Manuel Aurelio Tavarez Justo fue un ejemplo de revolucionario comprometido, que ofrendó su vida en aras de la patria y que dejó un ejemplo para las nuevas generaciones. Estas consideraciones son de Rafael Chaljub Mejía, quien fuera compañero de Manolo en la guerrilla de Manaclas, ofrecidas en una conferencia titulada La herencia de Manolo, la transición pendiente y el Congreso Cívico.
“Estamos ante las señales alarmantes del ocaso de la institucionalidad, y cuando esto ocurre, cuando se vive en medio del desorden, solo salen ganando los poderosos. Lo que vemos y estamos sufriendo ahora no son más que las consecuencias del estancamiento político e institucional en que se ha mantenido el país. El cambio fundamental que debió hacerse al caer la tiranía en 1961 y no se hizo, que pudo hacerse cuando lo iba a imponer el pueblo en armas en 1965, que debió producirse al fin de los doce años en 1978; esa transición hacia lo democrático y progresista, esa superación del atraso, no se ha hecho, está pendiente y de tanto postergarse hemos llegado al punto crítico en que simplemente hay que cambiarlo y refundarlo todo”.
Esa es una de las conclusiones de Chaljub Mejía, en la conferencia ofrecida el pasado viernes en el Club Universitario de Guibia, ante numerosos asistentes.
Expresó que “ya la situación no se soluciona con remiendos ni con un simple cambio de un gobierno por otro. Ya no basta la oposición por la oposición misma, por más altisonante y estridente que sea. Hay que trabajar a plenitud por un cambio profundo. Y en ese esfuerzo debemos buscar la indispensable inspiración en los valores que Manolo y sus compañeros nos legaron”.
Dijo que Manolo y sus compañeros dejaron una herencia de valor y de optimismo, desde que en medio de aquel clima de terror, vencieron el miedo y se lanzaron a preparar el derrocamiento de una tiranía que parecía invencible. “Desde temprano nos enseñaron que no hay cambio imposible cuando el pueblo se decide a buscarlo”.
A continuación el texto completo de la conferencia:
La Herencia de Manolo, la transición pendiente y el Congreso Cívico
Conferencia dictada por Rafael Chaljub Mejía el viernes primero de diciembre de 2017.
Al poner esta actividad bajo el recuerdo de Manolo venimos a rendirle un tributo de recordación solemne a ese mártir inmortal de nuestra patria; a decirle que no lo olvidamos ni lo olvidaremos, a pesar de haber transcurrido cincuenta y cuatro años de su muerte; que están presentes sus luchas y sus enseñanzas y que hay hombres y mujeres dispuestos a recoger la herencia política que él dejó y seguir sus huellas en la búsqueda de los propósitos por los que él dio su vida.
Manuel Aurelio Tavárez Justo fue un hombre excepcional. Él encabezó una generación de jóvenes que se echó a cuestas la agonía de su patria, y desde las tinieblas del silencio y el terror hizo oír su grito de combate y libertad. Esos luchadores recogieron el legado de los héroes de la expedición de junio de 1959 y organizaron un movimiento conspirativo con ramificaciones en todas las regiones del país y en todos los estratos de la sociedad. A la cabeza de esa labor revolucionaria, junto a su esposa y compañera Minerva Mirabal, estuvo Manolo. El movimiento clandestino fue descubierto en enero de 1960, apresados sus miembros y sometidos a inenarrables torturas, a las cuales sucumbió dolorosamente más de un centenar de sus integrantes. Pero en esa oportunidad Trujillo había ganado la batalla que le costó la guerra. Empezaron a contarse los días del fin de la tiranía; al régimen se le agravó la crisis, la resistencia se volvió inextinguible y, en medio de la agonía de su largo e ignominioso gobierno, el 30 de mayo de 1961 aquel personaje que parecía invencible terminó cocido a tiros en el baúl de un carro. Se abrieron entonces las posibilidades de la lucha política pública, y fue en esas circunstancias cruciales para la República que aparecieron la figura gallarda y prominente de Manolo y su Agrupación Política Catorce de Junio. En una sociedad que había vivido en la ignominia durante casi treinta y dos años, Manolo representaba la dignidad, el valor, el heroísmo, la verticalidad y la honradez. Él era la encarnación del patriotismo y de la mejor esperanza de redención de nuestro pueblo.
Muerto Trujillo y caída la tiranía, era el momento de decidir el rumbo que tomaría el país. Había que rematar el trujillismo, liquidar su herencia y organizar la transición hacia un régimen democrático y progresista. Manolo estuvo a la vanguardia de la lucha por lograrlo. Su voz sonó más alta que ninguna en demanda de los cambios que demandaban las circunstancias. Pero recordarán ustedes que eran aquellos los tiempos duros de la guerra fría. Los norteamericanos, aterrorizados por el ejemplo de Cuba y su revolución, metieron sus manos para impedir que la caída de la tiranía fuese seguida de un proceso que le permitieran al país arribar a un régimen con un Estado independiente, basado en instituciones fuertes, propias de una república democrática y soberana. Los norteamericanos contaron con la complicidad de las principales fuerzas y líderes políticos de nuestro país, y Manolo y las fuerzas de izquierda de aquel tiempo no pudieron variar los designios de los norteamericanos y sus aliados locales, así aquella transición quedó mediatizada, prevaleció el concepto inmoral del borrón y cuenta nueva y la impunidad en favor de criminales y corruptos engendrados por la tiranía sentó un precedente que no ha podido ser más perjudicial para nuestro país. De manera que salimos de Trujillo y algunos de sus allegados, pero la vieja maquinaria del trujillismo quedó en pie y se mantuvo el trujillismo sin Trujillo.
Manolo denunció todo aquel engaño, aquella maniobra que tantas tragedias causaron y sigue causando a nuestra nación y a nuestro pueblo. La voluntad de los norteamericanos y sus cómplices locales se impuso y aquella oportunidad resultó un acto fallido. El trujillismo conservó su fuerza. Y cuando a partir del 27 de febrero de 1963 se inició un ensayo democrático bajo el gobierno del profesor Juan Bosch, la vieja oligarquía, que había sido derrotada en las elecciones del 20 de diciembre de 1962, tomó el camino de la sedición y del golpismo, recogió la bandera del anticomunismo que tanto usó Trujillo contra sus opositores, y con el concurso de las viejas estructuras en que se había basado la tiranía, como parte del alto mando de las Fuerzas Armadas y de la alta jerarquía de la Iglesia Católica, la conspiración culminó en el golpe de estado del 25 de septiembre de 1963.
Manolo, que había llamado a no votar en las elecciones de 1962, tuvo el gesto de honradez y de nobleza de levantarse en armas contra el golpe y por el retorno a la institucionalidad que había sido suprimida por la voluntad de un grupo de políticos reaccionarios y un grupo de altos oficiales irresponsables. Como se sabe, Manolo cayó bajo el plomo homicida de los golpistas en la fría soledad de las montañas de Manaclas el 21 de diciembre, y su muerte selló el fracaso de aquel levantamiento armado organizado de prisa y sin las condiciones indispensables para triunfar. Pero marcó el camino y señaló el horizonte de la lucha por el retorno a la constitucionalidad. Y el 24 de abril de 1965 estalló la sublevación de un grupo de militares dignos y valientes que, siguiente el norte marcado por Manolo, se levantó en rebelión, entregó las armas al pueblo y echó abajo el gobierno del Triunvirato golpista, en un empeño heroico por rescatar las instituciones y hacer volver el país al curso de su desarrollo democrático.
Fue aquella otra brillante oportunidad de completar la transición hacia un nuevo régimen. Pero una vez más intervinieron los norteamericanos y el 28 de abril empezó el desembarco de las tropas que impidieron la victoria de aquel hermoso movimiento. Frenaron el triunfo de la revolución, echaron por tierra la posibilidad que tuvo el país de arrancar para siempre las raíces del trujillismo y alcanzar un gobierno sostenido por el pueblo en armas, que encausara la República por sendas de progreso, auténtica democracia y plena soberanía.
De paso la intervención norteamericana creó las condiciones para que las fuerzas del trujillismo que encabezaba Balaguer y que habían conservado su influencia, reconquistaran el poder y lo ejercieran desde 1966 durante doce años largos. Además de represiva la dictadura de los doce años fue un régimen en el cual el poder lo concentraba una sola persona. Los tribunales, los cuerpos armados, las cámaras legislativas, la Junta Central Electoral, se sometían a la prepotente voluntad del presidente. La cultura trujillista del mando se hizo más fuerte aún.
Nuestro pueblo y las fuerzas revolucionarias y opositoras mantuvieron una indoblegable resistencia, exigieron el cese de una represión que provocó más muertos que los que habían caído en combate durante toda la guerra de abril. Al fin la dictadura balaguerista fue desplazada en 1978, y aunque la sustitución de Balaguer se hizo en nombre del cambio, ese cambio fue también mediatizado. Se logró un importante margen de libertad política que se mantiene hasta el presente, pero una vez más la impunidad de siempre cubrió con su manto siniestro a los responsables de los grandes crímenes de aquella era y a los culpables del saqueo de los fondos públicos. Peor todavía, porque ese arreglo de 1978, montado también bajo auspicio de los interventores norteamericanos, le permitió a Balaguer el control del senado, de la Justicia y otros resortes del poder. Lo dejó en condiciones de rehabilitarse en la oposición y ocho años después recuperó el poder, lo ejerció por diez años más y cuando en 1996 se vio forzado a abandonarlo, interpuso su influencia y tuvo la suficiente fuerza para escoger el partido que habría de sucederle.
Fue así, en hombros de Balaguer, apoyado en las fuerzas conservadoras del balaguerismo, como el Partido de la Liberación Dominicana –PLD-, que había jurado luchar por completar la obra inconclusa de Juan Pablo Duarte, ascendió al poder político. Y en vez de usar el poder para cumplir lo que había prometido desde los días de su fundación, en vez de liquidar esa herencia conservadora y promover una verdadera revolución democrática, lo que hizo fue asimilar y hacer suya la tradición y las concepciones conservadoras del balaguerismo, convertirlas en su escuela, reeditar desde el gobierno los vicios de esa herencia, copiarlos y en muchos casos sobrepasarlos.
Balaguer se convirtió en el modelo y el maestro del PLD y de los principales partidos del país. Varios partidos distintos y un solo Dios verdadero, Balaguer, parece ser el credo desde entonces. Él desapareció, pero como la víbora, que deja envenenado el agujero donde duerme, la vida política del país y sobre todo, el ejercicio de gobierno, quedaron contagiados de los vicios y las malas prácticas del balaguerismo, que no es otra cosa que el neotrujillismo sobreviviente desde 1961. Con la circunstancia casi desconcertante de que la fuerza política que con más vigor las está poniendo en práctica, es precisamente el partido que más empeño puso en hacer creer que era distinto a los demás. El viejo mal de la reelección y el continuismo; la indiferencia cómplice ante la corrupción, la impunidad que protege a los culpables; y principalmente, el presidencialismo, ese vicio de nuestra historia, se ejerce hoy desde el poder ejecutivo con tanta gravedad, que ha convertido las instituciones del Estado en meras herramientas manejadas al compás de los intereses políticos y la voluntad del presidente y el grupo de poder que lo rodea.
El Estado, como suma de instituciones nacionales, como aparato administrativo, ha sido convertido en un botín de guerra del partido oficialista sea cual sea. Esa ha sido y sigue siendo la norma. Los gobiernos se han sucedido uno tras otro, cada uno ha seguido el mismo viejo estilo de siempre, hasta convertir el aparato del Estado y el tren administrativo en una fuente del clientelismo y el soborno a la población votante. La misma Constitución de la República se maneja, se reforma, se atropella y se remienda con una facilidad que rompe todos los records. Lo mismo que el Congreso Nacional, las Altas Cortes, la Junta Central Electoral, la justicia. Así tenemos a la vista unas instituciones sometidas, al borde del colapso, casi en ruinas. Por lógica consecuencia, un Estado tan disminuido que ya no puede hacerse respetar ante los grandes poderes extranjeros que a veces disponen hasta de nuestras fronteras marítimas y terrestre, otras veces dictan las recetas que deben aplicarse en materia económica. Un Estado que cada vez más luce vencido por la delincuencia común y la delincuencia de cuello blanco; que no puede siquiera organizar el tránsito en ciudades y carreteras, para no hablar de servicios tan vitales como la salud y la seguridad social. Ese Estado que luce a veces irrespetado e impotente ante sus propios empleados, al extremo de que no puede hacer que muchos de sus propios funcionarios cumplan con ley de la declaración jurada de bienes. Y en medio de esa descomposición no es extraño que la corrupción haya llegado al punto en que se encuentra y que medio país, movido por una justificada indignación, haya tenido que lanzarse a las calles con la marcha verde, a reclamar el cese de la corrupción y el fin de la indignante impunidad que la fomenta.
Estamos ante las señales alarmantes del ocaso de la institucionalidad, y cuando esto ocurre, cuando se vive en medio del desorden, solo salen ganando los poderosos. Lo que vemos y estamos sufriendo ahora no son más que las consecuencias del estancamiento político e institucional en que se ha mantenido el país. El cambio fundamental que debió hacerse al caer la tiranía en 1961 y no se hizo, que pudo hacerse cuando lo iba a imponer el pueblo en armas en 1965, que debió producirse al fin de los doce años en 1978; esa transición hacia lo democrático y progresista, esa superación del atraso, no se ha hecho, está pendiente y de tanto postergarse hemos llegado al punto crítico en que simplemente hay que cambiarlo y refundarlo todo.
Ya la situación no se soluciona con remiendos ni con un simple cambio de un gobierno por otro. Ya no basta la oposición por la oposición misma, por más altisonante y estridente que sea. Hay que trabajar a plenitud por un cambio profundo. Y en ese esfuerzo debemos buscar la indispensable inspiración en los valores que Manolo y sus compañeros nos legaron.
Ellos nos dejan una herencia de valor y de optimismo, desde que en medio de aquel clima de terror, vencieron el miedo y se lanzaron a preparar el derrocamiento de una tiranía que parecía invencible. Desde temprano nos enseñaron que no hay cambio imposible cuando el pueblo se decide a buscarlo.
Nos dejan un valioso ejemplo de que la política se ejerce como una forma de servir al pueblo y a la patria, como una vía de conquistar la libertad y abrir nuevos horizontes progresistas a la República. A nadie pudo haberle pasado por la mente que aquel líder y el movimiento que él encabezaba andaban buscando posiciones y cargos públicos para llenarse los bolsillos del dinero ajeno.
Manolo anduvo por un tiempo aliado a los grandes ricos de la Unión Cívica Nacional. A él se lo ofrecieron todo, y cuando estos llegaron al poder en alianza con muchos de los viejos trujillistas y de la mano de los norteamericanos, y participaron en la maniobra que impidió la transición hacia la democracia con contenido y con sustancia social, Manolo los denunció valientemente, guardó distancia y desmarcó las fronteras con ellos. Hay cuando la política se ha convertido para muchos en un medio para el enriquecimiento a cualquier precio, el valor del ejemplo moral que nos dejó aquel líder, tiene más importancia que nunca.
Manolo luchó por una justicia recta y severa con el crimen y el delito, no por una justicia manipulada y que se trance por presiones ejercidas desde arriba; y cabe pensar que uno de sus mayores dolores y una de sus mayores decepciones las debió haber sufrido al ver que la justicia de entonces se burló de sus reclamos y protegió con la impunidad de siempre a los torturadores y asesinos de su esposa, sus cuñadas, sus compañeros de lucha y de martirio y de todos los caídos en las garras de aquella tiranía de sangre y horrores.
Manolo respetó la Constitución y murió luchando por su vigencia. Él que no había participado en las elecciones del 20 de diciembre de 1962, no vaciló en lanzarse a la lucha por el retorno a la constitucionalidad. Y es importante recordar que en el programa que el Catorce de Junio heredó de los expedicionarios de junio de 1959 estaba consignado el compromiso de luchar por una nueva constitución que fuera el resultado de una asamblea constituyente cuyos delegados fueran electos por voto popular.
Y por supuesto, Manolo nos deja su herencia de combate a las injusticias y las grandes desigualdades sociales que siguen pesando como montañas sobre las espaldas de nuestro pueblo.
Debemos acudir a las enseñanzas que se derivan de esa herencia y así, como los hombres y mujeres del 24 de abril de 1965, los soldados y combatientes civiles que protagonizaron aquella otra epopeya gloriosa de nuestra historia, siguieron el ejemplo legado por Manolo y su levantamiento armado; sigamos esas mismas huellas hoy desde el campo de la lucha cívica.
En ese sentido, quiero llamar la atención acerca de la importante iniciativa que han venido impulsando desde hace meses, grupos de hombres y mujeres de diversos puntos del país, con la finalidad de crear un movimiento cívico para desde el mismo hacer el aporte correspondiente al cambio político y la transición democrática que está pendiente desde hace tantos años.
Se trata de un movimiento de carácter cívico pero con vocación política, no un partido político propiamente dicho, tampoco un frente integrado por una alianza de partidos ni por una suma de grupos, sino por ciudadanos, por individualidades, por personas que independientemente de sus simpatías, sus compromisos y su militancia política, sientan la necesidad y estén dispuestas a unir voluntades por superar el estado calamitoso en que se van hundiendo las instituciones y el país mismos; que reconozcan y hagan conciencia del deber de dar un paso al frente y actuar, para abrir el cauce correspondiente a un proceso de renovación y cambio, que lleve a feliz culminación la revolución democrática que Manolo no pudo llevar a cabo y parece habérnosla dejado como una tarea histórica que espera ser cumplida.
Se trata de organizar ese movimiento cuyo poder más que en el número y la muchedumbre, resida en la fuerza de sus pronunciamientos y sus opiniones. Una asociación de ciudadanos dispuestos a librar una batalla de ideas, que desde ya levante sus banderas políticas, sus demandas democráticas, encaminadas a crear la conciencia necesaria en la sociedad en la lucha por superar el atraso.
Ha surgido la Marcha Verde y hay que respaldarla resueltamente. Lo mismo debe hacerse frente a toda iniciativa que cualquier sector o grupo de ciudadanos emprenda con los mismos fines que los perseguidos por quienes están preparando el Congreso Cívico. Se trata de sumar fuerzas y voluntades encaminadas a un mismo fin y en ese sentido la Marcha Verde ha dado un buen ejemplo de que es posible la coexistencia de hombres y mujeres que pueden tener conceptos y opiniones diferentes pero estén dispuestos a luchar por lograr propósitos positivos comunes. Pero para que la impunidad y la corrupción terminen o por lo menos reciban las sanciones merecidas cuando se produzcan, hay que cambiar las cosas a profundidad.
Los gobiernos se han sucedido unos tras otros a lo largo del tiempo y el país ha seguido en línea recta hacia el precipicio. Lo que se necesita va mucho más allá que la sustitución de un hombre por otro o un gobierno por otro. Y esto hay que trabajarlo desde ahora. Hay que crear un movimiento de presión en favor de la renovación que la República necesita para avanzar hacia horizontes más promisorios. Hay que instalar en la conciencia de la gente y la opinión pública un conjunto de demandas políticas que obliguen al liderazgo político y muy especialmente a quien ascienda al poder a comprometerse con ellas para recomponer a fondo el régimen político e institucional moribundo bajo el cual también languidece la República. Hay que trabajar para acreditar un conjunto de demandas justas y razonables de forma tal que nadie, ni desde la oposición ni desde el gobierno, pueda ignorarlas. A ese respecto vale la pena poner un ejemplo reciente. Aquí se hizo una campaña por el cuatro por ciento del presupuesto para la educación. Los candidatos de la oposición la asumieron y el partido de gobierno, aunque no la compartía inicialmente, y se quedó en el poder, tuvo que inclinarse ante la corriente de opinión que se formó y ceder ante la fuerza que ganó ese reclamo justo.
Con estos conceptos y en procura de constituir el movimiento cívico del cual les vengo hablando, hay ya núcleos de hombres y mujeres comprometidos y en plena actividad en la mayor parte de los pueblos del Cibao, en parte de los pueblos del Este, en varios pueblos de la región Sur y en la misma capital, por supuesto.
Todo este quehacer habrá de culminar en los próximos meses, en la celebración de un Congreso Cívico, evento nacional en el cual una representación de la sociedad, de la nación y sus aspiraciones democráticas se reúna y haga oír su voz y reitere su compromiso con el cambio progresista. En ese evento nacional el movimiento deberá aprobar un programa en el cual se resuman sus fines y objetivos, un reglamento organizativo y también escoger sus directivos. Para preparar ese Congreso Cívico se crearán las comisiones respectivas pero le toca a todos y cada uno de los comprometidos en este esfuerzo que está ahora mismo en sus inicios, aportar su entusiasmo, sus ideas y ante todo, sus esperanzas de que se puede hacer que nuestro país rescate plenamente la herencia de Manolo, deje atrás la mala herencia de su pasado y cambie al fin hacia un mejor porvenir.