SANTO DOMINGO, República Dominicana.- A los 50 años de las primeras elecciones libres, las de diciembre de 1961, el país se enfrenta a un proceso electoral complejo. Hay que reflexionar sobre lo que queremos, dice Nicole Rizik, estudiante de Derecho de Unibe, en un texto enviado a Acento y que se publica por la profundidad de su contenido.
Algo nuevo, algo viejo, algo prestado, algo azul
Ya se acerca la Boda de Oro de la democracia y las tradiciones que pintan a nuestra cultura, aquellas supersticiones y tabúes, hacen de nuestras elecciones un ritual que alimenta durante un año completo los temas de conversaciones desde los colmados hasta las altas casas de estudio.
Ya se siente –desde hace un tiempo- esa efervescencia política que querámoslo o no, se convierte en el “placer culposo” de las familias dominicanas. Pero la realidad es que estamos enfrentando una ceremonia seria y significativa, estas elecciones que se celebrarán en el 2012 conmemorarán el 50 aniversario de las primeras elecciones democráticas luego de la dictadura de Trujillo en diciembre del 1962 y es nuestra responsabilidad determinar el comienzo de los próximos cincuenta.
Es a mí entender, el momento de preguntarnos: ¿Cómo queremos desfilar ante esta boda? ¿Al ritmo de la marcha nupcial o la marcha fúnebre?
Mi intención es que entiendan –especialmente los jóvenes- que esto no tiene nada que ver con un partido, un color o una persona, el destino de nuestra nación no puede valerse de sincretismos banales ni rostros vacíos, el futuro de este fragmento de tierra surfea en las altas olas de la incertidumbre, donde lo único que le podrá prestar balance es un conjunto de decisiones honestas y conscientes.
He escuchado repetidas veces sobre un grupo de jóvenes que se encuentran iniciando un movimiento llamado “Joven Ponte en Política”, lo que me parece una iniciativa genial por parte de algunos compañeros con quienes comparto en la universidad, sin embargo, quiero que tengan como norte, el tipo de política en el que los jóvenes nos tenemos que poner, la cultura que debemos ir generando desde nuestro feto electoral.
Como una joven de veinte años, me llena de tristeza el común argumento que expresan con indiferencia muchos: “es que tenemos el país que merecemos”, alegando que la población, por falta de educación no se encuentra en la capacidad de discernimiento entre lo correcto y absurdo; lo absurdo estimados lectores, es lavarnos las manos con este argumento.
El dominicano antes de aprender a sumar o leer, sabe quién fue Lilís, Buenaventura Báez o Manolo Tavares Justo, no he conocido persona humilde en un campo que no te pueda contar con puntos y comas la historia que se me hace tan difícil percibir en los libros, me atrevo a afirmar que vertidos de muchos defectos, si de algo sabe un dominicano, es de dominó, pelota y política.
Entonces, ¿Cómo nos atrevemos alegar desconocimiento? El problema no se encuentra en la historia que repetimos constantemente, ni en el aislamiento intelectual de parte de nuestra población, el núcleo de nuestra situación es la forma en la que hacemos política, cómo hemos tergiversado una de las ciencias más nobles y cómo hemos ensuciado lo que hace 50 años construyeron los valientes.
Me atrevo a decir que no queremos ser uno de esos matrimonios duraderos en los que no nos podemos ni mirar a los ojos en las mañanas y donde la pasión aguarda en la última gaveta del ático.
Ahora me pongo a pensar en ese ritual ridículamente supersticioso que las novias emplean minutos antes de presentarse en el altar y haciendo un “checklist”, en estas elecciones efectivamente tenemos: algo nuevo, algo viejo, algo prestado y algo azul. La pregunta es ¿Qué realmente necesitamos?
Nicole Rizik – Estudiante de Derecho UNIBE