Río de Janeiro, 11 may (EFE/Mar Marín).- Con la bandera de la justicia social, el Partido de los Trabajadores llevó a Luiz Inácio Lula da Silva al poder en Brasil en 2003. Hoy, golpeado por la crisis que ha colocado a Dilma Rousseff al borde de la destitución, afronta el desafío de hacer autocrítica y buscar nuevos liderazgos.
Poco queda de la ilusión que levantó el PT entre buena parte de la sociedad brasileña y que le convirtió en uno de los partidos de referencia del país desde su nacimiento, en la década de los 80.
Fruto de una alianza de partidos de izquierda, organizaciones sindicales y sectores de la iglesia próximos a la teología de la liberación, el PT nació en la oposición a la última dictadura militar en Brasil (1964-1985).
Las promesas de cambio de un sistema corrompido, de transformación social y de defensa de los trabajadores fueron quedando en el camino mientras el PT se sumergía en el engranaje político brasileño y caía de lleno en las redes de la corrupción.
Nacido del movimiento sindical que cobró fuerza en Sao Paulo a finales de los 70, el PT se consolidó con el liderazgo del carismático dirigente sindical Luiz Inácio Lula da Silva.
Según el intelectual marxista César Benjamin, desde 1990 "Lula y José Dirceu comenzaron a vaciar el potencial militante del PT para transformar el partido en una máquina electoral formidable".
En su cuarto intento, Lula consiguió la Presidencia, en 2003, en medio de una crisis de credibilidad de los partidos tradicionales con un mensaje que conquistó a los electores y un lema más que pegadizo para definirse a sí mismo: Lula paz y amor.
Su compromiso con el cambio pronto se vio empañado por el primer gran escándalo que tambaleó a su Gobierno: el "mensalao", una compleja red de sobornos a parlamentarios que salpicó a varios dirigentes del PT en 2005, entre ellos José Dirceu, ministro de la Casa Civil y mano derecha del mandatario, y el presidente del partido, José Genoíno.
Lula entonces sacó pecho y afirmó que "lo que el PT hizo desde el punto de vista electoral es lo que se hace en Brasil sistemáticamente".
Pero en septiembre de 2006, la corrupción volvió a salpicar al PT con la llamada "crisis del dossier", que alcanzó al propio Lula y al senador Aloízio Mercadante, candidatos a la Presidencia y al Gobierno de Sao Paulo respectivamente, que supuestamente pretendían comprar informes que perjudicaban a la oposición.
Pese al escándalo, Lula esquivó el golpe y con el lema "Quiero un Brasil decente" renovó por un segundo mandato que logró terminar como el político mejor valorado por el electorado -un 80 por ciento de imagen positiva-, en buena parte debido al éxito de programas sociales de los que se benefician unos catorce millones de familias brasileñas, como el "bolsa familia".
Eligió entonces a una de sus más fieles colaboradoras, la exguerrillera Dilma Rousseff, para sucederle, en 2011, con un compromiso: "Para que Brasil siga cambiando".
Aunque desgastada y criticada por su falta de carisma político y por una gestión alejada de las líneas programáticas del PT, la primera presidenta de Brasil logró la reelección en 2014 con el lema "Cambia más".
Para entonces, el PT poco tenía que ver con el Partido de los Trabajadores que había conquistado a los brasileños diez años atrás.
En el camino, el PT de Lula se fue distanciando de su aliados naturales, los partidos y colectivos de izquierda, como los movimientos Sin Tierra y Sin Techo, y se acercó peligrosamente a sus adversarios políticos naturales: el centro y la derecha.
Según el intelectual marxista César Benjamin, desde 1990 "Lula y José Dirceu comenzaron a vaciar el potencial militante del PT para transformar el partido en una máquina electoral formidable".
Arrastrando un fenomenal aparato burocrático, el PT se acercó al Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB), la poderosa fuerza que durante décadas ha tenido la llave de la Presidencia del país.
Aliada con el PMDB, con Michel Temer como vicepresidente, Rousseff logró un segundo mandato pero, a la postre, su compañero de viaje terminó por asestarle una herida mortal, impulsando el juicio político que la ha colocado a un paso de la destitución y que ha noqueado al PT.
El "delito" de Rousseff: maquillaje del presupuesto público. Una técnica ilegal que han practicado todos los gobiernos brasileños durante décadas.
Como telón de fondo, una crisis económica imparable -agravada por la caída de los precios de las comodities y el petróleo- y el "Lava Jato", la mayor investigación judicial de la historia de Brasil, que se ha llevado por delante a altos funcionarios y dirigentes de todos los partidos, incluido el PT, que había llegado al poder enarbolando la bandera de la honestidad.
El "Lava Jato" no ha terminado y de su evolución dependerá mucho el futuro del PT y del propio expresidente Lula, en la mira del juez que impulsa la investigación, Sergio Moro.
Mientras, en la calle, las multitudes que solía arrastrar el PT ahora aparecen menguadas y desencantadas.
Recuperar el partido pasa por una profunda revisión autocrítica y por la búsqueda de nuevos liderazgos capaces de recuperar la confianza de la sociedad.
Pero la regeneración es un proceso lento y el sistema político brasileño ha dado muestras, a lo largo de la historia, de que es un gigante devorador de sus propios hijos. EFE