No logramos nada con rellenar de epítetos estas líneas. Caben, se justifican, pero no llevan a nada. Sí vale la pena resaltar lo innecesario de la reacción tremendista ante la aprobación de las observaciones del presidente por parte de la Cámara de Diputados, a través de mayoría simple. Como también, lo fuera de tono de la respuesta a esa reacción por parte de algunos actores del oficialismo.
En el "debate" ha primado la insensatez, porque no ha habido debate. Un diálogo de sordos ha copado la opinión pública. Unos acusan de violación constitucional, rasgando sus vestiduras y otros acusan de conspiración, en franca intolerancia.
Bajar un poco los tonos podría dar paso al entendimiento. Hace falta, porque necesitamos diferenciar la observación, como figura constitucional, de la aprobación o modificación de leyes orgánicas que nos refiere el artículo 112 de la Constitución. Y para eso se necesita la cabeza fría.
No estoy de acuerdo con el contenido de la observación del presidente de la República. Ni con la actitud asumida por quienes la defienden. Sin embargo, creo que se hace necesario distinguir el deber ser, el "querer ser" y el ser.
Lamentablemente, la Constitución vigente en nuestro país deja abierta la posibilidad de aprobación con mayoría simple. Es así porque la observación es una figura establecida constitucionalmente que no es parte del proceso legislativo y que no es igual al conocimiento de una ley. Al no estar definido un procedimiento especial para la observación presidencial a leyes orgánicas, no nos queda otra, si somos sensatos, que reconocer que nos hicieron out.
Budismo zen, meditación profunda y calma. Esperemos al tiempo que es el mejor aliado de todos los que creen que es posible otro país. Mientras, hay que masticar la derrota y continuar combatiendo las violaciones al procedimiento (cuando las haya), pero sobre todo las violaciones al espíritu de la Constitución (que va más allá del texto, pero que también está en el texto) plasmado en el artículo 8. Atentado este, del que son cómplices diarios muchos de los que hoy etiquetan de golpe de Estado un escape legal, aunque no legítimo.