La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer bastaría para solucionar la mayoría de los problemas del mundo. (M. Gandhi).
La nuestra es una sociedad a la deriva; la deriva trae consigo una estela de cinismo, que son la concha del desastre en el tiempo; porque independientemente de la corteza del protector, la historia es siempre justa y se ensaña con los que no asumen con seriedad sus acciones y decisiones. Pero, en tanto la historia hace su papel, los que vivimos el presente, perdemos ese hermoso tiempo, en el marco de aquellos que juegan a las calamidades, trasnochando nuestra existencia, en un abatimiento permanente.
Ese sentido sin dirección ni propósito con la sociedad ha devenido en un desvarío con el grueso de las necesidades. Lo que aterra, entonces, es como la ciudadanía a lo largo del tiempo ha ido conformándose en una zona de confort, en las distintas dimensiones de la existencia humana.
El ser humano se “acomoda” a lo mas irrestible, a lo mas inaudito de la condición humana. Es explicable en tiempo de adversidades, de obstáculos y en momentos donde la conflictividad llega a su máxima expresión (La guerra). Pero, que nos hagamos sujetos de la historia real de acciones y decisiones abominables que contravienen los más elementales principios de la dignidad humana; de los derechos humanos, es algo que nos lacera el alma, en lo más profundo de nuestra conciencia.
La llamada al canto es la decisión tan empobrecida del Tribunal Constitucional, que propicia “legalmente” una sociedad de APARTHEID; en pleno Siglo XXI, en el mundo Occidental. Es la coronación del despojo de los derechos civiles; donde la infausta, fatídica decisión retumbara como onda expansiva, mas allá de nuestro país; porque aquí la resonancia conservadora en su mimetismo sempiterno se disfraza y se evapora, para realizar sus travesuras.
El drama social, no puede ser más sobrecogedor: 84 años, que son 5 generaciones; desconocida de un plumazo. Desconocer una realidad social que esta ahí y no va a desaparecer, sino que por el contrario, se acelerara y nos exhibe ante el mundo como un país que desgarra el alma de cientos de seres humanos, en su mas elemental Derecho: VIVIR, como ser humano en la tierra que lo vio nacer, a la luz de una Constitución, que establecía el JUS SOLIS.
Una cruda realidad social que la propia élite política, en contemporización con una parte del empresariado dominicano, fue creando a lo largo del tiempo; hoy pretenden desconocer, como si se tratara de un simple papel, una mera madera, o, un sencillo plato que no nos sirve en este alcance de la historia.. No, busquemos en las raíces, en los rincones más recónditos de nuestra historia y asumamos la responsabilidad que nos corresponde.
Esta sociedad, por su eterna Zona de Confort, como Filosofía Política, para escudarse en no hacer nada, en no asumir los desafíos; fraguan al juego de la conveniencia que nubla siempre la mente de la creatividad y del horizonte cierto y humano.
Esta Zona de Confort, nos ha distraído, postergando sistemáticamente los retos y los ciudadanos han olvidado sus derechos y no nos damos cuenta de que debemos reformar una sociedad que esta a la deriva, que se encuentra en una verdadera descomposición; ostensiblemente desequilibrada.
La decisión TC-168, amplia enteramente la exclusión social y margina en un drama dantesco a cientos de seres humanos, que no piden más que lo que constitucionalmente la tierra dominicana le propicio. Ese despojo constituye una muerte civil. Estando vivo, socialmente, no existen. Como ciudadano, como ser social, su vida queda truncada. Es la mas pesarosa tribulación que un ser humano puede recibir .Es una decisión de desmadre y desmedrada, que se permea en un disfraz caracterizado por la desventura y la desdicha.
La postergación recurrente de las decisiones que nos colocarían en el sitial de una nación con una democracia real y no esta caricatura que tenemos, es fruto y expresión de esta zona de confort, que como filosofía política, las elites han socializado a lo largo y a lo ancho de todo el tejido social; inundándonos de un virus que no nos hace despertar; recreando la indiferencia y justificando todo tipo de discriminación y exclusión.
El esperpento conmovedor de la sentencia, constituye el drenaje para encontrar y entender el contexto sociopolítico, que nos apabulla y nos encierra; empero, que a la vez, nos invita a renovarnos, a ser más imaginativo, mas creativos, para escenificar nuevos escenarios de la historia.