CIVICO NACIONAL, y desde allí, y todos juntos, proclamar la necesidad de un mejor país para el bien de todos los dominicanos.

Muchas Gracias.-

27 Agosto 2017, DN